lunes, 10 de diciembre de 2012

HOMBRE FÚTBOL VICENTE DEL BOSQUE ENTREVISTA,./ EL ZAPATO DEL CINE CON GEORGE CLOONEY, ENTREVISTA.

Vicente del BosqueTÍTULO: HOMBRE FÚTBOL VICENTE DEL BOSQUE ENTREVISTA.

España se merecía algo así»

«A veces pienso que sí, que estábamos destinados a ganar», asegura el seleccionador un año después de conseguir el Mundial


Vicente del Bosque,-Foto.
Vicente del Bosque, ahora marqués, no ha cambiado ni un ápice. No nos referimos a desde que es campeón del mundo, sino incluso al que era cuando jugaba. La misma afabilidad, la misma naturalidad, la misma persona campechana que toma la vida con una naturalidad envidiable. Un deportista de los que ya no quedan, la humildad por encima de todo. El seleccionador campeón del mundo echa mano de dicha humildad para recordar lo que pasó en aquel mágico mes en Sudáfrica.
- ¿Qué recuerda de la final?
- Me acuerdo de los momentos previos al partido. La sensación que tenía de que iba a ser el partido más importante que teníamos que jugar. Pero al mismo tiempo quería hacerles ver a los chicos que no era un asunto de vida o muerte. Era el partido soñado, pero nada más. Nosotros somos unos románticos del fútbol y como tal teníamos que tomarlo: con alegría, con optimismo, pero sin ningún rasgo dramático.
- ¿Y lo consiguió?
- Creo que sí. Nos enfrentábamos a una escuela como la holandesa, que siempre tuvo mucha estimación en el mundo. Tenía a jugadores como Van Persie, Sneijder, Robben, Van Bommel -sí, también Van Bommel-, futbolistas de muy buen estilo. Y nosotros éramos unos neófitos en cuanto a finales, e incluso en semifinales. La verdad es que era la oportunidad de nuestra vida. A veces pienso que sí, que posiblemente estábamos predestinados al triunfo, pero lo digo sin fantasmería. España se merecía algo así porque ponía a toda la nación en un escaparate de modernidad y de un modelo de juego. Pasamos dificultades en todo el torneo pero demostramos ser un equipo muy entero.
- ¿Tuvo dudas en cuanto al equipo titular?
- Veníamos de jugar un buen partido en semifinales. Estuvimos pensando en que Torres nos venía bien para un encuentro así, pero al final nos inclinamos por la frescura y chispa de Pedro. Había anulado a Lahm en el partido anterior y nos dencantamos con rapidez. La verdad es que desde el primer día pensamos en un once tipo.
- ¿Vio algún punto de inflexión en la final?
- Siempre he pensado, y alguna vez lo he dicho, que la ocasión de Robben que sacó Casillas con el pie lo cambió todo. A partir de ahí empezamos a imponernos. Una de esas oportunidades que cuando el rival no la materializa te da confianza. También es posible que la salida de Cesc acabara por inclinar la balanza a nuestro favor, porque a partir de ahí tuvimos más posesión de balón, nos asociamos mejor y empezamos a crear ocasiones más claras de gol.
- ¿Y lo vio mal de verdad en algún momento?
- Hay que recordar que era una final y siempre entran dudas. Si en algún momento no jugamos bien fue porque ellos nos presionaron con acierto. Me acuerdo que pensé que si bajaban su ritmo físico acabaríamos jugando como sabemos y que entonces podríamos imponer nuestro juego. El asunto era saber el momento en que bajarían el pistón y lo cierto es que solo lo hicieron en el último tercio de partido.
- Hubo algo que nos extrañó a todos. Marcó Iniesta y a usted no se le vio celebrarlo con la algarabía de los demás. ¿Qué pasó?
