Todo animal, por muy domesticado que esté, lleva en lo más hondo de sí a la bestia mortal que, ante el peligro (o lo que él considere un peligro), solo contempla una opción: matar o morir. En cada especie existen, además, seres amistosos, tímidos, pendencieros, violentos y hasta psicópatas. Como en los humanos. Y la diferencia entre dar con unos u otros marca muchas veces la frontera entre la vida y la muerte.
Foto de un tigre.
A sus 16 años, Midhun, un joven indio de Kunnamkulam, en el estado de Kerala, estaba acostumbrado a ver elefantes. Sabía que eran nobles e imprescindibles para los trabajos más duros y que su pueblo los veneraba. Por eso, en la fiesta religiosa de Kattakampal Pooram, la más importante del año, Midhun se acercó al elefante más adornado, Thechikkottu Devidasan, un macho enorme que, custodiado por su dueño, descansaba en aparente letargo a la cabeza de la procesión. Pero los olores del incienso, las especias, la comida rancia y la multitud que lo rodeaban incrementaban su tensión. Aparentaba calma, pero sus hormonas se habían disparado, convirtiéndolo en una bomba de relojería. Una bomba de cinco mil kilos de músculos, ira y adrenalina. Cuando la comitiva arrancó y el elefante recibió el primer golpe de su cuidador para emprender la marcha, reaccionó como nunca en su vida de animal domesticado. Su espíritu salvaje desbocó al elefante de trabajo y la fiera sustituyó a la bestia de carga. En ese momento, Midhun se aproximaba a él, para verlo de cerca. Sin apenas darse cuenta de lo que pasaba, el joven cayó derribado por la trompa. Luego, las patas y los colmillos del animal acabaron con el muchacho. El mahout que lo cuidaba intentó detenerlo. Pero a un elefante con el musth, un estado de sobreexcitación sexual que los hace iracundos y violentos, solo puede detenerlo un disparo de gran calibre, así que su dueño fue la segunda víctima del animal. La gente corría presa del pánico y el elefante cargó contra ellos, contra los templos y puestos de la fiesta y contra los otros elefantes del desfile. La parte más salvaje y peligrosa del paquidermo había convertido un animal doméstico en la criatura más temible del mundo.
Tendemos a juzgar a los animales por su apariencia. Vemos peligrosos y dañinos a los de aspecto fiero, y bonachones e inofensivos a los de rasgos suaves y mirada mansa. Pero todos los animales salvajes, hasta los más pacíficos, viven situaciones que los pueden convertir en la peor de las pesadillas. Solo es cuestión de estar en el lugar y el momento equivocados, o de actuar irresponsablemente por desconocimiento, y el amable animalito que tenemos delante pasará a ser una fiera que pondrá en riesgo nuestra vida.
Cuando los turistas preguntan por los animales más peligrosos al llegar a los parques de África, les sorprende saber que los que más víctimas se cobran al año no son los leones ni los leopardos, sino los hipopótamos, esos pacíficos gigantes de aspecto bonachón que pasan el día sumergidos en el agua, pero que al anochecer dejan el río y salen a pastar en las orillas. Si una persona se cruza por accidente en su camino y les corta el paso al río donde se sienten a salvo, los hipopótamos suelen reaccionar violentamente. Y hablamos de un animal capaz de partir en dos a un cocodrilo de un solo bocado. De igual modo sucede en Estados Unidos, donde la gente teme a los osos grizzly, a los lobos y a los pumas, pero no imagina que son las hembras de alce con sus crías los animales más agresivos de las taigas y bosques del nuevo continente.
Aunque es imposible describir las normas que se deben seguir con todas las especies salvajes, algunas pautas nos permiten evitar serios problemas. En general debemos evitar acercarnos a las madres con cachorros. Por muy mona, desvalida y agradable que nos pueda parecer, no debemos acercarnos nunca a una cría. Las madres tienen un instinto defensor muy desarrollado y, si aparecen en ese momento, cargarán contra el intruso cercano a su hijo con una ira mortal.
Tampoco debemos intentar tocar ningún animal salvaje, por muy inofensivo que lo veamos. Como ocurre con los humanos, en cada especie existen individuos amistosos, tímidos, bromistas, pendencieros, violentos y psicópatas. Y la diferencia entre dar con un oso amistoso o uno violento, por ejemplo, puede ser la diferencia entre la vida y la muerte. No en vano los animales que más accidentes mortales causan en los zoológicos del mundo son los pandas. La gente se acerca a tocarlos cegada por su aspecto de oso de peluche y acaba tocando un oso que no siempre está de humor para caricias.
La lista de situaciones particulares para evitar el ataque de los animales salvajes podría ocupar libros enteros. Pero, en general, la recomendación más efectiva es que, si va a disfrutar de la observación de la fauna salvaje o si por casualidad se topa con ella, lo mejor es no acercarse, no entrometerse en la rutina de los animales, no intentar tocarlos, hablarles, darles de comer o, peor aún, atraparlos. Déjelos tranquilos y ellos le dejarán en paz. Porque, por inofensivos que parezcan, todos los animales no domésticos cuentan para sobrevivir con una naturaleza salvaje.
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