domingo, 5 de febrero de 2012

La hora de los albañiles submarinos-OFICIO DE ALTO RIESGO./ Morgan Freeman: ``¡No me llames afroamericano!´´

TÍTULO. La hora de los albañiles submarinos-OFICIO DE ALTO RIESGO.

Tocado y hundido El crucero Costa Concordia naufragó el 13 de enero en el mar Tirreno, en Italia. Bajo el agua, un grupo de buzos profesionales se juega la vida contrarreloj para evitar el vertido.


Trabajan en condiciones extremas: frío, altas presiones, nula visibilidad. Y van armados con martillos hidráulicos, radiales, cortadoras de hilo de diamante... Sin ellos no existirían ni los túneles submarinos ni los puentes ni las piscifactorías. Sin embargo, nadie hablaba de ellos hasta que el hundimiento del Costa Concordia los ha puesto de plena actualidad. En España hay unos 600 en activo. Así es su día a día.


El riesgo de vertido es altísimo -repite Corrado Clini, ministro de Medio Ambiente italiano-. Estamos intentando evitar que el carburante salga del barco. La amenaza es real: 2400 toneladas de carburante no son fáciles de gestionar».



Y lleva tiempo. De entrada se necesitan planos, porque ahí abajo es muy difícil orientarse y la naviera no siempre está dispuesta a darlos. Los planos son claves para localizar rápidamente los tanques y empezar a instalar pronto las bombas de succión para extraer luego el carburante, que no todos los barcos llevan en forma líquida, sino casi sólida, por cuestiones de costes, y luego lo van procesando en altamar. De hecho, el combustible del Concordia será primero calentado para luego transferirlo a otros depósitos. El plan incluye varias medidas de seguridad -entre ellas, un sistema de recuperación de pequeñas fugas que podrían producirse durante la extracción- y luego el sepultamiento seguro del barco, ya se verá dónde. Las primeras tareas durarán, si todo va bien, un mes...

Pese a que las primeras labores de rescate las realizan buzos de Salvamento Marítimo, los Estados no suelen tener en nómina a demasiados buzos profesionales, y en las emergencias suelen contratar a empresas privadas como refuerzo o para delegarles las tareas. Esto ha ocurrido ahora en Italia, donde el equipo técnico de la empresa holandesa Smit Salvage ha quedado a cargo de la operación. Y lo mismo sucede en España, donde los buzos profesionales están siempre preparados para trabajar en las peores condiciones, los llame quien los llame. Si usted creía que solo rescataban gente, enseñaban a bucear y rodaban bonitos documentales, vaya cambiando de opinión. Trabajos con hormigón, soldaduras, corte de acero, demolición y, desde luego, sepultamiento seguro de barcos hundidos... El colectivo de buzos profesionales en nuestro país se cifra en unas 600 u 800 personas en activo. No hay censos ni datos sobre su actividad -tampoco sobre su siniestralidad-, pero sin ellos no existirían los puertos ni las piscifactorías ni las plataformas petrolíferas en altamar... Desarrollan su trabajo en condiciones extremas de frío, altas presiones y visibilidad nula, armados con pesadas herramientas como las que se utilizan en tierra (radiales, pistoletes, martillos hidráulicos, cortadoras de hilo de diamante...). Y, sin embargo, son los grandes desconocidos: «La mayoría de la gente no sabe ni que existe esta profesión, ni se lo plantean», dice Simon Callaghan, quien, pese a su apellido, habla con un inconfundible acento navarro. Es el propietario de la empresa de trabajos industriales subacuáticos Itsasplanet, con sede en Metauten, Navarra, donde Simon vive desde los seis años. Él llegó a esta profesión por una combinación de factores: profesionalmente era encargado de obra y en su vida privada era buzo deportivo aficionado. La caída del negocio de la construcción lo llevó a plantearse usar sus \''cualidades submarinas\'' para reorientar su negocio. «Vi que en Navarra no había ninguna empresa de este tipo. Ni en las cuatro provincias que la rodean. La gente cree que el trabajo de buzo solo se desarrolla en altamar, pero hay canales, embalses, centrales térmicas, depuradoras... todo ello hay que construirlo y mantenerlo. Solamente nosotros cubrimos los 140 kilómetros de canales de Navarra».

