Al pie del puente de Williamsburg y debajo del asfalto de Delancey Street, se extiende una galería subterránea del tamaño de un campo de fútbol. Hoy es un amasijo de tuberías oxidadas que se vislumbra al otro lado de las vías de la estación de metro de Essex Street. Pero hubo un tiempo en el que los tranvías que unían Manhattan con Brooklyn daban la vuelta en esta terminal construida en 1903 y clausurada justo después de la II Guerra Mundial. Ahora el arquitecto James Ramsey y el politólogo Dan Barasch quieren devolver este espacio a la ciudad transformándolo en un parque bajo tierra iluminado con unas lámparas de fibra óptica que canalizan la luz natural.
El proyecto se conoce como la LowLine y ya ha recaudado unos 120.000 euros entre más de 3.000 personas gracias a la web Kickstarter. "A todos nos sorprendió el éxito de la idea”, explica el arquitecto Ramsey desde su estudio a ELMUNDO.es, "al principio muchos pensaron que era absurdo construir un parque bajo tierra pero en el barrio ha generado mucha excitación".
A Ramsey se le ocurrió explorar el proyecto cuando un amigo ingeniero le habló de los túneles en desuso que escondían las entrañas de la ciudad. "Hay otros espacios similares", recuerda, "pero ninguno tan amplio como ese túnel". Acondicionarlo e iluminarlo costaría unos 20 millones de dólares: unos 15 millones de euros al cambio actual. Una cifra que los promotores del proyecto se proponen reunir con la ayuda de donaciones anónimas, ayudas municipales y ejercicios de filantropía. "Por ahora no hemos solicitado ninguna subvención", explica Ramsey, "preferimos trabajar con las ayudas de los ciudadanos y así hemos recaudado unos 150.000 dólares que nos ayudarán a hacer una propuesta formal en septiembre y a construir una réplica del parque en un almacén abandonado".
Los creadores de la Lowline se inspiran en el éxito de la High Line: el parque construido en torno a unos raíles abandonados que ha revitalizado el oeste de Manhattan desde su apertura en junio de 2009. Pero el proyecto cuesta siete veces menos y aún no tiene la aprobación municipal.
La galería subterránea es propiedad del ayuntamiento y está en manos del organismo que gestiona el transporte público neoyorquino. Su responsable Peter Hine explicaba hace unos meses que el espacio sólo se asignaría a través de un concurso público pero admitía que se sentía ilusionado con la idea. "Nos lo estamos pensando seriamente", decía, "necesitamos el dinero y es un espacio muy especial con el que deberíamos hacer algo lo antes posible".
El proyecto no existiría si no fuera por la iluminación concebida por Ed Jacobs y el estudio de Ramsey, que absorbe la luz solar y la transmite hasta la galería subterránea a través de un cable de fibra óptica. "Es una tecnología que existe y que ahorraría mucho dinero en electricidad", explica Ramsey, "yo lo llamo luz solar por control remoto y es tan potente que los árboles podrían hacer la fotosíntesis como si no estuvieran bajo tierra".
Es el caso de Mark Miller: un neoyorquino que sueña con comprarse un apartamento en Barcelona y cuya galería de arte está en Orchard Street. Mark es el presidente de la asociación de empresarios del barrio y enseguida percibió el potencial del proyecto. "Mi contable es un señor mayor y recuerda perfectamente ese pasaje subterráneo", explica muy sonriente, "transformarlo en un parque sería maravilloso para el barrio y nosotros los empresarios estaríamos dispuestos a poner dinero para encargarnos de la limpieza".
Mark ha cedido su galería durante el mes de abril para exponer unos paneles con información sobre la LowLine. Algunas imágenes muestran el espacio como es y otras el sueño del arquitecto Ramsay y su amigo Barasch. Quienes visitan la galería pueden expresar sus impresiones en un libro abierto. Algunos eran artistas o diseñadores gráficos que se ofrecían a trabajar en el proyecto y otro sugería que sus responsables deberían pedirle dinero al rapero Jay-Z porque su nombre artístico está tomado de las líneas de metro que pasan por el barrio. Una mujer decía que el proyecto era "la prueba de la grandeza de Nueva York" y varias voces pedían que se restauraran las pintadas y que no hubiera demasiadas tiendas.
n parque subterráneo para Manhattan-foto.
