Durante mi reciente traslado a un departamento nuevo, descubrí una serie de notas de conversaciones mías con J., miembro de la orden R. A. M., una pequeña cofradía dedicada a estudiar la tradición oral y el lenguaje simbólico del mundo. Estas notas cubren nuestros encuentros desde febrero de 1982 hasta 1997.
El viaje por PAULO COELHO-FOTO.
Recientemente le pregunté si podría compartir parte de estos textos; estuvo de acuerdo, así que dedicaré las próximas cinco columnas a describir algunos de nuestros encuentros (periodo 1982-1986). Transformé los textos en diálogos para su mejor comprensión, así que las palabras de J. no son exactamente las que él usó, aun cuando el contenido sea absolutamente fiel a lo que escuché.
Los textos no están en el orden exacto. Decidí comenzar con alguna de nuestras conversaciones de 1986, cuando él insistía para que hiciese el Camino de Santiago.
-Dices que hacer el Camino de Santiago es importante. Para hacerlo, necesito abandonar todo durante algún tiempo: familia, empleo, proyectos. Y no sé si encontraré la misma situación a mi regreso.
-Espero que no la encuentres.
-Entonces, ¿debo arriesgarme a perder todo lo conseguido hasta ahora?
-¿Perder qué? Un hombre solo puede ganar o perder su alma: aparte de la vida, no posee nada más. No importan las vidas pasadas o futuras; por el momento estás viviendo esta y debes hacerlo con comprensión silenciosa, alegría y entusiasmo.
-Yo tengo una mujer a la que amo
-comenta riendo.
-Esta es siempre la disculpa más común y la más tonta posible. El amor nunca impidió a un hombre seguir sus sueños. Si ella realmente te ama, deseará lo mejor para ti. Además, tú no tienes una mujer a la que amas; la mujer no es tuya. Lo que es tuyo es la energía del amor que proyectas hacia ella. Puedes seguir haciendo eso en cualquier otro lugar.
-¿Y si yo no tuviera dinero para hacer la peregrinación?
-Viajar no es siempre una cuestión de dinero, sino de valor. Pasaste gran parte de tu vida recorriendo el mundo como hippie; ¿qué dinero tenías entonces? Ninguno. Apenas alcanzaba para pagar el pasaje, e incluso así pienso que fueron algunos de los mejores años de tu vida -comiendo mal, durmiendo en estaciones ferroviarias, sin poderte comunicar por causa del idioma, obligado a depender de los otros hasta para descubrir un refugio donde pasar la noche-.
Viajar es sagrado: la humanidad viaja desde la noche de los tiempos, en busca de caza, de pasto, de climas más agradables. Son raros los hombres que consiguen comprender el mundo sin salir de sus ciudades. Cuando viajas -y no me refiero al turismo, sino a la experiencia solitaria de viaje-, cuatro cosas importantes suceden en tu vida:
a) Estás en un lugar diferente. Entonces, las barreras protectoras ya no existen. Al principio esto da mucho miedo, pero al poco tiempo te acostumbras y pasas a entender cuántas cosas interesantes existen más allá de los muros de tu jardín.
b) Porque la soledad puede ser muy grande y opresora, tú estás más abierto hacia personas con quienes normalmente no cambiarías palabra, como camareros, otros viajeros, empleados de hotel o el pasajero sentado a tu lado en el autobús.
c) Tú pasas a depender de los otros para todo: conseguir hotel, comprar algo, saber cómo tomar el próximo tren. Descubres entonces que no hay nada malo en depender de los otros, sino que, por el contrario, esto es una bendición.
d) Estás hablando un idioma que no comprendes, usando un dinero cuyo valor desconoces, caminando por calles por donde nunca estuviste. Sabes que tu antiguo ´yo`, con todo lo que aprendió, es absolutamente inútil ante estos nuevos desafíos, y empiezas a descubrir que, enterrado allá en el fondo de tu inconsciente, existe alguien mucho más interesante, aventurero, abierto hacia el mundo y las experiencias nuevas.
