Acaba de recibir en Madrid el premio Harambee 2011 a la promoción e igualdad de la mujer africana. Menuda, atlética y vitalista, lleva 20 años educando y acogiendo a jóvenes huérfanas y desplazadas por la guerra: cerca de 4.000 mujeres de Costa de Marfil han estudiado en los cuatro centros que su ONG, Education et Developpement, ha levantado en las zonas más pobres del país.
Situémonos. En 1960, su país dejó de ser colonia francesa y vivió 30 años de prosperidad en democracia, bajo la presidencia de Houphouët Boigny. Tras su muerte, en 1993, empezó una guerra civil que duraría 10 años y Costa de Marfil se sumió en una gran pobreza. En este contexto, ¿cómo fue su niñez?
Muy buena y pacífica. Nací en una familia católica de clase media, poco después de la independencia, y pude estudiar, como mis cuatro hermanos, en escuelas públicas.
Se licenció en Ciencias Empresariales, habla cuatro idiomas y vivió en Brighton y París, donde trabajó en empresas privadas y organismos financieros internacionales.
Sí, soy una privilegiada. Fueron años en los que se construyeron importantes infraestructuras. Hasta los 90, venía mucha gente –de Europa, EE.UU., de países limítrofes– y conseguían trabajo. Éramos un país abierto y próspero, pero la guerra ha traído una pobreza tremenda. No estoy casada ni tengo hijos porque decidí dedicarme al 100% a la educación y a la fundación de escuelas para apoyar a las mujeres, las más perjudicadas.
En su país, el 40% de los hombres y el 65% de las mujeres son analfabetos. La esperanza de vida apenas supera los 50 años.
Los conflictos produjeron la caída del nivel social, de las posibilidades de crecer... Cuando hay inseguridad en un país, ¿quién va a venir a invertir en él? Así que nuestros recursos no se usan y la capacidad de trabajar desaparecen. Es muy preocupante.
A internet solo tiene acceso el 3% de la población y sólo en las grandes ciudades.
Es que no hay medios ni planes de reconstrucción. Pero tenemos recursos naturales para arrancar de nuevo. África es el continente del futuro: hay plantaciones, agua... Es un continente por construir. Pero no hay intelectuales ni personas que trabajen para el país. Como yo, muchos marfileños han estudiado en escuelas de negocios y buscado una vida mejor. Necesitamos educar, pero para que las personas formadas se queden.
Los españoles que van a Costa de Marfil, ¿se quedan allí?
Sí, casi todos los cooperantes se quedan porque África se mete en la sangre y porque los africanos reciben muy bien su ayuda.
La cooperación no está en su mejor momento. Hay españoles secuestrados en Mali, país fronterizo de Costa de Marfil, donde hay células de Al Qaeda.
Gracias a Dios, en mi país no ocurre, la gente aprecia mucho la ayuda que recibimos. Algunos secuestros son por cuestiones políticas, y otros solo responden a razones económicas. Son resultado de la pobreza y de quienes piensan que pueden hacer presión. Los estados africanos deben entablar un diálogo para ofrecer seguridad a los cooperantes.
Los países negocian y pagan, y por eso se repiten los secuestros.
Entiendo que se pague para solucionar el problema, por eso pienso que el trabajo de fondo radica en dar la seguridad necesaria para que no haya secuestros.
¿No sería más práctico mandar dinero que pagar rescates o garantizar la seguridad?
Pero la cooperación es necesaria, no solo el dinero. También es importante que la gente se forme en Europa y vuelva a su país. Hay que concienciar de que no se trata de ganar dinero rápido, sino de multiplicar la ayuda que reciben colaborando en el desarrollo de su país.
Su país está armado hasta los dientes, ¿de donde salen tantas armas?
No lo puedo decir con seguridad.
Pero lo imagina, ¿son de origen ruso, llegan de otros países musulmanes en conflicto…?
