En julio, un “paparazzi” pillaba a Kristen Stewart en un arrebato de pasión con ... Lo dice porque, desde que se convirtiera en la protagonista de la saga ... la saga vampírica echa la persiana y el final feliz está garantizado.
Kristen Stewart, ¿final feliz?
- En los últimos meses, su vida se ha convertido en un enrevesado culebrón. Mientras la torme nta mediática escampa y ella pone su vida sentimental en orden, la actriz más incomprendida (y mejor pagada) de Hollywood dice adiós a la saga vampírica que le hizo famosa con “Amanecer, segunda parte”. Quiera o no, Kristen ya es una estrella..
Su peor pesadilla se hizo realidad este verano. Su vida privada,
esa de la que se ha negado a hablar por mucho que le preguntaran hasta
la saciedad, era pasto del cotilleo mediático. Y, lo peor, es que el
escándalo lo había provocado ella misma. En julio, un “paparazzi” pillaba a Kristen Stewart en un arrebato de pasión con Rupert Sanders, director
de 'Blancanieves y la leyenda del cazador', padre de familia y 19 años
mayor que ella. El fotógrafo vende la historia al mejor postor y la
revista US Weekly publica las imágenes, que inmortalizaban los besos de
la pareja dentro de un coche y en una carretera solitaria de Los
Ángeles, a su portada. Ese mismo día la actriz emitía un comunicado. En
realidad, se trataba de una disculpa pública con un único destinatario.
“Esta indiscreción momentánea ha puesto en peligro la cosa más
importante de mi vida, la persona que más quiero y respeto, Rob. Le
quiero, le quiero y lo siento mucho”. Después de cuatro años de rumores,
la actriz confirmaba por primera vez su relación con Robert Pattinson y confesaba, de paso, su infidelidad. Así empezaba el culebrón del verano, del que todavía no se ha escrito el capítulo final.
Solo 24 horas antes de que Kristen fuera pillada por aquel “paparazzi”, nos encontramos con la actriz en un hotel de Los Ángeles. En la habitación de al lado, Robert Pattinson atiende a la prensa con el buen humor y la sonrisa de siempre. Están promocionando 'Amanecer, segunda parte', despedida y cierre de la saga vampírica que les ha hecho insoportablemente famosos a ambos. Aunque los pasillos están tomados por una legión de publicistas y las puertas están custodiadas por guardaespaldas, el ambiente es distendido y los actores parecen de buen humor. Nadie sospecha que, en cuestión de horas, estallará la tormenta.
Más que tímida
Stewart entra en la habitación con la mirada clavada en el suelo, mesándose la melena y esbozando una sonrisa tímida mientras exclama: “Llevo toda la mañana preguntándome de qué más podemos hablar hoy. Y no se me ocurre nada”. Lo dice porque, desde que se convirtiera en la protagonista de la saga 'Crepúsculo', en 2008, Stewart ha pasado más tiempo haciendo entrevistas, posando en sesiones de fotos y paseando por las alfombras rojas de medio mundo que rodando películas. Es el precio que ha tenido que pagar por ser un fenómeno juvenil de masas. Pero no hay nada que le guste menos que una entrevista. O que se le dé peor, según ella misma. Y no es que Stewart, fan declarada de Bukowski, no tenga nada que ofrecer, pero le cuesta hacerse entender. “Soy increíblemente inconexa. Mis pensamientos brotan a borbotones, pero no están necesariamente conectados. Si pasas conmigo el tiempo suficiente, quizá puedas seguir la línea de puntos. Por eso, las entrevistas nunca se me dan bien”, dijo en una ocasión. Solo tenemos 20 minutos con ella, pero trataremos de seguir los puntos para entender qué se esconde detrás de su sonrisa trágica.
