La historia siempre se repite. En la crisis del 29, en la asiática, en la de las subprimes… Siempre hay millonarios avispados que juegan fuerte y ganan mientras parece que el resto del mundo se hunde. En la crisis del euro todos miran a cuatro o cinco fondos de inversión. Se los presentamos.
`A la yugular´.Ese es el lema de John Paulson, el mayor especulador del mundo. El hombre que ganó demasiado. Así lo bautizó la prensa financiera cuando se enteró de su existencia. ¿Cuánto es demasiado? ¿Qué tal 4000 millones de dólares de una tacada? Paulson apostó a que las hipotecas basura eran eso... basura. Y ganó. Corría el año 2007 y los bancos de inversiones pasaban por la picadora créditos hipotecarios con un sospechoso tufo a impago hasta convertirlos en apetitosas derivadas; las embuchaban como si fueran salchichas y las agencias de calificación las etiquetaban con la Triple A, el equivalente a la Q de Calidad. Algo olía a podrido en Wall Street, aunque solo unos pocos alertaron al mundo. Hoy esos pocos, como Nouriel Roubini, son celebrados como profetas. Pero hubo otros que también estaban con la mosca... Sin embargo, no lo anunciaron a los cuatro vientos. Callaron y actuaron. Por ejemplo, Mike Burry, un tipo poco sociable con un ojo de cristal que dejó la carrera de Medicina para convertirse en analista de mercados sin tener un diploma, un máster, un curso, algo... Y que desde 2005 compró seguros contra el impago de esas hipotecas. A toneladas. Unas pólizas que le aseguraban una indemnización brutal si la burbuja estallaba antes de 30 años. Solo tuvo que esperar dos. O, por ejemplo, John Paulson, otro llanero solitario. Se jugó sus cuartos y los de sus clientes a que el mercado petaba. Y petó. Cuando vio su oportunidad, Paulson solo murmuró «a la yugular», emulando la sentencia legendaria de George Soros, el viejo lince, cuando en 1992 acorraló al Gobierno británico y lo obligó a devaluar. Soros llenó entonces el depósito de su fondo –Quantum Fund– con un chorro de libras esterlinas bombeado por el Banco de Inglaterra. ¿Cuánto le pongo? Mil millones.
Hoy, la historia parece repetirse. Como si los astros se alineasen. ¿Cuánto puede resistir Grecia? A Atenas solo le queda dinero para pagar las pensiones y sueldos este mes. ¿Qué pasará si el Parlamento alemán se niega a aprobar el segundo rescate? ¿O si el FMI cierra el grifo? ¿La quiebra está cantada? ¿Arrastrará a Portugal e Irlanda? ¿Zozobrará Italia? ¿Y si la deuda española se dispara por encima de los 600 puntos básicos, el umbral de no retorno? ¿Y si –glups– cae España? ¿Quién será el guapo que la rescate? ¿Se desplomará el euro? ¿La Unión Europea será papel mojado? Los supersticiosos dicen que octubre es un mes nefasto y recuerdan el jueves negro de 1929 y el lunes negro de 1987. Son momentos febriles. En 1994, los capitales golondrina invertidos en la deuda de México huyen y toda América Latina se sume en la depresión. A veces son inesperados. Una moneda tan irrelevante como el baht tailandés se hunde en 1997 y Asia entera se demorona. Otras, como ahora, todo el mundo aguarda a que algo suceda. Ha llegado la hora de la verdad. Pero si se consuma el cataclismo, lo único seguro es que casi todos perderemos. Y unos pocos, poquísimos, sacarán tajada. A lo grande.
¿Quiénes son esos pocos? Los gobiernos de la Unión Europea los señalan con el dedo. Son los especuladores. El problema es que la palabra especulador es vaga. Concretemos: son los fondos de inversión libre o fondos de cobertura (hedge funds en inglés). Despachos privados que gestionan el dinero de inversores selectos utilizando estrategias poco ortodoxas y que a la mayoría de los mortales nos suenan a chino: en especial la venta en corto (short-selling), los seguros de impagos o CDS (credit default swaps) y los apalancamientos agresivos. A diferencia de los bancos de inversiones, los hedge funds están muy poco regulados y apenas tienen obligación de suministrar información a las autoridades. En contrapartida, sus gestores suelen ser más avispados y cautos que los banqueros. Por dos razones: 1) no solo se juegan el dinero de sus clientes, también capital propio; 2) si meten la pata, nadie les va a echar un cable; en cambio, los gobiernos sí suelen rescatar a los bancos que se han metido en líos.
