Un boxeador excampeón de España trabaja desde una lonja de Madrid por la integración de una treintena de chavales a través del deporte. Por su escuela han pasado también Penélope Cruz o Natalia Verbeke.
Hubo un tiempo en que la vida de Jerónimo García, 'Jero', era como esa vela que arde por los dos lados y que no llegará a mañana, siempre al límite. Nació hace 41 años en el barrio madrileño de Carabanchel y cuando salía a jugar con sus amigos, algunos no tan afortunados como ha demostrado el paso del tiempo, tenía que apartar las jeringuillas que salpicaban hasta el último rincón verde que media entre Tercio Terol y Caño Roto, dos calles que parecen sacadas de un octosílabo de Joaquín Sabina. Hogares donde no se estila tocar el piano. Pero a Jero, por uno de esos azares del destino, la vida le tenía reservado algo distinto. Se enamoró del boxeo, trabajó duro en el Gimnasio Metropolitano, por donde antes que él habían pasado Castillejo o Berdonce, y acabó convirtiéndose en campeón nacional de los pesos medios.
En plena 'movida' madrileña a él también le dolía la cara, y no precisamente de ser tan guapo. Nueve fracturas de tabique nasal después, da por bien empleado el tiempo transcurrido. Es entrenador de boxeo y kickboxing, ha actuado en cuatro películas -la última titulada 'Zurdo', un documental del guipuzcoano Demetrio Elorza- y acumula intervenciones televisivas, delante y detrás de las cámaras. Por su gimnasio han pasado desde Alejandro Sanz a Penélope Cruz, aunque si le preguntan dirá que de quien más orgulloso está es de Damián Biachio, 'el Guinea', ese chaval que un día llamó a su puerta con una autorización de sus padres falsificada. Hoy es campeón de España welter en categoría aficionados y ya piensa en dar el salto al profesionalismo.
Son las cinco de la tarde y el sol cae a plomo sobre los coches aparcados frente al número 8 de la calle Hilario Sangrador, en Aluche, un antiguo taller mecánico al que se accede por una puerta cubierta de graffitis y anuncios de veladas. Su nombre, 'La Escuela', ya es toda una declaración de intenciones. Hay un ring al fondo al que se llega por un pasillo del que cuelgan sacos de boxeo, carteles de películas y fotos de Mohammed Ali fajándose con Joe Frazier o derribando en la lona a Sonny Liston. Chicos y chicas entrenan allí hasta que los brazos se les caen de puro cansancio. Hacen sombra, golpean el 'punching', se vacían con el saco o saltan a la comba en lo que parecen sesiones maratonianas. Cuando han completado el circuito, bañados en sudor, el entrenador se acerca a ellos sin bajar la guardia. «Sal a la calle, búscate una cuesta, y la subes al sprint... ¡seis veces!»
Pero Jero no solo es un empresario que enseña en varios gimnasios. Hace dos años creó la Fundación de Ayuda para la Integración a través del Deporte (FAID) y tiene becados a una treintena de chavales de familias desestructuradas o con problemas de adaptación, chicos duros pero vulnerables a los que la calle convierte a menudo en carne de cañón. A su lado, los jóvenes descubren lo que es la química del sudor y valores como el sacrificio y la disciplina. Entre sus pupilos también hay chicas adolescentes que participan de un programa para erradicar la violencia de género. «Son chavales que a menudo sufren desarraigo, ya sea porque provienen de familias desestructuradas o porque en el instituto no se sienten integrados. Problemas de delincuencia, alcohol y drogas están a la orden del día y es muy dificíl invertir esa tendencia, porque el boxeo exige muchísima disciplina y sacrificio, así que -resume Jero-, en mi caso, el objetivo es la prevención. Yo suelo decir que si por cada diez que entran por esa puerta saco uno adelante, misión cumplida».
Una realidad que no le resulta ajena al propio Jero, que de chaval también tuvo sus escarceos con la ley y el orden. «Me crié en los años 80 en la periferia de Madrid, donde estaban los grandes supermercados de la droga, los poblados chabolistas alrededor y el trasiego incesantes de yonkis. «A mi madre ya le di unos cuantos sustos», confiesa.
- ¿Algún problema serio?
- Bueno, si te lo contara tendría que matarte. Ja, ja.
Pero la suya no es una labor en solitario. Jero trabaja coordinado con los colegios de la capital -«es un compromiso por ambas partes», explica-, de manera que si los chavales faltan a clase o no cumplen con sus obligaciones, él les pone las cosas claras. «Tú hoy no entrenas». Y santo remedio. Pero Jero tiene que conciliar su faceta de psicólogo urbano con las exigencias de llevar un negocio, un campo de batalla donde conviene dejar las cosas claras y las emociones a un lado. ¿Y a qué se apela cuando un chaval se pone chulo? «El arma más eficaz es el respeto que exige el propio grupo, porque es el grupo el que pone a cada uno en su sitio. El boxeo es mimetismo y nosotros actuamos como una familia en la que cada crío tiene que encontrar su modelo», explica con la parsimonia de un encantador de serpientes.