Simon había hecho trabajos de albañilería submarina antes de montar su empresa, aunque llegase a través del buceo deportivo. Otros llegan tras obtener el título de técnico de buceo de media profundidad, equivalente a un título de Formación Profesional, que se imparte en media decena de centros públicos y algunos privados por unos 5000 euros.

El trabajo no es fácil. «Lo peor es que la mayoría de las veces lo haces a ciegas. Te desenvuelves en lugares que están llenos de instalaciones y donde no se ve nada. Así que tienes que ensayar los movimientos en tierra durante días con los ojos cerrados». En la escuela de formación de buzos, de hecho, se hacen ejercicios con las gafas cegadas. Se memorizan los gestos: he hecho un giro de 90 grados y he avanzado cuatro metros... Concentración y control.

Muchos prueban pero abandonan, aunque el sueldo puede incentivar: oscila entre los 1500 y los 9000 euros mensuales. Tan alta brecha depende de las condiciones de peligrosidad o de la distancia. Por un trabajo en altamar fuera de España se ganan hasta 1000 euros diarios. En estos años de crisis, algunos se han ido al paro. Otros se han cansado de jugarse la vida. De nuevo contamos con pocos datos, aunque desde el sector, de manera oficiosa, se cifran los accidentes mortales en cuatro al año. Fuentes del Sindicato Estatal de Buzos hablan de un accidente mortal o una lesión irreversible al año por cada 20 profesionales en activo. Un 5 por ciento, una elevada tasa de siniestralidad en un colectivo tan reducido. «Hace tres meses murió un compañero», cuenta Simon. «En esto no hay accidentes pequeños. Por eso es una profesión de alto riesgo».

Alguna vez, todos se han llevado un susto.Simon recuerda haberse quedado enganchado, sin visión y sin posibilidad de movimiento. ¿Pánico? «El normal». En su caso, el sistema de comunicación del casco funcionó (siempre bajan conectados con alguien arriba e incluso con un vídeo que les permite a los dos ver lo mismo, aunque sea poco), y otro compañero bajó a rescatarlo. Pese a los riesgos, hay que dejar claro que las condiciones de seguridad para las actividades subacuáticas están reguladas desde 1997. Lo único que lamentan los buzos es que la edad de jubilación siga en los 65 años. Varias asociaciones reivindican la inclusión de su profesión en el Régimen Especial del Mar, que permite a los marineros jubilarse a los 50. El cuerpo sufre los estragos de las altas presiones bajo el agua y hay muchos males asociados a la permanencia prolongada en medios hiperbáricos: traumas pulmonares, enfermedades descompresivas severas, osteoporosis... Nadie llega trabajando bajo el agua hasta los 65.

«Este trabajo -dice Callaghan- requiere estar en forma. Yo bajo con hasta 35 kilos de equipo encima. Y no hay que olvidar la temperatura del agua, puede estar a 5 o 6 grados. El frío no te lo quita nadie, ni los trajes de agua caliente». Se refiere a unos trajes especiales que llevan en su interior tubos a los que se bombea agua caliente desde el exterior. Además, se requiere formación continua. «No puedes estar ni un año sin aprender nuevas técnicas, conocer los nuevos materiales...». ¿Cuáles son las ventajas? «Para mí, viajar. Lo mismo estoy en Bilbao que en Costa de Marfil. A mí eso me gusta, aunque para algunos es un problema. La verdad es que para dedicarte a esto, te tiene que gustar. Y no tenerle miedo, claro».