- Pues no fue algo pensado. Es que como Andrés estaba al límite del fuera de juego miré al línea y vi un movimiento extraño. No estaba nada seguro de que no fuera a anular el gol. Y luego cuando lo dio por válido me contuve porque pensé que si lo celebraba mucho los jugadores podían pensar que todo estaba hecho, y lo cierto es que aún quedaba partido. No quisé dar una sensación equívoca o mandar un mensaje erróneo.
- Después de la derrota en el primer partido ante Suiza hubo gente que tuvo dudas, incluso se volvió pesimista. Francamente, creo que fue menos de lo que pareció.
- Yo también. En realidad todo se reducía a adquirir confianza en los siguientes partidos. Nunca buscamos culpables después de aquella derrota. Solo nos concentramos en ser muy firmes en los criterios, en ser fieles a un estilo y en no dar tumbos. Fue ese recuerdo de nuestro fútbol en el que nos centramos y en eso estuvimos pensando los días posteriores al encuentro. Tuvimos jugadores excelentes en ese Mundial, chicos generosos, maduros, firmes. Eso fue lo que les llevó a mantenerse enteros en la fase de grupos.
- Después se vio que el equipo iba paso a paso.
- Sí, no había otro remedio. Fue un Mundial muy equilibrado. Contra Paraguay y Chile pasamos momentos muy delicados, instantes muy duros, pero fuimos un equipo comprometido, muy comprometido. Al final, cuando llegamos ante Alemania jugamos un partido realmente bueno. En general, se puede decir que en ese Mundial fuimos de menos a más.
- Se ha hablado mucho del éxito, pero lo que más se le ha alabado ha sido el hecho de que España encontrara un estilo propio.
- Creo que alguna vez dije que nuestro juego trascendía lo social. Hemos tenido la suerte de contar con una generación maravillosa, de jugadores realmente buenos que, además, son simpáticos, humildes y sacrificados, todo unido a una calidad de juego realmente espléndida. Logramos ser campeones del mundo y no fue por casualidad.
- Pues algo habrá cambiado para pasar de no superar los cuartos en ninguna competición a ganar Eurocopa y Mundial.
- Si una generación tan buena florece es porque antes se han sentado unas bases. Las instalaciones han mejorado mucho y el trabajo de los entrenadores también ha sido muy bueno. Antes viajábamos fuera para ver cómo entrenaban los demás y ahora son ellos los que vienen aquí a ver cómo lo hacemos nosotros. Eso es por algo. Los entrenadores de las bases inferiores de nuestro fútbol han hecho un trabajo inmejorable y eso se ha acabado notando en todo el fútbol nacional.
- ¿Y hay algo que valore más en esta selección y que no se diga tan a menudo como lo del tiqui-taca, el buen estilo, el talento?
- Es una selección muy estudiada, pero quizás uno de sus mayores valores es que tiene una gran capacidad para adaptarse a las dificultades de cualquier partido. Si el rival juega muy atrás, tenemos paciencia para tocar y tocar hasta encontrar huecos, si juega con una línea defensiva muy adelantada pues tardaremos en encontrarle las vueltas, pero al final se las encontramos y así con cualquier circunstancia.
- ¿Qué le llamó la atención del grupo durante el Mundial?
- Los tres porteros, sobre todo los dos que no jugaron. Hicieron un trabajo ejemplar. Dieron calor al grupo, apoyaron a sus compañeros en todo momento aunque no jugaron ni un minuto. Eso fue algo realmente encomiable, algo para recordar siempre.
- Se dice que ahora va a empezar una renovación en la selección.
- Solo cuando venga uno mejor que los demás. No se trata de que por el mero hecho de ser joven vaya a quitarle el puesto a uno más veterano. O porque se haya lesionado.
- Se le vio preocupado durante los clásicos. ¿Teme que se repita?
- La rivalidad debe existir, pero lo que pasó en esos partidos es un buen ejemplo para saber lo que no hay que hacer. Espero que haya sido didáctico y no vuelva a suceder.

