José Galán-foto-, butanero de Quintana, tiene más de 3.000 trofeos ganados en diferentes competiciones.
José Galán Gómez es natural de Quintana de la Serena y se fue con tan solo nueve años a vivir con su familia al País Vasco donde emprendieron una nueva vida. Sin embargo, visitaban su lugar de origen siempre que les era posible. Es un gran aficionado a deportes como el ciclismo y el atletismo, y además es cinturón negro de kárate. No ha practicado ninguna de esas actividades de manera profesional, aunque han llegado a ser su auténtica pasión.
Galán ha sido un humilde repartidor de butano, un trabajo que lleva con mucho orgullo puesto que ha sido su sustento durante toda su vida laboral hasta ahora que está a punto de jubilarse. Actualmente vive en su pueblo natal y realiza pequeños trabajos como mecánico de bicicletas, algo de lo que también entiende lo suyo. Durante los 27 años en los que trabajó de butanero no dejó de practicar deportes y participar en diferentes competiciones. Ha compartido circuitos con el mismísimo Ocaña, Eddy Merckx, Marino Lejarreta y otros grandes del ciclismo en alguna que otra competición de ciclocross. Ha sido preparador físico y director de la escuela de ciclismo en la que él mismo comenzó con tan solo nueve años de edad.
Ha ganado importantes pruebas como la Beobia-San Sebastián en tres ocasiones; ha vencido en el campeonato de Euskadi de duatlón seis veces y también ha sido campeón de España de cross. Así, hasta completar un palmarés de más de 3.000 trofeos.
Cuando trabajaba repartiendo bombonas de gas, su buen estado físico le permitía realizar su trabajo diario en tan solo tres o cuatro horas, lo que a sus compañeros les costaba toda la jornada. Así podía dedicar gran parte del día a montar en bicicleta, correr o competir en alguna prueba.
Cuando venía de vacaciones a Extremadura en agosto no hacía otra cosa que estar pendiente y buscar competiciones en las que participar. José asegura que ha llegado a ganar 100 trofeos durante un solo mes y muestra tres de ellos distintos que ganó el mismo día en diferentes lugares. Es decir, en tan solo 24 horas participó en tres carreras y en todas quedó campeón.
Ha venido en bicicleta en varias ocasiones desde el País Vasco hasta su pueblo, alguna vez acompañado por sus hijos cuando estos solo tenían 15 años. Realizaban jornadas de 17 horas diarias.
«Mi deseo es el de disfrutar de la bicicleta, no paraba ni a comer tan solo a comprar una barra de pan, le metía algo dentro y a correr», recuerda.
Los dos hijos y la esposa de José también han querido seguir sus derroteros. Sus vástagos son grandes aficionados al ciclismo y su esposa ha llegado a ser campeona de España de 3.000 metros de atletismo. Han competido juntos en diferentes pruebas y en la gran mayoría se han llevado todos los trofeos disputados.
Sus hermanos son los boxeadores Amalio y Santiago Galán. Ambos han competido en los pesos ligeros. Amalio llegó a ser en esta disciplina campeón de Europa y ocho veces campeón de España.
TÍTULO: TRES MESES DE ESPERA EN UN CONGELADOR:
Alfredo Gil Falcón murió el 6 de abril en Mérida y no fue enterrado hasta el pasado 4 de julio.
Fallecido en los calabozos de la Comisaria de Policía de la capital autonómica, nadie quería hacerse cargo de su sepultura.
Alfredo Gil recibió en enero a este diario en la casa abandonada donde vivía con dos amigos.
Departamento primero, cuadro segundo, fila 6, número 107. Este es el lugar donde se localiza un nicho del cementerio de San Juan de Badajoz.
Departamento primero, cuadro segundo, fila 6, número 107. Este es el lugar donde se localiza un nicho del cementerio de San Juan de Badajoz, el pequeño y eterno habitáculo donde está enterrado desde el pasado 4 de julio Alfredo Gil Falcón.
Con 42 años, falleció el pasado 6 de abril, festividad de Viernes Santo, en los calabozos de la Comisaría de la Policía Nacional de Mérida. Los casi tres meses transcurridos desde el día de su muerte hasta su sepultura los ha pasado en el Instituto de Medicina Legal de Badajoz, congelado en una cámara frigorífica, y a la espera de que algún familiar suyo o alguien cercano a él se hiciera cargo de su cuerpo y lo enterrara en algún lugar importante en la vida de Alfredo.