Madre vampira
Stewart no era la típica niña que disfrutaba haciendo imitaciones o desafinando un tema de 'Los miserables' para el deleite familiar. Por eso, con un padre productor televisivo y una madre supervisora de guión, siempre pensó que acabaría siendo guionista. Al fin y al cabo, nació en Los Ángeles y el cine era un negocio natural para ella. Desde luego, solo en Hollywood y aledaños puede ocurrir que un agente descubra el talento de una niña de 10 años en la función navideña del colegio. Así es como consiguió pequeños papeles televisivos y debutó en el cine junto a Jodie Foster en 'La habitación del pánico'. Sean Penn la reclutó para hacer un pequeño papel en la joya indie 'Hacia rutas salvajes' y, en 2008, sin saber dónde se metía, estampó su firma para convertirse en Bella Swan, la protagonista de 'Crepúsculo'.
Después de cuatro libros, cinco películas y una recaudación mundial de más de 2.500 millones de dólares, la saga vampírica echa la persiana y el final feliz está garantizado. “Ya no siento la presión ni la responsabilidad que supone interpretar a Bella. Pero siempre me llevo a mis personajes conmigo. Si mañana me pidieran que volviera a rodar una escena con cualquiera de los personajes que he interpretado en mi carrera, podría hacerlo sin ningún problema. Los entiendo a todos y me llevo bien con ellos”, explica mientras juega distraída con uno de los anillos que adornan sus manos. En la película, Bella acaba de dar a luz a una niña. Kristen solo tiene 22 años, pero dice que ponerse en la piel de una madre no le resultó extraño. “Aunque no estoy lista para ser madre todavía, no me parece tan disparatado. Desde luego, si fuera una cuestión de ahora o nunca, sería ahora. Eso seguro”, explica en una tímida referencia a su vida privada que no suele permitirse en público.
Le ha tocado madurar a marchas forzadas. Es el peaje que Hollywood cobra a sus estrellas más precoces. “Me he visto obligada a tomar decisiones y enfrentarme a cosas que generalmente no tienes que afrontar a esta edad. Te das cuenta de que ser una niña caprichosa no es la mejor forma de conseguir lo que quieres. También tienes que relacionarte con personas que no eliges”, dice sin precisar exactamente a qué se refiere. Se da cuenta y echa mano de un símil para explicarse: “Este negocio es un poco como un videojuego en el que tienes que superar muchos obstáculos para asegurarte de que puedes hacer lo que sientes que tienes que hacer artísticamente. ¡Por muy pretencioso y absurdo que pueda sonar eso!”, dice alzando la voz de repente.
Crecer
Se refiere, quizá, a su resistencia a convertirse en un mero producto de masas. Preservar su alma creativa es importante para ella. Por eso, ha intercalado cada 'Crepúsculo' con cintas independientes como la reciente 'On the road', adaptación de la archifamosa novela de Jack Kerouac, dirigida por Walter Salles.
La siguiente pregunta es tan previsible como inevitable: ¿Cuánto le ha cambiado vivir en el epicentro de la locura? “No sé cómo definirlo, porque estoy demasiado metida en ello...”. Se resiste. Volvemos a intentarlo. ¿Cree que ahora es otra persona? “No lo sé... Probablemente, he crecido un par de centímetros”, dice echando mano de la ironía. La tercera intentona da sus frutos. Aunque no muchos. “He aprendido que una película pequeña puede darme lo mismo que una gran producción. Y por eso, ahora tiene mucho más sentido el motivo por el que me dedico a esto. He encontrado el equilibrio y es genial. Antes, o me pasaba o me quedaba corta... La razón por la que hago lo que hago está muy clara para mí. Ahora sé exactamente lo que quiero. Diría que ese es el mayor cambio que he experimentado”, contesta de nuevo en tono críptico.
Desde fuera, es obvio que su existencia ha cambiado. Para empezar, porque según la revista Forbes, fue la actriz mejor pagada de Hollywood en 2012, con unas ganancias de 34 millones de dólares. Pero no todos son ventajas. Confiesa que apenas sale de casa, que cuando lo hace es oculta bajo una gorra y que a veces, incluso, teme por su vida.
