EL ALMIREZ
Durante el Trienio Liberal (1820-1823), tan hermoso como estéril, estuvieron muy de moda en Madrid los cafés y restaurantes vibrantes de pasión patriótica. En La Fontana de Oro era famoso el cocido madrileño y, entre quienes la frecuentaron, en la carrera de San Jerónimo, figuró con mérito especial Antonio Alcalá Galiano, hijo de Dionisio, el héroe de Trafalgar y tío de Juan Valera –el de Pepita Jiménez–. Antonio Alcalá Galiano, que fue varias veces ministro, acudía al restaurante con sus amigos, el general Rafael del Riego entre ellos, y ya en la digestión, si el ambiente era propicio, solía encaramarse a una de las mesas y lanzar un mitin liberal y patriótico que enardecía al personal. Naturalmente, nadie que no fuera próximo al sentimiento liberal –la izquierda de la época– solía asistir a La Fontana de Oro.
En nuestros días el cocido madrileño, o sus equivalentes de otras latitudes, desde la escudella catalana a la berza gaditana, ha perdido valor patriótico, pero se ha institucionalizado como atractivo turístico de la capital. Es divertido verlo servir en el hotel Ritz (plaza de la Lealtad, 5), donde lo ofrecen todos los jueves y lo degustan, entre el pasmo y la curiosidad, los muy longevos guiris que frecuentan el restaurante. Las lujosas vajillas y la cuidada cubertería contrastan gratamente con la sencillez del garbanzo. Por cierto y al paso: este cocido no incluye hueso de caña, que es típico en el género, quizá para no asustar en demasía con la sobredosis de colesterol que tiene su tuétano. A diario, el cocido más recomendable de Madrid es el de La Gran Tasca (Santa Engracia, 161), sin menospreciar el de la taberna La Bola (Bola, 5), servido en puchero individual.
TÍTULO: HISTORIA--
Expediente Tesla.
Nikola Tesla es, para muchos, el más grande inventor del siglo pasado. Gracias a él, la electricidad llega hoy a millones de hogares en todo el mundo. ¿Pero por qué su nombre ha caído en el olvido? ¿Y qué tuvo que ver en ello Thomas Alva Edison, su gran rival?
Llegó a Nueva York el año en que `nació´ la Estatua de la Libertad, 1884. `Armado´ con su impecable elegancia parisina y la cabeza llena de ideas, llevaba una carta de recomendación: «Conozco a dos grandes hombres, y usted es uno de ellos. El otro es el joven portador de esta carta». El destinatario de la misiva era un ya célebre Thomas Alva Edison, el padre de la bombilla (y el fonógrafo, y el altavoz, y el micrófono del teléfono, y…). El otro `gran hombre´ era Nikola Tesla, un joven serbio desconocido, nacido en 1856 en Smilijan, entonces parte del imperio austrohúngaro e integrado en la actual Croacia. Tesla venía de trabajar en la sede parisina de la Continental Edison, la compañía del inventor norteamericano. Lo mandaba Charles Batchelor, su antiguo jefe europeo.
Según llegó a Nueva York, Tesla preguntó dónde estaban las oficinas de Edison. Y allí fue, a hablar con su futuro jefe: salió del despacho con un puesto de trabajo. Pero entre ambos no hubo una gran sintonía. Y poco después la animadversión acabaría en conflicto abierto. Edison defendía un modelo de negocio eléctrico basado en la corriente continua. Y había convencido ya a algunos inversores, aunque aún a una escala muy reducida: su sistema de distribución eléctrica, el primero en el mundo, arrancó en 1882 con 110 voltios de corriente continua y 59 clientes en Manhattan.
Tesla, en cambio, creía en un modelo basado en la corriente alterna. La pugna entre ambos pasó a la historia como ‘la guerra de las corrientes’. Ganó Tesla con su modelo, mucho más eficiente. Gracias a él apretar hoy un interruptor ilumina nuestras casas. Pese a que la memoria histórica ha sido más benévola con otros inventores (Edison, Hertz, Volta...), el mundo debe mucho al enigmático Nikola Tesla.
