Entrevista con Jodie Foster: ´Siempre me fascinó la soledad´
"Si mis películas tienen alguna impronta
particular, es que hablan de las crisis espirituales y de la soledad,
que son temas muy significativos para mí", declara la actriz y
directora.
Entrevista con Jodie Foster: ´Siempre me fascinó la soledad´
"Si mis películas tienen alguna impronta
particular, es que hablan de las crisis espirituales y de la soledad,
que son temas muy significativos para mí", declara la actriz y
directora.
Jodie Foster
"Si mis películas tienen alguna impronta particular, es que hablan de las crisis espirituales y de la soledad, que son temas muy significativos para mí", declara la actriz y directora.
En “la doble vida de walter”, Gibson entrega una de sus mejores interpretaciones.
Entrevista
Como ella misma lo admite, últimamente trabaja poco y nada. Por eso es una verdadera sorpresa verla compartiendo cartel con Mel Gibson en La doble vida de Walter, su regreso a la dirección luego de 16 años y a las carteleras como actriz después de tres temporadas de ausencia. Jodie Foster, ganadora de dos premios Oscar, reconoce que se ha pasado demasiado tiempo en los platós y que, por ese motivo, cada vez le cuesta más abandonar la comodidad de su vida familiar para participar de una filmación.
Si bien evita hablar del escándalo que ha sacudido la carrera del protagonista de La doble vida de Walter, Foster está convencida de que nadie mejor que Mel Gibson hubiera podido interpretar a este hombre que un día deja de hablar y que, de ahí en más, solamente vuelve a comunicarse con el mundo a través del títere de un castor, que aparentemente se ha apoderado de su personalidad.
–Uno va a ver La doble vida de Walter con una idea previa, pero se queda sorprendido con la historia.
–Justamente, esa es una de las mejores cosas que tiene la película: no es lo que uno esperaba ver. Y eso se aplica a la dirección de arte, a la fotografía, al tono y a la banda sonora, que son muy particulares para el tema que aborda. Cuando le contaba a la gente qué estaba haciendo, quizás pensaban que me había vuelto loca, que iba a hacer una película con muñecos tipo Los Muppets, o que iba a usar animaciones digitales. Pero yo solamente les decía que tenían que verla para entender de qué se trataba exactamente.
–La depresión es un tema muy delicado. ¿Por qué decidiste abordarlo?
–El tema ya estaba planteado en el guión, antes de mi llegada. Y eso fue lo que más me atrajo del proyecto. Si mis películas tienen alguna impronta particular, es que hablan de las crisis espirituales y de la soledad, que son temas muy significativos para mí. Por eso, de alguna manera, estos elementos están presentes en casi todas mis películas: no sólo en las que dirigí, sino también en las que actué. En ese sentido, es como si cada una fuera parte de un todo. Ya sea un niño de 7 años, un padre o una mujer de 50, siempre se trata de personajes que están intentando superar una crisis y que, finalmente, logran encontrar un equilibrio en sus vidas. Por otro lado, no todas son oscuras: tienen su lado luminoso, cuentan historias de personas que viven tanto la parte trágica como la parte cómica de la vida. La depresión es algo muy real y concreto. Por eso me gusta hacer dramas, porque me pregunto cómo llegó a esa situación el personaje, por qué actuó de tal manera, cuál es la raíz de su problema. No puedo evitarlo, a una parte de mí le encanta resolver problemas psicológicos. Y para eso hay que sumergirse de lleno en el problema, no hay que escaparse. Eso es lo que hacen las personalidades creativas, los escritores obsesivos que, para conseguir algo bueno, escriben y reescriben una y otra vez. La reescritura obliga a hacerse miles de preguntas sobre la naturaleza de las acciones de los personajes, y esa es una buena forma de entender nuestra propia mente.
–Cuando elegiste a Mel Gibson, ¿recibiste alguna objeción respecto a su inclusión en la película?
–No. Lo bueno fue que, cuando lo elegimos, todavía no teníamos nada muy organizado. Nos pusimos a pensar en el elenco con una productora, y a mí me encantó la idea de que actuara Mel: sabía lo que implicaba en términos comerciales, pero también que iba a ser difícil ponerlo en ese contexto, por la manera en que iba a reaccionar la gente. Estoy muy agradecida con él, porque logró una actuación muy fuerte, entendió el contenido de la película, y supo que tenía que dejar atrás su lado de galán. Abordó el tema con mucho valor, lo tomó como si se tratara de un drama oscuro. Y creó el personaje desde esa base: el castor es gruñón, manipulador, astuto y encantador, pero no en un sentido positivo. Mel nunca se alejó de eso, tenía muy claro a dónde apuntaba el personaje, y qué hacer para que la película fuera todavía mejor. Tuve mucha suerte por haberlo tenido en el estudio de filmación, fue increíble, sobre todo teniendo en cuenta que él hace películas faraónicas, que tienen rodajes que duran 110 días. Creo que no participaba en una película independiente desde sus años en Australia. Hacer seis páginas de monólogos en cuatro horas fue un gran desafío. Y salió muy bien. Ahora no puedo imaginarme a otro actor en ese papel.
