– Según el diccionario de la RAE, una lolita-foto- es «una mujer adolescente, atractiva y seductora». Vladimir Nabokov prefería hablar de ninfetas:
Hace medio siglo que Stanley Kubrick osó adaptar la escandalosa novela de Vladimir Nabokov en un filme inolvidable.
Según el diccionario de la RAE, una lolita es «una mujer adolescente, atractiva y seductora». Vladimir Nabokov prefería hablar de 'ninfetas', «jovencitas entre nueve y catorce años que revelan su verdadera naturaleza, que no es humana sino nínfica (o sea, demoníaca), a algunos viajeros hechizados dos o más veces mayores que ellas». La censura no le permitió a Stanley Kubrick comenzar su película con este texto acompañado de imágenes de atractivas adolescentes. En su lugar, optó por mostrar las manos de un hombre pintando las uñas de los pies a una joven. Más sutil pero igualmente amoral.
La 'Lolita' cinematográfica cumple medio siglo. Hablamos de su estreno estadounidense y de su presentación europea en el Festival de Venecia de 1962, porque en España no se autorizó su exhibición hasta 1972. La novela, publicada originalmente en París en 1955 y editada en Estados Unidos tres años más tarde, provocó no pocos problemas a causa de la escabrosa relación entre una niña y el hombre maduro que acabará siendo su padrastro. La imagen de Sue Lyon en biquini con sombrero de paja y gafas en forma de corazón permanece como un icono del erotismo.
Kubrick siempre lamentó haber rebajado la carga erótica del libro de Nabokov por miedo a presiones censoras. A sus 34 años, el realizador neoyorquino venía escopeteado del rodaje de 'Espartaco', donde tomó el relevo de Anthony Mann por hacerle un favor a su amigo Kirk Douglas. Las presiones y cortes en el metraje que impuso Universal hizo que aprendiera la lección: para preservar su independencia debía alejarse de Hollywood y asegurarse el control absoluto de sus proyectos.
'Lolita' se rodó en Inglaterra, donde la Metro, distribuidora del filme, poseía unos fondos inmovilizados. La experiencia complació tanto a Kubrick que acabaría viviendo a las afueras de Londres. Desde entonces, todas sus películas las rodó en el Reino Unido, a una hora en coche desde su casa.
Nabokov trabajó junto al director en un guión que elevaba un par de años la edad de la joven protagonista: de 12 a 14. El autor de '2001' le paseó por fiestas de Hollywood. En una de ellas, el escritor se puso a charlar con un invitado: «¿En qué trabaja usted?». «En el cine», contestó John Wayne.
Sue Lyon, que había hecho televisión y publicidad en su Iowa natal, tenía 15 años y aparentaba alguno más, con lo que se aplacaban las posibles iras de los censores alineados en la Legión de la Decencia. James Mason sería el profesor Humbert Humbert, tan obsesionado por la hija adolescente de su casera que no duda en casarse con la excéntrica viuda (Shelley Winters). Mason tenía 52 años, atravesaba un avinagrado divorcio y estaba liado en secreto con una joven actriz. Clare Quilty, el rival de Humbert en su afición por las niñas, recayó en un comediante inglés que se convertiría en actor fetiche del realizador: Peter Sellers.
El estreno de 'Lolita' en Estados Unidos se saldó con modestos ingresos de taquilla y críticas tibias. El temor a una historia escabrosa se diluyó al comprobarse que no era un canto a la pederastia, sino el estudio de una obsesión. Inquietante y trufada de brillantes soluciones de puesta en escena, la cinta captura la esencia de la novela y desarma con su humor obsceno y desvergonzado: hay bromas a costa de llenar cavidades y fideos flácidos.
A pesar de recibir una nominación al Oscar por el guion adaptado (la única del filme), Vladimir Nabokov no quedó muy contento con el resultado final. Para empezar le espantó el póster, con su criatura lamiendo lascivamente una piruleta bajo la leyenda: «¿Cómo se han atrevido a hacer una película de 'Lolita'?». Cuando la vio sentenció: «Algunas de las tergiversaciones eran dolorosas. La mayoría de las escenas no eran mejores que las que yo había compuesto para Kubrick. Lamenté profundamente semejante pérdida de tiempo».
