Los
editores de diarios españoles demandan a Google una parte de los enormes
beneficios publicitarios que obtiene por referenciar sus ...
foto de un reloj moderno deportivo,.
Imaginen un marchante de marisco que cada madrugada escoge y compra
los mejores centollos y bogavantes desembarcados por los pescadores en los
muelles de Vigo y los carga en su camión para venderlos en Madrid. Solo que en
el peaje de la autopista el cobrador le exige tres cuartas partes de los
beneficios que obtenga en la capital. Cuando el marisquero protesta por
el flagrante abuso, el cobrador se encoge de hombros y le responde que
pruebe a llevar su mercancía por los puertos de montaña.
Una sensación similar sienten los propietarios de periódicos de todo
el mundo al ver cómo Google se embolsa enormes beneficios
publicitarios por el simple hecho de referenciar los títulos de las noticias
volcadas en sus respectivas páginas web. Desde hace años pugnan por que el
buscador comparta con ellos sus multimillonarios ingresos,
dado que proceden del tráfico de una mercancía, el trabajo
intelectual de sus periodistas, de la que los editores son los legítimos
poseedores.
Los resultados hasta el momento han sido casi nulos. Google, desde
una posición de cuasi monopolio universal en la búsqueda de contenidos por
Internet, se limitó en un principio a señalar a quienes protestaban por los
puertos de montaña. La pugna se hizo especialmente virulenta en Francia, cuyos
editores demandaban la aplicación de una «tasa Google» que obligara
a la empresa de Mountain View a pagar un canon por referenciar
contenidos elaborados por los medios en sus buscadores, como google.com,
y agregadores, como Google News.
No en vano, señalaron, Google
obtiene en Francia más de mil millones de euros en publicidad, en gran parte
gracias a la calidad de los contenidos que ellos aportan. Una pretensión a la
que Google se opuso de plano, amenazando incluso con dejar de indexar los
contenidos de la prensa francesa, a cuyas páginas web redirigen sus
buscadores 4.000 millones de
visitas por mes.
Tan solo recientemente, y después de que el Gobierno de François
Hollande amagara con hacer votar una ley para que Google pagara un impuesto
si las negociaciones fracasaban, el motor de búsqueda norteamericano se avino a
abonar a los editores de prensa una tasa
única de 60 millones de euros «para desarrollar la información digital en
Francia». La prensa gala, zarandeada por la desaparición de cabeceras y los
despidos en las redacciones, aceptó hace un mes este pago único con el
talante de que menos da una piedra. «Es el primer paso de un gigante de Internet
hacia los editores y una nueva forma de colaboración», comentó Nathalie Collin,
presidenta de la Asociación de la Prensa.
En busca del acuerdo
¿Es una buena solución el acuerdo francés? En Bélgica, después de un
pulso de seis años, Google y el organismo que defiende los intereses de los
diarios
firmaron en diciembre un acuerdo similar, pero sin ninguna dotación
económica concreta. En Brasil, en cambio, 145
diarios reclaman al buscador que les pague por usar sus contenidos y la
mayoría ha decidido abandonar Google News. El Gobierno alemán, por su parte,
pretende imponer a Google una tasa y ha impulsado una reforma legislativa para
que las empresas editoras puedan cobrar a los agregadores de noticias por usar
parte de sus artículos. Portugal acaba de sumarse a los países que demandan a
Google una compensación para sus editores por los beneficios que consigue el
buscador a su costa.
En España, donde la negociación no ha llegado todavía a plantearse,
el arreglo francés no le parece satisfactorio a Luis
Enríquez, presidente de la Asociación de Editores de Diarios Españoles
(AEDE). «No entiendo muy bien por qué necesito a Google actuando como una
especie de fundación que impulse el desarrollo tecnológico de los periódicos.
Los periódicos nos desarrollamos tecnológicamente nosotros mismos, y además,
como lo hacemos en competencia, nos empujamos unos a los otros a un desarrollo
de mayor excelencia», expone.
«No es cuestión de arañar algo de dinero, sino de equilibrar una
estructura de mercado a algo que parezca razonable. Google es un gran organizador del tráfico en la
Red, es un buen redireccionador, es un buen servidor de publicidad. Tiene
muchas cosas intrínsecamente buenas en un colaborador, dado que nos proporciona
tráfico para nuestros «sites». Pero al final del día los usuarios utilizan
Google para aterrizar en contenidos que no elaboran ellos».
