viernes, 5 de abril de 2013

EL BUSCADOR DE DINERO,./ PARÁSITOS DE LA INDUSTRIA CULTURAL,.

TÍTULO; EL BUSCADOR DE DINERO,.

Google, el buscador de dinero

Los editores de diarios españoles demandan a Google una parte de los enormes beneficios publicitarios que obtiene por referenciar sus ...
foto de un reloj moderno deportivo,.
 
Imaginen un marchante de marisco que cada madrugada escoge y compra los mejores centollos y bogavantes desembarcados por los pescadores en los muelles de Vigo y los carga en su camión para venderlos en Madrid. Solo que en el peaje de la autopista el cobrador le exige tres cuartas partes de los beneficios que obtenga en la capital. Cuando el marisquero protesta por el flagrante abuso, el cobrador se encoge de hombros y le responde que pruebe a llevar su mercancía por los puertos de montaña.
Una sensación similar sienten los propietarios de periódicos de todo el mundo al ver cómo Google se embolsa enormes beneficios publicitarios por el simple hecho de referenciar los títulos de las noticias volcadas en sus respectivas páginas web. Desde hace años pugnan por que el buscador comparta con ellos sus multimillonarios ingresos, dado que proceden del tráfico de una mercancía, el trabajo intelectual de sus periodistas, de la que los editores son los legítimos poseedores.
Los resultados hasta el momento han sido casi nulos. Google, desde una posición de cuasi monopolio universal en la búsqueda de contenidos por Internet, se limitó en un principio a señalar a quienes protestaban por los puertos de montaña. La pugna se hizo especialmente virulenta en Francia, cuyos editores demandaban la aplicación de una «tasa Google» que obligara a la empresa de Mountain View a pagar un canon por referenciar contenidos elaborados por los medios en sus buscadores, como google.com, y agregadores, como Google News.
No en vano, señalaron, Google obtiene en Francia más de mil millones de euros en publicidad, en gran parte gracias a la calidad de los contenidos que ellos aportan. Una pretensión a la que Google se opuso de plano, amenazando incluso con dejar de indexar los contenidos de la prensa francesa, a cuyas páginas web redirigen sus buscadores 4.000 millones de visitas por mes.
Tan solo recientemente, y después de que el Gobierno de François Hollande amagara con hacer votar una ley para que Google pagara un impuesto si las negociaciones fracasaban, el motor de búsqueda norteamericano se avino a abonar a los editores de prensa una tasa única de 60 millones de euros «para desarrollar la información digital en Francia». La prensa gala, zarandeada por la desaparición de cabeceras y los despidos en las redacciones, aceptó hace un mes este pago único con el talante de que menos da una piedra. «Es el primer paso de un gigante de Internet hacia los editores y una nueva forma de colaboración», comentó Nathalie Collin, presidenta de la Asociación de la Prensa.

En busca del acuerdo

¿Es una buena solución el acuerdo francés? En Bélgica, después de un pulso de seis años, Google y el organismo que defiende los intereses de los diarios firmaron en diciembre un acuerdo similar, pero sin ninguna dotación económica concreta. En Brasil, en cambio, 145 diarios reclaman al buscador que les pague por usar sus contenidos y la mayoría ha decidido abandonar Google News. El Gobierno alemán, por su parte, pretende imponer a Google una tasa y ha impulsado una reforma legislativa para que las empresas editoras puedan cobrar a los agregadores de noticias por usar parte de sus artículos. Portugal acaba de sumarse a los países que demandan a Google una compensación para sus editores por los beneficios que consigue el buscador a su costa.
En España, donde la negociación no ha llegado todavía a plantearse, el arreglo francés no le parece satisfactorio a Luis Enríquez, presidente de la Asociación de Editores de Diarios Españoles (AEDE). «No entiendo muy bien por qué necesito a Google actuando como una especie de fundación que impulse el desarrollo tecnológico de los periódicos. Los periódicos nos desarrollamos tecnológicamente nosotros mismos, y además, como lo hacemos en competencia, nos empujamos unos a los otros a un desarrollo de mayor excelencia», expone.
«No es cuestión de arañar algo de dinero, sino de equilibrar una estructura de mercado a algo que parezca razonable. Google es un gran organizador del tráfico en la Red, es un buen redireccionador, es un buen servidor de publicidad. Tiene muchas cosas intrínsecamente buenas en un colaborador, dado que nos proporciona tráfico para nuestros «sites». Pero al final del día los usuarios utilizan Google para aterrizar en contenidos que no elaboran ellos».