Y funciona. Así lo creen, al menos, las entidades sin ánimo de lucro, ya sean privadas o públicas, con las que Jero trabaja, desde el Centro de Atención a la Infancia de Madrid hasta la fundación Raíces, «que me traen cinco o seis chicos de institutos».
- Seguro que mucha gente dice que el boxeo no es lo más adecuado de integrar a un chaval con problemas.
- Y yo que la ignorancia es atrevida. Les invitaría a que se acerquen a un gimnasio para que vean el ambiente de camaradería que se respira. El boxeo no es un deporte violento, porque si algo lo caracteriza es que ayuda a canalizar la agresividad. Es ese control lo que te hace sentir bien, lo que engancha de este deporte.
Antonio Gomar, un veterano con cresta, lanza una ráfaga de puñetazos durante una sesión de entrenamiento. ,foto.
TÍTULO: BARCELONA RECREA LA CENA A BORDO.
Barcelona acogió este fin de semana dos actos en recuerdo del centenario del hundimiento del Titanic : una réplica de la cena que se sirvió la fatídica noche del 14 de abril de 1912 y una ofrenda floral en alta mar en homenaje a los pasajeros que fallecieron.
El Museu Marítim acogióla recreación de la cena, con el mismo menú del restaurante de lujo 'Le Parisien': hubo 200 comensales -los mismos que, en primera clase, disfrutaron de esos platos en el buque-, y sonó la misma música que entonces. El menú oficial constó de ostras aliñadas, tarrina de foie, consomé Olga, filete de lenguado al curry acompañado con arroz, confit de pato con compota de manzana, y pudding Waldorf con Eclairs de vainilla y chocolate con helado francés.
Finalmente, se guardaron tres minutos de silencio mientras sonaron las sirenas de los barcos como homenaje a las 1.495 personas que murieron en el naufragio, y todos los comensales recibieron una flor para depositar en un lugar preparado para la ocasión. Ayer por la mañana, el pailebot Santa Eulàlia acogió la ofrenda floral en alta mar, frente a la costa de Barcelona, donde se lanzaron las flores en recuerdo de los fallecidos.
Hubo un tiempo en que la vida de Jerónimo García, 'Jero', era como esa vela que arde por los dos lados y que no llegará a mañana, siempre al límite. Nació hace 41 años en el barrio madrileño de Carabanchel y cuando salía a jugar con sus amigos, algunos no tan afortunados como ha demostrado el paso del tiempo, tenía que apartar las jeringuillas que salpicaban hasta el último rincón verde que media entre Tercio Terol y Caño Roto, dos calles que parecen sacadas de un octosílabo de Joaquín Sabina. Hogares donde no se estila tocar el piano. Pero a Jero, por uno de esos azares del destino, la vida le tenía reservado algo distinto. Se enamoró del boxeo, trabajó duro en el Gimnasio Metropolitano, por donde antes que él habían pasado Castillejo o Berdonce, y acabó convirtiéndose en campeón nacional de los pesos medios.
En plena 'movida' madrileña a él también le dolía la cara, y no precisamente de ser tan guapo. Nueve fracturas de tabique nasal después, da por bien empleado el tiempo transcurrido. Es entrenador de boxeo y kickboxing, ha actuado en cuatro películas -la última titulada 'Zurdo', un documental del guipuzcoano Demetrio Elorza- y acumula intervenciones televisivas, delante y detrás de las cámaras. Por su gimnasio han pasado desde Alejandro Sanz a Penélope Cruz, aunque si le preguntan dirá que de quien más orgulloso está es de Damián Biachio, 'el Guinea', ese chaval que un día llamó a su puerta con una autorización de sus padres falsificada. Hoy es campeón de España welter en categoría aficionados y ya piensa en dar el salto al profesionalismo.
Son las cinco de la tarde y el sol cae a plomo sobre los coches aparcados frente al número 8 de la calle Hilario Sangrador, en Aluche, un antiguo taller mecánico al que se accede por una puerta cubierta de graffitis y anuncios de veladas. Su nombre, 'La Escuela', ya es toda una declaración de intenciones. Hay un ring al fondo al que se llega por un pasillo del que cuelgan sacos de boxeo, carteles de películas y fotos de Mohammed Ali fajándose con Joe Frazier o derribando en la lona a Sonny Liston. Chicos y chicas entrenan allí hasta que los brazos se les caen de puro cansancio. Hacen sombra, golpean el 'punching', se vacían con el saco o saltan a la comba en lo que parecen sesiones maratonianas. Cuando han completado el circuito, bañados en sudor, el entrenador se acerca a ellos sin bajar la guardia. «Sal a la calle, búscate una cuesta, y la subes al sprint... ¡seis veces!»