 TÍTULO: EL ZAPATO DEL CINE CON GEORGE CLOONEY, ENTREVISTA.

Entrevista ‘RS’ a George Clooney: Confesiones de una mente suciaEntrevista ‘RS’ a-foto. George Clooney: Confesiones de una mente sucia

Lo que el actor esconde bajo la cama y otros secretos del hombre más ‘cool’ de Hollywood. Por Erik Hedegaard



¿Ha habido alguna estrella de cine en la historia de las estrellas de cine más perfecta que George Clooney? La respuesta la encuentra uno viendo cómo recibe George a ROLLING STONE. Sentado en su casa de las colinas de Hollywood, vestido con un pantalón chino beis, calcetines a juego, inmaculadas botas color canela, elegante camisa azul, ojos soñadores marrón chocolate, anchos hombros, una línea recta de dientes blancos (no demasiado blancos), cabello distinguidamente gris, las piernas cruzadas con confianza, la sonrisa relajada y un aura de tranquila seguridad. Su conversación, fluida, busca los temas y los despacha con facilidad: del fracaso de los políticos actuales (“Vivimos en una época tan asquerosamente polarizada que es una locura”) a las atrocidades en Darfur por el conflicto entre tribus de Sudán; o, por qué no, unas palabras sobre sus dos últimas películas: un drama político que dirige y protagoniza llamado Los idus de marzo (“No está pensada para que la vea todo el mundo, pero me importa una mierda. No necesito ser más famoso y la hicimos con poco más de 9 millones de euros, así que cualquier resultado será bueno”) y una oscura historia familiar, Los descendientes.
Mientras Clooney habla, uno no puede dejar de pensar en lo estruendosamente perfecto que es todo, tanto él como su entorno. Esta casa, por ejemplo, no es sólo una casa: es un reino de estilo Tudor, con una cancha de baloncesto y tenis, una piscina, barras de bar, cascadas, una parrilla (“¡Hago unas chuletas de cordero del copón! Soy un maestro de la parrilla”, asegura), una sala de cine en 3D y un bate de béisbol bajo la cama, por si Clooney lo debe usar con un intruso (cosa que nunca ha ocurrido).
Perfecta es también su opulenta villa del siglo XVIII en el Lago Como, Italia, donde los famosos se reúnen y se dan baños saltando desde un muro (“Hace unas semanas conseguí que se tirara Charlie Rose [veterano periodista televisivo], tras un previo chapuzón junta a Marisa Tomei y Evan Rachel Wood”).
Y, por supuesto, perfectas son sus novias, siempre guapas, siempre de largas piernas (“Soy un hombre de piernas”). Lo sorprendente es que cuando llega el momento de dejarlo, ellas lo hacen sin armar jaleo, sin amargas declaraciones públicas. De verdad, es casi increíble y casi demasiado para cualquier mortal que no se llame George ni se apellide Clooney.
Así que aquí está, a sus anchas, diciendo cosas como: “Creo que uno de los mayores malentendidos sobre mí es que vivo mi vida de la manera en que la gente piensa que lo hago, en una fiesta continua. Piensan en excesos que no existen. Las cosas son en realidad bastante simples”. A ver si es verdad: ¿Cómo empezó el día de hoy? “Veamos”, contesta: “Me levanté a las 7:30, con mi maldito perro en la puerta del dormitorio, Einstein. Es un perro adoptado de un refugio. Me puse una bata y bajé a darle de comer. Me lavé los dientes y eché una meada. Molaría que se pudiesen hacer las dos cosas a la vez, pero si yo lo intentara acabaría con dentífrico en las pelotas. Luego me di una ducha, sudé un rato en la bicicleta estática y me di otra ducha. Luego vino un médico para hacerme la revisión que tengo cada seis meses. Me sacó sangre, mucha. También me tomó la tensión, muy baja, 9,8 y 6,8”. 