Desajustes del mercado

Un reciente estudio de Telos revela que ocho de cada diez noticias que circulan por la Red proceden de la Prensa; y, sin embargo, el 80% de la publicidad que se invierte en Internet va a parar a los grandes buscadores. Un vistazo a las primeras posiciones de ComScore (compañía de investigación de márketing en Internet) muestra en ellas a tres grandes de la prensa española: Unidad Editorial, Vocento y Prisa. Los demás son portales y buscadores como MSN, Yahoo, Terra, Facebook, Windows y Google. «Los contenidos de destino último que eligen los usuarios son los que elaboran nuestras redacciones, somos los editores de prensa los que estamos invirtiendo en capital humano especializado a la hora de elaborar, paquetizar, clasificar y ofrecer contenidos contrastados que pertenezcan al ámbito de la informacion segura y fiable», destaca Enríquez. «El redireccionador del tráfico, del que nosotros somos el principal 'player' de aterrizaje, se queda cada año con aproximadamente el 60% de los ingresos que produce este nuevo medio. Esta es la perspectiva que nos parece desajustada en mercado».
Este periódico ha intentado contactar repetidas veces con Google España a lo largo de varias semanas para recoger su punto de vista, sin recibir respuesta. Por su parte, Enríquez demanda al Gobierno la protección de los derechos de propiedad intelectual de los periodistas para garantizar la sostenibilidad del negocio editorial.
«Somos liberales, pero creemos que, igual que existe la Comisión Nacional del Mercado de Valores, debe existir un organismo regulador que permita que los jugadores subsistan en el mercado velando por eliminar las distorsiones. Y nosotros creemos que existe una distorsión. No es una guerra contra Google, un colaborador magnífico pero que actúa reteniendo una parte importantísima de la publicidad y dejando una mucho menor para que se la repartan entre todos los 'players' de destino».

TÍTULO:  PARÁSITOS DE LA INDUSTRIA CULTURAL,.
 
Parásitos de la industria cultural

El discurso ha calado tan profundo que quien osa contradecirlo es tachado de reaccionario. Apelar a los derechos de autor en Internet, rebatir ...
 
El discurso ha calado tan profundo que quien osa contradecirlo es tachado de reaccionario. Apelar a los derechos de autor en Internet, rebatir el interesado concepto de 'cultura libre' y recordar la propiedad intelectual equivale a ser calificado de retrógrado. Un nostálgico que se niega a aceptar el curso de los tiempos, cuando no un lacayo al servicio de entes malignos como discográficas o editoriales, que se han lucrado históricamente sangrando a los artistas.
El título del ensayo de Robert Levine recién editado en nuestro país por Ariel no deja dudas: 'Parásitos. Cómo los oportunistas digitales están destruyendo el negocio de la cultura'. El autor no moraliza sobre los estragos de la piratería: demuestra cómo la auténtica guerra se libra entre las compañías de medios que financian gran parte del entretenimiento que leemos, vemos y escuchamos, y las empresas tecnológicas que quieren distribuir sin ningún coste sus contenidos. Explica por qué aceptamos con naturalidad pagar sin rechistar la cuota mensual del ADSL o 500 euros por un iPad, pero cuando nos cobran 2,95 por una película 'on line' nos parece un robo.
Levine no es un jurista de la SGAE, sino un periodista curtido en 'Rolling Stone', el 'New York Times' o la mismísima 'Wired', la 'biblia' del hombre digital. Escrito con la profusión de datos y anécdotas y el ritmo del mejor periodismo de investigación yanqui, 'Parásitos' constata que los cantos de sirena del todo gratis que cautivaron a los usuarios y a la misma industria cultural ahora agonizante han sido promovidos por empresas como Google, Apple o YouTube, para las que los libros, las películas, los discos y la información de los periódicos son solo combustible gratis con el que alimentar el motor de su actividad.
Durante estos últimos diez años, facilitar el acceso de los internautas a los contenidos ha sido uno de los mejores negocios del mundo. Rendidos a la tecnología, aceptamos como algo inevitable que la música, las noticias y los estrenos estuviesen gratis en la Red, sin remunerar a sus autores y sorteando a intermediarios que 'no hacían nada', salvo aumentar el precio final del producto. Una revolución. Los cineastas iban a colgar sus películas y los músicos sus maquetas. El periodismo libre se haría ciudadano.
El problema, como argumenta Levine, es que, a pesar de la asombrosa variedad de opciones que ofrece la Red, las estadísticas muestran que la mayoría de consumidores sigue optando por el mismo tipo de cultura que antes, aunque de un modo que no es sostenible para los que la producen. Así, un estudio en Estados Unidos descubrió que más del 99% de los links de blogs a noticias enlazaban con los principales medios de comunicación, como periódicos o emisoras. Los títulos más pirateados son los mismos que encabezan las listas de éxitos de las radiofórmulas y el 'box office' cinematográfico.