Pero no fue así. Incluso los amigos del barrio de Bellavista que paraban a diario con Alfredo no descartaron la idea de hacer una colecta para recaudar dinero y destinarlo a enterrar a su amigo en el cementerio de Mérida.
Pero la tristeza que vivió Alfredo durante los últimos meses de su vida se extendió hasta después de su fallecimiento. Nadie se ha hecho cargo de su sepultura, por lo que después de hacerse algunas gestiones administrativas desde el juzgado de Instrucción nº 2 de Mérida, que es desde donde se ha llevado el caso de Alfredo, éste ha sido enterrado por fin en la capital pacense, casi tres meses después de su fallecimiento.
Hasta que ha sido posible su sepultura, el periplo por el que ha pasado el cuerpo de Alfredo hasta dar su adiós definitivo ha sido demasiado largo. Como murió cuando estaba detenido en los calabozos de la Comisaría de Mérida, y según las fuentes consultadas, de muerte natural, fue trasladado a Badajoz para que se le fuera practicada la autopsia. Una vez terminados los exámenes, el mismo juzgado fue quien determinó que el Consistorio pacense debía hacerse cargo de su sepultura, a lo que esta administración se negó, haciéndolo constar en un recurso de reforma ante los juzgados de Mérida.
Una vez dirimidas responsabilidades, el juez dio la razón al Ayuntamiento de Badajoz y el muerto pasó a ser responsabilidad del Consistorio de Mérida.
En la capital autonómica nunca se ha sabido nada del fallecimiento de Alfredo, y mucho menos de que tenía la responsabilidad de enterrarlo, aunque la delegada del Cementerio, Pilar Blanco, sí que confirma que en casos como este, en el que nadie se hace cargo de un muerto y este por desgracia no dispone de recursos, es el propio Ayuntamiento el que corre con los gastos de la sepultura, que incluyen la puesta a disposición de un nicho por un periodo de cinco años, un ataúd y una corona de flores.
Al final no ha hecho falta hacerle este último 'regalo' a Alfredo. Días antes de se enterrado, al final se decidió que en Badajoz, se supo que disponía de alguna cuenta corriente. Con el dinero que había en ella se ha costeado su entierro.
Harto de todo
Solo y sin ayuda hasta el final de sus días. Así estaba Alfredo, envejecido, cansado y harto, pero también hay que decir que siempre fue un hombre afable, cariñoso y simpático con los que le conocieron.
Aunque tenía 42 años, aparentaba más. A este mismo diario confesó el pasado mes de enero que ya estaba muy harto de tener que comer siempre bocadillos y tener que pedir favores a sus amigos si quería llevarse un plato de comida caliente a la boca. Harto de tener que dormir en un colchón en el suelo rodeado de escombros, basuras, excrementos y humedades. Harto de pedir a las Administraciones Públicas posibilidades para acceder a una vivienda digna para no tener que lavarse a la intemperie con el agua de un pozo. Estaba harto de todo. Y se le notaba. Pero también resignado.
Gracias a que tenía a su amigo Luis Guerra, que también murió en fechas próximas a Alfredo, que le recogió en la casa abandonada donde él también vivía, en la carretera de Alange, cerca del río Guadiana. Allí estuvo unos meses acompañado por Ana Fernández, una chica de 35 años que, muy cansada de vivir en la inmundicia, como él, decidió irse a Arroyo de San Serván a probar suerte en la vida. Así lo contó el propio Alfredo.
La vida que llevaba, aunque fuera triste, era -como decía él- mucho mejor que la cárcel. En prisión había permanecido durante sus últimos siete años. Salió en libertad el pasado 14 de septiembre «con una mano delante y otra detrás», como contó a HOY entonces.
Sin trabajo y sin familia cercana que le acompañara o le atendiera, pasaba las horas con sus amigos del barrio de Bellavista, charlando y viendo pasar la vida, sin más.
Ferrallista, carpintero, encofrador. Todo eso sabía hacer y los pasados meses buscaba un empleo de cualquier cosa para poder pagarse una vivienda digna. Quería abandonar el lugar inmundo donde vivía al menos hasta el pasado mes de febrero.
«No quiero que me den nada, quiero ganármelo yo mismo y sobre todo salir de aquí». Y sí que salió, pero para irse tres meses a un congelador antes de ser enterrado por fin.
¿Hay en la vida algo más triste?.
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