El proyecto se conoce como la LowLine y ya ha recaudado unos 120.000 euros entre más de 3.000 personas gracias a la web Kickstarter. "A todos nos sorprendió el éxito de la idea”, explica el arquitecto Ramsey desde su estudio a ELMUNDO.es, "al principio muchos pensaron que era absurdo construir un parque bajo tierra pero en el barrio ha generado mucha excitación".
A Ramsey se le ocurrió explorar el proyecto cuando un amigo ingeniero le habló de los túneles en desuso que escondían las entrañas de la ciudad. "Hay otros espacios similares", recuerda, "pero ninguno tan amplio como ese túnel". Acondicionarlo e iluminarlo costaría unos 20 millones de dólares: unos 15 millones de euros al cambio actual. Una cifra que los promotores del proyecto se proponen reunir con la ayuda de donaciones anónimas, ayudas municipales y ejercicios de filantropía. "Por ahora no hemos solicitado ninguna subvención", explica Ramsey, "preferimos trabajar con las ayudas de los ciudadanos y así hemos recaudado unos 150.000 dólares que nos ayudarán a hacer una propuesta formal en septiembre y a construir una réplica del parque en un almacén abandonado".
Los creadores de la Lowline se inspiran en el éxito de la High Line: el parque construido en torno a unos raíles abandonados que ha revitalizado el oeste de Manhattan desde su apertura en junio de 2009. Pero el proyecto cuesta siete veces menos y aún no tiene la aprobación municipal.
La galería subterránea es propiedad del ayuntamiento y está en manos del organismo que gestiona el transporte público neoyorquino. Su responsable Peter Hine explicaba hace unos meses que el espacio sólo se asignaría a través de un concurso público pero admitía que se sentía ilusionado con la idea. "Nos lo estamos pensando seriamente", decía, "necesitamos el dinero y es un espacio muy especial con el que deberíamos hacer algo lo antes posible".
El proyecto no existiría si no fuera por la iluminación concebida por Ed Jacobs y el estudio de Ramsey, que absorbe la luz solar y la transmite hasta la galería subterránea a través de un cable de fibra óptica. "Es una tecnología que existe y que ahorraría mucho dinero en electricidad", explica Ramsey, "yo lo llamo luz solar por control remoto y es tan potente que los árboles podrían hacer la fotosíntesis como si no estuvieran bajo tierra".
Artistas y hoteles de diseño
La LowLine ha suscitado curiosidad entre los vecinos del Lower East Side. Un barrio cuya historia la han escrito inmigrantes alemanes, judíos e irlandeses y que ahora aspira a reinventarse como una incubadora de artistas y hoteles de diseño. Algunos ven el proyecto con recelo, temerosos de que encarezca los precios de las casas o atraiga demasiados turistas a la zona. Pero la mayoría lo percibe como una herramienta para ayudar a revitalizar un barrio que durante mucho tiempo apenas recibió inversiones públicas.Es el caso de Mark Miller: un neoyorquino que sueña con comprarse un apartamento en Barcelona y cuya galería de arte está en Orchard Street. Mark es el presidente de la asociación de empresarios del barrio y enseguida percibió el potencial del proyecto. "Mi contable es un señor mayor y recuerda perfectamente ese pasaje subterráneo", explica muy sonriente, "transformarlo en un parque sería maravilloso para el barrio y nosotros los empresarios estaríamos dispuestos a poner dinero para encargarnos de la limpieza".
Mark ha cedido su galería durante el mes de abril para exponer unos paneles con información sobre la LowLine. Algunas imágenes muestran el espacio como es y otras el sueño del arquitecto Ramsay y su amigo Barasch. Quienes visitan la galería pueden expresar sus impresiones en un libro abierto. Algunos eran artistas o diseñadores gráficos que se ofrecían a trabajar en el proyecto y otro sugería que sus responsables deberían pedirle dinero al rapero Jay-Z porque su nombre artístico está tomado de las líneas de metro que pasan por el barrio. Una mujer decía que el proyecto era "la prueba de la grandeza de Nueva York" y varias voces pedían que se restauraran las pintadas y que no hubiera demasiadas tiendas.
- El proyecto costaría unos 20 millones de dólares, unos 15 millones de euros.
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