Marta Etura-foto.: "Agradezco los piropos, pero yo me siento bastante del montón"
Nací en San Sebastián (Guipúzcoa) hace 34 años. Actriz. Estudié
en la escuela de Cristina Rota. En Los últimos días, un thriller posapocalíptico
ambientado en Barcelona, trabajo con Quim Gutiérrez.
XLSemanal. ¿Cuál es su truco?
Marta Etura. ¿...? ¿A qué te refieres?
XL. Lleva usted más de 20 películas y no está mal en ninguna.
M.E. [Carcajada]. ¡Qué piropazo!, ¿no? Es cuestión de lógica. Cuanto mejor estés en un papel, más posibilidades tienes de que te vuelvan a llamar. Aun así, hay pelis en que no lo he hecho nada bien.
XL. ¿Ah, sí? Cuente, cuente...
M.E. [Ríe]. No me obligues a eso. Me da vergüenza hasta pensar en ellas.
XL. No exagere. Pero si sale guapa hasta en El caballero don Quijote, en la que tuvieron que afearla...
M.E. Pues sí, pero no les salió bien la jugada [ríe]. Agradezco tus piropos, pero es que yo me siento bastante del montón, de la calle. Lo que pasa es que, por mi amor por el cine, colocarme delante de una cámara me pone, y eso lo recoge la pantalla.
XL. ¿Lleva la cuenta de en cuántas películas le ha tocado embarazarse?
M.E. [Ríe]. No, la he perdido. Y morirme también. No hacen más que matarme.
XL. Y con tanta barriga postiza, ¿no le entran ganas de pasar a la práctica?
M.E. [Sonríe]. Pues sí. Tengo ganas de ser madre. No dejo de comerme el coco con eso. Imagino que será por la edad.
XL. ¿Tengo una exclusiva delante?
M.E. [Carcajada]. ¡Quita, quita! Me da que, por lo menos hoy, va a ser que no.
XL. Qué lástima. ¿Qué consejo dará a sus futuros hijos si le salen actores?
M.E. Que respeten esta profesión si realmente la aman y que no caigan en cosas banales que colocan desde fuera.
XL. Oiga, ¿el cine español va mal?
M.E. [Sonríe]. No, para nada. Llevo trabajando mucho tiempo en esto y puedo decir que lo de la crisis del cine es mentira. Hemos crecido mucho a nivel posproducción. Se apuesta por géneros nuevos. Me parece, con perdón, muy jodido mirar solo la parte mala.
XL. ¿Hay que tener tablas para ser vicepresidenta de la Academia?
M.E. Pues sí [sonríe]. Pero porque es muy difícil compaginar ambos trabajos.
XL. ¿Qué indigna tanto a su gremio?
M.E. Los ataques a la cultura. Aunque quien quiera hacer política debería militar en un partido y dedicarse a ello.
XL. ¿Es una ceremonia de los Goya el lugar oportuno para hacer mítines?
M.E. No, una ceremonia de los Goya lo que tiene que hacer es promocionar el cine español. Sin embargo, no olvidemos que nuestra profesión siempre ha estado vinculada a criticar el sistema. Esa es la vía y la intención. Aunque a veces no se consigue.
Su desayuno, Typical Spanish: «Los domingos aprovecho y me tomo mi leche con cacao y tostadas bien untadas de mantequilla y mermelada. Y si voy bien de peso, pues lo cambio por unos churros».
TÍTULO: LA IRRESISTIBLE ASCESIÓN DE LA MUJER FLORERO,.
La
irresistible ascensión de la mujer florero
Marta Etura. ¿...? ¿A qué te refieres?
XL. Lleva usted más de 20 películas y no está mal en ninguna.
M.E. [Carcajada]. ¡Qué piropazo!, ¿no? Es cuestión de lógica. Cuanto mejor estés en un papel, más posibilidades tienes de que te vuelvan a llamar. Aun así, hay pelis en que no lo he hecho nada bien.
XL. ¿Ah, sí? Cuente, cuente...
M.E. [Ríe]. No me obligues a eso. Me da vergüenza hasta pensar en ellas.
XL. No exagere. Pero si sale guapa hasta en El caballero don Quijote, en la que tuvieron que afearla...
M.E. Pues sí, pero no les salió bien la jugada [ríe]. Agradezco tus piropos, pero es que yo me siento bastante del montón, de la calle. Lo que pasa es que, por mi amor por el cine, colocarme delante de una cámara me pone, y eso lo recoge la pantalla.
XL. ¿Lleva la cuenta de en cuántas películas le ha tocado embarazarse?
M.E. [Ríe]. No, la he perdido. Y morirme también. No hacen más que matarme.