Después de un rato con ella es fácil darse cuenta por las frases inacabadas o los cambios de rumbo en su discurso que no es que no quiera ser sincera o compartir sus reflexiones, es que no sabe cómo articular todo lo que le pasa por la cabeza. O todo lo que ha pasado en su vida en los últimos cinco años. Es imposible culparla. “Hablar de mí misma no es lo que más me gusta. Y es complicado porque te exigen explicar quién eres antes de que tú misma lo sepas. Todo el mundo cambia, sobre todo cuando eres tan joven y estás viviendo sentimientos tan intensos. Y si no eres capaz de explicarlos elocuentemente, dan lugar a malentendidos. Por eso, simplemente trato de ser yo misma”, reflexionaba hace solo dos años.
Ahora sigue siendo fiel a sí misma. Eso no se lo puede reprochar nadie. Es la personalidad singular e independiente y hasta “rarita”, como ella misma se ha definido, que salió de un producto de masas. Por eso, se niega, a vestirse como una estrella. Su look roquero está compuesto por vaqueros grises, camiseta blanca y cazadora marrón. Lleva las uñas pintadas de azul eléctrico y utiliza unas gafas de sol como diadema. Se nota que no lleva la firma de la estilista de turno impresa en cada detalle. No es ese tipo de estrella. Puede que para entenderla haya que seguir la línea de puntos de su inconexo discurso, puede que un inoportuno desliz la haya situado en el disparadero mediático y es probable que nunca gane un concurso de popularidad. Pero, pese a todo (o precisamente gracias a eso), Kristen Stewart es la actriz más cotizada de Hollywood. También, la más incomprendida y la que más fans tiene entre las angustiadas chicas adolescentes.
Solo 24 horas antes de que Kristen fuera pillada por aquel “paparazzi”, nos encontramos con la actriz en un hotel de Los Ángeles. En la habitación de al lado, Robert Pattinson atiende a la prensa con el buen humor y la sonrisa de siempre. Están promocionando 'Amanecer, segunda parte', despedida y cierre de la saga vampírica que les ha hecho insoportablemente famosos a ambos. Aunque los pasillos están tomados por una legión de publicistas y las puertas están custodiadas por guardaespaldas, el ambiente es distendido y los actores parecen de buen humor. Nadie sospecha que, en cuestión de horas, estallará la tormenta.
Más que tímida
Stewart entra en la habitación con la mirada clavada en el suelo, mesándose la melena y esbozando una sonrisa tímida mientras exclama: “Llevo toda la mañana preguntándome de qué más podemos hablar hoy. Y no se me ocurre nada”. Lo dice porque, desde que se convirtiera en la protagonista de la saga 'Crepúsculo', en 2008, Stewart ha pasado más tiempo haciendo entrevistas, posando en sesiones de fotos y paseando por las alfombras rojas de medio mundo que rodando películas. Es el precio que ha tenido que pagar por ser un fenómeno juvenil de masas. Pero no hay nada que le guste menos que una entrevista. O que se le dé peor, según ella misma. Y no es que Stewart, fan declarada de Bukowski, no tenga nada que ofrecer, pero le cuesta hacerse entender. “Soy increíblemente inconexa. Mis pensamientos brotan a borbotones, pero no están necesariamente conectados. Si pasas conmigo el tiempo suficiente, quizá puedas seguir la línea de puntos. Por eso, las entrevistas nunca se me dan bien”, dijo en una ocasión. Solo tenemos 20 minutos con ella, pero trataremos de seguir los puntos para entender qué se esconde detrás de su sonrisa trágica.