Por supuesto que es baja. No podría ser de otra forma. La belleza, el dinero, la fama, el encanto, las mujeres, la absoluta amabilidad que muestra, el médico que va a su casa… Cualquier cosa que se te ocurra, la tiene. ¿Y ahora también la tensión baja? No es justo. No es justo que todo eso le pase a un sólo tío. ¿Y el resto de nosotros? Al menos, habrá tenido que pagar un precio por ello.
"He pasado por fases en las que bebía mucho y tuve que decirme: 'Basta, has tenido demasiadas resacas seguidas y tienes que parar".
Le comparan continuamente con los grandes –Steve McQueen, Cary Grant, Gregory Peck– y nunca se acaba de teorizar sobre su persona. Es la Última Estrella de Cine Verdadera. Es el Último Hombre Americano. Es el eterno soltero bromista de Hollywood y su estadista más poderoso. Está entre los pocos que pueden hacer comedias (O Brother!, Crueldad intolerable); acción (Tres reyes, La tormenta perfecta); drama (Up in the air, Michael Clayton); voces de dibujos animados (Fantástico Sr. Fox); servicio público (Syriana, Buenas noches, y buena suerte); películas para sentirse bien (la serie de Ocean’s eleven) y para sentirse mal (El americano); e, incluso, dar el salto de la tele (cinco temporadas en Urgencias) al cine, sobreviviendo a unos cuantos fracasos (Batman y Robin, Un día inolvidable). Además, es la definición de clase. Para la izquierda, es como un ángel; para la derecha, es más un idiota. Es, desde luego, un tío con el que se puede contar.
“Una cualidad que le distingue”, dice Steven Soderbergh, que le ha dirigido en seis películas, “es que escoge pelearse con gente tan poderosa como él, algo raro en este negocio”. Bien, así que es todas esas cosas distintas. Pero el elemento unificador que nunca dejas de oír sobre Clooney es que siempre es él mismo. El Clooney que ves en las películas es el mismo Clooney del que lees, el mismo Clooney que va a Darfur es el mismo Clooney que está sentado aquí mismo diciendo: “Soy básicamente lo que la gente supone que soy”. No hay separación, y no suele esconder nada. Hagamos la prueba
¿Quieres saber si Clooney, conocido bebedor, tiene tal vez un problema con el alcohol? Echando su noble cabeza hacia adelante, está encantado de responder a esa pregunta. “No soy de esos tipos que beben solos, pero bebo bastante”, dice. “Disfruto bebiendo. He pasado por fases en las que bebía demasiado y tuve que decir: ‘Basta, demasiadas resacas seguidas, tengo que pisar el freno’. La última vez fue cuando me lesioné el cuello haciendo Syriana. Emborracharme disminuía el dolor, y pasé unos tres meses pedo todas las noches”.
¿Quieres retroceder unos años y discutir las circunstancias de su primer orgasmo? No hay problema; de hecho, lo hace entusiasmado. “Creo que fue subiendo por una cuerda a los 6 ó 7 años”, dice, levantando la voz. “O sea, no salió nada, pero el resto de los elementos estaban ahí. Recuerdo bajarme de la cuerda, volver a subir y decir: ‘¡Dios, esto sienta de maravilla!”.
¿Quieres saber si Max, el cerdo vietnamita que tuvo y amó durante 18 años, compartía la cama con él? “Sí, durante un tiempo, hasta que se puso demasiado gordo”.
¿Quieres saber si tiene novia ahora mismo? Bueno, no, esa pregunta no la va a responder. “Puede que tenga novia, pero no voy a hablar de ello. Es la única cosa que me quedo para mí”.
Aunque lo más interesante sucede adentrándonos en su dormitorio, en cuyo vestidor guarda docenas de camisas blancas tras un cristal como si fueran vino gran reserva. Tras mirar bajo la cama y encontrar el bate de béisbol, toca saber si hay algo interesante en su mesilla de noche. “Probablemente no”. Lo cual sólo puede significar que probablemente sí. Pero aparte de esas pocas cosas, está más que dispuesto a abrirse a ROLLING STONE.