–La suya es una actuación deslumbrante. ¿Logró adoptar esa actitud desde el principio?
–Sí. También trabajó mucho para poder manejar el títere, lo hacía con la mano izquierda y tenía que mover sólo el dedo pulgar. Así que era muy difícil: cuando tenía diálogos largos se le acalambraba la mano. A veces no podía terminar la escena, porque era muy doloroso. Una de las cosas que más me gustan de su manera de trabajar es que no habla mucho sobre lo que va a hacer en una escena, no entabla conversaciones infinitas sobre eso con los otros actores. Obviamente, teníamos las horas de ensayo para hablar sobre el guión. Pero, en general, antes de empezar a filmar nos poníamos a hablar de lo que habíamos visto en televisión la noche anterior. No le da muchas vueltas al asunto.
–¿Qué significa esta película en tu carrera?
–Me siento afortunada porque alguien me dio la posibilidad de dirigir. Aunque no me hayan pagado mucho, me pagaron por hacer lo que más me gusta. Y lo haría aunque no me pagaran nada. Hay algunos detalles que ahora cambiaría pero, honestamente, es la película que quería hacer. Lograr que se filmara fue muy difícil, así que me siento agradecida por el sólo hecho de haberla realizado. Ahora lo único que quiero es un DVD para mostrarle a mi mamá, y listo. Fuera de broma, uno hace películas porque quiere comunicar lo que siente, porque quiere mostrarle a la gente lo que uno es, lo que uno cree. Y esa es la razón principal por la que hacemos arte: para conectarnos. Como dije antes, siempre sentí fascinación por la soledad, porque es una gran parte de mi vida. Hacer una película implica mucha soledad, y hay una parte de ese proceso que es muy hermosa, porque le pertenece exclusivamente a uno. Pero hay otra parte que es terrible, porque nadie entiende lo que tenés en mente. Simplemente, se trata de tomar una idea que se originó muy adentro de uno y transmitírsela a otra persona, para que la mire críticamente.
–¿Cómo fue dirigirte a vos misma?
–Bueno, después de Mentes que brillan pensé que no lo iba a hacer nunca más. Aunque no fue una experiencia horrible, terminó siendo muy agotador: le saca la diversión a todo. No quería volver a hacerlo, pero cuando incorporamos a Mel empecé a preguntarme quién interpretaría a su esposa. Y me preocupaba no encontrar a nadie que pudiera estar a la altura de las circunstancias, que no pudiera llevar a Mel lejos de su figura de galán. Así que un día lo llamé por teléfono, le dije que iba a verlo y, cuando llegué a su casa, le dije que se me había ocurrido interpretar el papel de la esposa. No se lo había contado a nadie. Quería saber su opinión y él empezó a reírse: la idea le encantó. Y así fue como me sumé al elenco.
–¿Ya tenías pensado hacia dónde iría tu personaje, o cambió de rumbo en algún momento?
–La estructura fue siempre la misma, pero cuando entra un actor nuevo, todo cambia. Había cosas que yo no podía interpretar. Originalmente, mi personaje era un ama de casa, una mujer muy hogareña, que se pasaba el día recortando fotografías de sus hijos y ese tipo de cosas. Nadie iba a creerse algo así. Así que cambié esa parte, pero agregué otras actividades más alienantes, como por ejemplo que hable toda la noche por Skype, cuando no es capaz de conectarse con su marido.
–El perdón es una buena idea para el final. ¿Había otras opciones?
–Tuvimos muchas conversaciones so-bre el final de la película antes de empezar a filmarla, incluso antes de conseguir una distribuidora. Todo el mundo estaba preocupado, porque cabía la posibilidad de que tuviéramos que cambiar el final para atraer a las distribuidoras, pero tanto Mel como yo y la productora teníamos la firme decisión de no cambiarlo. Al fin y al cabo, es la historia de un hombre depresivo, que al principio intenta suicidarse, que busca con desesperación la manera de evitar una depresión de origen fisiológico, y que finalmente tiene que hacer las paces con su tragedia. ¿Qué final puede tener una historia así? Había algunos que decían que tenía que tener un final feliz: todos se reúnen, se aman y él se cura inmediatamente. Creo que no sólo no hubiera sido realista, sino que ni siquiera hubiera respetado la idea central de la película. Me parece que su punto fuerte se encuentra en su contenido social, el mensaje que da es muy coherente. En ese sentido, en el discurso de graduación está todo dicho: «No estoy bien, entonces, ¿qué hacemos con eso? ¿Cómo lidiar con la tristeza de la vida?». En un caso de depresión así, lo que sirve es darse cuenta de que uno nunca está solo, ni tiene que provocarse la soledad. Eso es lo que el castor le dio al personaje: alguien en quien apoyarse. Cuando ese alguien desaparece, uno tiene que tener a otro en quien apoyarse para superar la situación.
–¿Qué es lo que más te gusta de dirigir?
–La reflexión es lo que más me gusta: hablar y pensar por qué hacemos lo que hacemos, por qué habríamos de hacer otra cosa. Creo me gusta más la reflexión que la puesta en práctica.