Desajustes del mercado
Un reciente estudio de Telos revela que ocho de cada diez noticias
que circulan por la Red proceden de la Prensa; y, sin embargo, el 80% de la
publicidad que se invierte en Internet va a parar a los grandes buscadores. Un
vistazo a las primeras posiciones de ComScore (compañía de investigación de
márketing en Internet) muestra en ellas a tres grandes de la prensa española:
Unidad Editorial, Vocento y
Prisa. Los demás son portales y buscadores como MSN, Yahoo, Terra,
Facebook, Windows y Google. «Los contenidos de destino último que eligen los
usuarios son los que elaboran nuestras redacciones, somos los editores de prensa
los que estamos invirtiendo en capital humano especializado a la hora de
elaborar, paquetizar, clasificar y ofrecer contenidos contrastados que
pertenezcan al ámbito de la informacion segura y fiable», destaca Enríquez. «El
redireccionador del tráfico, del que nosotros somos el principal 'player' de
aterrizaje, se queda cada año con aproximadamente el 60% de los ingresos que
produce este nuevo medio. Esta es la perspectiva que nos parece desajustada en
mercado».
Este periódico ha intentado contactar repetidas veces con Google
España a lo largo de varias semanas para recoger su punto de vista, sin recibir
respuesta. Por su parte, Enríquez demanda al Gobierno la
protección de los derechos de propiedad intelectual de los periodistas
para garantizar la sostenibilidad del negocio editorial.
«Somos liberales, pero creemos que, igual que existe la Comisión
Nacional del Mercado de Valores, debe existir un organismo regulador que permita
que los jugadores subsistan en el mercado velando por eliminar las distorsiones.
Y nosotros creemos que existe una distorsión. No es una guerra contra Google, un
colaborador magnífico pero que actúa reteniendo una parte importantísima de la
publicidad y dejando una mucho menor para que se la repartan entre todos los
'players' de destino».
TÍTULO: PARÁSITOS DE LA INDUSTRIA CULTURAL,.
Parásitos
de la industria cultural
El
discurso ha calado tan profundo que quien osa contradecirlo es tachado de
reaccionario. Apelar a los derechos de autor en Internet, rebatir
...
El discurso ha calado tan profundo que quien osa contradecirlo es
tachado de reaccionario. Apelar a los derechos de autor en Internet, rebatir el
interesado concepto de 'cultura libre' y recordar la propiedad intelectual
equivale a ser calificado de retrógrado. Un nostálgico que se niega a aceptar el
curso de los tiempos, cuando no un lacayo al servicio de entes malignos como
discográficas o editoriales, que se han lucrado históricamente sangrando a los
artistas.
El título del ensayo de Robert Levine recién editado en nuestro país
por Ariel no deja dudas: 'Parásitos. Cómo los oportunistas digitales están
destruyendo el negocio de la cultura'. El autor no moraliza sobre los estragos
de la piratería: demuestra cómo la auténtica guerra se libra entre las compañías
de medios que financian gran parte del entretenimiento que leemos, vemos y
escuchamos, y las empresas tecnológicas que quieren distribuir sin ningún coste
sus contenidos. Explica por qué aceptamos con naturalidad pagar sin rechistar la
cuota mensual del ADSL o 500 euros por un iPad, pero cuando nos cobran 2,95 por
una película 'on line' nos parece un robo.
Levine no es un jurista de la SGAE, sino un periodista curtido en
'Rolling Stone', el 'New York Times' o la mismísima 'Wired', la 'biblia' del
hombre digital. Escrito con la profusión de datos y anécdotas y el ritmo del
mejor periodismo de investigación yanqui, 'Parásitos' constata que los cantos de
sirena del todo gratis que cautivaron a los usuarios y a la misma industria
cultural ahora agonizante han sido promovidos por empresas como Google, Apple o
YouTube, para las que los libros, las películas, los discos y la información de
los periódicos son solo combustible gratis con el que alimentar el motor de su
actividad.
Durante estos últimos diez años, facilitar el acceso de los
internautas a los contenidos ha sido uno de los mejores negocios del mundo.