Gran ingeniero y con una memoria notable –heredada, según él, de su madre: analfabeta pero capaz de recitar poemas épicos serbios que ella nunca pudo leer–, Tesla poseía además una infinita capacidad de trabajo: le bastaba con dormir dos horas al día y, si el trabajo lo requería, podía estar 80 horas sin pegar ojo. «No hay emoción más intensa para un inventor que ver una de sus creaciones funcionando –decía–. Esa emoción hace que uno se olvide de comer, de dormir, de todo». A ese ritmo se empeñó en resolver el primer gran reto que Edison le puso, a solo un año de su llegada: rediseñar sus generadores de corriente continua. Si lo lograba, recibiría 50.000 dólares. Pero cuando se dirigió a su jefe para exigir su paga, Edison sonrió: «Ay, ¡qué poco ha aprendido usted del humor americano!». Despechado, Tesla abandonó la compañía sin aceptar el aumento de sueldo que se le ofrecía.
Poco después, Tesla encontró a su gran aliado en el `conflicto eléctrico´ con Edison: el rico empresario George Westinghouse. Este contaba ya, desde 1886, con una pequeña red eléctrica en Massachusetts, basada en la corriente alterna. Pero le faltaba la clave para distribuir la electricidad a gran escala. El motor de inducción, ya inventado y patentado por Tesla, era esa clave. Según la leyenda, el empresario ofreció al inventor un millón de dólares y un porcentaje de los beneficios por los derechos de todas sus patentes. Los papeles que han llegado hasta hoy aportan otras cifras: 60.000 dólares por la adquisición de 40 patentes; cinco mil en metálico y el resto en acciones. Tesla, además, recibiría 2,5 dólares por cada caballo de potencia generado gracias a la electricidad vendida. Cuando las cosas adquirieron una escala mayor, este pago resultó inviable. Hubiese convertido a Tesla en un multimillonario sin precedentes…
Aquellos fueron años intensos, tanto en los laboratorios como en los incipientes medios de comunicación. Tesla y Edison trataban de convencer a la opinión pública de las bondades de su sistema y de los peligros del método rival. Edison no dudó en congregar a periodistas y curiosos para mostrarles los peligros de la corriente alterna aplicando descargas a perros y gatos que mandaba recoger de la calle. Filmó incluso la ejecución de un elefante del circo de Coney Island que había matado a tres hombres. Esto ocurría en 1903. Años atrás, Harold P. Brown –un ingeniero secretamente financiado por Edison– había inventado la silla eléctrica. Se utilizó por primera vez en agosto de 1890, y uno de sus objetivos era desacreditar a la corriente alterna que empleaba...
Tesla también fue un mago en utilizar a los medios. Ya célebre, los periodistas se peleaban por arrancarle una entrevista, siempre generosa en titulares. «El presente es vuestro –decía–, pero el futuro es mío». O: «A lo largo del espacio hay energía, y es una mera cuestión de tiempo que los hombres logren aprovechar esa energía. El científico no busca un resultado inmediato. No espera que sus ideas avanzadas sean fácilmente aceptadas. Su deber es sentar las bases para los que vendrán, señalar el camino». Desde este punto de vista, Tesla marcó incluso el camino hacia el SMS, el e-mail y el whatsapp: «Cualquier persona, en mar o en tierra, con un aparato sencillo y barato que cabe en un bolsillo, podría recibir noticias de cualquier parte del mundo o mensajes particulares destinados solo al portador; la Tierra se asemejaría a un inconmensurable cerebro, capaz de emitir una respuesta desde cualquier punto».
A su vez, los curiosos de la época se agolpaban para ver su demostración pública del primer dispositivo movido por un mando a distancia: un pequeño barco que dejó atónitos a cuantos se acercaron al Madison Square Garden.
