El clero vendió miles de obras durante el franquismo; dicen que hasta 15.000», asegura el ahora experto en arte gótico y románico .
El famoso ladrón repasa sus años en activo en un libro de memorias.
René Alphonse Ghislain Vanden Bergue era traficante de armas a los doce años. Junto a su hermano mayor, sacó provecho de los excedentes militares de los dos bandos de la II Guerra Mundial. En el bosque del que su padre era guarda, los dos niños escondieron 'mauseres' alemanes, cajas de cartuchos y material americano. Después lo revendían en el mercado negro. Siempre había necesidad de armas nuevas y las necesidades de la población belga tras el conflicto eran acuciantes. René sonríe cuando recuerda sus primeras fechorías. Entonces solo le llamaban de forma cariñosa Erik. El apodo de 'El Belga' le vino con los años, cuando perpetró centenares de robos por toda Europa vaciando las iglesias románicas y góticas durante décadas. Desde hace 30 años vive retirado en Málaga, «al sol, con cervezas y tapas», muy lejos de la «oscura» Nivelles donde nació en 1940.
Ahora pinta y tiene más pedidos que trabajos realizados. Se ha convertido en un experto en arte románico y gótico y ha invertido el último año en preparar su biografía junto a su séptima mujer. 'Por el amor al arte' (Planeta) repasa, de forma novelada, las peripecias de este peculiar personaje. O mejor dicho, las aventuras que él ha querido contar. «Lo que callo llenaría otro libro de 700 páginas. Hay cosas que no se podrán contar nunca», dice risueño y con un acento que navega entre el francés, el flamenco, el andaluz y algún otro deje extraño. «Es mi historia y está en el libro, para quitar la leyenda al mito», añade. Él se ríe cuando le acusan de perpetrar 600 robos en España. «Eso es prácticamente uno a la semana. Es imposible. La Policía también se ha querido colocar sus medallas afirmando que era yo. Por ejemplo, en Palencia se dijo que habían recuperado unas obras robadas por mí y yo nunca había robado esas piezas. Ni las he visto», dice con cierta nostalgia.
No obstante, sí reconoce que ha hecho de intermediario con obras de dudoso origen y que en la España franquista era muy fácil robar antigüedades de todo tipo. Y el principal suministrador de obras fue la propia Iglesia. «Con Franco se podía hacer lo que quería. El clero vendió miles de obras de arte. Algunos dicen que hasta 15.000», confiesa Erik. En este negocio estaban metidos hasta obispos. Uno de ellos esperó un día para denunciar el robo de una obra. No acudió a las autoridades hasta que no cobró y que la pieza estuviera fuera de España.
Colaboración
En 'Por amor al arte', Erik el Belga se centra más en sus aventuras fuera de España, como cuando le dispararon en Alemania en plena huida hacia su país natal o su fuga de una cárcel germana en 1975. También recuerda algunos encargos españoles, como el robo en la catedral de Tarazona o uno en el museo de Olot. «Era un palacio donde también vivía la Guardia Civil e hice el trabajo. Me procesaron por falta y no por robo», dice entre risas recordando la flexibilidad de las autoridades.
Ahora sigue siendo la misma persona curiosa que perpetró su primer robo a los siete años al llevarse la rosa negra que su madre había creado. Lee en la prensa los robos recientes de un 'picasso' en Atenas o del Códice Calixtino en Santiago de Compostela. El ladrón se ríe cuando se le sugiere si es un golpe maestro. «Es perfecto porque hubo complicidad desde dentro. Si no, es imposible», comenta. Es lo mismo que pasó cuando desaparecieron 17 obras de la casa de Esther Koplowitz. «Recuperé sus cuadros en diez minutos», asegura el ladrón flamenco. Cuenta que la Policía le preguntó su opinión como experto. «Una cosa es el funcionario que busca una obra y otra cosa el profesional que sabe cómo se hace. Y ojalá todos los museos de España tuvieran la seguridad que la casa de esta señora». El Belga vio las evidencias y dio su dictamen. Al poco tiempo, se descubrió que la paliza que había recibido un guardia de la casa, 'Casper', había sido simulada. En realidad, era uno de los cerebros del hurto.
Y es que el robo de arte atrae a mucho neófito. «Cuando todo va mal, invierte en arte», asevera. Un mercado que no ha notado la crisis. «El capricho es dinero», sentencia.
ERIK EL BELGA -foto-
Adriana Eslava-foto-, tuerta e hija de torero, confeccionó el que Padilla lució en su reaparición en Olivenza.
Los dioses, los diablos y los toreros se aliaron en el Hospital Miguel Servet de Zaragoza los días posteriores a la tremenda cogida de Juan José Padilla. El sacerdote que acudió a administrarle los Santos Óleos era pariente lejano de una familia colombiana. Pero no de una familia cualquiera, sino de la del torero Pepe Cáceres, magnífico con el capote, incierto con el estoque e inventor de la 'cacerina', una manera muy torera de llevar el toro al caballo. Esposo de Olga Lucía Botero, Reina del Folclor Nacional en 1960, murió en la plaza de Somogoso en 1987, el mismo año que su hija, Adriana Eslava, interiorista y periodista, perdía su ojo derecho en un atentado de la guerrilla.
El sacerdote, al ver que Padilla no pensaba morirse, le habló de esa muchacha que había hecho del parche una seña de personalidad e identidad. Tan fuerte que desde 1990 presenta con su ojo tapado telediarios, magacines y eventos en la TV y las pasarelas colombianas. Ella se diseña sus parches. No, sin ninguna fantasía. Buena calidad, buena tela. Los suyos son negros. Exceptuando la Noche de los Muertos, cuando sale a la calle rodeada de amigos, todos emparchados.
Sabía ya pues Padilla de su existencia cuando Morante de la Puebla le dijo que si quería no dar pena al público en las plazas mejor se tapaba el ojo mortalmente herido. Y también le habló de Adriana, a la que había conocido en la plaza de Manizales. Un día, Juan José cogió el teléfono y la llamó para pedirle ayuda y consejo. Padilla aún hablaba mal y a borbotones rotos, pero ella le entendió. Entre otras cosas porque la conversación siguió larga vía internet. Entre otras cosas, porque Adriana ha hecho que mucha gente que se quedó tuerta en el fragor de la vida colombiana, la fiscal Viviane Morales, por ejemplo, luzcan con orgullo ese trozo de tela identitario. Que lo es desde hace muchos siglos. Antes tal vez de los hermosísimos y repujados de la Princesa de Éboli. De aquel del pirata Long John Silver. Del de John Ford, que se sospecha no lo necesitaba pero se gustaba con él. Del de Nicholas Ray, el director de 'Johnny Guitar'. Del de Moshe Dayan. Antes del de la feroz periodista asesinada en Siria, Mary Colvin, aquella que siempre llegaba la primera al campo de batalla y se marchaba la última. Le saltaron el ojo izquierdo en Sri Lanka en 2001. Se cubrió el agujero con un parche y siguió en primera línea.
Padilla le enviaba sus bocetos a Adriana. Por mail. Ella los rediseñaba. Él los ajustaba. El último se lo llevó en mano a la hija tuerta del torero muerto el apoderado de David Mora, matador de toros. Y se lo trajo a Juan José a tiempo para su tarde en Olivenza. No. Adriana no vende parches. No tiene tienda on line. Ayuda a la gente, sin más.
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