Amor, ven y descubre el encanto de este jardín. Pasea lentamente y déjate llevar por estos verdes pasillos llenos de vida. Huele el suave olor a azahar y acaricia las gotas de rocío que ha dejado esta estrellada noche, cada gota es una lágrima que he derramado por ti. Deja que la brisa enrede tus cabellos igual que las plantas se agarran a este tronco de olivo, es la fuerza de mi vida. Y mira como todas las rosas rojas están abiertas, cada una es una pequeña parte de mi ser. Observa como se desliza el agua por la cascada y verás tu bello rostro reflejado en el agua cristalina, el más bonito reflejo que jamás haya dejado el sol. Todo este esplendor es un pequeño regalo por tu amor. No tengas miedo, esos temblores que han sacudido el jardín son los latidos de mi corazón.
Naranjal, en el palacio de Versalles-foto-.
Otra vez la mochila a la espalda, los pulgares en el correaje, la cabeza ligeramente inclinada hacia arriba, en mitad de una calle de un pueblo cualquiera, el quinto de la ruta, primo hermano del anterior visitado.
Al salir de la cafetería, aquella mañana de primeros de julio, decidió no hacer caso del folleto que le dieron en la oficina de turismo. Vagaría a su antojo cual senderista disidente e iría a donde la intuición y la cartera le llevasen.
Subió a la torre de un castillo, mojó los pies en la orilla de un río, escaló tortuosas e inverosímiles callejuelas, sudó siglos de cal reluciente, hasta que acabó por fin a las puertas de lo que parecía ser un fresco y acogedor jardín.
Entró, dispuesto a camuflarse en las sombras. El jardín estaba casi vacío, apenas diez personas desperdigadas, unos sentados y otros de pie. Observó dos cosas: primero, que el jardín estaba cuidado en exceso, hasta el más mínimo detalle, como tratando de imitar la perfección y pulcritud de una tarjeta postal; y segundo, la actitud indolente de los visitantes, como muy abstraídos y concentrados. ¿Era fruto del calor o influjo del jardín?
El sol de Andalucía, que reverdece la memoria y doma caballos de espuma, pensó, para un segundo después, sobresaltarse y preguntarse sobre la extraña procedencia de ese pensamiento. Nunca había imaginado o pensado nada parecido, y ¿por qué?
El senderista siguió paseando, atrapado por una luz irreal, envuelto en perfumes indescifrables.
En los entrecruzados ramajes de los árboles reconoció, como la cosa más normal del mundo, reminiscencias geométricas de antiguos tapices. Aquello no le podía estar pasando a él. Más tarde, absorto en los troncos de dichos árboles, admitió que éstos no eran sino columnas devastadas de un efímero y antiguo palacio. La inquietud, tras pasar por una breve y lógica etapa de miedo, acabó transformándose en curiosidad. Una sensación de bienestar le ensanchaba el pecho. Al pasar junto a una fuente descubrió que el agua no brotaba si caminaba cabizbajo. Experimentó el hallazgo hasta cansarse y luego se dirigió a un banco apartado.
Una, dos, tres horas. El tiempo latía con un pulso diferente en aquel jardín, pero sintió que se avecinaba la hora de salir, pues de lo contrario acabaría alterando la siesta de las estatuas.
TÍTULO: Historia de la jardinería.
La historia de la jardinería se puede considerar como la expresión estética de la belleza a través del arte y la naturaleza, un despliegue de gusto y estilo de la vida civilizada, la expresión de una filosofía individual o cultural y, en ocasiones, una demostración de estatus u orgullo nacional en paisajes privados o públicos.
