sábado, 11 de junio de 2011

LA NOCHE DEL CABALLO-Leila llevó a Bijou a montar a caballo al Bois.

Leila, montando, estaba muy hermosa; esbelta, masculina y arrogante. Bijou era más exuberante, pero también más torpe. Cabalgar en el Bois era una experiencia maravillosa. Se cruzaban con personas elegantes y luego avanzaban por largas extensiones de senderos aisla­dos y arbolados. De vez en cuando, encontraban un café, donde se podía descansar y comer.
Era primavera. Bijou había tomado unas cuantas lecciones de montar y era la primera vez que salía por su cuenta. Cabalgaban despacio, conversando. De repente, Leila se lanzó al galope y Bijou la siguió. AI cabo de un rato moderaron la marcha. Sus rostros estaban arrebolados.Bijou sentía una agradable irritación entre las piernas y calor en las nalgas. Se preguntó si Leila sentiría lo mismo. Tras otra media hora de cabalgar, su excitación creció. Sus ojos estaban brillantes y sus labios húmedos. Leila la miró admirada.
–Te sienta bien montar –observó.
Su mano sostenía la fusta con seguridad regia. Sus guantes se ajustaban a la perfección a sus largos dedos. Llevaba una camisa de hombre y gemelos. Su traje de montar realzaba la elegancia de su talle, de su busto y de sus caderas. Bijou llenaba su atuendo de manera más exuberante: sus senos eran prominentes y apuntaban hacia arriba de manera provocativa. Su cabello flotaba al viento.
Pero ¡oh, qué calor recorría sus nalgas y su en­trepierna! Se sentía como si una experimentada ma­sajista le hubiera dado friegas de alcohol o de vino. Cada vez que se alzaba y volvía a caer en la silla notaba un delicioso hormigueo. A Leila le gustaba cabalgar tras ella y observar su figura moviéndose sobre el caballo. Carente de un estremecimiento pro­fundo, Bijou se inclinaba en la silla hacia adelante y mostraba las nalgas, redondas y prietas en sus pantalones de montar, así como sus elegantes pier­nas. Los caballos se acaloraron y empezaron a espumear. Un fuerte olor se desprendía de ellos y se filtraba en la ropa de ambas mujeres. El cuerpo de Leila, que sostenía nerviosamente la fusta, parecía ganar en ligereza. Volvieron a galopar, ahora una al lado de la otra, con las bocas entreabiertas y el viento contra sus rostros. Mientras sus piernas se aferraban a los flancos del caballo, Bijou rememoraba cómo había cabalgado cierta vez sobre el estómago del vasco. Luego se había puesto de pie sobre su pecho, ofreciendo los genitales a su mirada.

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