``Salgo al campo con tacones porque el chándal me queda fatal.
Soy psicóloga deportiva y trabajo para el Betis. Atiendo también a tenistas, ciclistas y atletas. Creo que el optimismo es el camino para alcanzar los sueños.
XLSemanal. Metida en el fútbol, vive y padece un mundo de hombres.
Patricia Ramírez Loeffler. Sí, pero ya empieza a haber más psicólogas en otros equipos. Cuestión de tiempo...
XL. No se corta nada; se sienta en el banquillo con traje negro ajustado, tacones de vértigo, medias de cristal y melena rubia al viento.
P.R.L. Es que el chándal me queda fatal. Y no lo hay de mi talla [risas].
XL. ¿Cómo se ve: como la Sara Carbonero del banquillo o como el Eduardo Punset de las emociones?
P.R.L. Sin duda, como el Punset de las emociones, muchísimo más.
XL. Cuando ruge la grada, ¿qué es lo más tremendo que le han dicho?
P.R.L. ¡De todo! Unos te insultan si ganas y otros, si pierdes. Me han llegado a amenazar por teléfono diciéndome que, si no ganábamos, saben dónde vivo.
XL. ¿Regaña a los jugadores si se van de juerga?
P.R.L. Esa es una injusta leyenda urbana. Todo el mundo se va de marcha. En los deportistas llama más la atención. Pero yo no regaño a nadie, soy increíblemente comprensiva.
XL. ¿Celebra con ellos las victorias?
P.R.L. Nunca; soy una persona bastante seria y aburrida y prefiero el cine o una cena tranquila y romántica. Y a las 12, en casa porque me convierto en calabaza.
XL. Guardiola pone ópera a sus jugadores para que se relajen. ¿Usted?
P.R.L. No, mis deportistas se animan con mis charlas, muy emotivas y con mensaje positivo. Eso engancha mucho.
XL. Cuando ganan o pierden una gran final, ¿quién llora más: ellos o usted?
P.R.L. Yo, sin duda; soy una llorona. Me emociono con lo bueno y con lo malo. Y cuando todo sale bien, me desparramo.
XL. Los entrenadores ejercen un poco de padres de los futbolistas, ¿es usted la madre de todos?
P.R.L. Pues más o menos, porque si oigo que se meten con un jugador mío salto como una leona, como si fuera mi hijo.
XL. ¿Cobra primas por título ganado?
P.R.L. [Ríe]. No, ni `primos´. Mi mayor prima es el abrazo de un deportista cuando gana y reconoce mi trabajo.
XL. ¿Cuáles son sus gritos de guerra?
P.R.L. ¡Tú puedes! ¡No te rindas! ¡Juega al límite! Luego les digo que actúen como robots, que no sientan ni padezcan.
XL. ¡Vaya consejo! Por cierto, ¿ha trabajado con algún político?
P.R.L. No, pero si me llaman, aquí estoy. A algunos habría que enseñarles a cambiar la comunicación no verbal que tienen. n
Su desayuno es el siguiente; Hagan juego.
Los domingos desayuno con los jugadores del Betis porque, al teminar, les doy una charla. Así que tomo de todo: zumos, tostadas, huevos.
TÍTULO: DIVÁN DE OLGA VIZA CON
ATLETISMO | MARATÓN DE MADRID.
Korir "roba" el triunfo a Mitei en Madrid en la recta final
Se impuso en la meta del Retiro con un tiempo de 2h12:07, seguido de sus compatriotas Enock Mitei (2h12:13) y de Cherogony (2hj12:14), que ganó en 2010 y fue segundo el año pasado.
El keniano Patrick Korir, surgiendo desde atrás, adelantó en 400 metros a dos rivales para arrebatar el triunfo en el maratón de Madrid a su compatriota Enock Mitei, que había atacado en la parte más dura y llegó destacado al parque del Retiro, donde estaba instalada la meta.Korir, en posesión de una modesta marca personal de 2h11:36, "robó la cartera" a Mitei y a Thompson Cherogony, que conocían mejor que él la última parte de la prueba. Venció con 2h12:07, seguido de Mitei (2h12:13) y de Cherogony (2h12:14), que ganó en 2010 y fue segundo el año pasado.
