Sacó los colores con su cámara, y el blanco y negro más atrevido a la España gris de la posguerra. A sus 79 años, este fotógrafo creativo amateur ha recibido el Premio Nacional de Fotografía 2011. Grandes como Cristina García Rodero o Gervasio Sánchez reconocen su herencia. Este genio, hasta hoy injustamente olvidado, repasa su propia obra.
Rafael Sanz Lobato (Sevilla, 1932) es un fotógrafo español, Premio Nacional de Fotografía en 2011, "por su pericia para mostrar la transformación del mundo rural".
Su familia se trasladó a vivir a Madrid en 1941 y en 1956 se compró su primera cámara fotográfica.[1] En 1964 tomó parte en la Real Sociedad Fotográfica de Madrid. En 1965 con otros fotógrafos fundó el grupo La Colmena. Cuando desapareció el grupo, participó en la creación del Grupo 5.[2] Su obra se centra en escenas campestres costumbristas, en imágenes de ciudades provincianas y de sus festejos tradicionales, así como retratos, por lo que se ha considerado como pionero en ese tipo de fotografía antropológica. Otros pioneros de la Escuela de Madrid fueron Carlos Hernández Corcho, Juan Dolcet y Manuel Cruzado Cazador.[3] Es miembro de una generación que está a caballo entre los años 1950 y 1970.[4] En 1971 abandonó la Real Sociedad Fotográfica por diferencias con Gerardo Vielba y poco después se convirtió en fotógrafo profesional.[1]
El Ministerio de Cultura, al concederle el Premio Nacional, destacó la coherencia y solidez de su obra, que "constituye un puente entre la nueva vanguardia neorrealista de la postguerra y los métodos de observación fotográfica posteriores a 1968".[5]
TÍTULO: Tony Manero en Corea de Arriba.
A Tony Manero le hubiese entusiasmado pasar este fin de año en Corea. En la del norte, por supuesto. No ha habido lugar, pero no desiste de entrar y dejarse conducir por el par de comisarios políticos que (además de controlarse entre ellos) te controlan hasta el último paso. No es imposible viajar al hoyo del estalinismo más feroz: una agencia organiza viajes regulares y una asociación de amistad presidida por ese fascinante, culto y elegante personaje que es Alejandro Cao de Benós, el español reacunado en el régimen de los Kim, monta excursiones ideológico-instructivas a Pyongyang al objeto de difundir la buena nueva del comunismo coreano. Cao de Benós también es, a buen seguro, cosas peores, pero resulta tan pintoresco desde su porte distinguido que a Manero le encantaría conocerlo y calzarse dos o tres vasos en las mejores barras de la capital coreana. Si las hay. Los funerales del semidiós gordito han resultado tan extravagantes como podía preverse, en especial si se presta atención a las exageradas y barrocas muestras de dolor expresadas ‘espontáneamente’ por los súbditos coreanos. Habrán visto mucha gestualidad, pero, curiosamente, poca lágrima. A los dictadores, en cualquier caso, siempre habrá quien los llore y haga aspavientos y se hinque de rodillas y se ponga con los brazos en cruz. Y cómo no al tal Kim, al que los coreanos veían una media de cuarenta veces al día, en una foto, en una noticia, en un cartel. Viajar a Corea del Norte supone para un extranjero estar a disposición de sus anfitriones y ver al gordito el mismo número de veces o más, cosa que a Manero no le hubiera importado de haberle pillado vivo. Desgraciadamente para Tony, Kim la palmó en su tren después de un esfuerzo bárbaro mental y físico (lo que puede hacer suponer que murió cagando) y sus planes de Nochevieja en Pyongyang se han venido abajo. Ahora, en Corea de Arriba solo puede entrar el conde tarraconense (Cao de Benós es ambas cosas, conde y de Tarragona). A Manero le han fascinado, supongo que como a todos, los jardines secretos, por derrumbados que se encuentren. No olvida su primer viaje a la prohibida Albania de Enver Hoxa, otro chalado que condenó a su pueblo a una dictadura feroz y a una hambruna casi crónica. En Tirana solo había una avenida, la que hicieron los italianos y que conectaba la estatua de Skenderbej, el héroe medieval albanés, con la universidad y el estadio de fútbol de la ciudad, modesto pero suficiente. Los aledaños eran correctos, pero todo lo demás era suburbio tras suburbio. Manero entró mediante una asociación de amistad controlada por los clandestinos del PCM-L, soporte ideológico del FRAP, que tenían entreabierta la puerta al paraíso, aunque no sin condiciones y vigilancia. Manero volvió después en un par de ocasiones más, cuando el heredero Ramiz Alia y cuando el país comenzó a sacudirse el absurdo y criminal yugo de los estalinistas. Ya circulaban algunos coches por las calles y empezaba a desaparecer aquel sombrío zumbido de silencio que ocupaba todas las horas del día. Manero no se repuso de cuando, en la frontera, el peluquero de guardia le cortó los rizos de su nuca y las largas patillas con motivo de la ‘decencia’ estética obligada. Cosas de los paraísos uniformados. Esta Nochevieja pillará a nuestro héroe en tierra de marismas, pero no dejará de preguntarse cómo celebrarán los del norte de la península de Corea el tránsito al 2012, si es que lo celebran, y si es que allí es el 2012 o el año que sea en función de cuándo nació el gordito o de cuándo lo descapullaron. La incertidumbre de un país misterioso e interesantísimo lo lleva a mal traer. Puede que el año que empieza sea el primer paso a un largo y doloroso camino hacia la libertad o puede que se vayan (nos vayamos) todos al carajo como el hijo del gordito, también gordito en un país de famélicos, se vuelva loco y empiece a apretar botones. Feliz 2012, en cualquier caso, para ellos y nosotros. A los de aquí nos espera un gólgota que a Manero se le antoja inencumbrable... pero no imposible de transitar. Suerte y rock and roll. | |
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