Rendidos a la tecnología, aceptamos como algo inevitable que la música, las
noticias y los estrenos estuviesen gratis en la Red, sin remunerar a sus autores
y sorteando a intermediarios que 'no hacían nada', salvo aumentar el precio
final del producto. Una revolución. Los cineastas iban a colgar sus películas y
los músicos sus maquetas. El periodismo libre se haría ciudadano.
El problema, como argumenta Levine, es que, a pesar de la asombrosa
variedad de opciones que ofrece la Red, las estadísticas muestran que la mayoría
de consumidores sigue optando por el mismo tipo de cultura que antes, aunque de
un modo que no es sostenible para los que la producen. Así, un estudio en
Estados Unidos descubrió que más del 99% de los links de blogs a noticias
enlazaban con los principales medios de comunicación, como periódicos o
emisoras. Los títulos más pirateados son los mismos que encabezan las listas de
éxitos de las radiofórmulas y el 'box office' cinematográfico.
Gurús a sueldo de Google
Los 'convertidos' a la nueva fe digital lo tienen claro: ¿por qué no
puedo ver el mismo día del estreno televisivo en EE UU toda la temporada de
'Homeland'? ¿Por qué tengo que pagar 18 euros por el último cedé de Lana del
Rey? Hasta ahora el conflicto se ha presentado como una lucha entre unos medios
que se resistían a adaptarse a la nueva realidad de Internet y unos consumidores
cada vez más exigentes: lo quiero ahora, en cualquier formato y, por supuesto,
sin coste. Pero como muchos argumentos ideológicos sobre Internet, apunta el
autor, «la idea de que los consumidores quieren medios gratis tiene detrás una
agenda económica».
Los gurús digitales han ganado rápidamente adeptos. Cuando Viacom
demandó a YouTube en 2007 por infracción de derechos de autor, el profesor de
derecho y activista de la Red Lawrence Lessig clamó que se frenaba la
innovación. Se olvidó de mencionar que Google, que acababa de comprar YouTube,
había donado 2 millones de dólares a la fundación que él dirigía. ¿Que Hollywood
es un 'lobby'? Levine recuerda que Google donó casi un millón de dólares a la
campaña de Obama de 2008, más que cualquier empresa a excepción de Goldman Sachs
y Microsoft.
A muchos se les llena la boca con los nuevos modelos de negocio bajo
licencia Creative Commons, por la que los artistas regalan el derecho a
distribuir su trabajo. Una alternativa al 'copyright' que permite a las empresas
tecnológicas disponer de contenidos sin restricciones. Lástima que catorce
miembros del consejo directivo de Creative Commons tengan vínculos con firmas
como YouTube y Flickr, propiedad de Yahoo. La vicepresidenta de la organización,
Esther Wojcicki, es la suegra del fundador de Google, Sergey Brin.
'Parásitos' explica obviedades que los cibernautas parecen haber
olvidado. Como que las discográficas se ocupan de una parte fundamental del
negocio musical: buscar, promocionar y producir la obra de los artistas. «La
gente piensa que gracias a la tecnología digital las cosas se hacen en dos
segundos y que ya no hay que pasarse seis meses trabajando en el estudio»,
reflexiona en el libro Jack White, exlíder de White Stripes. «No entiendo la
mentalidad del todo gratis, es un insulto hacia el artista».
Levine también analiza la industria editorial y rebate a quien piensa
todavía que un archivo para el Kindle no puede costar tanto como un libro de
tapa dura. Ignorando que el coste material de un tocho de Ken Follet apenas
supera los 3 dólares: se paga el texto, no el papel. Los agregadores de
noticias, como el 'Huffington Post', también resultan un pingüe negocio. Cómo no
van a serlo si no hay que pagar a los periodistas que para conseguir buena
información necesitan tiempo y dinero. Eso sí, proporciona «visibilidad» y hurta
la publicidad de las ediciones digitales de los diarios.
«Es el momento de preguntarse seriamente si la industria cultural tal
como la conocemos puede sobrevivir en la era digital», se pregunta Robert
Levine. El desafío es que los creadores de contenidos puedan cobrar sin matar la
formidable libertad del mundo digital.
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