En categoría femenina también hubo victoria keniana. Margaret Agai dejó atrás en los tres últimos kilómetros a las etíopes Roman Gebre Gessese y Tigist Gebeyahu para imponerse con un tiempo de 2h32:19 con más de dos minutos de ventaja sobre Gessese.
Con diez grados de temperatura, más de 18.000 corredores -entre ellos 4.800 extranjeros- partieron a las 9.00 horas junto a la plaza de Colón para enfrentarse a un recorrido que alcanzaba su punto más alto en la plaza de Castilla (km. 5) y el más bajo en la Casa de Campo (km.29). A partir de ahí el maratón madrileño adoptaba un perfil ascendente hasta la meta, situada en El Retiro.
Transcurridos los primeros cinco kilómetros del maratón (15:22), el mexicano Alejandro Suárez era el único no africano que marchaba en el grupo de cabeza. La liebre, el zimbabués afincado en Madrid Cuthbert Nyasango, marcaba un ritmo que resultó excesivo para el keniano Félix Limo, tal vez el más ilustre de los contendientes, vencedor en Londres hace seis años y hoy octavo en la meta.
Al paso por el medio maratón (1h04:52), Suárez ya no estaba en el paquete delantero. Quedaba ocho en cabeza, todos ellos africanos, incluidos el vencedor y el segundo clasificado del 2011, Arusei y Thompson Cherogony.
Pero Arusei, que hizo récord de la prueba el pasado año (2h10:58) empezó a pasarlo mal en la Casa de Campo y no pudo seguir el ritmo que marcaba Enock Mitei, ganador del Medio Maratón de Madrid 2011. La selección era ya de cuatro: los kenianos Cherogony, Patrick Korir y Enock Mitei, junto al etíope Hailu Dogaga.
En la parte final, la más dura del recorrido, Cherogony, por tercer año consecutivo en la carrera, contaba con la ventaja de la experiencia. Sabía que lo peor estaba por llegar y se puso "a rueda" de sus rivales para reservar fuerzas.
Poco después cedió el etíope. Tres kenianos -Cherogony, Mitei y Korir- se iban a jugar la victoria, pero la iniciativa siguió en manos de Mitei, que atacó cuesta arriba, en la calle de Alfonso XII, y ganó unos metros sobre sus dos compañeros de fuga.
Mitei también conocía la última parte del trayecto porque coincide con el del Medio Maratón de Madrid, que ganó el año pasado. Junto a la verja del Retiro Cherogony partió en su busca pero ya era demasiado tarde.
Y cuando Mitei parecía a punto de ganar la carrera, surgió desde atrás, incontenible, Korir para llevarse el triunfo.
La carrera femenina tuvo una primera protagonista en la lituana Diana Lobacevskei, que marcó la pauta hasta el décimo kilómetro (36:33), y a partir de ahí las africanas controlaron la prueba. Las etíopes Tigist Gebeyahu, Roman Gebre Gessese y Tigist Worku se llevaron consigo a la keniana Margaret Agai, que terminó alzándose con el triunfo.
El cuarteto delantero pasó el medio maratón en 1h15:30 y permaneció agrupado hasta que Worku perdió contacto en el km.30. En la última fase, Agai dejó muy atrás a sus dos compañeras y se presentó en la meta con más de dos minutos de ventaja sobre Gessese.
La carrera madrileña, incluida en las Rock''n Roll Marathon Series, fue amenizada por veinte bandas musicales apostadas a lo largo del recorrido para celebrar un festival sonoro al que pondrá remate el grupo MClan con un concierto junto a la meta.
TÍTULO: ¡ PLATO!