Sin embargo, eso no quiere decir que pueda uno saberlo todo de George a primera vista. No guarda secretos, pero hay ciertas partes de su vida que no han sido bien examinadas. Su periodo de George-cabreado, por ejemplo. Tuvo uno de esos. En los 90. Su carrera iba bien, pero estaba cabreado. Se enfadaba con otros conductores (“los idiotas de mierda”), y bajaba la ventanillas para gritar: “¡Gilipollas de mierda!”. Rompía sus palos de golf y los tiraba al lago. Destrozaba su raqueta de tenis. Tenía ataques de celos (“horribles, de esos en los que pasas una y otra vez con el coche por el apartamento de tu novia, pensando: ‘¡Sé que está con otro!”). Y no le empujaba a esta furia nada en concreto. Ni siquiera su conocida aversión a los abusones, que le llevó a intentar estrangular al explotador director David O. Russell en el rodaje de Tres reyes, en 1999. Esa es una ira justificada. La otra ira, la de los celos y los palos de golf rotos, no lo era.
“No me ha vuelto a pasar en muchos años”, dice Clooney hoy, “pero sí, ese periodo existió. Me gustaría entender de dónde salió todo eso. Pero quién coño lo sabe, ¿no?”. Bueno, sólo él. Pero no es un tipo que se dé a la introspección. Le pedimos que  complete esta serie de frases.
“Venga”, dice. “Adelante”.
Tengo…“50 años”.
Me gusta soñar con…“Cabo San Lucas [localidad playera mexicana muy visitada por actores americanos]”.
Mi padre rara vez…“Me decepciona”.
La masturbación es…“¡Fundamental!”.
Tengo problemas de conciencia…“Sólo por la noche y durante el día”.
Mis amigos no saben que tengo miedo de…“Mis amigos”.
¿Qué te parece lo de que todas quieren casarse? Frunce el ceño. “Pero eso no es verdad, y no es lo que menos me gusta de las mujeres”.
¿Entonces qué es? “No lo sé. Nunca lo he pensado. También diría que me has acorralado para que diga: ‘No hagáis eso que hacéis’. Diría que me has dejado sin armas”.
Parece inquieto. Ya no le gusta este juego. Pero no pasa nada, porque Clooney no es el tipo de tío al que te gusta ver sin palabras.
Me llamo… y el mundo está… Sonríe. Con ésta sí puede. “Me llamo George y el mundo está en peligro”, dice: “Te podría decir cuarenta puntos calientes en el mundo, y no sólo físicamente violentos, sino también económicamente violentos”. Y ahí va, otra vez viento en popa.
Un día, teniendo Clooney 14 años, estaba comiendo con su familia cuando, al sorber un poco de leche, ésta se le derramó por un lado de la boca. Era el principio de la parálisis facial periférica. Su hermana Adelia la tuvo y se recuperó. Ahora, él la tenía. Tenía un hormigueo en la cara, no sentía la lengua y no podía cerrar un ojo. Era novato en el instituto. Sus compañeros de clase le llamaban Cloon-dog, porque su cara parecía colgar como la de un perro. No era una visión agradable. Para complicarlo todo, su padre, Nick, era presentador de las noticias locales y tenía su propio programa matinal.
“Tienes que pensar que en el microcosmos de Cincinnati, Ohio, hasta el norte de Kentucky, mi padre era una gran estrella, y aún lo es. Eso hacía que mi hermana y yo fuéramos muy visibles. Todo el mundo nos conocía y hablaba de nosotros. Si yo metía quince puntos en un partido de baloncesto, el periódico decía: ‘El hijo de Nick Clooney metió quince puntos’. ¿Y de repente tu cara se pone así? Mi padre siempre decía: ‘Pasará, vas a estar bien, puedes sobrellevarlo’. Pero fue complicado. Así que aprendí a hacer bromas sobre ello”.