«Siempre me da miedo, cada vez que desciendo para explorar el naufragio siento el temor de lo desconocido», admite el submarinista Fabio Paoletti, de 42 años, uno de los buzos que exploran estos días el Costa Concordia. Con sus casi 300 metros de largo y sus 17 puentes, la nave se ha convertido en un laberinto. «Hacerse un camino entre los destrozos es difícil y agotador». Los submarinistas se organizan de a dos y nadan en zigzag para cubrir todos los huecos. «Hacemos descensos de cincuenta minutos. Si no ascendemos al cabo de ese periodo, otra persona que permanece en el bote viene a buscarnos», cuenta Paoletti.

En este caso hay un factor adicional y tremendo: los cadáveres. «Encontrar un cuerpo es horrible», añade Paoletti. ¿Problemas psicológicos? «No. Cuando uno está bajo el agua, no hay tiempo para pensar en otra cosa que no sea el trabajo. Y cuando ascendemos, uno está tan cansado que no tiene fuerzas ni para tener pesadillas».

TÍTULO: Morgan Freeman-foto-: ``¡No me llames afroamericano!´´
ENTREVISTA:

Morgan Freeman es hoy una de las mayores estrellas de Hollywood. Sin embargo, en los años 50 llegar a la cima no era sencillo para un joven negro. Hablamos con el actor sobre aquella época, en la que todavía estaba obligado a sentarse en los asientos traseros del autobús.


Su carrera arrancó tarde. tenía treinta y tantos cuando consiguió su primer papel importante en televisión. Hoy, a nadie le extraña que el señor Freeman figure entre los grandes de Hollywood; sin embargo, allá por los 50 era impensable que un afroamericano pudiese ser la estrella en una película o que fuera a la universidad. Este 2012 se cumplen 50 años desde que un estudiante de raza negra, James Meredith, logró matricularse en la Universidad de Misisipi. Aunque el gobernador segregacionista Ross Barnett se opuso y promovió manifestaciones que requirieron la intervención del Ejército, su ingreso marcó un hito en la historia de los derechos civiles en Estados Unidos. De todo ello charlamos con Freeman, a quien acaban de otorgar el Globo honorífico por toda su carrera.

Morgan Freeman. Por favor, no me llame `afroamericano´, soy americano.

XL. Para usted, ¿no hay diferencia?
M.F.
En América, a los negros les resulta muy fácil culpar de todo a los blancos. Pero en la vida casi todo depende de ti mismo. Estados Unidos sigue celebrando el Mes de la Historia Negra. ¡Qué estupidez! No hay una historia negra, solo existe la historia de Norteamérica.

XL. ¿Siempre pensó así?
M.F.
No, tuve que aprenderlo. En Misisipi, donde crecí, teníamos dos reglas: los blancos son malos porque odian a los negros, y los negros son malos porque son unos inútiles.

XL. ¿Cuándo se dio cuenta de que eso no era cierto?
M.F.
En el colegio. Tenía 9 años cuando me subí por primera vez a un escenario, y a los 12 gané un concurso como mejor actor joven de Misisipi.

XL. ¿Cuándo ocurrió aquello? ¿En 1949 aproximadamente?
M.F.
Exacto.

XL. Entonces seguía en vigor el «separados, pero iguales»; las razas vivían separadas. Aquel premio significaba en realidad que usted era el mejor actor negro, ¿no es así?
M.F.
Si lo quiere ver así, sí. Pero por aquel entonces vivían en Misisipi muchos más negros que blancos. Es decir, tuve una competencia muy numerosa. Muchos de nosotros éramos descendientes de esclavos.

XL. ¿Usted también?
M.F.
Solo he podido reconstruir mi árbol genealógico hasta la madre de mi tatarabuela. Era esclava en Virginia. De aquella época viene también mi apellido [Freeman, `hombre libre´], muchos esclavos liberados lo adoptaron. Es probable que algún funcionario les preguntara: «¿Cómo te llamas?». «Tom». «¿Y qué más?». «Solo Tom». «Vale, pues a partir de ahora te llamas Tom Freeman».

