domingo, 22 de enero de 2012

EL BLOC DEL CARTERO CON "LIBERTAD".Y BARBATE, ENTRE LA MAR Y EL DESAMPARO.

TÍTULO: EL BLOC DEL CARTERO CON "LIBERTAD".

Así, de forma tan lacónica (pero con frecuencia el laconismo es el disfraz falsamente modesto de la pomposidad), se titula la novela de Jonathan Franzen que ha cosechado los ditirambos más encendidos de la crítica literaria mundial. Tal ha sido la resonancia lograda por el autor que la revista Time le ha dedicado su portada, honor mundano que la prensa autóctona ha celebrado con arrobo y entusiasmo; ese arrobo y entusiasmo un poco sonrojantes, hijos por igual del esnobismo y de cierta mentalidad lacayuna y colonial, con que se aplaude todo lo que nos llega bendecido por el establishment cultural.

Me propuse leer la novela de Franzen, pese a que anteriores entregas del autor me habían convencido de que su literatura es solipsista y farragosa, muy representativa de la gangrena que corrompe a buena parte del arte contemporáneo, empeñado en elevar la inanidad a un pedestal de adoración. Cuando escribo `inanidad´ quiero decir vacuidad, nadería, insignificancia; y no se me escapa que muchos grandes maestros han logrado penetrar en el misterio humano retratando los pensamientos o acciones humanas más `insignificantes´: pero su grandeza consistía, precisamente, en mostrar –a veces de forma discreta, elusiva, invisible– la profunda significación que se ocultaba tras ellos. Pero esta `inanidad´ a la que me refiero postula que no existe significación alguna en lo que pensamos o hacemos; que todo lo que pensamos o hacemos es reflejo de una mera `pulsión biológica´; y que todo intento de encontrar un sentido último o trascendente en lo que hacemos es una quimera irrisoria. Franzen, como tantos otros escritores de nuestra época, no cree que la vida tenga sentido; y así, todo lo que piensan o hacen sus personajes es como un intento –hiperrealista e hipertrofiado, pues una de las notas características de esta literatura es su enojosa prolijidad– por distraer o espantar la desesperación natural que invade nuestros días cuando no descubrimos en ellos un `argumento´. Esta desesperación o conciencia de sinsentido no se muestra en Franzen, sin embargo, al modo en que podría mostrarse en Joyce, como un intento de traducir gráficamente el panorama interno de la mente humana expuesta a un enjambre de impresiones confusas; tampoco al modo en que se muestra en Kafka, como un retrato de un mundo frío y minuciosamente pesadillesco. La desesperación de Franzen es una desesperación tranquila, de una tranquilidad de calma chicha, que sigue los avatares –rutinarios y mazorrales– de sus personajes con la misma exhaustividad desapasionada con que un detective sigue los episodios adulterinos del tipo al que le han encargado que espíe. A veces, es cierto, Franzen se permite el humor, como el detective encargado de espiar al adúltero se permite ridiculizar en sus informes sus dotes amatorias o la fealdad de sus amantes; pero es siempre un humor `desalmado´, desangelado, que no rompe la atonía de la narración. A la postre, su novela nos transmite una impresión de aridez espiritual que se refleja en todo lo que los personajes hacen, en todo lo que dicen, en todo lo que piensan; y, ciertamente, hacen, dicen y piensan muchas cosas a lo largo de ochocientas páginas implacables, pero todo ello carente de significación, como si fuera la crónica de una necrosis, de una gangrena indolora, de una desolación sin lucha.

Esta misma impresión de aridez espiritual la he encontrado en otros muchos escritores de nuestro tiempo, de los que Franzen es discípulo confeso o epígono inconfeso, tan encumbrados y venerados como él mismo por retratar las «inquietudes del hombre medio». Pero para retratar las inquietudes humanas hace falta, antes que nada, humanidad; y por humanidad no quiero decir sentimentalismo pío, sino capacidad de alumbramiento del misterio humano. Y lo que estos autores retratan es más bien la descomposición de lo humano, convencidos de que el hombre es pura materia condenada (o más bien solo convocada) a la pura disgregación. Desde esta convicción, la peripecia de sus personajes se reduce a \\\''\''experiencia biológica\\\''\''; y todas las empresas que abordan se convierten en activismos vacuos, porque sobre ellas gravita la noción desesperada del sinsentido de la vida, reducida a la noción de accidente cósmico. Puede que Franzen sea un lúcido –aunque, desde luego, bastante pelmazo– notario de nuestra época; y, en este sentido, la portada de la revista Time la tiene bien merecida. Pero de ahí a ser un gran escritor media un gran techo; porque la literatura, si aspira a no perecer por agotamiento, tendrá que volver a dar cuenta de la razón del vivir.
En nombre de la Libertad, construyen sus propias cárceles de dolor ...la paloma de la jaula- foto.
TÍTULO:  BARBATE, ENTRE LA MAR Y EL DESAMPARO.