En otras palabras, empezó a actuar.
En esa época, a veces la familia tenía dinero, y a veces no. Su madre, Nina, que había participado en concursos de belleza locales, le hacía la ropa a George y le cortaba el pelo, para ahorrar. Su padre era estricto. Pero eso no detenía al gamberro de George. Se metía en problemas y le castigaban, y luego repetía el ciclo.
Perdió su virginidad a los 16 años (“joven, muy joven, demasiado joven”). Era católico y sabía que la masturbación era un pecado, pero se dio cuenta de que era “¡fundamental!” y lo hacía, aunque luego, buscando la absolución, se llenaba por dentro los zapatos de piedrecitas y saltaba desde lo alto de su litera como penitencia. Luego se dio cuenta de que pelársela no era el peor de los pecados: “Si miras esa lista de los 10 pecados capitales, no está listado. O sea, en ningún lado pone: ‘No te tocarás la pilila”.
En el colegio, sus notas eran buenas y era un buen atleta, en baloncesto y béisbol. A los 17 años, hizo una prueba para el equipo de béisbol Cincinnati Reds, se asustó por una bola lanzada a 130 kilómetros por hora hacia su cabeza y abandonó los sueños de ser profesional. Fue a la universidad, Northern Kentucky, a estudiar periodismo, y se volvió loco bebiendo, persiguiendo chicas  y, finalmente, abandonando. Volvió a casa, trabajó en cosas extrañas, incluso cortó tabaco (“un trabajo deprimente”), hasta el día en que su tía, la gran cantante ya fallecida Rosemary Clooney, y su marido, el actor José Ferrer, le preguntaron si quería un pequeño papel en una película de carreras de caballos que Ferrer estaba rodando cerca. Actuó e instantáneamente supo lo que quería hacer con su vida. 
Era 1982. Se metió 300 dólares [poco más de 200 euros] en el bolsillo; cargó su viejo Chevrolet Monte Carlo; y, como despedida, escuchó educadamente mientras su padre le decía que no valía para ser actor. “Le dije todos los clichés que se me ocurrieron”, recuerda Nick Clooney. “Le dije que volviera a la universidad. Incluso cuando me llamaba desde California, le decía: ‘¿Por qué no vuelves? Te pagaremos la universidad’. Pero de nada sirvió”.
Clooney se fue a Holywood, salió como un loco, sobre todo bebía, tomó algo de cocaína y muchos quaaludes [metacualona, un sedante hipnótico]. “Pensaba que los quaaludes eran la mejor droga del mundo”. Iba a cástings, mansamente, con una mano delante y otra detrás, como la mayoría de los actores; y consiguió algunos papeles sin importancia. Cuando vio cómo su tío alcohólico, también llamado George, moría de cáncer de pulmón murmurando “qué desperdicio de vida”, decidió entonces que, si la muerte era inevitable, iba a llevar una vida acorde a sus propios principios. Entonces, consiguió un papel en la serie The facts of life. Ah, sí, que no se nos olvide: a veces iba a cástings con su perro, haciendo que los directores de cástings se preguntaran: “¿Pero qué coño hace ese tipo con el perro delante de la cámara?”.
A principios de los 90, estaba ganando 400.000 dólares al año [casi 300.000 euros] apareciendo regularmente en series olvidables. Era bastante dinero, pero no eran trabajos con los que construir una carrera. Apostó por Urgencias y pronto la serie llegó a los 40 millones de espectadores en EE UU. Era una superestrella de le tele. Luego, en 1998, Soderbergh le dirigió en Un romance muy peligroso, junto a Jennifer López. “En ese momento ambos sabíamos que esa era nuestra oportunidad y que, si la jodíamos, se acababa”, dice Soderbergh. “Aunque no hizo mucha taquilla, fue un éxito creativo, y cuando ves a George en ella dices: ‘Vale, ese tío es una estrella del cine”. Pronto se convirtió en algo más.