Viajar es la experiencia de dejar de ser quien te esfuerzas en llegar a ser para transformarte en aquello que eres.
El viaje por PAULO COELHO-FOTO.
Recientemente le pregunté si podría compartir parte de estos textos; estuvo de acuerdo, así que dedicaré las próximas cinco columnas a describir algunos de nuestros encuentros (periodo 1982-1986). Transformé los textos en diálogos para su mejor comprensión, así que las palabras de J. no son exactamente las que él usó, aun cuando el contenido sea absolutamente fiel a lo que escuché.
Los textos no están en el orden exacto. Decidí comenzar con alguna de nuestras conversaciones de 1986, cuando él insistía para que hiciese el Camino de Santiago.
-Dices que hacer el Camino de Santiago es importante. Para hacerlo, necesito abandonar todo durante algún tiempo: familia, empleo, proyectos. Y no sé si encontraré la misma situación a mi regreso.
-Espero que no la encuentres.
-Entonces, ¿debo arriesgarme a perder todo lo conseguido hasta ahora?
-¿Perder qué? Un hombre solo puede ganar o perder su alma: aparte de la vida, no posee nada más. No importan las vidas pasadas o futuras; por el momento estás viviendo esta y debes hacerlo con comprensión silenciosa, alegría y entusiasmo.
-Yo tengo una mujer a la que amo
-comenta riendo.
-Esta es siempre la disculpa más común y la más tonta posible. El amor nunca impidió a un hombre seguir sus sueños. Si ella realmente te ama, deseará lo mejor para ti. Además, tú no tienes una mujer a la que amas; la mujer no es tuya. Lo que es tuyo es la energía del amor que proyectas hacia ella. Puedes seguir haciendo eso en cualquier otro lugar.
-¿Y si yo no tuviera dinero para hacer la peregrinación?
-Viajar no es siempre una cuestión de dinero, sino de valor. Pasaste gran parte de tu vida recorriendo el mundo como hippie; ¿qué dinero tenías entonces? Ninguno. Apenas alcanzaba para pagar el pasaje, e incluso así pienso que fueron algunos de los mejores años de tu vida -comiendo mal, durmiendo en estaciones ferroviarias, sin poderte comunicar por causa del idioma, obligado a depender de los otros hasta para descubrir un refugio donde pasar la noche-.
Viajar es sagrado: la humanidad viaja desde la noche de los tiempos, en busca de caza, de pasto, de climas más agradables. Son raros los hombres que consiguen comprender el mundo sin salir de sus ciudades. Cuando viajas -y no me refiero al turismo, sino a la experiencia solitaria de viaje-, cuatro cosas importantes suceden en tu vida:
a) Estás en un lugar diferente. Entonces, las barreras protectoras ya no existen. Al principio esto da mucho miedo, pero al poco tiempo te acostumbras y pasas a entender cuántas cosas interesantes existen más allá de los muros de tu jardín.
b) Porque la soledad puede ser muy grande y opresora, tú estás más abierto hacia personas con quienes normalmente no cambiarías palabra, como camareros, otros viajeros, empleados de hotel o el pasajero sentado a tu lado en el autobús.
c) Tú pasas a depender de los otros para todo: conseguir hotel, comprar algo, saber cómo tomar el próximo tren. Descubres entonces que no hay nada malo en depender de los otros, sino que, por el contrario, esto es una bendición.
d) Estás hablando un idioma que no comprendes, usando un dinero cuyo valor desconoces, caminando por calles por donde nunca estuviste. Sabes que tu antiguo ´yo`, con todo lo que aprendió, es absolutamente inútil ante estos nuevos desafíos, y empiezas a descubrir que, enterrado allá en el fondo de tu inconsciente, existe alguien mucho más interesante, aventurero, abierto hacia el mundo y las experiencias nuevas.
Viajar es la experiencia de dejar de ser quien te esfuerzas en llegar a ser para transformarte en aquello que eres.
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