Pero Jero no solo es un empresario que enseña en varios gimnasios. Hace dos años creó la Fundación de Ayuda para la Integración a través del Deporte (FAID) y tiene becados a una treintena de chavales de familias desestructuradas o con problemas de adaptación, chicos duros pero vulnerables a los que la calle convierte a menudo en carne de cañón. A su lado, los jóvenes descubren lo que es la química del sudor y valores como el sacrificio y la disciplina. Entre sus pupilos también hay chicas adolescentes que participan de un programa para erradicar la violencia de género. «Son chavales que a menudo sufren desarraigo, ya sea porque provienen de familias desestructuradas o porque en el instituto no se sienten integrados. Problemas de delincuencia, alcohol y drogas están a la orden del día y es muy dificíl invertir esa tendencia, porque el boxeo exige muchísima disciplina y sacrificio, así que -resume Jero-, en mi caso, el objetivo es la prevención. Yo suelo decir que si por cada diez que entran por esa puerta saco uno adelante, misión cumplida».
Una realidad que no le resulta ajena al propio Jero, que de chaval también tuvo sus escarceos con la ley y el orden. «Me crié en los años 80 en la periferia de Madrid, donde estaban los grandes supermercados de la droga, los poblados chabolistas alrededor y el trasiego incesantes de yonkis. «A mi madre ya le di unos cuantos sustos», confiesa.
- ¿Algún problema serio?
- Bueno, si te lo contara tendría que matarte. Ja, ja.
Pero la suya no es una labor en solitario. Jero trabaja coordinado con los colegios de la capital -«es un compromiso por ambas partes», explica-, de manera que si los chavales faltan a clase o no cumplen con sus obligaciones, él les pone las cosas claras. «Tú hoy no entrenas». Y santo remedio. Pero Jero tiene que conciliar su faceta de psicólogo urbano con las exigencias de llevar un negocio, un campo de batalla donde conviene dejar las cosas claras y las emociones a un lado. ¿Y a qué se apela cuando un chaval se pone chulo? «El arma más eficaz es el respeto que exige el propio grupo, porque es el grupo el que pone a cada uno en su sitio. El boxeo es mimetismo y nosotros actuamos como una familia en la que cada crío tiene que encontrar su modelo», explica con la parsimonia de un encantador de serpientes.
Y funciona. Así lo creen, al menos, las entidades sin ánimo de lucro, ya sean privadas o públicas, con las que Jero trabaja, desde el Centro de Atención a la Infancia de Madrid hasta la fundación Raíces, «que me traen cinco o seis chicos de institutos».
- Seguro que mucha gente dice que el boxeo no es lo más adecuado de integrar a un chaval con problemas.
- Y yo que la ignorancia es atrevida. Les invitaría a que se acerquen a un gimnasio para que vean el ambiente de camaradería que se respira. El boxeo no es un deporte violento, porque si algo lo caracteriza es que ayuda a canalizar la agresividad. Es ese control lo que te hace sentir bien, lo que engancha de este deporte.
Antonio Gomar, un veterano con cresta, lanza una ráfaga de puñetazos durante una sesión de entrenamiento. ,foto.
TÍTULO: BARCELONA RECREA LA CENA A BORDO.
Barcelona acogió este fin de semana dos actos en recuerdo del centenario del hundimiento del Titanic : una réplica de la cena que se sirvió la fatídica noche del 14 de abril de 1912 y una ofrenda floral en alta mar en homenaje a los pasajeros que fallecieron.
Antonio Gomar, un veterano con cresta, lanza una ráfaga de puñetazos durante una sesión de entrenamiento. ,foto.
TÍTULO: BARCELONA RECREA LA CENA A BORDO.
Barcelona acogió este fin de semana dos actos en recuerdo del centenario del hundimiento del Titanic : una réplica de la cena que se sirvió la fatídica noche del 14 de abril de 1912 y una ofrenda floral en alta mar en homenaje a los pasajeros que fallecieron.
El Museu Marítim acogióla recreación de la cena, con el mismo menú del restaurante de lujo 'Le Parisien': hubo 200 comensales -los mismos que, en primera clase, disfrutaron de esos platos en el buque-, y sonó la misma música que entonces. El menú oficial constó de ostras aliñadas, tarrina de foie, consomé Olga, filete de lenguado al curry acompañado con arroz, confit de pato con compota de manzana, y pudding Waldorf con Eclairs de vainilla y chocolate con helado francés.
Finalmente, se guardaron tres minutos de silencio mientras sonaron las sirenas de los barcos como homenaje a las 1.495 personas que murieron en el naufragio, y todos los comensales recibieron una flor para depositar en un lugar preparado para la ocasión. Ayer por la mañana, el pailebot Santa Eulàlia acogió la ofrenda floral en alta mar, frente a la costa de Barcelona, donde se lanzaron las flores en recuerdo de los fallecidos.
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