Volviendo a la `guerra de las corrientes´, el equipo de Westinghouse y Tesla logró hitos en la Feria Internacional de Chicago, en 1893, dedicada al invento de moda: la electricidad. Para iluminarla, se optó por los generadores de corriente alterna. La otra gran victoria llegó ese mismo año: el grupo de expertos que debía decidir qué sistema adoptar para aprovechar el potencial hidroeléctrico de las cataratas del Niágara otorgó el contrato a Westinghouse, desechando a otras compañías; entre ellas, la de Edison. Muchos dudaban de que el sistema cumpliese su objetivo: alimentar la demanda de la creciente industria de Búfalo. Tesla aseguró que esas cataratas podrían alimentar a todos los Estados Unidos. Y consiguió que su método se implantara en la mayor instalación eléctrica construida hasta la fecha. En 1915 se habló de un supuesto premio Nobel compartido por Tesla y Edison. Se desconoce hasta qué punto el rumor se basaba en hechos reales. El reconocimiento nunca llegó. Hoy, Tesla es visto como un gran castigado por la historia que acabó sus días empobrecido –los contratos con Westinghouse quedaron anulados por lo inviable de pagarle lo establecido– y sumido en la manía persecutoria. Visto su impresionante currículum, ¿qué lo condenó al olvido? Algunos creen que su escasa habilidad para los negocios: fue incapaz de encontrar una gran corporación que ‘esponsorizara’ sus logros. Otros hablan de su genial pero retorcida mente. Es más que probable que sufriera algún tipo de trastorno obsesivo compulsivo, que podría explicar algunas de sus excentricidades, como su obsesión con el número tres, que le instaba a dar tres vueltas a la manzana antes de entrar en un edificio, o que lo llevó a pasar sus últimos años en la habitación 3327 (un número siempre divisible por tres), del piso 33 del New Yorker Hotel. ¿O temió la comunidad científica reconocer a quien, al final de su vida, aseguraba haber captado señales de los extraterrestres con uno de sus inventos? Allí, en el New Yorker hotel, Tesla murió en 1943, a los 87 años. No tuvo hijos ni se casó. Decía haber sido célibe toda la vida porque eso le permitía centrarse en su trabajo. «Todo mi dinero lo he invertido en experimentos para realizar nuevos hallazgos que permitan vivir mejor a la humanidad», dijo. Tras su muerte, el FBI –al dictado de Edgar Hoover– se incautó de sus papeles por miedo de que cayeran en manos equivocadas: Tesla aseguraba haber inventado un rayo capaz de acabar de un solo ‘disparo’ con todo un ejército. Nunca llegó a probarse. Para algunos fue el más grande inventor del siglo XX.
Llegó a Nueva York el año en que `nació´ la Estatua de la Libertad, 1884. `Armado´ con su impecable elegancia parisina y la cabeza llena de ideas, llevaba una carta de recomendación: «Conozco a dos grandes hombres, y usted es uno de ellos. El otro es el joven portador de esta carta». El destinatario de la misiva era un ya célebre Thomas Alva Edison, el padre de la bombilla (y el fonógrafo, y el altavoz, y el micrófono del teléfono, y…). El otro `gran hombre´ era Nikola Tesla, un joven serbio desconocido, nacido en 1856 en Smilijan, entonces parte del imperio austrohúngaro e integrado en la actual Croacia. Tesla venía de trabajar en la sede parisina de la Continental Edison, la compañía del inventor norteamericano. Lo mandaba Charles Batchelor, su antiguo jefe europeo.
Según llegó a Nueva York, Tesla preguntó dónde estaban las oficinas de Edison. Y allí fue, a hablar con su futuro jefe: salió del despacho con un puesto de trabajo. Pero entre ambos no hubo una gran sintonía. Y poco después la animadversión acabaría en conflicto abierto. Edison defendía un modelo de negocio eléctrico basado en la corriente continua. Y había convencido ya a algunos inversores, aunque aún a una escala muy reducida: su sistema de distribución eléctrica, el primero en el mundo, arrancó en 1882 con 110 voltios de corriente continua y 59 clientes en Manhattan.
Tesla, en cambio, creía en un modelo basado en la corriente alterna. La pugna entre ambos pasó a la historia como ‘la guerra de las corrientes’. Ganó Tesla con su modelo, mucho más eficiente. Gracias a él apretar hoy un interruptor ilumina nuestras casas. Pese a que la memoria histórica ha sido más benévola con otros inventores (Edison, Hertz, Volta...), el mundo debe mucho al enigmático Nikola Tesla.