Pero lo más importante que has de saber sobre el pasado de Clooney, es que desde el principio sus padres le educaron para comportarse con corrección y sobriedad, especialmente en las múltiples apariciones públicas de su padre. “A mi hermana y a mí nunca nos gustaron mucho”, dice Clooney. “Se te exigía divertir y entretener. A los 7 años debía subir al escenario y decir algo”.
Los modales dentro de casa también eran importantes. “En la mesa”, continúa, “todo el rato era: ‘No mastiques con la boca abierta, no empieces a comer hasta que todo el mundo esté a la mesa, no pongas los codos en la mesa’. Es curioso, aún tengo algunas de esas reglas metidas en la cabeza”. Hace una pausa. “Una vez, en un partido de béisbol, yo me estaba poniendo demasiada mostaza en el perrito caliente y mi padre, vacilándome, dijo: ‘No te eches demasiada o te puede dar un ataque al corazón’. Hoy, cada vez que me pongo mostaza en un perrito, pienso: ‘Oh, oh, con cuidado. No quiero tener un ataque al corazón’”.      
Todo esto explica el hombre en el que Clooney se ha convertido. La más refinada de las estrellas de cine. Otra faceta de perfección que sumar a todas las que ya hemos mencionado.
Entre sus novias anteriores: Deedee Pfeiffer (la hermana de Michelle); Kelly Preston (con quien compró a su querido cerdo, Max); Talia Balsam (se casaron en el 89, se divorciaron en el 93); Celine Baitran (estudiante de derecho francesa, de 1996 a 1999); Krista Allen (actriz, dos rupturas con Clooney, en 2004 y en 2006); Lisa Snowdon (modelo, estuvieron cinco años juntos, buenos pechos); Sarah Larson (camarera de Las Vegas, 2008); Elisabetta Canalis (modelo italiana).
Y, ahora, Stacy Keibler, de 32 años, una profesional de la lucha libre a la que le ha dado por twittear tonterías como “Estoy en el cielo” o “No paro de sonreír”. Clooney podría acabar con ese comportamiento, la verdad. Pero no. “Puede hacer lo que quiera”, dice. “Rara vez le digo a nadie lo que debe hacer con su vida”. Así que, ¿no tiene reglas para sus novias? Resopla. “No, no hay reglas. Nada”.  Así que, ¿se casará algún día? Más resoplidos.

Einstein se hace un ovillo a su
lado en el sofá. Clooney le acaricia la cabeza. Escogió este cocker spaniel por dos razones: le habían maltratado y necesitaba una vida mejor y, además, estaba ya educado. “Soy malísimo entrenando perros. Tuve dos bulldogs que lo único que hacían era sentarse frente a mí y cagar. Nunca se me dio bien darles un azote ni nada parecido”. En apenas un rato de charla, George vuelve a incrementar esa lista de perfecciones. Por ejemplo, la palabra “Johnson” [argot para decir pene] siempre le hace reír. “Siempre. Además, puedes decir algo como ‘Le enseñó su Johnson y ella se largó’ delante de cualquiera o en un programa de la televisión y queda bien”. Tirarse pedos también le hace reír, especialmente con sus colegas. “Pensamos que es una de las cosas más divertidas de la historia de la humanidad. Incluso la idea de un pedo me hace reír. Decir la palabra ‘pedo’ me hace reír. Tengo la aplicación iFart [aplicación con los sonidos de las flatulencias] en mi teléfono. Tengo cojines de pedos a control remoto. Pedos… Para mí no hay nada más divertido”.