XL. Usted nació en 1937 en el seno de una familia pobre de un estado sureño... ¿Cómo fue su infancia?
M.F.
No éramos de los más pobres porque mi madre era maestra, pero no siempre teníamos para comer.

XL. En aquellos años se producían de vez en cuando linchamientos de negros en Misisipi. ¿Tenía miedo?
M.F.
Siempre había una extraña tensión en el ambiente. A veces oíamos que habían quemado una tienda o que le habían dado una paliza a alguien, o que el Ku Klux Klan volvía a la carga. Los adultos sí que pasaban miedo, pero los niños no nos enterábamos de lo que pasaba.

XL. ¿Tenía amigos blancos?
M.F.
No. Solamente entré en contacto con niños blancos más tarde, cuando nos mudamos a Chicago.

XL. A finales de los 40, millones de familias negras se fueron al norte con la esperanza de recibir un trato mejor.
M.F.
Mi padre quería trabajar de peluquero en Chicago. Pero bebía, y aquello desgarró a nuestra familia. Vivíamos en el South Side, conocí a un montón de tipos peligrosos... y estuve muy cerca de tomar el camino equivocado.

XL. ¿Cuándo tuvo claro que lo discriminaban?
M.F.
En el instituto, a los 14 o 15 años, de repente pasaban cosas que no podías explicarte, que eran injustas.

XL. ¿Cuál es su peor recuerdo?
M.F.
No necesariamente el racismo diario, me preocupaba más la situación de nuestra familia. Odio las Navidades porque en aquellos años siempre eran tristes. No había regalos, a veces ni comida. Sigo sin celebrar la Navidad.

XL. ¿Era buen alumno en la escuela?
M.F.
Tuve que repetir séptimo curso porque nos mudábamos a menudo de casa. Pero luego fui uno de los mejores de mi clase.

XL. ¿Profesores negros, escuela negra?
M.F.
Me gradué en 1955. El Tribunal Supremo había abolido un año antes la separación por razas. Nuestro mundo se puso patas arriba. De un día para otro podíamos beber en las mismas fuentes que los blancos, ir a los mismos restaurantes y usar los mismos baños.

XL. ¿Hasta aquel momento tenía que viajar en los asientos traseros del autobús?
M.F.
Por supuesto.

XL. En 1955, Rosa Parks se negó a levantarse de su asiento en un autobús y provocó un escándalo nacional que impulsó el Movimiento por los Derechos Civiles en torno a Martin Luther King. ¿Cómo percibió aquello?
M.F.
No me limité a asistir pasivamente, también actué en consecuencia. Después de que Rosa Parks diese el primer paso, todos empezamos a sentarnos donde queríamos.

XL. ¿Cuándo supo que quería ser actor?
M.F.
A los 13 años actué en una función escolar y enseguida quise interpretar papeles protagonistas. Era buen alumno y, tras mi graduación, me ofrecieron becas para continuar estudiando, pero solo en escuelas provinciales. Por eso decidí que mi futuro estaría en Hollywood.

XL. Todas las estrellas de cine eran blancas. ¿Cómo se le ocurrió que en Hollywood podría haber sitio para usted?
M.F.
Sidney Poitier y Harry Belafonte rodaron sus primeras películas en los años 50. Pensaba que si Sidney Poitier podía, yo también. Pero antes tuve que tomar un camino muy diferente: me alisté en el Ejército, al igual que muchos hombres sin dinero en los años 50. Fui a las Fuerzas Aéreas.

XL. ¿Había guerra en ese momento?
M.F.
No, la guerra de Corea ya había terminado. Yo quería volar, pero no me dejaron. No sé cómo, pero al final acabé en radares. Aquello no era para mí y no tardé en irme... y a finales del 59 vine a Hollywood.

XL. A menudo se oye decir eso de «Me voy a Hollywood», pero no es tan sencillo. ¿Dónde pasó la primera noche?
M.F.
Había ahorrado dinero y alquilé un apartamento.