Gurús a sueldo de Google

Los 'convertidos' a la nueva fe digital lo tienen claro: ¿por qué no puedo ver el mismo día del estreno televisivo en EE UU toda la temporada de 'Homeland'? ¿Por qué tengo que pagar 18 euros por el último cedé de Lana del Rey? Hasta ahora el conflicto se ha presentado como una lucha entre unos medios que se resistían a adaptarse a la nueva realidad de Internet y unos consumidores cada vez más exigentes: lo quiero ahora, en cualquier formato y, por supuesto, sin coste. Pero como muchos argumentos ideológicos sobre Internet, apunta el autor, «la idea de que los consumidores quieren medios gratis tiene detrás una agenda económica».
Los gurús digitales han ganado rápidamente adeptos. Cuando Viacom demandó a YouTube en 2007 por infracción de derechos de autor, el profesor de derecho y activista de la Red Lawrence Lessig clamó que se frenaba la innovación. Se olvidó de mencionar que Google, que acababa de comprar YouTube, había donado 2 millones de dólares a la fundación que él dirigía. ¿Que Hollywood es un 'lobby'? Levine recuerda que Google donó casi un millón de dólares a la campaña de Obama de 2008, más que cualquier empresa a excepción de Goldman Sachs y Microsoft.
A muchos se les llena la boca con los nuevos modelos de negocio bajo licencia Creative Commons, por la que los artistas regalan el derecho a distribuir su trabajo. Una alternativa al 'copyright' que permite a las empresas tecnológicas disponer de contenidos sin restricciones. Lástima que catorce miembros del consejo directivo de Creative Commons tengan vínculos con firmas como YouTube y Flickr, propiedad de Yahoo. La vicepresidenta de la organización, Esther Wojcicki, es la suegra del fundador de Google, Sergey Brin.
'Parásitos' explica obviedades que los cibernautas parecen haber olvidado. Como que las discográficas se ocupan de una parte fundamental del negocio musical: buscar, promocionar y producir la obra de los artistas. «La gente piensa que gracias a la tecnología digital las cosas se hacen en dos segundos y que ya no hay que pasarse seis meses trabajando en el estudio», reflexiona en el libro Jack White, exlíder de White Stripes. «No entiendo la mentalidad del todo gratis, es un insulto hacia el artista».
Levine también analiza la industria editorial y rebate a quien piensa todavía que un archivo para el Kindle no puede costar tanto como un libro de tapa dura. Ignorando que el coste material de un tocho de Ken Follet apenas supera los 3 dólares: se paga el texto, no el papel. Los agregadores de noticias, como el 'Huffington Post', también resultan un pingüe negocio. Cómo no van a serlo si no hay que pagar a los periodistas que para conseguir buena información necesitan tiempo y dinero. Eso sí, proporciona «visibilidad» y hurta la publicidad de las ediciones digitales de los diarios.
«Es el momento de preguntarse seriamente si la industria cultural tal como la conocemos puede sobrevivir en la era digital», se pregunta Robert Levine. El desafío es que los creadores de contenidos puedan cobrar sin matar la formidable libertad del mundo digital.

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