–Volviendo al tema de la soledad que mencionabas antes, ¿qué te llevó a hacer películas dramáticas?
–Creo que es algo con lo que nací, y tiene que ver con el lugar que ocupaba en mi familia, con el hecho de ser la hija más chica, y con la relación que tenía con mi mamá. También tiene que ver con el hecho de haber sido una niña prodigio –una palabra que no me gusta usar, porque la mayoría de las personas la entiende de otra manera–, pero en cierta manera lo era. Así que no era buena en matemáticas, pero había algo en lo que sí sobresalía: a los 3 o 4 años entendí lo que eran las emociones de los adultos de una manera muy compleja, de una manera que no tendría que haber sucedido. Ese es un don increíble y, al mismo tiempo, una gran carga, porque me sentía responsable por todo lo que le pasaba a mi madre. Tuve una niñez muy difícil, y me escapé a través de la creatividad. Me gustaba estar sola, ser responsable y tener esa maravillosa vida solitaria de creatividad, que nadie podía entender, porque, por un lado, se sentía muy bien, pero al mismo tiempo era una vida muy solitaria. No sabía cómo hacer para cambiarlo. Y todavía me pasa: tengo la sensación de que estoy haciendo algo absolutamente sola, y eso me encanta: es como estar en una piscina llena de sangre falsa a las tres de la madrugada. Hay algo fantástico en el hecho de que nadie sepa bien qué se siente en el lugar de uno. Al mismo tiempo, hacer algo con tanta carga emotiva es muy difícil, porque no se puede compartir con nadie, salvo lo que se ve en la pantalla. En cierto sentido, entregarse a la pantalla era la única manera de curar esa soledad.
–En los últimos años casi no trabajaste como actriz. ¿Fue una decisión deliberada o no encontraste ningún proyecto que te interesara?
–Las dos cosas. Trabajé como actriz durante 46 años: es mucho tiempo para un mismo trabajo. Muchos actores no tienen vida, van de película en película, pero yo no puedo. Lo hice cuando era joven, pero ya no puedo hacerlo más. Además tengo hijos, y eso también influye, siento que me quedo sin nada que decir si estoy siempre trabajando. Con respecto a la actuación, creo que ahora trabajo por razones muy concretas. La principal es que quiero aprender de otros directores, por eso ahora me interesa estar en contacto con aquellos que tengan mucho para decir, una perspectiva diferente y mucha experiencia. Lo que más me entusiasma es trabajar con Spike Lee, Bob Zemeckis, Roman Polanski, Neil Jordan y David Fincher, los directores con los que estuve en contacto en los últimos 15 años. No tengo las mismas ambiciones que tenía cuando era joven: ahora simplemente hago lo que me gusta, no tengo otra motivación.
–Desde que comenzaste cuando eras una nena al presente, ¿qué cambios notaste en Hollywood?
–Han cambiado tantas cosas… Hoy Hollywood es un lugar completamente diferente, vi muchas fases que luego desaparecieron, y estoy segura de que voy a ver muchas más. Por eso, cuando la gente tiene un punto de vista apocalíptico sobre la industria cinematográfica, siento que simplemente se trata de una nueva fase que pronto va a desaparecer. Y después vendrán otras. El cambio más importante tiene que ver con la economía mundial, que transformó todo. Sin dudas, Estados Unidos pasó a ocupar el primer lugar, las películas se convirtieron en el producto de exportación más importante, mientras que el resto de la producción cinematográfica mundial quedó relegada a un territorio muy pequeño y vulnerable. De alguna manera, arrasamos con el resto del mundo. Y el nivel de calidad bajó muchísimo. Sin embargo, siempre hay películas pequeñas y grandes; independientes y masivas. De alguna manera, me gusta que las distribuidoras de películas masivas se estén dedicando solamente a hacer franquicias. Con la tecnología digital, con todos los avances y los nuevos medios que existen, nos encontramos en una época apasionante, porque hay alrededor de 10 películas al año por las que uno tiene que pagar 50 dólares para verlas. Después está todo el resto: películas que costaron 10 millones de dólares, 10.000 o 100.000 dólares. Y todas serán proyectadas sobre la misma pantalla: eso me parece maravilloso.
–Viviste en Europa y en Estados Unidos: ¿cuál es la principal diferencia entre los dos lugares?
–Hay muchísimas diferencias, siempre viví entre dos culturas: en Estados Unidos fui a una escuela francesa y en Francia me sentía como en casa. Viajé por todo el mundo, pero hago mis películas en Estados Unidos porque me siento profundamente norteamericana. Pero, en cierto sentido, veo al país desde una perspectiva distinta. Creo que esta película, en términos de fotografía, es muy, muy europea. Hace unos días estaba hablando sobre las diferencias políticas: en Estados Unidos no somos corruptos, solamente hipócritas. No, en serio, me parece que es una gran verdad, por eso un abogado de Arkansas puede llegar a presidente de Estados Unidos. Así de poco corruptos somos. Por otro lado, la CIA puede invadir a otro país y está bien, pero el presidente no puede tener sexo oral con una secretaria. ¡Es ridículo! Y esa hipocresía es parte de nuestro gobierno.
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