18-9-2011- TÍTULO:REVISTA XL SEMANAL HOY CON ALZHEIMER.
Investigación: Este perro tiene la clave contra el alheimer: Científicos españoles descubren en el cerebro de estos animales el camino hacia la vacuna definitiva.
DOCTOR SELKOE
«EL ALZHÉIMER EMPIEZA 20 AÑOS ANTES DE QUE LA PERSONA OLVIDE DÓNDE APARCÓ EL COCHE»Este médico y profesor en Harvard, formuló en los 80 la teoría que afirma que una proteína, la beta amiloide, es la principal causante del alzhéimer. A sus 68 años, Selkoe pertenece a la generación de científicos que puso nombre y apellidos al mecanismo biomolecular de la dolencia.
Manuel Sarasa, de 54 años, en su laboratorio donde lleva dos décadas tras la cura de la enfermedad. |
Es la dolencia que más crece en el mundo: dos millones de casos por año. Científicos de todo el planeta buscan detener la pandemia. un español parece haber encontrado el camino. «descubrí que los perros padecen una demencia idéntica…» y ¡Eureka! En la semana en que España acoge la cumbre global del alzhéimer, entramos en su laboratorio de Zaragoza, donde prepara una vacuna revolucionaria.
DOCTOR SELKOE
«EL ALZHÉIMER EMPIEZA 20 AÑOS ANTES DE QUE LA PERSONA OLVIDE DÓNDE APARCÓ EL COCHE»Este médico y profesor en Harvard, formuló en los 80 la teoría que afirma que una proteína, la beta amiloide, es la principal causante del alzhéimer. A sus 68 años, Selkoe pertenece a la generación de científicos que puso nombre y apellidos al mecanismo biomolecular de la dolencia.
No había cumplido los 13 años, pero recuerda:
«Ya sabía cómo se llamaban los huesos del carpo [los enumera], adoraba la biología y tenía mi propio laboratorio de química en casa». Años después, convertido en investigador, llegaron más preguntas: ¿cuál es el sustrato molecular de los recuerdos? ¿Qué reacciones químicas tienen lugar para que existan? «Siempre me fascinaron los mecanismos de la memoria: cómo la almacenas, luego la evocas y cómo es posible que eso se pierda. Esto fue lo que me llevó, a finales de los 80, hasta el alzhéimer». Ahora, a sus 54 años, Sarasa, que es natural de Ayerbe (Huesca), neurobiólogo, embriólogo, anatómico, veterinario y fundador de Araclon Biotech, una pequeña compañía biotecnológica de Zaragoza, está convencido de haber encontrado las claves que pueden acabar con la llamada `enfermedad del olvido´.
Bajo esa misma premisa y convicción, sin embargo, se desarrollan en todo el planeta no menos de 900 proyectos sobre el alzhéimer, un mal cuyo impacto mundial se estima en más de 400.000 millones de euros entre atención médica, tratamientos, pérdida de productividad de pacientes y cuidadores, etc. Ante semejantes cifras, las estimaciones de los expertos sobre el número de pacientes –66 millones en 2030, el doble de los que hay hoy; más de 115 millones en 2050– adelantan un terrible escenario. En Araclon, cuya vacuna comenzará en breve los ensayos en personas, son optimistas. «Si nuestros planes se cumplen –se aventura Sarasa–, podríamos tener el compuesto aprobado para comercializarlo antes de 2018».
El trabajo de Sarasa, así lo cuenta él, es resultado de una serie de preguntas que lleva haciéndose desde que, en 1989, comenzara sus pesquisas sobre alzhéimer. Para entonces, hacía cinco años que dos norteamericanos habían aislado y secuenciado la proteína beta-amiloide, el gran villano de esta historia. Aquello relanzó las investigaciones de la dolencia, en dique seco, prácticamente, desde que Alois Alzheimer identificara la dolencia a principios del siglo XX, tras analizar las lesiones en el cerebro de una de sus pacientes.