Pertenezco a la generación de los Supersónicos. Quiero decir que, cuando yo era niña, nos
imaginábamos la vida del siglo XXI parecida a la de los personajes de aquella legendaria serie. Con un padre que iba a trabajar en una micronave espacial y una madre que lo esperaba en casa dando instrucciones a Robotina, una mucama-androide con cofia y todo. Curiosamente, el futuro no ha ido por ahí, sino por derroteros que los guionistas de la serie (y los de tantas otras películas futuristas) ni siquiera atisbaron. Todos ellos, Spielberg incluido, imaginaron adelantos como teletransportadores, robots y naves interestelares, pero no se les ocurrió `inventar´ elementos ahora tan imprescindibles como Internet o teléfonos móviles. Otro punto en el que fallaron estrepitosamente los guionistas fue en lo que respecta a la comida. Imaginaban que los seres de nuestro siglo no perderían tiempo sentándose a la mesa ante un filete o una sopa de fideos. El hombre del siglo XXI, según ellos, se alimentaría de sanísimas píldoras diseñadas para aportar todos los nutrientes necesarios a su organismo. Lejos de hacerse realidad la profecía, se presta ahora más atención que nunca a la comida. Comer hoy es un rito, una ceremonia. Y los oficiantes de ese sagrado ritual se han convertido en sumos sacerdotes y admirados gurús, hasta tal punto que hoy un hijo te dice que quiere ser cocinero y, lejos de pegarte un julepe, te quedas tan contento como si te hubiera dicho que quiere ser ingeniero o físico nuclear. En efecto, la cocina ha salido del armario –o de la rústica alacena– en la que vivía confinada para reinar en todos los salones. Y a mí me parece muy bien, y soy gran partidaria de las excursiones gastronómicas, esas que, según la Guía Michelin, a veces «merecen el desvío» y otras «merecen todo un viaje». Me encanta la comida japonesa, la china, la peruana, la mexicana, la italiana, la francesa y, por supuesto, la española actual, que tiene, según creo, el equilibrio perfecto entre innovación y tradición. Admiro la tortilla deconstruida (aunque prefiero la de toda la vida); también el helado de romero (aunque, qué quieren que les diga, donde esté el de dulce de leche…); me sorprenden los sorbetes de pimienta, los arroces `en movimiento´, las piruletas de sobrasada, los filetes de peta zetas y todas esas creatividades que ahora se llevan. En fin, que todo eso me parece muy bien y da mucho tema de conversación. Pero hay una cosa que me carga y no puedo soportar. ¿Se han dado cuenta de que ahora todo, y en especial la carne y el pescado, se come en platos hondos o si no en unos supermegaguays ovalados o rectangulares, pero nunca llanos? Yo no sé quién inventará estas nuevas vajillas, pero me acuerdo de él y de toda su santa parentela cada vez que voy a un restaurante. Y es que es imposible hacer una pausa en la comida porque no se puede posar el cuchillo y el tenedor en el plato so pena de que se zambullan inmediatamente en la salsa, de donde hay que repescarlos pringosos. Y si por un casual uno intenta dejarlos un segundo, ¡uno!, sobre la superficie empinada del maldito plato de marras, van y hacen catapulta hasta aterrizar en la blusa propia o en la corbata ajena. Sí, ahora todos los platos son hondos. Excepto los de helado, que, a saber por qué otro superferolítico mandato culinario, son llanos, con lo que uno se pasa todo el rato persiguiendo el sorbete de aceite de oliva al eneldo perfumado o el semifreddo de café al aroma de boniato plato arriba, plato abajo. Con lo bonitas que eran las copas de helado y lo sencillos los boles de toda la vida. En fin. Quede aquí mi sugerencia para los chefs de campanillas. Que piensen que el placer de comer no reside solo en la imaginación, la creatividad y la innovación. También está en el sentido común y en la comodidad. Y que si quieren que uno –una en este caso– siga haciendo excursiones gastronómicas para extasiarse con palomitas de chile con carne y hamburguesa de tofu con salsa de vieiras, que tengan al menos la gentileza de servirlos de modo que resulten gratos de comer. Claro que donde estén unas buenas albóndigas caseras… A mí, esas me da igual comerlas donde sea.
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