Aunque el cultivo de plantas para la alimentación se remonta milenios atrás en la historia, las primeras evidencias de jardines ornamentales se encuentran en las pinturas de las tumbas egípcias del año 1500 a. C., en las que se representan estanques con flores de loto rodeados por hileras de acacias y palmeras. Persia también posee su propia y antigua tradición en jardinería: se dice que Darío el Grande poseyó un “jardín paradisíaco” y los jardines colgantes de Babilonia, que Nabucodonosor II ordenó construir fueron conocidos como una de las siete maravillas del mundo.La influencia se extendió a la Grecia post-alejandrina, donde alrededor del año 350 d. C. existían jardines en la Academia de Atenas, aunque el concepto de jardín griego era más religioso que de esparcimiento, por lo que preferían las largas avenidas plantadas de árboles donde se intercalaban estatuas a jardines proyectados. Se cree que Teofrasto, que realizó escritos sobre botánica, recibió en herencia un jardín de Aristóteles. También Epicuro poseía un jardín, por donde paseaba e impartía sus enseñanzas y el cual legó a Hermarcus de Mitileno. Alcifrón menciona también jardines privados.
Los jardines antiguos más sobresalientes en el mundo occidental fueron los de Ptolomeo, en Alejandría, y la afición por esta práctica fue llevada a Roma por Lúculo. Los frescos de Pompeya atestiguan su posterior y elaborado desarrollo y los romanos más acaudalados construyeron inmensos jardines con fuentes, setos y rocallas, muchas de cuyas ruinas se pueden ver todavía, como la Villa de Adriano.
Después del siglo IV, Bizancio y los árabes en España mantuvieron viva la práctica de la jardinería. El concepto islámico del jardín es la representación terrenal del paraíso que el Corán promete a sus fieles: el eje central son fuentes o largas acequias por donde fluye el agua a través de surtidores, flanqueadas por árboles frutales. Los jardines de la Alhambra y el Generalife en Granada y el Patio de los Naranjos en la Mezquita de Córdoba son dos ejemplos de este tipo de jardines.
Por esta misma época también había surgido en China el arte de la jardinería, pero con una concepción muy diferente: la visión de un jardín como lugar de aislamiento y contemplación de los elementos naturales, la tierra y el agua. Principios fundamentales en el taoísmo. En Japón se desarrollaron con un estilo propio, creándose como aristocráticos paisajes minimalistas denominados taukiyama y, paralelamente, como austeros jardines Zen en los templos, los hiraniwa; aunque ambos tipos incorporaron elementos de los jardines chinos.
En el siglo XIII, la jardinería revivió en Europa en Languedoc y la Isla de Francia y a comienzos del Renacimiento surgieron los jardines de estilo italiano donde, en detrimento de las flores se utilizaba especies de arbustos como el boj y el mirto que se esculpían en variadas formas. En el siglo XVI la Corona española construyó los primeros espacios públicos, jardines o parques arbolados destinados al paseo a pie y en coches de caballos, en forma de alamedas con fuentes, bancos y monumentos, entre los primeros y el más antiguo conservado es la Alameda de Hércules de Sevilla (1574).[1] En la Francia de finales del siglo XVI se desarrollaron los parterres franceses alcanzando su punto álgido con André le Nôtre. Este arquitecto, partiendo del estilo italiano impuso una concepción del jardín en el que crea espacios abiertos con parterres estilizados de pronunciadas formas geométricas. Las residencias reales francesas de Saint Cloud, Marly y Versalles son claros ejemplos de este estilo y los jardines de Aranjuez y La Granja de San Ildefonso serían el exponente español de no haber sido alterados por la tradición mediterránea que mantuvieron los árabes en España, manifiesta en una mayor sobriedad que los reyes españoles impusieron, con espacios más íntimos, con celosías, patios y setos, lo que supone una adaptación más adecuada al clima seco y cálido de la Meseta castellana.
Los jardines paisajistas ingleses surgieron con una nueva perspectiva en el siglo XVIII, la anticipación del Romanticismo se plasmó en ellos volviendo a las formas naturales, donde se mezclaban en aparente anarquía pequeños conjuntos boscosos con parterres llenos de flores y cuevas bajo colinas artificiales, creando juegos de luz y sombra que los envolvían de un carácter fantástico y melancólico.
El convulso siglo XIX trajo una plétora de revivificaciones históricas junto con la romántica jardinería de estilo campestre, la mosaicultura, que consistía en crear dibujos de variados diseños con flores y plantas y el modernismo español, que surge únicamente en Cataluña representado por el arquitecto Antonio Gaudí.
El siglo XX introdujo la jardinería en la planificación urbanística de las ciudades.
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