
Sus amigas, a parte de los besos con lengua, poca cosa más habían hecho: dejarse tocar las tetas y el culo. Ellas no tocaban, decían que eso era de putas. Claudia no entendía este punto. Si la cosa iba de proporcionarse placer mutuo, ellas también deberían tocarles a ellos, es más, debería apetecerles.
- Tú eres una salida, Claudia. ¿Cómo les vas a tocar allí? – gritaban la de la tienda y la rubia, poniendo caras de asco.
Poco podía argumentarles pues era la que menos experiencia tenía. Además, estaba convencida de ser la menos guapa de las tres. Loli, morena y delgada, atraía mucho a los chicos. Claudia suponía que su forma de vestir tenía mucho que ver en ello. Sus padres le daban todo lo que quería como hija única, aunque no aprobara ni una. Se compraba la ropa en tiendas caras y vanguardistas como “Graffiti”. Claudia entraba pocas veces en esas boutiques y, cuando lograba que su madre le comprara algo, eran las prendas más baratas y las menos modernas. Fina era la más guapa: rubia de ojos azules, la más bajita, y la más dulce. Encantadora, no le hacían falta adornos. Claudia, llena de complejos adolescentes, se avergonzaba de sus pechos que irrumpían siempre sin permiso, pero sabía que su culo enfundado en unos pantalones pitillo tenía bastante éxito. Menos rubia que Fina, menos alta que Loli, se sentía en medio de dos bellezas, sin grandes posibilidades de destacar. Así que callaba y esperaba que llegara el momento en el que algún chico la encontrara atractiva y quisiera besarla.
Como más tarde averiguaría Claudia, todo llega en esta vida. Un aburrido y caluroso domingo de verano, comiendo pipas en la plaza Zaragoza, se les acercó un grupo de chavales. A la legua se les veía que no eran de la ciudad, el acento les delataba. Habían venido durante un mes a la Politécnica para un intercambio.
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