jueves, 26 de enero de 2012

ACIDÍMETRO./ ADORATRIZ./ Tiendas de comestibles .

TÍTULO: ACIDÍMETRO:

Me voy para buscar mi acidímetro en ser corazones enamorados para cruzar los ríos de la vida.
El lápiz que escribió aquel texto me hace ser el chico que ayudo encontrar el acidímetro
lanzado al lado de las piedras. Cada día es difícil luchar contra los malos que matara al policía
guardando el acidímetro.
Los leones son animales salvajes con peligro de morir entre ellos sin ver el acidímetro.
El teniente esta en la iglesia para averiguar como ocurrió un asesinato cruel llamado el acidímetro.
Voy andar un paseo por las calles de aquella ciudad pero a la vez soy con el pensamiento cambiado llamado acidímetro.

TÍTULO: ADORATRIZ:

Nuestro adoratriz es el músico que consigue la voz más dulce del concierto.
La adoratriz lucha para saborear los besos de una noche romántica.
Los libros esta en la caja para ver que la adoratriz cambiada de hoja.
Mis manos mojadas me hace caminar entre flores pero regaladas a la adoratriz.
Adiós a la belleza volada pero veo un mundo diferente del saludo llamado adoratriz.

TÍTULO: Tiendas de comestibles .

Las tiendas de comestibles, también llamadas con los curiosos nombres de ultramarinos o de coloniales o el mas normal de mantequerías, apenas quedan en su primitiva concepción. De las pocas que aún permanecen, muchas de ellas han sido reconvertidas en pequeños autoservicios para hacer frente a la competencia cada vez mayor de los grandes supermercados o hipermercados. Dice el refrán que “el pez gordo se come al chico” y en estos casos además se ha perdido el trato humano que daba el tendero al aconsejarnos tal o cual producto.
La estructura de estas tiendas tenía una forma muy similar en todas ellas. Un mostrador de madera o mármol corrido a lo largo de todo el establecimiento en el que había unos mecanismos muy curiosos como eran el cuchillo de bacalao que ocupaba todo su ancho y donde el dependiente con habilidad y rapidez colocaba la pieza entre el cuchillo y la base metálica cortándola a semejanza de una guillotina. Estos utensilios son conocidos como bacaladeras. Algunas tiendas ponían carteles de tela a lo largo de la fachada anunciando el origen del bacalao: Islandia, Noruega, Faroe...
Otro mecanismo existente en el mostrador era el molinillo de café, un artilugio redondo en el que se echaba el café en grano y salía por debajo donde el dependiente ponía una bolsa para recoger el producto.

Para mí, no obstante, lo que mas me llamó siempre la atención era el manubrio que servía para llenar las botellas de aceite que traían los clientes, puesto que la venta era mayoritariamente a granel. El aparato en cuestión estaba montado sobre un bidón que se encontraba debajo del mostrador. Según la importancia de la tienda en función de la venta, además del correspondiente al aceite de oliva había también otro de aceite de soja.
Sobre el mostrador había varias balanzas para el peso, y en un extremo solía estar la caja registradora, enorme armatoste que hoy es pieza de museo. Cuando se trataba de pesar melones también se usaba la romana, método que se puede prestar a ciertos "enjuagues". Un familiar lejano que se dedicaba a la venta ambulante de melones, compraba por ejemplo a 3 ptas. el Kg. y lo vendía a 3 pts. el Kg. ¿Dónde estaba la ganancia? pues en el peso con la romana.

Detrás del mostrador, la pared estaba llena de cajones que abrían hasta la mitad girando por la parte inferior, cada uno dedicado a un tipo de producto separados por tamaño o calidades: arroz, garbanzos, lentejas, judías, etc. Dentro de los cajones estaban los cazillos para ir echando a la balanza y proceder a la pesada.

En la parte del publico estaban los sacos con estos productos para ir rellenando los cajones a medida que estos se vaciaban para no tener que sacarlos en ese momento del almacén. En un rincón estaba una caja redonda de madera con sardinas arenques.

¿Y qué decir de los dependientes?. Tenían una rara rapidez para sumar y una característica común, llevaban el lapicero de apuntar en una oreja sin que se les cayera.
Conocí una tienda de ultramarinos bastante grande para la época, años cincuenta, que tenía el único teléfono del barrio y era el lugar donde los vecinos acudían a poner una conferencia o a esperar una llamada, que en ambos casos podía demorarse durante horas. Además, dado el espacio disponible en la zona de público, había una señora que se encargaba de coger puntos a las medias, otra actividad desaparecida que principalmente se desarrollaba en mercerías y que hoy resulta impensable que se realizaran esfuerzos en zurcirlas.
Una particularidad de las tiendas de ultramarinos que había en el entorno de la calle de Toledo y la Cava Baja era que en Noviembre ponían a la venta productos relacionados con la matanza, tales como pimentón, especies, etc. ya que muchas personas se desplazaban a Madrid para su adquisición pues carecían de ellos en sus lugares de origen y serles necesarios para poder preparar la chacina.
En recuerdo de las diversas tiendas de comestibles que ví de niño, personalizadas en las dos de la calle Humilladero, esquinas con Calatrava y con Mediodía Grande.
Foto gentiliza de Mantequeria Gascón – Calle Zurbano, 65 – Madrid.




No hay comentarios:

Publicar un comentario