Puede ser... Siempre hay personas que hacen cosas que no llevan al desarrollo del país. La guerra sólo trae destrucción y pobreza.
En Mali sigue habiendo hombres que, a golpe de metralleta, despojan a la gente sus bienes.
Sigue pasando, sí; la guerra ha instaurado esto como una profesión, pero es inmoral, por eso nos dedicamos a la educación, a hacerles comprender que eso nos trae más pobreza. Hay que formar sus conciencias para que sepan que lo que nos dejan es lo que se invierte y que cuando se invierte de una manera honesta y duradera se consigue la felicidad propia y se ayuda al país
¿No es complicado hablar de dar seguridad al cooperante y de felicidad en un país lleno de milicianos?
Tenemos programas de reinserción. Hay que darles una oportunidad. La gente que viene a nuestros centros ve que, si practica lo que les enseñamos, ganan todos los de su entorno, no solo ellos.
¿Cuál es la situación de las mujeres?
En las ciudades son más independientes, pero en el campo las tradiciones mandan. En el sur tienen más voz y pueden opinar, pero en otras zonas siguen sometidas, aunque ellas educan, consiguen los alimentos, trabajan en el campo y comercian.
¿Y qué hace entonces el hombre rural?
Eso me pregunto yo [sonríe]. En el interior muchos trabajan en plantaciones. Pero, en la ciudad hay marginalidad. A la mujer la ven para casarse, tener hijos y trabajar.
La media es de 4,6 hijos por mujer.
Sí, claro, pero en el norte, musulmán, y en algunas etnias se practica la poligamia, aunque la Constitución la prohíbe.
¿Cuantas escuela ha fundado?
Tres en Abidjan y una en Yamoussoukro; y también colaboramos con otras ONG’s en dos dispensarios. Además, tenemos programas de Derechos Humanos con los que hemos formado a más de 500 mujeres de entre 25 y 50 años, en educación, empresariales… Y trabajamos con una ONG que ha fundado una escuela infantil en la que el contacto con los padres es primordial.
¿Es usted una mujer feliz?
Sííí, feliz y optimista. Por eso estoy en la educación, porque pienso que hay esperanza en África y hay que desarrollarla.
Situémonos. En 1960, su país dejó de ser colonia francesa y vivió 30 años de prosperidad en democracia, bajo la presidencia de Houphouët Boigny. Tras su muerte, en 1993, empezó una guerra civil que duraría 10 años y Costa de Marfil se sumió en una gran pobreza. En este contexto, ¿cómo fue su niñez?
Muy buena y pacífica. Nací en una familia católica de clase media, poco después de la independencia, y pude estudiar, como mis cuatro hermanos, en escuelas públicas.
Se licenció en Ciencias Empresariales, habla cuatro idiomas y vivió en Brighton y París, donde trabajó en empresas privadas y organismos financieros internacionales.
Sí, soy una privilegiada. Fueron años en los que se construyeron importantes infraestructuras. Hasta los 90, venía mucha gente –de Europa, EE.UU., de países limítrofes– y conseguían trabajo. Éramos un país abierto y próspero, pero la guerra ha traído una pobreza tremenda. No estoy casada ni tengo hijos porque decidí dedicarme al 100% a la educación y a la fundación de escuelas para apoyar a las mujeres, las más perjudicadas.
En su país, el 40% de los hombres y el 65% de las mujeres son analfabetos. La esperanza de vida apenas supera los 50 años.
Los conflictos produjeron la caída del nivel social, de las posibilidades de crecer... Cuando hay inseguridad en un país, ¿quién va a venir a invertir en él? Así que nuestros recursos no se usan y la capacidad de trabajar desaparecen. Es muy preocupante.
A internet solo tiene acceso el 3% de la población y sólo en las grandes ciudades.