Gran ingeniero y con una memoria notable –heredada, según él, de su madre: analfabeta pero capaz de recitar poemas épicos serbios que ella nunca pudo leer–, Tesla poseía además una infinita capacidad de trabajo: le bastaba con dormir dos horas al día y, si el trabajo lo requería, podía estar 80 horas sin pegar ojo. «No hay emoción más intensa para un inventor que ver una de sus creaciones funcionando –decía–. Esa emoción hace que uno se olvide de comer, de dormir, de todo». A ese ritmo se empeñó en resolver el primer gran reto que Edison le puso, a solo un año de su llegada: rediseñar sus generadores de corriente continua. Si lo lograba, recibiría 50.000 dólares. Pero cuando se dirigió a su jefe para exigir su paga, Edison sonrió: «Ay, ¡qué poco ha aprendido usted del humor americano!». Despechado, Tesla abandonó la compañía sin aceptar el aumento de sueldo que se le ofrecía.
Poco después, Tesla encontró a su gran aliado en el `conflicto eléctrico´ con Edison: el rico empresario George Westinghouse. Este contaba ya, desde 1886, con una pequeña red eléctrica en Massachusetts, basada en la corriente alterna. Pero le faltaba la clave para distribuir la electricidad a gran escala. El motor de inducción, ya inventado y patentado por Tesla, era esa clave. Según la leyenda, el empresario ofreció al inventor un millón de dólares y un porcentaje de los beneficios por los derechos de todas sus patentes. Los papeles que han llegado hasta hoy aportan otras cifras: 60.000 dólares por la adquisición de 40 patentes; cinco mil en metálico y el resto en acciones. Tesla, además, recibiría 2,5 dólares por cada caballo de potencia generado gracias a la electricidad vendida. Cuando las cosas adquirieron una escala mayor, este pago resultó inviable. Hubiese convertido a Tesla en un multimillonario sin precedentes…
Aquellos fueron años intensos, tanto en los laboratorios como en los incipientes medios de comunicación. Tesla y Edison trataban de convencer a la opinión pública de las bondades de su sistema y de los peligros del método rival. Edison no dudó en congregar a periodistas y curiosos para mostrarles los peligros de la corriente alterna aplicando descargas a perros y gatos que mandaba recoger de la calle. Filmó incluso la ejecución de un elefante del circo de Coney Island que había matado a tres hombres. Esto ocurría en 1903. Años atrás, Harold P. Brown –un ingeniero secretamente financiado por Edison– había inventado la silla eléctrica. Se utilizó por primera vez en agosto de 1890, y uno de sus objetivos era desacreditar a la corriente alterna que empleaba...
Tesla también fue un mago en utilizar a los medios. Ya célebre, los periodistas se peleaban por arrancarle una entrevista, siempre generosa en titulares. «El presente es vuestro –decía–, pero el futuro es mío». O: «A lo largo del espacio hay energía, y es una mera cuestión de tiempo que los hombres logren aprovechar esa energía. El científico no busca un resultado inmediato. No espera que sus ideas avanzadas sean fácilmente aceptadas. Su deber es sentar las bases para los que vendrán, señalar el camino». Desde este punto de vista, Tesla marcó incluso el camino hacia el SMS, el e-mail y el whatsapp: «Cualquier persona, en mar o en tierra, con un aparato sencillo y barato que cabe en un bolsillo, podría recibir noticias de cualquier parte del mundo o mensajes particulares destinados solo al portador; la Tierra se asemejaría a un inconmensurable cerebro, capaz de emitir una respuesta desde cualquier punto».
A su vez, los curiosos de la época se agolpaban para ver su demostración pública del primer dispositivo movido por un mando a distancia: un pequeño barco que dejó atónitos a cuantos se acercaron al Madison Square Garden.
