domingo, 13 de noviembre de 2011

UN NEGOCIO MUY SUICIO. EL GUANO.

De los excrementos de las aves que sobrevuelan la veintena de islas que hay frente al Perú se extrae uno de los fertilizantes más demandados del mundo: el guano. No solo resulta más barato que los abonos químicos, sino que, además, es ecológico. Una explotación ancestral que ahora corre peligro de desaparecer. Viajamos hasta allí.



Soluciones del siglo XIX para retos del XXI
. La crisis ha hecho que el precio de las materias primas se ponga por las nubes. De allí precisamente, del cielo, muchos agricultores esperan ahora que vengan las soluciones para amortiguar el golpe de costes que ya no pueden pagar por sus fertilizantes. Y lo esperan en forma de excrementos. El guano –las heces de aves marinas como el pelícano, el cormorán y el piquero– es ya el abono más buscado del planeta. En rigor vuelve a serlo, ya que en el XIX era un bien tan importante como el petróleo, causa de guerras incluso: como la de las islas Chincha, en la que Perú frenó a España en sus intentos de controlar las islas con más guano del Pacífico, o la que casi enfrenta al país andino con Estados Unidos en 1852.


El guano es un abono eficaz en la agricultura por sus altos niveles de nitrógeno y fósforo, dos elementos básicos para el metabolismo de las plantas, por lo que se trata de un abono ecológico de gran calidad para todos los cultivos de interior y exterior. Libre de químicos, mejora además la estructura del suelo, por lo que es también cada vez más demandado por los productores de la agricultura orgánica. Utilizado por los peruanos desde la época inca, actúa incluso como fuente de energía eléctrica y calorífica, ya que puede producir biogás. La producción de este tipo de energía ha experimentado incluso en Alemania un importante crecimiento gracias a la promoción del Gobierno. Pero, claro, como en toda época de necesidad, la demanda es mayor que la oferta. Y no hay guano para todos. Sobre todo porque en uno de los yacimientos históricamente más ricos del planeta –una veintena de islas del Perú– es ya un bien en extinción.
En el siglo XIX, los depósitos
de guano –heces amontonadas unas sobre otras– alcanzaban allí los 50 metros de altura. Hoy, en la mayoría de las islas, rara vez se halla una capa de más 30 centímetros. Apenas quedan reservas para 10 años, 20 como mucho. De hecho, la industria peruana del guano resiste de milagro: su explotación intensiva estuvo a punto de hacerla desaparecer. Y eso que su recolección es ardua. Cada año, decenas de peones llegan a algunas de estas 20 islas –con un clima excepcionalmente seco, nunca llueve, lo que facilita que las heces se solidifiquen pronto– y antes del amanecer ya raspan el duro guano con palas y picos.


Muchos andan descalzos, pero se cubren el rostro con trapos para no inhalar el polvo de los excrementos, casi inodoro, con algo de olor a amoniaco. Los peones ganan unos 600 dólares mensuales, casi el cuádruple de lo que cobra un obrero en el continente.


A nadie extraña que el Perú se muestre hoy tan celoso de su recurso: los fertilizantes sintéticos como la urea superan ya los 600 dólares por tonelada, mientras que en el Perú los mil kilos de guano salen a 250, luego vendidos en Francia, Israel o Estados Unidos por 500. Antiguamente, la exportación de guano engrosaba la mayor parte del presupuesto nacional peruano, pero hoy, con el bien en mínimos, el Gobierno ha restringido su recogida a un par de islas al año. Ha ordenado a su vez que se alisen los terrenos, para que el guano fresco se deslice, cuesta abajo, y tope con unos muros que también ha mandado construir, favoreciendo así no solo la acumulación de las heces, sino su recogida. Se han introducido incluso lagartos en las islas para acabar con la plaga de garrapatas que diezma las aves. El Gobierno, a su vez, ha situado a vigilantes armados en las islas para evitar que los pescadores se acerquen y espanten las aves con sus barcos.
No es el único peligro que llevan por allí los pesqueros, dedicados como están a la pesca de la anchoveta, una especie de anchoa de 15 centímetros, que es el principal alimento de estas aves. Si este pez se extingue, cuya demanda también aumenta entre los productores de harinas de pescado, las aves podrían marcharse o morir.


La nota positiva es que la población aviar de las islas ha pasado de 3,2 a 4 millones en los dos últimos años, pero sigue siendo baja en relación a los 60 millones de aves que había en la edad de oro del guano. Los biólogos ya lo alertan: o se frena la sobreexplotación pesquera, o la anchoveta y las aves marinas podrían extinguirse para el año 2030.

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