XL. ¿Dónde?
M.F.
Lejos de Hollywood. No tenía coche, tampoco había autobuses; así que no conseguí trabajo. A pesar de todo, me inscribí en el sindicato negro de actores. Tampoco me sirvió de nada. Al poco tiempo, me quedé sin dinero. Pasé hambre.

XL. ¿Qué hacía para sobrevivir?
M.F.
De vez en cuando comía algo de arroz.

XL. ¿Cuál fue su primer trabajo?
M.F.
Repartir correo. Al cabo de siete meses pude comprarme un coche; en Los Ángeles no eres nadie sin uno. No puedes ir a fiestas, no consigues trabajos ni sexo. Fue el destino: ese empleo me ayudó a despegar.

XL. ¿Cómo fue?
M.F.
Conocí a gente que me puso en contacto con una escuela de interpretación que admitía a negros. Aprendí a moverme, a hablar, ¡incluso fui a clases de francés!

XL. ¿Qué sucedió después?
M.F.
Me fui a Nueva York... una pérdida de tiempo. No conseguí nada. Cinco meses después aterricé en San Francisco, donde me metí en un teatro amateur. Me encargaba del mantenimiento y, a veces, me dejaban actuar. Una vez, me pidieron que interpretara a un indio que salía ondeando la bandera americana. Me negué y me echaron.

XL. Tenía usted su orgullo...
M.F.
Demasiada autoestima. Una semana más tarde empecé a trabajar de cartero, ahorré unos cuantos dólares y me trasladé otra vez a Nueva York. Me pasé cuatro años lavando coches.

XL. No se puede decir que su carrera hubiese arrancado... Por otro lado, en 1964 pudo votar por primera vez.
M.F.
La situación de los negros había mejorado. Las nuevas leyes de derechos civiles del 64 supusieron la victoria definitiva del movimiento de Martin Luther King... y también sacudieron a la industria del cine; los actores negros, por fin, empezaron a tener oportunidades. Pero todavía tuvieron que pasar 20 años para llegar a ser una estrella de cine.

XL. ¿Hubo un momento decisivo para su carrera?
M.F.
En 1966 tenía un empleo temporal en una agencia de viajes y me llevaba muy bien con la jefa. Estaba harto de mi vida de actor sin éxito y le pregunté si podía incorporarme definitivamente a la empresa. Se negó. Pensé que era por mi color de piel, pero en realidad temía que la dejara colgada en cuanto me ofrecieran un papel. Si hubiese aceptado mi proposición, habría seguido vendiendo viajes hasta hoy.

XL. ¿Y cuándo dejó a la jefa en la estacada?
M.F.
Poco después. Hice una obra sobre el Movimiento por los Derechos Civiles y fue un éxito. Luego vino un programa de televisión y aparecí en 780 episodios. Eran los años 70 y por primera vez no tenía problemas económicos.

XL. Pero sí problemas con el alcohol.
M.F.
Los debí de heredar de mi padre, que murió de cirrosis a los 47 años. No era un borracho, pero después de despertarme un par de veces en mitad de la calle decidí darle un cambio a mi vida.

XL. Y a partir de los años 80 cambian las cosas.
M.F.
Sí, la situación de los negros había cambiado. Eddie Murphy, Michael Jackson, Magic Johnson, Bill Cosby... ¡La clase media blanca adoraba a las estrellas negras!

XL. Hoy figura usted en esa misma lista. A veces parece que usted siempre interpreta a Nelson Mandela o a Dios.
M.F.
La culpa es de mis ojos. Transmiten la sensación de que soy sabio y bondadoso... ya me pasaba con 20 años.

XL. ¿Tiene algún sueño por cumplir?
M.F.
No, se han cumplido ya. Y vuelvo a vivir en Misisipi, me da fuerzas vivir en casa. Cuando eres rico y famoso, es muy saludable recordar de dónde vienes.

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