Volviendo a la `guerra de las corrientes´, el equipo de Westinghouse y Tesla logró hitos en la Feria Internacional de Chicago, en 1893, dedicada al invento de moda: la electricidad. Para iluminarla, se optó por los generadores de corriente alterna. La otra gran victoria llegó ese mismo año: el grupo de expertos que debía decidir qué sistema adoptar para aprovechar el potencial hidroeléctrico de las cataratas del Niágara otorgó el contrato a Westinghouse, desechando a otras compañías; entre ellas, la de Edison. Muchos dudaban de que el sistema cumpliese su objetivo: alimentar la demanda de la creciente industria de Búfalo. Tesla aseguró que esas cataratas podrían alimentar a todos los Estados Unidos. Y consiguió que su método se implantara en la mayor instalación eléctrica construida hasta la fecha. En 1915 se habló de un supuesto premio Nobel compartido por Tesla y Edison. Se desconoce hasta qué punto el rumor se basaba en hechos reales. El reconocimiento nunca llegó. Hoy, Tesla es visto como un gran castigado por la historia que acabó sus días empobrecido –los contratos con Westinghouse quedaron anulados por lo inviable de pagarle lo establecido– y sumido en la manía persecutoria. Visto su impresionante currículum, ¿qué lo condenó al olvido? Algunos creen que su escasa habilidad para los negocios: fue incapaz de encontrar una gran corporación que ‘esponsorizara’ sus logros. Otros hablan de su genial pero retorcida mente. Es más que probable que sufriera algún tipo de trastorno obsesivo compulsivo, que podría explicar algunas de sus excentricidades, como su obsesión con el número tres, que le instaba a dar tres vueltas a la manzana antes de entrar en un edificio, o que lo llevó a pasar sus últimos años en la habitación 3327 (un número siempre divisible por tres), del piso 33 del New Yorker Hotel. ¿O temió la comunidad científica reconocer a quien, al final de su vida, aseguraba haber captado señales de los extraterrestres con uno de sus inventos? Allí, en el New Yorker hotel, Tesla murió en 1943, a los 87 años. No tuvo hijos ni se casó. Decía haber sido célibe toda la vida porque eso le permitía centrarse en su trabajo. «Todo mi dinero lo he invertido en experimentos para realizar nuevos hallazgos que permitan vivir mejor a la humanidad», dijo. Tras su muerte, el FBI –al dictado de Edgar Hoover– se incautó de sus papeles por miedo de que cayeran en manos equivocadas: Tesla aseguraba haber inventado un rayo capaz de acabar de un solo ‘disparo’ con todo un ejército. Nunca llegó a probarse. Para algunos fue el más grande inventor del siglo XX.
Quién apagó al genio más brillante del siglo XX-FOTO.
TÍTULO: MERCADO DE ESPECIES SALVAJES. FAUNA. QUIÉS ES EL ANIMAL.
Es el comercio ilegal más lucrativo del mundo, junto con las drogas y las armas. Las mafias que trafican con animales salvajes están diezmando la biodiversidad. A pesar de las leyes internacionales, dos países, China e Indonesia, siguen comprando fauna protegida, confiando en sus poderes curativos. El aumento del poder adquisitivo de los chinos ha disparado el negocio. Le mostramos cómo es este terrible mercado por dentro.
Tenía el mayor de los trofeos delante: un poderoso gorila de espalda plateada. No podía creer que a un disparo de distancia tuviera la posibilidad de ganar tanto dinero. Dos cartuchos era toda su munición, pero con suerte le sobraría uno. El gorila estaba tan cerca que sabía que no podría fallar.
Apuntó con cuidado. El cartucho que había entrado en la recámara de su vieja escopeta le había costado 500 francos cameruneses, unos 0,76 euros al cambio. El trofeo que le iba a proporcionar podría convertirse en 30.000 francos, 45 euros, si el intermediario asiático cumplía su palabra. Soñando con una recompensa que equivalía a diez años de trabajos en el interior de la selva del Congo, el cazador apretó el gatillo. El gigantesco macho de espalda plateada permaneció un instante congelado e inmutable en el claro de la selva y cayó exánime.
Mientras descuartizaba al gigante, el cazador no paraba de pensar en la alegría que llevaría a su poblado. Con las ganancias podría invitar a todos sus vecinos a un banquete en el que no faltaría la carne de gorila. Iba a ser un festín. El intermediario asiático solo quería el pene, los testículos y las manos del gran simio. Así que, empapado en la sangre del trofeo, volvió a su pueblo radiante de felicidad.
Dos semanas más tarde, mientras las manos del gorila se vendían en un mercado clandestino de Yakarta, todo el poblado del cazador había muerto. La sangre del gorila portaba el virus del ébola, y el festín de los indígenas les había costado a todos la vida.