¿Qué más engrosa la lista? Oírle decir: “Soy el tipo menos metrosexual que te puedes encontrar. Nunca me he hecho manicura ni pedicura, y me he cortado el pelo yo mismo más veces de las que me lo han cortado otras personas”. O: “En un día de ceremonia de premios puedo jugar al baloncesto, entrar, darme una ducha y ponerme un esmoquin –tardo tres minutos en ponerme un esmoquin– y estar en la puerta en 15 minutos”. Otra cosa es que todo lo que refleja acaba contagiándose. Por ejemplo: está tan relajado que tú te relajas. O cuando sonríe, sonríes.
Es increíblemente macho alfa, también, pero de una manera positiva. Digamos que quieres jugar a ese juego de niños de dar una manotada en la palma de la mano del otro sin que él la retire. Él instantáneamente asume la posición de pegar el primero. Golpea con desconcertante velocidad, pero sin hacer daño. Y cuando consigues que no te dé, percibe tu falta de coordinación y discretamente te deja ganar unas cuantas veces. Bonito.
Pero tanta maravilla te puede provocar náuseas y hacerte pensar otra vez, cuando no desear, que haya tenido que pagar un precio por todo esto.
Sufrir ha sufrido, y de manera dolorosa, cuando en 2005 se lesionó la columna rodando Syriana, y empezó a echar fluido de la médula espinal por la nariz. “Llegó un punto en el que pensé: ‘No puedo seguir así, así no puedo vivir’. Estaba en una cama de hospital con una sonda en el brazo, sin poder moverme, con unos dolores de cabeza que me hacían sentir que estaba teniendo un derrame cerebral, y durante tres semanas empecé a pensar: ‘Igual debo hacer algo drástico’. Empiezas a pensar en hacerlo de manera limpia, ir al garaje, entrar en el coche, encender el motor. Parece la mejor manera. Pero tenía que pensar cómo sobrevivir”. La cirugía le curó, aunque aún tiene algunos de esos dolores de cabeza, solo que no tan malos.
Y, por supuesto, luego está la pérdida de intimidad que implica ser una estrella del cine, que es lo que Clooney dice que le molesta más de ser famoso. Pero tiene que haber algo más, algo malo.
Días después, quedamos con Clooney en su oficina, donde él está haciendo lo que mejor sabe hacer: ser perfecto. Tras volver del baño, donde has pensado en lavarte las manos pero no lo has hecho, te mira fijamente. Lo primero que dice es: “Hey, espero que te hayas lavado las manos”. ¿Cómo es posible? ¿Tiene cámaras escondidas en el baño? ¿Cómo puede saber que no te las has lavado? Probablemente, porque, junto al resto de cosas perfectas ya enumeradas, adivina la verdad.
Acto seguido, la conversación comienza a girar sobre miedos irracionales. Cruza las piernas. “Cuando era joven”, dice, “tenía el miedo irracional a poder hacer cualquier puta cosa. Mi padre y yo subíamos a un puente a 80 metros del suelo y yo pensaba: ‘Podría saltar, dar un paso y todo acabaría’. Cuando eso se te mete en la cabeza, es todo en lo que puedes pensar”. Hace una pausa y continúa: “En un sentido más práctico, con 12 años le pasaba a mi padre el teleprompter [aparato electrónico que refleja el texto de la noticia en un cristal transparente situado en la parte frontal de una cámara] cuando daba las noticias en directo, y no dejaba de pensar: ‘Podría saltar frente a la cámara y decir: ‘Joder, joder, joder’, y nadie podría impedirlo’. Y entonces ya sólo podía pensar en eso. Luego se convirtió en algo que pensaba en todas las situaciones. Podría levantarme en misa y gritar obscenidades. Y el cielo se caería y el mundo se desmoronaría”.
Ahí esta la clave. Cuando la suerte del mundo descansa sobre tus hombros, la perfección es el precio a pagar. Qué tipo más grande es este Clooney. El mundo está en peligro. Pero no tengas miedo. Él está al tanto y cuida de nosotros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario