En el 25% de los asesinatos por violencia de genero, los agresores matan a sus parejas por un proceso psíquico de identificación.
El domingo 8 de mayo murieron dos mujeres a manos de sus parejas. Una de ellas, Marisol Consuelo, se asomó a una ventana y pidió auxilio, en Madrid, minutos antes de que su marido la degollara. Algunos vecinos oyeron sus gritos y llamaron a los servicios de emergencia. Cuando estos llegaron, era demasiado tarde. Marisol tenía 40 años y dos hijos. La vida con su pareja era un infierno del que no le dio tiempo a escapar, no supo protegerse antes y pedir la ayuda necesaria. Horas antes, en Almería,moría A. E. L., de 30 años, a manos de su expareja, de 42, que le propinó 20 puñaladas. El efecto de imitación puede estar presente en el 25% de los asesinatos machistas. Esta es una de las conclusiones de un estudio del Ministerio de Sanidad, Política Social e Igualdad, elaborado por la Universidad de Granada.
El informe, en el que se han analizado los 545 crímenes de género ocurridos de 2003 a 2010, muestra que hay una concentración temporal de los casos, y sostiene que existe una probabilidad, que no puede ser atribuida al azar, de que un asesinato machista sea imitación de otro. El delegado de Gobierno contra la violencia de género, Miguel Lorente, señaló esto diciendo: “Hay hombres que están pensando actuar contra sus parejas y que, al ver en las noticias que otra persona lo ha hecho, deciden pasar a la acción”.
Quería decir que hay que cuidar el modo en que se dan estas noticias, subrayando el castigo y el rechazo social hacia el agresor, en vez de disminuir su culpa con la enumeración de datos atenuantes. Propuesta interesante, pues si siempre hay que cuidar el lenguaje, se hace todavía más necesario cuando se dan noticias de este tipo. Es conveniente preguntarse qué hay que decir para ayudar a otras posibles víctimas. El efecto de imitación se produce por un proceso psíquico que se llama identificación. Se imita a aquél que se quiere ser, a aquel que hace lo que uno quiere hacer. Si el maltratador se identifica con el que mata a su pareja, la mujer se identifica con la víctima. Cuando se da una información de este tipo, la mujer que tiene miedo a su pareja o expareja tendría también que encontrar datos sobre cómo escapar al desastre. Dependencia mortal. Para entender por qué alguien se identifica con otra persona que destruye a su pareja, resulta necesario hacerse algunas preguntas: ¿qué odia tanto el hombre en la mujer para llegar a matarla? ¿Qué envidia de ella para no poder soportar que no sea del todo suya?
Desde el lado de la víctima, habría que preguntarse qué lleva a una mujer a soportar una situación de ese tipo. La respuesta se esconde en su inconsciente, al que no podrá dominar sin ayuda psicológica. ¿Por qué la mujer no sabe defenderse y cae una y otra vez en el lugar de objeto degradado y destruible? ¿Por qué disculpa a su agresor? ¿Por qué deja que el hombre la castigue repetidamente? ¿Por qué se identifica con un objeto degradado?
Ella no lo sabe, lo que le sucede no pasa por su voluntad consciente, por eso resulta necesario analizar caso por caso. En una relación de pareja donde la violencia se ha instalado, ésta se acompaña de periodos o momentos donde ambos hablan de lo que se quieren: “Perdóname, no lo volveré a hacer”, “no puedo vivir sin ti”, “no quería hacerte daño”, “solo quiero que me entiendas”… La intermitencia entre el amor y la violencia, que delata un estado de ambivalencia afectiva, es muy alta. Esta oscilación afectiva está ligada, para los sujetos neuróticos, a su objeto amoroso, que de alguna manera se ha convertido en tabú para ellos, implicando simultáneamente un componente indispensable para su vida y un componente amenazante que les hace sentir mal, indefensos, celosos y frágiles. Se puede decir que, para estos sujetos, la mujer en general tiene un carácter tabú y, por tanto, ambivalente. Se sienten demasiado dependientes e intentan borrar esa dependencia.
Sin embargo, no se trata simplemente de un hombre herido en su sensibilidad por la supuesta libertad de la mujer, sino que se trata de un asunto mucho más complejo, ya que los celos, componente normal de la vida anímica y afectiva de todo sujeto, tiene en los maltratadores un grado bastante intenso. intento de dominio. El celoso padece de una identidad sexual adulta frágil, que cuestiona inconscientemente al sujeto y que le hace atribuir a su pareja su propio deseo, sometiéndola a un control férreo.
Después del “la maté porque era mía”, algunos hombres acaban suicidándose, demostrando la extrema dependencia que sienten de ella. Al matar a su compañera, estos individuos eliminan también aquello que sostenía su existencia. Ellas, por su parte, se saben necesarias. Sentirse “algo” tan importante para otro les cuesta la vida.
La violencia de género tiene una causalidad compleja y está determinada, tanto psíquica como socialmente, por el modo en que cada miembro de la pareja vive al otro y por la forma en que la relación de pareja se transmite culturalmente. Se trata del uso de la fuerza, ya sea explícita o latente, que implica la intención de dominio o daño a la capacidad de actuar y de pensar.
La violencia se da en la intersección de tres factores: las determinaciones socioculturales, las que provienen del conflicto entre los miembros de la pareja y la conformación mental de sus miembros. Seguramente han vivido en su familia situaciones de violencia, explícita o no, que les han dado pocos recursos para la relación con el otro. La violencia en la pareja se produce entre dos polos, uno de desamparo o impotencia y otro de abuso de fuerza o poder. En la ley del más fuerte, se impone una ética perversa, enloquecedora o alienante dirigida a anular el deseo y coartar la libertad del otro. Libertad por la que la mujer tiene que seguir luchando.
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