XL. Y con tanta barriga postiza, ¿no le entran ganas de pasar a la práctica?
M.E. [Sonríe]. Pues sí. Tengo ganas de ser madre. No dejo de comerme el coco con eso. Imagino que será por la edad.
XL. ¿Tengo una exclusiva delante?
M.E. [Carcajada]. ¡Quita, quita! Me da que, por lo menos hoy, va a ser que no.
XL. Qué lástima. ¿Qué consejo dará a sus futuros hijos si le salen actores?
M.E. Que respeten esta profesión si realmente la aman y que no caigan en cosas banales que colocan desde fuera.
XL. Oiga, ¿el cine español va mal?
M.E. [Sonríe]. No, para nada. Llevo trabajando mucho tiempo en esto y puedo decir que lo de la crisis del cine es mentira. Hemos crecido mucho a nivel posproducción. Se apuesta por géneros nuevos. Me parece, con perdón, muy jodido mirar solo la parte mala.
XL. ¿Hay que tener tablas para ser vicepresidenta de la Academia?
M.E. Pues sí [sonríe]. Pero porque es muy difícil compaginar ambos trabajos.
XL. ¿Qué indigna tanto a su gremio?
M.E. Los ataques a la cultura. Aunque quien quiera hacer política debería militar en un partido y dedicarse a ello.
XL. ¿Es una ceremonia de los Goya el lugar oportuno para hacer mítines?
M.E. No, una ceremonia de los Goya lo que tiene que hacer es promocionar el cine español. Sin embargo, no olvidemos que nuestra profesión siempre ha estado vinculada a criticar el sistema. Esa es la vía y la intención. Aunque a veces no se consigue.
Su desayuno, Typical Spanish: «Los domingos aprovecho y me tomo mi leche con cacao y tostadas bien untadas de mantequilla y mermelada. Y si voy bien de peso, pues lo cambio por unos churros».
TÍTULO: LA IRRESISTIBLE ASCESIÓN DE LA MUJER FLORERO,.
En
China andan preocupados. El brillo de su todopoderoso nuevo líder, Xi Jinping,
se ve amenazado por una alargada sombra, la que ...
La irresistible ascensión de la mujer florero
En China andan preocupados. El brillo de su todopoderoso nuevo líder, Xi
Jinping, se ve amenazado por una alargada sombra, la que proyecta Peng Liyuan,
su esposa, que por lo visto es la cantante más famosa del país, dueña de una
bellísima voz que pone la carne de gallina. Y es que, aunque el gran timonel Mao
dijo que «la mujer sostiene la mitad del cielo», una cosa son las bonitas
metáforas y otra lo que conviene a efectos prácticos. En realidad, lo
que está ocurriendo en China con su principal mandatario no es muy distinto de
lo que pasa en Occidente. A mediados del siglo pasado, el archicarismático
presidente Kennedy, haciendo de la necesidad virtud, en una ocasión llegó a
presentarse como «el hombre que acompaña a la señora Kennedy», y las cosas no
han cambiado mucho desde entonces. En la mayoría de las casas
reinantes, por ejemplo, las consortes de los príncipes herederos figuran muy por
delante de sus maridos en popularidad y aceptación general.
Los más optimistas piensan que es un dato alentador para la causa femenina. Opinan que el hecho de que Michelle Obama intervenga en la gala de los Óscar, y que su nuevo flequillo (horroroso para mi gusto) sea trending topic mundial, es, por ejemplo, un síntoma de que la presencia femenina es más reconocida que antes. A mí, en cambio, me parece exactamente lo contrario. Es curioso (y desalentador) observar que todas estas mujeres ya sean esposas de mandatarios o de príncipes herederos nada más llegar a su nueva situación en la vida, tal vez por instinto o porque así lo sugieren sus asesores de imagen, aprenden una paradójica lección. Si quieren brillar y ser admiradas, si aspiran a dejar huella y pasar a la Historia, deben abrazar una máxima francesa tan irónica como infalible: «Sois belle et tais toi» (sé bella y estate calladita). Y funciona. Que se lo digan, si no, a las que han intentado saltarse tan sabia norma. Durante la presidencia de Bill Clinton, la ahora tan admirada Hillary Clinton se propuso sacar adelante una reforma sanitaria. «Los americanos tienen dos por el precio de uno», llegó a decir, haciendo alusión a que era una profesional tanto o más exitosa que su marido.