No es un cuento ejemplarizante. Es un hecho real... y repetido. El comercio de animales salvajes está diezmando las poblaciones de especies amenazadas en todo el mundo. Ya sean para consumo directo, como fuente de medicinas tradicionales o como mascotas, millones de animales mueren al año o son extraídos de sus hábitats naturales para no volver jamás. A pesar de que pueda parecer un problema menor, el contrabando de especies silvestres es uno de los comercios ilegales más lucrativos del mundo. Como en todo mercado ilegal, es difícil dar cifras precisas, pero se estima que a nivel mundial mueve al menos 8000 millones de euros, el tercero en volumen tras el tráfico de drogas y de armas. Pero organizaciones como WWF/Adena aseguran que el tráfico internacional de especies amenazadas mueve al año unos 160.000 millones de euros. Los precios del mercado son altos: una piel de pantera alcanza los 80.000 euros; un kilo de polvo del cuerno de rinoceronte, 15.000; un loro salvaje amazónico, 800...
Las organizaciones conservacionistas intergubernamentales han unido fuerzas con organizaciones privadas para luchar contra una marea que está diezmando la biodiversidad del planeta. Se proponen leyes internacionales, se firman convenios y se dictan medidas para atajar este comercio despiadado. Pero todas las acciones se convierten en inútiles en cuanto hay algún país que hace oídos sordos. Y China e Indonesia, dos gigantes asiáticos superpoblados, siguen permitiendo que este comercio se lleve a cabo en sus países. La medicina popular china, que atribuye propiedades de todo tipo a la ingesta de partes de los animales salvajes con poderes destacables -fuerza en los tigres, virilidad en los rinocerontes, longevidad en las tortugas...-, está tan extendida que millones de personas siguen comprando hoy en día pene de tigre para curarse la impotencia, cuerno de rinoceronte para depurar las toxinas de la sangre o bilis de oso tibetano para frenar el cáncer.
Con la economía de China en crecimiento imparable, muchos chinos han adquirido un nivel económico que les permite acceder a las medicinas más caras, como los huesos o las partes de tigre, una mercancía por la que se pagan miles de euros. El resultado es que se ha incrementado tanto la caza furtiva de los grandes felinos que apenas quedan ejemplares ya en libertad.
Cuando las leyes internales cierran puertas a este comercio destructor, las artimañas legales de algunos de estos países abren una vía alternativa. Desde hace unos años, en algunos países asiáticos se crían tigres y osos tibetanos para la extracción y venta de sus partes y fluidos corporales. Más allá de la ética de esta práctica, estos criaderos en realidad abren la puerta al tráfico de estos mismos animales capturados en estado salvaje. Muchos de los huesos de tigre vendidos como procedentes de granjas llegan directamente de las selvas de la India. Mientras el mercado negro ofrece 7000 euros por el cuerpo de un tigre, mantenerlo vivo en un zoológico puede suponer un gasto de 3000 euros al año. Y una bala no llega a un euro.
Los grandes traficantes permanecen a salvo en sus refugios asiáticos. Como sucedía con el cazador de gorilas del principio de este artículo, son las personas locales, aquellas que viven en la miseria y a las que se les ofrece un precio demasiado tentador, las que se juegan la vida para que un mediador asiático sin escrúpulos le saque un rendimiento extraordinario al producto de su caza desde la seguridad de un lujoso despacho.
Tenía el mayor de los trofeos delante: un poderoso gorila de espalda plateada. No podía creer que a un disparo de distancia tuviera la posibilidad de ganar tanto dinero. Dos cartuchos era toda su munición, pero con suerte le sobraría uno. El gorila estaba tan cerca que sabía que no podría fallar.
Apuntó con cuidado. El cartucho que había entrado en la recámara de su vieja escopeta le había costado 500 francos cameruneses, unos 0,76 euros al cambio. El trofeo que le iba a proporcionar podría convertirse en 30.000 francos, 45 euros, si el intermediario asiático cumplía su palabra. Soñando con una recompensa que equivalía a diez años de trabajos en el interior de la selva del Congo, el cazador apretó el gatillo. El gigantesco macho de espalda plateada permaneció un instante congelado e inmutable en el claro de la selva y cayó exánime.