Hoy en día el consenso médico relaciona el alzhéimer con una alteración en el comportamiento de esa proteína en nuestro organismo. Puede ser exceso de producción, que el cuerpo no la elimina de forma adecuada o ambas cosas a la vez, la cuestión es que, cuando se deposita en la corteza cerebral, comienza el proceso destructivo neuronal que conduce al alzhéimer. El asesino, dicho de otro modo, está dentro de nosotros y los intentos por encontrar una cura pasarían por controlar la producción de esta proteína.
La clave para Sarasa siempre fue la aproximación al problema. «Todo el mundo se puso a investigar el comportamiento de estas proteínas en la vejez, ya que el alzhéimer se relaciona con el envejecimiento –recuerda–. Yo tomé otro camino. Quería saber qué pasa en el inicio de la vida. La pregunta fue: ¿participan esas proteínas ya en la formación y el desarrollo del individuo? ¿Dónde se producen, qué papel juegan?».
Así, mientras sus colegas experimentaban con ratones transgénicos –modificados y envejecidos genéticamente para simular la demencia, ya que el ratón no la desarrolla–, Sarasa se adentró en lo inexplorado. «Necesitaba intervenir en embriones, pero no puedes manipular el de un ratón, no sobrevive fuera del útero. Yo había trabajado con pollos, los huevos son fáciles de manipular, y decidí probar», rememora. Al poco entonó su primer ¡eureka!: «Resultó que el gen clave en el desarrollo del alzhéimer también lo tiene el pollo, son idénticos, cosa que no ocurre con los ratones».
A partir de ahí investigó todo lo que quiso con embriones hasta que, en 2000, dio con la llave que, cree él, le ha abierto la puerta hacia la erradicación del alzhéimer. «Describimos la presencia de esa proteína en sangre –revela Sarasa– y vimos que es un marcador biológico de las etapas iniciales de la enfermedad». En otras palabras, descubrió que controlar los niveles de la proteína en la sangre podría evitar que el exceso de producción de la misma se deposite en la corteza cerebral. O, yendo más allá, Sarasa tenía ante sí la clave para diseñar un método que, con un mero análisis de sangre, le permitiera decir: «Esta persona tiene una alta probabilidad de padecer alzhéimer».
El diagnóstico temprano ha sido, desde entonces, una de sus guías, un terreno en el cual el alzhéimer está en pañales. «No hay terapias que detengan la neurodegeneración –admite el científico–, y si las hubiera, el diagnóstico siempre llega cuando el paciente ya está demente. Para entonces, las neuronas, las conexiones entre ellas y las funciones afectadas son irrecuperables».
Sarasa lo sabe de primera mano. Su madre murió con alzhéimer hace unos años. Una experiencia que lo instruyó en el lado emocional del mal. «Somos seres inteligentes y sabemos engañarnos y engañar a los demás –prosigue–. El enfermo percibe pérdidas de memoria, pero, en vez de avisar, usa trucos como ponerse notas para que no se le olviden las cosas. Mi madre, por ejemplo, sorteó un test neuropsicológico de los que se usan para el diagnóstico. De 30 puntos, el neurólogo le puso 22, lo que apenas define un posible deterioro cognitivo. Pero la enfermedad estaba ahí, siguió su curso y el día en que lo supimos ya era tarde». Se estima, de hecho, que menos de la mitad de los enfermos de alzhéimer están diagnosticados. «Si dividimos el desarrollo del mal en seis etapas –ilustra–, el diagnóstico suele llegar en la fase cinco o seis». Hay quien dice incluso que el único procedimiento validado para diagnosticar el alzhéimer al cien por cien es la autopsia. Obviamente, demasiado tarde.