Madre vampira
Stewart no era la típica niña que disfrutaba haciendo imitaciones o desafinando un tema de 'Los miserables' para el deleite familiar. Por eso, con un padre productor televisivo y una madre supervisora de guión, siempre pensó que acabaría siendo guionista. Al fin y al cabo, nació en Los Ángeles y el cine era un negocio natural para ella. Desde luego, solo en Hollywood y aledaños puede ocurrir que un agente descubra el talento de una niña de 10 años en la función navideña del colegio. Así es como consiguió pequeños papeles televisivos y debutó en el cine junto a Jodie Foster en 'La habitación del pánico'. Sean Penn la reclutó para hacer un pequeño papel en la joya indie 'Hacia rutas salvajes' y, en 2008, sin saber dónde se metía, estampó su firma para convertirse en Bella Swan, la protagonista de 'Crepúsculo'.
Después de cuatro libros, cinco películas y una recaudación mundial de más de 2.500 millones de dólares, la saga vampírica echa la persiana y el final feliz está garantizado. “Ya no siento la presión ni la responsabilidad que supone interpretar a Bella. Pero siempre me llevo a mis personajes conmigo. Si mañana me pidieran que volviera a rodar una escena con cualquiera de los personajes que he interpretado en mi carrera, podría hacerlo sin ningún problema. Los entiendo a todos y me llevo bien con ellos”, explica mientras juega distraída con uno de los anillos que adornan sus manos. En la película, Bella acaba de dar a luz a una niña. Kristen solo tiene 22 años, pero dice que ponerse en la piel de una madre no le resultó extraño. “Aunque no estoy lista para ser madre todavía, no me parece tan disparatado. Desde luego, si fuera una cuestión de ahora o nunca, sería ahora. Eso seguro”, explica en una tímida referencia a su vida privada que no suele permitirse en público.
Le ha tocado madurar a marchas forzadas. Es el peaje que Hollywood cobra a sus estrellas más precoces. “Me he visto obligada a tomar decisiones y enfrentarme a cosas que generalmente no tienes que afrontar a esta edad. Te das cuenta de que ser una niña caprichosa no es la mejor forma de conseguir lo que quieres. También tienes que relacionarte con personas que no eliges”, dice sin precisar exactamente a qué se refiere. Se da cuenta y echa mano de un símil para explicarse: “Este negocio es un poco como un videojuego en el que tienes que superar muchos obstáculos para asegurarte de que puedes hacer lo que sientes que tienes que hacer artísticamente. ¡Por muy pretencioso y absurdo que pueda sonar eso!”, dice alzando la voz de repente.
Crecer
Se refiere, quizá, a su resistencia a convertirse en un mero producto de masas. Preservar su alma creativa es importante para ella. Por eso, ha intercalado cada 'Crepúsculo' con cintas independientes como la reciente 'On the road', adaptación de la archifamosa novela de Jack Kerouac, dirigida por Walter Salles.
La siguiente pregunta es tan previsible como inevitable: ¿Cuánto le ha cambiado vivir en el epicentro de la locura? “No sé cómo definirlo, porque estoy demasiado metida en ello...”. Se resiste. Volvemos a intentarlo. ¿Cree que ahora es otra persona? “No lo sé... Probablemente, he crecido un par de centímetros”, dice echando mano de la ironía. La tercera intentona da sus frutos. Aunque no muchos. “He aprendido que una película pequeña puede darme lo mismo que una gran producción. Y por eso, ahora tiene mucho más sentido el motivo por el que me dedico a esto. He encontrado el equilibrio y es genial. Antes, o me pasaba o me quedaba corta... La razón por la que hago lo que hago está muy clara para mí. Ahora sé exactamente lo que quiero. Diría que ese es el mayor cambio que he experimentado”, contesta de nuevo en tono críptico.
Desde fuera, es obvio que su existencia ha cambiado. Para empezar, porque según la revista Forbes, fue la actriz mejor pagada de Hollywood en 2012, con unas ganancias de 34 millones de dólares. Pero no todos son ventajas. Confiesa que apenas sale de casa, que cuando lo hace es oculta bajo una gorra y que a veces, incluso, teme por su vida.