Es que no hay medios ni planes de reconstrucción. Pero tenemos recursos naturales para arrancar de nuevo. África es el continente del futuro: hay plantaciones, agua... Es un continente por construir. Pero no hay intelectuales ni personas que trabajen para el país. Como yo, muchos marfileños han estudiado en escuelas de negocios y buscado una vida mejor. Necesitamos educar, pero para que las personas formadas se queden.
Los españoles que van a Costa de Marfil, ¿se quedan allí?
Sí, casi todos los cooperantes se quedan porque África se mete en la sangre y porque los africanos reciben muy bien su ayuda.
La cooperación no está en su mejor momento. Hay españoles secuestrados en Mali, país fronterizo de Costa de Marfil, donde hay células de Al Qaeda.
Gracias a Dios, en mi país no ocurre, la gente aprecia mucho la ayuda que recibimos. Algunos secuestros son por cuestiones políticas, y otros solo responden a razones económicas. Son resultado de la pobreza y de quienes piensan que pueden hacer presión. Los estados africanos deben entablar un diálogo para ofrecer seguridad a los cooperantes.
Los países negocian y pagan, y por eso se repiten los secuestros.
Entiendo que se pague para solucionar el problema, por eso pienso que el trabajo de fondo radica en dar la seguridad necesaria para que no haya secuestros.
¿No sería más práctico mandar dinero que pagar rescates o garantizar la seguridad?
Pero la cooperación es necesaria, no solo el dinero. También es importante que la gente se forme en Europa y vuelva a su país. Hay que concienciar de que no se trata de ganar dinero rápido, sino de multiplicar la ayuda que reciben colaborando en el desarrollo de su país.
Su país está armado hasta los dientes, ¿de donde salen tantas armas?
No lo puedo decir con seguridad.
Pero lo imagina, ¿son de origen ruso, llegan de otros países musulmanes en conflicto…?
Puede ser... Siempre hay personas que hacen cosas que no llevan al desarrollo del país. La guerra sólo trae destrucción y pobreza.
En Mali sigue habiendo hombres que, a golpe de metralleta, despojan a la gente sus bienes.
Sigue pasando, sí; la guerra ha instaurado esto como una profesión, pero es inmoral, por eso nos dedicamos a la educación, a hacerles comprender que eso nos trae más pobreza. Hay que formar sus conciencias para que sepan que lo que nos dejan es lo que se invierte y que cuando se invierte de una manera honesta y duradera se consigue la felicidad propia y se ayuda al país
¿No es complicado hablar de dar seguridad al cooperante y de felicidad en un país lleno de milicianos?
Tenemos programas de reinserción. Hay que darles una oportunidad. La gente que viene a nuestros centros ve que, si practica lo que les enseñamos, ganan todos los de su entorno, no solo ellos.
¿Cuál es la situación de las mujeres?
En las ciudades son más independientes, pero en el campo las tradiciones mandan. En el sur tienen más voz y pueden opinar, pero en otras zonas siguen sometidas, aunque ellas educan, consiguen los alimentos, trabajan en el campo y comercian.
¿Y qué hace entonces el hombre rural?
Eso me pregunto yo [sonríe]. En el interior muchos trabajan en plantaciones. Pero, en la ciudad hay marginalidad. A la mujer la ven para casarse, tener hijos y trabajar.
La media es de 4,6 hijos por mujer.
Sí, claro, pero en el norte, musulmán, y en algunas etnias se practica la poligamia, aunque la Constitución la prohíbe.
¿Cuantas escuela ha fundado?
Tres en Abidjan y una en Yamoussoukro; y también colaboramos con otras ONG’s en dos dispensarios. Además, tenemos programas de Derechos Humanos con los que hemos formado a más de 500 mujeres de entre 25 y 50 años, en educación, empresariales… Y trabajamos con una ONG que ha fundado una escuela infantil en la que el contacto con los padres es primordial.
¿Es usted una mujer feliz?
Sííí, feliz y optimista. Por eso estoy en la educación, porque pienso que hay esperanza en África y hay que desarrollarla.
Christiane Kadjo foto.
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