Palpita el puñal, la ganzúa, la flor de los cerrojos en la oscuridad de costales y pretinas.
Hay ladrones que han adiestrado su sombra, su dócil sombra que evita entrar por las ventanas y que espera en la esquina de la noche la llegada agitada de su dueño.
Luego del pillaje, los ladrones portan en sus manos un ramo de flor de adrenalina.
Hay quienes han visto su casa destechada en la noche que tiene olor de ladrones en las tapias. Sobre sus camas, el cielo azul, desnudo.
Pero ningún ladrón es más
hábil que el olvido.
Ítem, dejo a los hospitales
las telarañas de mis ventanas,
y a los enfermos, un puñetazo en cada ojo,
a cada uno, que tiemblen flacos, peludos,
y llenos de mocos, helados y empapados.
Ítem, dejo a mi barbero
mis pelos cortados, y a mi zapatero,
mis zapatos viejos, y a mi ropavejero,
mis ropas tal como estén cuando me abandonen.
Ítem, dejo a los mendicantes,
a las hijas de dios y a los párrocos
sendas cascaras de huevo
llenas de francos y escudos viejos.
Los carmelitas cabalgan a nuestras vecinas,
pero eso es lo de menos.
hábil que el olvido.
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