Después de un rato con ella es fácil darse cuenta por las frases inacabadas o los cambios de rumbo en su discurso que no es que no quiera ser sincera o compartir sus reflexiones, es que no sabe cómo articular todo lo que le pasa por la cabeza. O todo lo que ha pasado en su vida en los últimos cinco años. Es imposible culparla. “Hablar de mí misma no es lo que más me gusta. Y es complicado porque te exigen explicar quién eres antes de que tú misma lo sepas. Todo el mundo cambia, sobre todo cuando eres tan joven y estás viviendo sentimientos tan intensos. Y si no eres capaz de explicarlos elocuentemente, dan lugar a malentendidos. Por eso, simplemente trato de ser yo misma”, reflexionaba hace solo dos años.
Ahora sigue siendo fiel a sí misma. Eso no se lo puede reprochar nadie. Es la personalidad singular e independiente y hasta “rarita”, como ella misma se ha definido, que salió de un producto de masas. Por eso, se niega, a vestirse como una estrella. Su look roquero está compuesto por vaqueros grises, camiseta blanca y cazadora marrón. Lleva las uñas pintadas de azul eléctrico y utiliza unas gafas de sol como diadema. Se nota que no lleva la firma de la estilista de turno impresa en cada detalle. No es ese tipo de estrella. Puede que para entenderla haya que seguir la línea de puntos de su inconexo discurso, puede que un inoportuno desliz la haya situado en el disparadero mediático y es probable que nunca gane un concurso de popularidad. Pero, pese a todo (o precisamente gracias a eso), Kristen Stewart es la actriz más cotizada de Hollywood. También, la más incomprendida y la que más fans tiene entre las angustiadas chicas adolescentes.
TÍTULO; MARISCADORAS CONTRA VIENTO Y MAREA,.
Cuando baja la marea, se encorvan y arañan los lechos en busca de .... vientos en contra, caminos de tierra: pura estepa de sol sin sombra.
Nunca te metas con las mariscadoras de Vigo
En la ría de Vigo, más de dos mil mujeres faenan mariscos. Cuando baja la marea, se encorvan y arañan los lechos en busca de almejas y ostras como si fueran pepitas de oro. Casadas con pescadores y hombres que viven la mitad de sus vidas en el mar, prefieren trabajar en la costa que limpiar casas en la ciudad. Mujeres de manos callosas y espaldas con lumbalgia, organizadas para enfrentar a las mafias de intermediarios y compradores.
Por:
Manuel Rivas
-
Fotos:
Susana Girón
Más de dos mil mujeres faenan, mariscando, en la ría de Vigo. El fruto
es, sobre todo, el croque o berberecho y la almeja con todos sus
sabrosos travestismos: fina, babosa, japonesa, rubia, bicuda. Y también
navaja, carneiro, reló, zamburiñas, ostras, ostión… Tribus de moluscos
que se ocultan o mimetizan en los fondos cuando el mar se repliega. Y
entonces llegan ellas para arañar o cavar en el lecho, con sus pequeños
rastrillos o con azadas. Calladas, encorvadas hacia la arena, moviendo
enérgicamente los brazos a contrarreloj, la mirada concentrada como si
cada bivalvo fuera un pequeño grano de oro.
La luna es la diosa. Cuando la luna se llena con cara feliz de madre clueca, como un melocotón en almíbar, se abren como nunca las carnes de la ría, mareas bajísimas, y el arenal se ofrece como una bandeja promisoria para las madres del mar. Las mareas milagrosas son en tiempo de plenilunios de Pascua (Ramos y Ceniza), y también son buenas las de San Martiño, que era amigo de los astros. Hay un libro de ancestros ahí arriba, en la bóveda de la ría, en el que las madres leen con la exactitud de una tabla de mareas.
Hay días, como hoy, en que la diosa luna anda huida. Al amanecer, por la boca de la ría, cabalgando sobre las islas Cíes, han entrado jinetes oscuros, nubarrones tremendos, que ponen el mar del revés e inyectan hasta el tuétano de los huesos una humedad antigua, de líquenes y reuma. Ellas han bajado igual.