Sue Lyon, que no pudo ver la película en el estreno porque no tenía la edad suficiente, saltó de Kubrick a las manos de John Huston en 'La noche de la iguana'. Pero su carrera nunca llegó a despegar. En los años 70, retirada y olvidada, se quejaba de que 'Lolita' había arruinado su vida.
TÍTULO: ESCRITORA ESTHER TUSQUETS:
Esther Tusquets, escritora y editora, en una imagen de 2009. ... poco más de dos años que la editora y escritora Esther Tusquets (Barcelona, ...).
TÍTULO: ESCRITORA ESTHER TUSQUETS:
Esther Tusquets, escritora y editora, en una imagen de 2009. ... poco más de dos años que la editora y escritora Esther Tusquets (Barcelona, ...).
La escritora fallece a los 75 años en Barcelona de una pulmonía, padecía párkinson.
Dirigió durante casi 40 años la editorial Lumen.
Tengo sensación de final y quiero empezar a ir ligera de equipaje. A mi edad, uno se lo puede permitir todo”. Hace apenas poco más de dos años que la editora y escritora Esther Tusquets (Barcelona, 1936) justificaba así que se hubiera acentuado levemente su siempre latente irreverencia, que dejó en negro sobre blanco en sus últimos libros de memorias, como en Confesiones de una vieja dama indigna (2009). Ese viaje que intuía ha acabado hoy a los 75 años en el hospital Clínico de Barcelona por una pulmonía, punta de iceberg de un párkinson que padecía desde hacía años. Este martes será enterrada en Cadaquès (Girona), el mismo mar de (casi) todos sus veranos.“Lo que sé del mundo y de la vida lo he aprendido en las novelas”, aseguraba hace un año para justificar así que en el último traslado a un piso más pequeño abandonara todo el ensayo de su biblioteca. Curioso: nunca fueron su vocación pero su vida fueron los libros. Durante 40 años dirigió la editorial Lumen, destacado sello de la particular santísima trinidad que en la Transición formó junto a Tusquets Editores y Anagrama.
Como en muchas cosas en la vida de Esther Tusquets, fue un proceso un poco azaroso. Su padre, Magí, compraría en 1960 la editorial religiosa fundada en Burgos 20 años atrás para su hija, de siempre una niña difícil, hechizada por el teatro pero poco sociable, angustiada y triste, como se autorretrató; pero que con 23 años y licenciada en Filosofía y Letras tras estudiar con inusual brillantez en el rígido Colegio Alemán, aceptó el reto: “No tenía vocación de editora pero me gustó enseguida”.
Inmediatamente vendrían colecciones como Palabra e Imagen, combinación de textos y fotos que le proporcionaron su primer best-seller, Izas, rabizas y colipoterras, con textos de Camilo José Cela e imágenes de Joan Colom sobre el barrio chino de Barcelona. Para la literatura de creación destinó Palabra en el tiempo, a la que puso al frente a un antiguo profesor suyo, Antonio Vilanova. Así fueron apareciendo Beckett, Styron, Woolf, Joyce, Céline…, siempre autores de calidad (algunos nunca antes editados en España, como Susan Sontag) y que en el caso español a veces eran descubrimiento personal, como ocurrió con Gustavo Martín Garzo, que pasó de publicar en un sello local a ganar el Premio Nacional de Literatura con El lenguaje de las fuentes. En otros casos, y consecuencia de su generosidad, sus descubrimientos fueron para otros, como cuando animó a Álvaro Pombo a presentarse al primer premio Herralde de novela, de la que ella fue jurado. También creó una excepcional colección de poesía nada rentable en aquella época, así como, con los años, la ya emblemática Femenino Singular, colección sólo para mujeres escritoras. “Podría decir Joyce o Woolf, pero hoy estoy orgullosa de haber editado a Bassani”, sorprendía a quien le preguntaba por ello la que la superagente Carmen Balcells bautizó como “la gran dama de la edición”. Ella no la escogió de representante porque “me parece arbitraria”: otra indigna confesión…
La apuesta por la calidad no fue barata: Lumen perdió dinero los siete primeros años de su mandato. Necesitó de un segundo éxito como las tiras de una niña díscola argentina, Mafalda, de Quino. A ella le gustaba mucho y empezó gestiones para incorporarlo a su catálogo, pero los derechos pertenecían a Carlos Barral, que vía su esposa, Yvonne, se los cedió. Hizo exactamente lo mismo con un semiólogo italiano, Umberto Eco. “Si Barral se hubiera quedado con Quino y Eco, de otro manera le hubieran ido las cosas”, reconocía ella misma.