Mi idea siempre fue buscar un fármaco que impida el arranque del mal o que lo detenga en un estadio inicial –expone el investigador–, antes de que se desate el proceso neurodegenerativo». Consciente de tener entre manos «algo distinto», Sarasa depositó las patentes de sus hallazgos e inició, de la mano de la Universidad de Zaragoza –donde ejerce la docencia–, el proceso para fundar un laboratorio. En 2003 nacía Araclon Biotech, cuyo primer producto, un kit para medir el beta-amiloide en sangre, marcó el inicio de la «pequeña revolución» que Sarasa está organizando.
El desarrollo del kit está en su fase final y ya ofrece buenas noticias. «En los ensayos hacemos un seguimiento a personas con deterioro cognitivo leve [sufren déficit en la memoria y otras áreas cognitivas, pero se valen por sí mismas], un estadio previo a la enfermedad, y hemos descubierto que a medida que pierden capacidad cognitiva se alteran sus niveles de dos proteínas beta-amiloide: la 40 y la 42 [el número indica la cantidad de aminoácidos, componente básico de las proteínas, que conforman cada una]. Estos hallazgos –aclara Sarasa– nos permiten ser muy específicos en el diseño de la vacuna para saber a qué diana debemos apuntar».
Convencido de las limitaciones de estudiar con ratones transgénicos, el director científico de Araclon se lanzó a la caza de otro modelo natural en el que probar su vacuna. Esta vez, eso sí, quería un mamífero. Sarasa observó que el perro, al parecer, no se conforma con ser el mejor amigo del hombre, resulta que también está dispuesto a echar una mano para acabar con la enfermedad del olvido. «Los perros sufren una demencia idéntica al alzhéimer, con las mismas lesiones, las mismas proteínas, el mismo mecanismo genético... Esto lo descubrimos nosotros –revela Sarasa, puro entusiasmo–. Al inocularles la vacuna, ellos producen anticuerpos frente a los beta-amiloides 40 y 42 y se reducen el nivel de esas proteínas en su sangre y su cerebro. Hemos multiplicado por miles de veces, proporcionalmente, la dosis que vamos a inocular en humanos y no ha dado ningún efecto secundario; inhibir el crecimiento de esa proteína con nuestra vacuna no parece que afecte a otros procesos. Al diseñar la vacuna, hemos pensado en cosas en las que nadie había pensado todavía».
La combinación de diagnóstico temprano y vacuna preventiva abriría la puerta al fin del alzhéimer, una dolencia cuya prevalencia se cree que se duplica por cada cinco años de edad a partir de los 65. Hay neurólogos incluso que dicen que a los 85 lo normal es estar demente y que más del 50 por ciento de los ancianos tiene síntomas de demencia. Una tendencia epidémica que Sarasa se ve capaz de revertir. «Con nuestro kit, cuando alguien vaya al médico por pérdidas de memoria, sabremos si está desarrollando el mal –aventura Sarasa–. A cierta edad, hasta se podrá hacer el análisis como se hacen de colesterol o ácido úrico, y detectar alteraciones en el beta-amiloide. Unos niveles altos y mantenidos en el tiempo creemos que conllevan un alto riesgo de enfermar. Si vacunamos a ese individuo y controlamos sus niveles de la proteína, no sufrirá alzhéimer. Esa es nuestra hipótesis».
Los ensayos clínicos supondrán ahora su prueba de fuego. «He tardado más de 20 años en llegar hasta aquí –reflexiona Sarasa–. La investigación es perseverancia, pelearte, convencer a muchas personas. Quizá con una gran farmacéutica todo habría sido más rápido, aunque no estoy seguro. Conservar el control ha sido clave en nuestro camino. Ahora podemos presumir de tener una propuesta íntegramente española y todo ello con capital privado, sin subvenciones. Necesitaremos más dinero para seguir, pero la verdad es que no puedo ser más feliz». Lo dice Sarasa, sonríe y regresa a su laboratorio, el lugar donde cada día, asegura, aprende algo nuevo. Millones de personas esperan que siga haciéndolo.
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