Las de Moaña son seiscientas. Las madres del mar mejor organizadas. Faenan todo el año porque han puesto fin al imperio de los intermediarios, se han marcado cuotas, evitan la esquilmación y siembran y cultivan el mar como un labradío de común. Vienen del litoral pero también, en grupos parroquiales, de las aldeas de los montes del Morrazo: Berducedo, O Cruceiro, Abelendo, Domaio, Meira, O Caero, O Latón, O con. Bajo la tormenta, por caminos de anfibios, con las ropas de agua y los pertrechos, envueltas en jirones de niebla, parecen extras de una película de ciencia-ficción.
Pero son tan reales que traen la casa a cuestas.
Carmen Otero, por ejemplo, ha venido desde Barbucedo. Anda por los cuarenta y pico. Su marido trabaja de peón. Le pagan poco. Carmen se ha levantado a la hora de la lechuza, cuando Vigo, la urbe atlántica, varada allá enfrente, parece aún la Gran Nave Galáctica de las Almas en Pena, una Santa Compaña de fluorescencias y neón. Después de rastrillar los campos marinos, con sus croques y almejas, se irá a labrar la tierra del maíz, con la ayuda de su burro Rubio, compañero de fatigas agrícolas desde hace siete años. No tiene tiempo para hablar. Cuando termina el pesaje, sale a paso apurado hacia la aldea.
-¿Entrevista? ¿Por qué no entrevistas a la princesa Lady Di?
-Me gusta más usted.
-Mira, neniño, no estoy para charlas. Tengo que trabajar la tierra, alimentar a los animales, hacer la comida…
-¿Qué va a hacer de comer?
-Pollo. Pollo y patatas.
-¿El pollo es de casa?
-¡Claro!
-¿Lo mató usted?
-No. Yo no soy capaz. Me da pena. También los corderos me dan pena. Lo mató mi hijo. Le hace un corte aquí, por el cuello, y ya está… Además, ¿a quién le importa quién mató el pollo?
-¿Comen marisco?
-Croques sí. Almejas, no. Con lo que te dan por un kilo de almejas puedes comprar cosas más necesarias.
Miro sus orejas agujereadas, el lugar de los pendientes. No sé por qué, pregunto: ¿Hay algún regalo que recuerde con especial cariño?
-Nunca me han regalado nada, ¿terminamos?
-Espere. Sólo una pregunta. ¿Le cuenta cuentos a su nieta para dormirla?
(¡Bien! He conseguido que sonría y le brillen los ojos).
-No. Es ella quien me los cuenta a mí y me duerme. Tiene cinco años. Se llama Duvinila…
También cuida de una nieta, Amelia, de A Paradela, un lugar bajo el monte Agudelo. La visión de la niña, peinarla, le hace feliz. Es la cría de una de sus tres hijas. La tuvo de soltera. “Mejor así, en casa”, dice con su mirada azulada, como si le aliviase saberla libre de un destino no querido. Y en la aldea ha dejado “desayunado” un pequeño mundo animal: dos terneros, un burro, dos cerdos, gallinas y ovejas. El marido está embarcado. Por las Malvinas, antes. Ahora, por el Mar de la Plata.
Es el caso de muchas de ellas. Casadas con pescadores, con hombres del mar. Algunos cerca, en la árdora, en la bajura. Otros, a cientos o miles de millas. En el Banco Sahariano, en el Gran Sol, en Terranova, en las Malvinas, en el Índico. Adiós, un beso, hasta dentro de cinco meses. En fin, para qué contar.
La luna es la diosa. Cuando la luna se llena con cara feliz de madre clueca, como un melocotón en almíbar, se abren como nunca las carnes de la ría, mareas bajísimas, y el arenal se ofrece como una bandeja promisoria para las madres del mar. Las mareas milagrosas son en tiempo de plenilunios de Pascua (Ramos y Ceniza), y también son buenas las de San Martiño, que era amigo de los astros. Hay un libro de ancestros ahí arriba, en la bóveda de la ría, en el que las madres leen con la exactitud de una tabla de mareas.
