domingo, 13 de noviembre de 2011

CARLOS SÁENZ DE TEJADA. EL PINCEL.

Las mejores ilustraciones de moda del riojano Carlos Sáenz de Tejada en el museo ABC de Madrid.
París, años 30. Un dibujante riojano, Carlos Sáenz de Tejada, acapara las portadas de las grandes revistas de moda: `Harper`s Bazaar´, `Vogue´... Es el impulsor de las `drinking women´. Chicas desinhibidas que toman cócteles, fuman y llevan trajes pantalón con la misma naturalidad que un vestido de noche. Una muestra rescata ahora su obra. La cita, en el museo ABC de Madrid.



El realismo social de la madrileña Escuela de Vallecas al glamour de la alta costura francesa
. Del sofisticado mundo art déco al triunfalismo de la iconografía franquista. De los murales para transatlánticos y grandes hoteles a los diseños para barajas de Heraclio Fournier, los decorados de teatro, las ilustraciones de libros... El polifacético genio de Carlos Sáenz de Tejada abordó una sorprendente gama de temas y géneros. Tan intensa y diversa como la época que le tocó vivir: la de los locos años 20 y la eclosión de las vanguardias; la década del jazz y la Gran Depresión; la Guerra Civil y la posguerra española. Un mundo cambiante y convulso que este riojano, nacido en Tánger por imperativo familiar (su padre era diplomático y estaba destinado allí de cónsul), supo reflejar muy pronto con singular maestría. La infancia en Marruecos, la Provenza y Orán despiertan su vocación artística. Sus primeros pasos con un seguidor de Sorolla como profesor particular lo marcarán especialmente y, cuando se instala en Madrid, en 1914, su estudio se convierte en el foco vanguardista del momento. Allí se reúnen Ramón Gómez de la Serna -primo suyo-, Rosa Chacel, Paco Bores, Dalí y Sonia Delaunay... Tejada dibuja para distintos diarios y pinta cuadros sobre Castilla, en el espíritu del 98 ágilmente renovado. Recorre con Dalí los suburbios madrileños y cultiva un emocionado realismo social que abandonará en uno de los giros radicales que jalonaron su biografía.

Corren los años 20 cuando se traslada a París. Acaba de celebrarse la gran Exposición Internacional de Artes Decorativas e Industriales Modernas, que lanzó mundialmente el art déco. Cartier crea sus sobrios diseños en platino, ónice, coral... Nueva estética y nuevos materiales para un mundo muy distinto al del charlestón. Más sobrio y menos fantasioso, pero con la misma promesa de evasión, que los grandes de la moda -aliados ahora con los estudios de Hollywood- ponían al servicio de un nuevo ideal de mujer. La que encarnan, en sus diversos registros, Marlene Dietrich, Jean Harlow, Greta Garbo, Joan Crawford... Nada que ver con las juguetonas odaliscas ni las faldicortas musas de hace dos décadas. En los 30 se impone una `mujer mujer´, de autoridad neoclásica y majestuosa. Desinhibida y deportiva. La drinking woman que sale a la hora del cóctel, fuma -preferiblemente en boquilla- y lleva pantalones con la misma naturalidad que los más lujosos trajes de noche. Tejada se encuentra en el París de 1926 con esa revolución liderada por nombres que por primera vez eran ya leyenda en su época: Lanvin, Vionnet, Patou, Rouff... Y coronándolos a todos, Chanel y Schiaparelli. Y se convierte en su privilegiado cronista gráfico. Durante toda la década de los 30 dibuja para las más prestigiosas revistas de moda -Harper`s Bazaar, Vogue, Jardin des Modes, Femina, ABC y Blanco y Negro-, la silueta de la nueva femineidad. Hombros anchos, caderas estrechas, piernas interminables. Andrógina esbeltez y espaldas vertiginosas: el nuevo emblema sensual.

Sus apuntes de espectador privilegiado desde la entonces todavía inexistente front row (la codiciada primera fila en las pasarelas), con las detalladas anotaciones al margen sobre telas, colores, medidas de los modelos que desfilaban, dieron la vuelta al mundo. Son dibujos maravillosos, casi siempre en blanco y negro, a tinta china o grafito; a veces en gouache o acuarela, sobre cartulina. Ágiles y exactos. Con el inconfundible trazo del que ha estudiado el vuelo de la línea en Matisse; su mirada atenta y distanciada hacia la mujer. Y del que sabe reflejar situaciones y ambientes con leves pinceladas, como los grandes cartelistas franceses, desde Toulouse Lautrec a Cassandre. Perritos de compañía, tulipanes en un jarrón, altos ventanales, un lejano barco de vela, unos palos de golf... Sus dibujos de moda difunden no solo las creaciones de los coutourier, sino todo un mundo ideal de sofisticada elegancia e inalterable ociosidad. Un dispositivo para soñar despierto mientras la Depresión preparaba el terreno a la Segunda Guerra Mundial. Aunque en ese microclima es donde surgen los primeros atisbos de democratización de la moda. Los tejidos artificiales, la petite robe noir femenina, tan funcional y cómoda como la masculina; los trajes de novia con cola desmontable para permitir su reconversión; las réplicas masivas en versión económica... Durante diez años Tejada es su magistral intérprete, pero con el estallido de la Guerra Civil regresa a España. Se convierte entonces en figura clave de la iconografía franquista, con sus dibujos para el Departamento de Prensa y Propaganda y como director artístico de Historia de la Cruzada Española, que se edita en los años 40 en 36 tomos. Esa estética, por completo diferente a la del cronista de moda, es la que hasta ahora se ha asociado a su obra, aunque se distanció de ella por las manipulaciones a que la sometían sin su consentimiento. Pese a ello, siguió colaborando con sus ilustraciones de moda en ABC y Blanco y Negro hasta el final de su vida, en 1958, a los 61 años. Se dedicó a la enseñanza en la Escuela de Artes y Oficios y en la de Bellas Artes. Realizó numerosas decoraciones murales: Caja de Ahorros de Madrid, Radio Victoria, hotel Hilton en Madrid, Casa de la Moneda y Timbre... De toda esa obra ingente, entre el naturalismo costumbrista, el glamour de los dibujos parisinos y la épica del imaginario franquista, el museo ABC rescata ahora por primera vez su faceta de ilustrador de moda, con una selección de 300 originales que durante 30 años acercaron la fascinación de la alta costura a la España nada fascinante de la época.

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