Eco simboliza el tipo de relaciones que mantuvo con sus escritores, basadas en una fuerte amistad personal que sellaba fidelidades infinitas. Quizá por eso se limitó a poner como anticipo 500.000 pesetas de la época cuando Eco terminó el que sería su gran best-seller mundial, El nombre de la rosa.
Asentado el sello en las librerías pero también dentro de casa (en 1969 marchaban su hermano y la esposa de éste, Beatriz de Moura, que fundaron Tusquets tras el inevitable choque de trenes de personalidades entre ambas mujeres), la estabilidad pareció despertar la vocación escritora de Tusquets, que en 1978 se tradujo en la publicación de su primera novela, El mismo mar de todos los veranos, a la que siguieron El amor es un juego solitario (Premio Ciudad de Barcelona, 1979) y Varada tras el último naufragio, que integran La trilogía del mar. Para no volver, Con la miel en los labios, ¡Bingo!, dos volúmenes de relatos (Siete miradas en un mismo paisaje y La niña lunática y otros cuentos), que reunió Fernando Valls en Carta a la madre y cuentos completos, fueron configurando su siempre delicada pero muy fluida prosa. En cualquier caso, ella siempre salvó como su mejor libro Correspondencia privada.
A mediados de los 90, cuando la edición ya entró de lleno en la industria del ocio, se hacía difícil que una editorial trabajara con un ambiente tan familiar que sus adorados perros juguetearan entre originales o que no dedicara ya más tiempo a los números que a la literatura en sí. “No encontraba a nadie que llevara bien el negocio y por eso decidí venderla”. La afortunada sería, en 1996, la multinacional Bertelsmann, a través de Random House Mondadori, a la que vendió el 80%. Como en ella, todo rocambolesco: fue hablando con el representante de la firma alemana en el transcurso de una partida de bridge, juego que le enseñó su padre y que, junto al bingo y el póquer, acabarían generándole una a veces descontrolada ludopatía.
“No añoro mi etapa de editora; no volvería por nada del mundo; es un negocio muy complicado: el azar es la mitad del oficio”, declaraba hace poco, pero sí que tras jubilarse creó en 2002 un pequeño sello con su hija Milena, RqR. Aparcada esa vertiente, renació la de escritora, pero esta vez ya con esa famosa sensación de ir dejando lastre, que impregnaba su literatura pero que acentuaría centrándose directamente en recuerdos y memorias: Confesiones de una editora poco mentirosa, Habíamos ganado la guerra y Confesiones de una vieja dama indigna. “Es una escritora proustiana que utiliza la memoria como arma de conocimiento. Con ella realiza un espléndido ajuste de cuentas con las costumbres de la España del último medio siglo”, decía de ella Ana María Moix, una de sus mejores amigas (“era tan racional y certera como apasionada”) y con la que pactó que, de fallecer la otra, no escribirían su necrológica. Esther Tusquets ya hizo la suya con los libros redactados y editados.
TÍTULO: LOS JUEGOS OLÍMPICOS LONDRES 2012.Mireia Belmonte.
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