Hay días, como hoy, en que la diosa luna anda huida. Al amanecer, por la boca de la ría, cabalgando sobre las islas Cíes, han entrado jinetes oscuros, nubarrones tremendos, que ponen el mar del revés e inyectan hasta el tuétano de los huesos una humedad antigua, de líquenes y reuma. Ellas han bajado igual.
Las de Moaña son seiscientas. Las madres del mar mejor organizadas. Faenan todo el año porque han puesto fin al imperio de los intermediarios, se han marcado cuotas, evitan la esquilmación y siembran y cultivan el mar como un labradío de común. Vienen del litoral pero también, en grupos parroquiales, de las aldeas de los montes del Morrazo: Berducedo, O Cruceiro, Abelendo, Domaio, Meira, O Caero, O Latón, O con. Bajo la tormenta, por caminos de anfibios, con las ropas de agua y los pertrechos, envueltas en jirones de niebla, parecen extras de una película de ciencia-ficción.
Pero son tan reales que traen la casa a cuestas.
Carmen Otero, por ejemplo, ha venido desde Barbucedo. Anda por los cuarenta y pico. Su marido trabaja de peón. Le pagan poco. Carmen se ha levantado a la hora de la lechuza, cuando Vigo, la urbe atlántica, varada allá enfrente, parece aún la Gran Nave Galáctica de las Almas en Pena, una Santa Compaña de fluorescencias y neón. Después de rastrillar los campos marinos, con sus croques y almejas, se irá a labrar la tierra del maíz, con la ayuda de su burro Rubio, compañero de fatigas agrícolas desde hace siete años. No tiene tiempo para hablar. Cuando termina el pesaje, sale a paso apurado hacia la aldea.
-¿Entrevista? ¿Por qué no entrevistas a la princesa Lady Di?
-Me gusta más usted.
-Mira, neniño, no estoy para charlas. Tengo que trabajar la tierra, alimentar a los animales, hacer la comida…
-¿Qué va a hacer de comer?
-Pollo. Pollo y patatas.
-¿El pollo es de casa?
-¡Claro!
-¿Lo mató usted?
-No. Yo no soy capaz. Me da pena. También los corderos me dan pena. Lo mató mi hijo. Le hace un corte aquí, por el cuello, y ya está… Además, ¿a quién le importa quién mató el pollo?
-¿Comen marisco?
-Croques sí. Almejas, no. Con lo que te dan por un kilo de almejas puedes comprar cosas más necesarias.
Miro sus orejas agujereadas, el lugar de los pendientes. No sé por qué, pregunto: ¿Hay algún regalo que recuerde con especial cariño?
-Nunca me han regalado nada, ¿terminamos?
-Espere. Sólo una pregunta. ¿Le cuenta cuentos a su nieta para dormirla?
(¡Bien! He conseguido que sonría y le brillen los ojos).
-No. Es ella quien me los cuenta a mí y me duerme. Tiene cinco años. Se llama Duvinila…
También cuida de una nieta, Amelia, de A Paradela, un lugar bajo el monte Agudelo. La visión de la niña, peinarla, le hace feliz. Es la cría de una de sus tres hijas. La tuvo de soltera. “Mejor así, en casa”, dice con su mirada azulada, como si le aliviase saberla libre de un destino no querido. Y en la aldea ha dejado “desayunado” un pequeño mundo animal: dos terneros, un burro, dos cerdos, gallinas y ovejas. El marido está embarcado. Por las Malvinas, antes. Ahora, por el Mar de la Plata.
Es el caso de muchas de ellas. Casadas con pescadores, con hombres del mar. Algunos cerca, en la árdora, en la bajura. Otros, a cientos o miles de millas. En el Banco Sahariano, en el Gran Sol, en Terranova, en las Malvinas, en el Índico. Adiós, un beso, hasta dentro de cinco meses. En fin, para qué contar.
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