Mientras descuartizaba al gigante, el cazador no paraba de pensar en la alegría que llevaría a su poblado. Con las ganancias podría invitar a todos sus vecinos a un banquete en el que no faltaría la carne de gorila. Iba a ser un festín. El intermediario asiático solo quería el pene, los testículos y las manos del gran simio. Así que, empapado en la sangre del trofeo, volvió a su pueblo radiante de felicidad.
Dos semanas más tarde, mientras las manos del gorila se vendían en un mercado clandestino de Yakarta, todo el poblado del cazador había muerto. La sangre del gorila portaba el virus del ébola, y el festín de los indígenas les había costado a todos la vida.
No es un cuento ejemplarizante. Es un hecho real... y repetido. El comercio de animales salvajes está diezmando las poblaciones de especies amenazadas en todo el mundo. Ya sean para consumo directo, como fuente de medicinas tradicionales o como mascotas, millones de animales mueren al año o son extraídos de sus hábitats naturales para no volver jamás. A pesar de que pueda parecer un problema menor, el contrabando de especies silvestres es uno de los comercios ilegales más lucrativos del mundo. Como en todo mercado ilegal, es difícil dar cifras precisas, pero se estima que a nivel mundial mueve al menos 8000 millones de euros, el tercero en volumen tras el tráfico de drogas y de armas. Pero organizaciones como WWF/Adena aseguran que el tráfico internacional de especies amenazadas mueve al año unos 160.000 millones de euros. Los precios del mercado son altos: una piel de pantera alcanza los 80.000 euros; un kilo de polvo del cuerno de rinoceronte, 15.000; un loro salvaje amazónico, 800...
Las organizaciones conservacionistas intergubernamentales han unido fuerzas con organizaciones privadas para luchar contra una marea que está diezmando la biodiversidad del planeta. Se proponen leyes internacionales, se firman convenios y se dictan medidas para atajar este comercio despiadado. Pero todas las acciones se convierten en inútiles en cuanto hay algún país que hace oídos sordos. Y China e Indonesia, dos gigantes asiáticos superpoblados, siguen permitiendo que este comercio se lleve a cabo en sus países. La medicina popular china, que atribuye propiedades de todo tipo a la ingesta de partes de los animales salvajes con poderes destacables -fuerza en los tigres, virilidad en los rinocerontes, longevidad en las tortugas...-, está tan extendida que millones de personas siguen comprando hoy en día pene de tigre para curarse la impotencia, cuerno de rinoceronte para depurar las toxinas de la sangre o bilis de oso tibetano para frenar el cáncer.
Con la economía de China en crecimiento imparable, muchos chinos han adquirido un nivel económico que les permite acceder a las medicinas más caras, como los huesos o las partes de tigre, una mercancía por la que se pagan miles de euros. El resultado es que se ha incrementado tanto la caza furtiva de los grandes felinos que apenas quedan ejemplares ya en libertad.
Cuando las leyes internales cierran puertas a este comercio destructor, las artimañas legales de algunos de estos países abren una vía alternativa. Desde hace unos años, en algunos países asiáticos se crían tigres y osos tibetanos para la extracción y venta de sus partes y fluidos corporales. Más allá de la ética de esta práctica, estos criaderos en realidad abren la puerta al tráfico de estos mismos animales capturados en estado salvaje. Muchos de los huesos de tigre vendidos como procedentes de granjas llegan directamente de las selvas de la India. Mientras el mercado negro ofrece 7000 euros por el cuerpo de un tigre, mantenerlo vivo en un zoológico puede suponer un gasto de 3000 euros al año. Y una bala no llega a un euro.
Los grandes traficantes permanecen a salvo en sus refugios asiáticos. Como sucedía con el cazador de gorilas del principio de este artículo, son las personas locales, aquellas que viven en la miseria y a las que se les ofrece un precio demasiado tentador, las que se juegan la vida para que un mediador asiático sin escrúpulos le saque un rendimiento extraordinario al producto de su caza desde la seguridad de un lujoso despacho.
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