Su reforma, por supuesto, jamás salió adelante y ella, que es todo menos tonta, adoptó de inmediato los patrones femeninos más clásicos: volcarse en causas benéficas, fotografiarse con niños desfavorecidos o plantando petunias en el jardín de la Casa Blanca: sé mona y estate calladita. Lamentablemente, esta es una lección que también han aprendido las mujeres destacadas en otros ámbitos. Actrices de cine o mujeres en puestos relevantes que, lejos de subrayar su lado profesional, prefieren fotografiarse en la cocina preparando un risotto para los amigos o haciendo pompas de jabón con sus hijos mientras los bañan. Por supuesto todo eso está muy bien y nadie les pide que renuncien a sus aficiones y mucho menos a su instinto maternal, pero a veces se echa en falta la actitud de las mujeres de antes. La de Simone Veil, que demostró que una mujer podía ser intelectual sin perder un ápice de feminidad; la de Jane Fonda, que supo utilizar su popularidad para apoyar las causas políticas que creía justas. Ahora, en cambio, hasta ella se ha dejado vencer por el síndrome mujer florero, y está estupenda, qué duda cabe, pero yo la prefería pisando algunos callos más que paseando por las alfombras rojas. Pienso que no estaría mal que unas y otras, todas las mujeres, nos diéramos cuenta de que en un mundo tan dominado por la imagen como el nuestro, los mensajes subliminales son más importantes que los textuales.
Recordar que aún quedan muchas batallas por ganar en la causa femenina y que con esta actitud consciente o inconsciente de potenciar los papeles femeninos más ancestrales no estamos haciéndonos ningún favor. Y es que, a pesar de que los hombres han hecho, en mi opinión, un esfuerzo considerable por cambiar su comportamiento hacia nosotras, existe aún en la sociedad un machismo residual que no puede borrarse de la noche a la mañana. Uno que no hace más que multiplicarse cuando nosotras optamos por subir a los altares a esas congéneres que, voluntariamente o no, han optado por el «sé guapa y cierra el pico».
Los más optimistas piensan que es un dato alentador para la causa femenina. Opinan que el hecho de que Michelle Obama intervenga en la gala de los Óscar, y que su nuevo flequillo (horroroso para mi gusto) sea trending topic mundial, es, por ejemplo, un síntoma de que la presencia femenina es más reconocida que antes. A mí, en cambio, me parece exactamente lo contrario. Es curioso (y desalentador) observar que todas estas mujeres ya sean esposas de mandatarios o de príncipes herederos nada más llegar a su nueva situación en la vida, tal vez por instinto o porque así lo sugieren sus asesores de imagen, aprenden una paradójica lección. Si quieren brillar y ser admiradas, si aspiran a dejar huella y pasar a la Historia, deben abrazar una máxima francesa tan irónica como infalible: «Sois belle et tais toi» (sé bella y estate calladita). Y funciona. Que se lo digan, si no, a las que han intentado saltarse tan sabia norma. Durante la presidencia de Bill Clinton, la ahora tan admirada Hillary Clinton se propuso sacar adelante una reforma sanitaria. «Los americanos tienen dos por el precio de uno», llegó a decir, haciendo alusión a que era una profesional tanto o más exitosa que su marido.
Su reforma, por supuesto, jamás salió adelante y ella, que es todo menos tonta, adoptó de inmediato los patrones femeninos más clásicos: volcarse en causas benéficas, fotografiarse con niños desfavorecidos o plantando petunias en el jardín de la Casa Blanca: sé mona y estate calladita. Lamentablemente, esta es una lección que también han aprendido las mujeres destacadas en otros ámbitos. Actrices de cine o mujeres en puestos relevantes que, lejos de subrayar su lado profesional, prefieren fotografiarse en la cocina preparando un risotto para los amigos o haciendo pompas de jabón con sus hijos mientras los bañan. Por supuesto todo eso está muy bien y nadie les pide que renuncien a sus aficiones y mucho menos a su instinto maternal, pero a veces se echa en falta la actitud de las mujeres de antes. La de Simone Veil, que demostró que una mujer podía ser intelectual sin perder un ápice de feminidad; la de Jane Fonda, que supo utilizar su popularidad para apoyar las causas políticas que creía justas. Ahora, en cambio, hasta ella se ha dejado vencer por el síndrome mujer florero, y está estupenda, qué duda cabe, pero yo la prefería pisando algunos callos más que paseando por las alfombras rojas. Pienso que no estaría mal que unas y otras, todas las mujeres, nos diéramos cuenta de que en un mundo tan dominado por la imagen como el nuestro, los mensajes subliminales son más importantes que los textuales.
Recordar que aún quedan muchas batallas por ganar en la causa femenina y que con esta actitud consciente o inconsciente de potenciar los papeles femeninos más ancestrales no estamos haciéndonos ningún favor. Y es que, a pesar de que los hombres han hecho, en mi opinión, un esfuerzo considerable por cambiar su comportamiento hacia nosotras, existe aún en la sociedad un machismo residual que no puede borrarse de la noche a la mañana. Uno que no hace más que multiplicarse cuando nosotras optamos por subir a los altares a esas congéneres que, voluntariamente o no, han optado por el «sé guapa y cierra el pico».
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