El despampanante atardecer barbateño es de los pocos consuelos que les queda a los ciudadanos que se asoman a la playa del Carmen, al Paseo Marítimo, al objeto de aminorar el escozor de sus llagas. Barbate es Trafalgar, la batalla en la que todos murieron (menos el francés que propició el desastre) y en la que, como casi siempre, venció Inglaterra; Barbate es la almadraba con la que se levantan los atunes que van de aquí para allá y que acaban muchos de ellos en manos de un japonés que los paga bien; Barbate es el viento de levante, que impulsa el vuelo y el surco de los que viven montados en una ola; Barbate es una flota pesquera adecuada a pescar en aguas marroquíes que aprovisiona una lonja a la que viaja medio Cádiz a comprar lo que cada día cuesta más encontrar; Barbate es la industria conservera (¡viva El Rey de Oros!), las salazones, los ahumados, la melva, la caballa y la madre que parió a todas… Barbate es muchas cosas, pero hoy es desolación, desorientación, negra sombra sobre arena blanca. Pocos municipios españoles gozan de la belleza natural del término municipal de Barbate, que incluye el núcleo urbano y dos pedanías míticas para los amantes de las playas con vocación de duna y pinar: Los Caños de Meca y Zahara de los Atunes. Limitado en su crecimiento por tratarse de parajes protegidos y ocupado en buena parte por el asombroso Parque Natural de la Breña –magnífico para ser recorrido por sus bellísimos senderos– y por el cuartel militar Sierra del Retín, Barbate puede confiar poco en la expansión urbanística. Entre ambas realidades ocupan un 80 por ciento del suelo, que ya es decir. Tampoco llaman a diario a la puerta de la Alcaldía empresas que quieran instalarse en una población equidistante de Jerez, Cádiz y la Bahía de Gibraltar y comunicada de aquella manera. Hasta hoy se ha vivido de la pesca; a trancas y barrancas, pero se ha vivido: cerca del 65 por ciento de la economía local, entre puestos de trabajo directos e indirectos, vive de poder pescar peces debajo del agua, de cualquier agua, pero especialmente de Marruecos, donde se captura el 70 por ciento de lo que se vende en su lonja gracias a que Barbate es la población con más licencias de pesca para esos caladeros (21 de las 44 andaluzas). Pero llegaron los cretinos señoritos de Bruselas y tomaron una decisión que aún nadie comprende: negarse a la prórroga del acuerdo pesquero con Marruecos a cuenta del conflicto del Sáhara, ya que «no se demuestra que las capturas beneficien a la población saharaui». ¿Y qué tendrá que ver una cosa con otra? Los \\\''\''euroidiotas\\\''\'' se han fotografiado con cara de progres estupendos –incluido Willy Meyer, eurodiputado español de la provincia de Cádiz (¡)–, ya que han impedido que se «vulneren derechos» en el Sáhara, aunque sea a costa de acabar de hundir a una población española, gaditana por más señas. Barbate no puede pescar, no puede crecer y no puede vivir de los que vamos a comer atún a El Campero o a Antonio (dos templos de los túnidos, espléndidos tartares, formidable todo, para volverse literalmente loco) o de los que vamos a tomar una copa al fascinante y añejo Café Revuelta, de Diego y Encarna, con lo que a pocos sorprenderá que algunos jóvenes se dediquen al fardo de droga y sean vistos por el pueblo conduciendo unos cochazos de aúpa. A esos no se los va a convencer ahora de que lo dejen a cambio de un trabajo por el que se les pague 900 euros. El Ayuntamiento no puede pagar los sueldos de los empleados municipales, y cerca del 30 por ciento de la población está en paro. Solo falta que la abuela se ponga de parto. Con todo, una visita a Barbate es obligada: la historia, la naturaleza, la gastronomía y su gente se la merecen. A la vera tienen Vejer de la Frontera, que no es menudo, y al otro lado, Tarifa. Y al frente el Atlántico, el océano en el que perder la vista y suspirar por la esperanza, lo único que les queda a muchos lugareños. Ánimo, Barbate.

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