A ojos de la UE, los managers de estos fondos son los malos de la película. Estos se defienden aduciendo que no tienen la culpa de que un país vaya mal. El combate entre ambos es a cara de perro. Grecia habría entrado en bancarrota hace tiempo si no fuera por el empeño de algunos gobiernos y del Banco Central Europeo. Incluso se ha movilizado a los servicios secretos. El CNI lleva más de un año investigando las presiones especulativas sobre la deuda española. Y también la trompetería de los medios anglosajones, que siembran dudas sobre la viabilidad del euro; dudas que no vienen mal a las maniobras de los especuladores. El espionaje griego destapó los tejemanejes de varios fondos contra el bono heleno; entre ellos, Brevan Howard (británico), Moore Capital y Paulson & Co. (estadounidenses).
Pero no hace falta ponerse gabardina y gafas de sol para espiarlos. Basta leer la prensa salmón. Financial Times cuenta que John Paulson lleva desde octubre de 2009 buscándole la yugular a la deuda griega, justo cuando se confirmó que el Gobierno había falseado las cuentas. Y mantiene un equipo de 30 analistas dedicados a preparar el hachazo. Al olor de la sangre acudieron otros (Hayman Advisers, Matrix Group, Fidelity) y las apuestas se doblaron. Ya no solo iban contra Grecia. La pieza más codiciada era el euro. The Wall Street Journal destapó en febrero de 2010 una comida de negocios en Nueva York entre los representantes de las principales gestoras; entre ellas, Steven Cohen (SAC Capital) y David Einhorn (Greenlight). Se habrían propuesto un objetivo: la paridad del euro frente al dólar. Todavía no lo han conseguido (al cierre de este reportaje el euro se cotiza a 1,36 dólares). Y aunque los diez mayores fondos ganaron 28.000 millones de dólares en el último semestre de 2010, este año no está siendo bueno. Siguen al acecho. Pero Europa se les resiste.
Para entender cómo pretenden forrarse hay que hablar de toros y de osos. Los mercados alcistas son toros (bull markets). Los inversores tradicionales también lo son: toros bravos y optimistas que invierten en un valor con la esperanza de que suba y obtener dividendos. Los mercados bajistas son osos (bear markets). ¿Cómo diablos ganar dinero cuando la Bolsa española ha perdido la mitad de su valor desde 2007? Respuesta: siendo un oso. Un oso huraño y pesimista. Que apuesta a que la cosa va a empeorar.
Una herramienta es la venta en corto. Funciona de una manera maquiavélica. El especulador apuesta a que el precio de determinadas acciones bajará y busca beneficiarse de esa caída. Se trata de acciones que, por cierto, ¡ni siquiera posee! Así que las pide prestadas y paga una compensación para que le dejen negociar con ellas. Luego las vende al precio que marca el mercado con el compromiso de recomprarlas al cabo de un tiempo. El especulador cruza los dedos y espera a que su vaticinio se cumpla y las acciones bajen en el plazo acordado. Si esto sucede así, las recompra –se denomina cerrar la posición– y se embolsa la diferencia. Pero si las acciones suben, se pilla los dedos y le toca apoquinar. Por último, las devuelve al prestamista. ¿Cómo se logra que bajen las acciones sí o sí? Pues una ayudita nunca viene mal. Por ejemplo, esparciendo rumores que minen la confianza. Por eso varios gobiernos han prohibido la venta en corto; entre ellos, el español. Pero el veto se levanta el 30 de septiembre.
Otro zarpazo perverso es contratar seguros por impago. Los especuladores olfatean la debilidad de un país y apuestan a que la prima de riesgo va a subir. Compran seguros de impago de su deuda, aunque no tengan bonos. «¿Se imagina asegurando la casa del vecino? Por muy bien que le caiga, si la casa se incendia, usted gana
–ironiza el analista James Rickards–. Si es preciso, le prenderá fuego usted mismo».
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