Decenas de tribus del Amazonas viven sin contacto con la civilización, pero también sin acceso a la sanidad y la educación. ¿Es justo? Brasil ha optado por defender el derecho de los indígenas al aislamiento. Los pocos que saben de ellos narran su experiencia.
Seis de junio de 2004. El indigenista brasileño José Carlos dos Reis Meirelles, investigador de grupos indígenas aislados de la Fundación Nacional del Indio (Funai), pesca apaciblemente en un punto indeterminado de la selva amazónica en el Estado de Acre (noroeste de Brasil, en la frontera con Perú) cuando de repente le atraviesan el cuello de un flechazo. El rudimentario proyectil se abre camino bajo la oreja izquierda y el investigador tiene el primer reflejo de romper la flecha de madera y extraérsela con sus propias manos. Minutos después se debate entre la vida y la muerte mientras es evacuado de la zona en un helicóptero. Según el experimentado especialista en tribus amazónicas aisladas, no se trató de un ataque fortuito: "Había madereros furtivos en esa zona, que incluso llegaron a matar a algunos indios. Para estos indígenas no existen diferencias entre los blancos. En su concepción, los blancos somos pocos y de la misma familia. Decidieron vengar a sus muertos y me atacaron", recuerda sin rencor, casi cinco años después del ataque.
La sobrecogedora experiencia de Meirelles es un ejemplo anecdótico de los efectos perniciosos que las presiones económicas y políticas provocan en las tribus indígenas que han vivido durante siglos sin contacto con la civilización exterior. Las concesiones petroleras, la permanente carcoma de la industria maderera, las kilométricas haciendas agrícolas y ganaderas que poco a poco le van ganando terreno a la exuberante vegetación amazónica o las carreteras que llevan el progreso allá donde solo existían naturaleza y paz, conforman un cáncer que se extiende lentamente, con incalculables consecuencias.
Meirelles también se encontraba a bordo del helicóptero de la Funai desde el que fueron realizadas recientemente las imágenes difundidas por la ONG Survival International y que prueban una vez más la presencia de tribus indias aisladas. Según los indigenistas que conocen el área sobrevolada, es muy posible que los individuos que aparecen en las fotos pertenezcan a la etnia pano. Han llegado a esa conclusión por las pinturas de sus cuerpos, el tipo de maloca (casa comunal), las huertas o los arcos y las flechas empleados. En una de las fotografías también se aprecia un pequeño cazo de metal en el suelo y un niño que sujeta un machete. Ambos objetos podrían llevarnos a sospechar de un eventual contacto de esta comunidad con el mundo exterior, pero Meirelles lo niega tajantemente: "Consiguen estos objetos robándolos de nuestras bases de operaciones, instaladas en los márgenes de sus territorios. También se ha dado el caso de que nosotros mismos los hemos lanzado desde vuelos de inspección".
Los investigadores tienen evidencias de que en Brasil existen 77 grupos aislados repartidos entre los Estados de Rondônia, Roraima, Amazonas, Acre, Mato Grosso, Pará y Maranhão. De este total, siete ya han sido contactados en alguna ocasión. Tras años de estudio, existen pruebas irrefutables de la presencia de otros 30 grupos, aunque nunca se ha establecido contacto con ellos. Según la Funai, hay 40 grupos que se encuentran aún en fase de observación.
Un grupo aislado no es un colectivo indígena sin conocimiento de que existe vida humana más allá de las fronteras de su territorio. De hecho, puede haber tenido algún contacto puntual con el exterior, aunque nunca prolongado. El Coordinador General de Indios Aislados y Recién Contactados de la Funai, Elias Bigio, afirma: "No dependen de nosotros para sobrevivir y viven con sus propios recursos. Tienen pocos conocimientos de nuestros códigos lingüísticos y morales, y están en una situación de vulnerabilidad".
El Gobierno brasileño ha destinado hasta el momento a las reservas indígenas más de 105 millones de hectáreas de su territorio, el 12,41% de la superficie nacional, aunque sus fronteras son sistemáticamente violadas por los madereros furtivos y los terratenientes del agronegocio. Pese a que la Constitución ya reconoce y protege a estos pueblos en varios de sus artículos, la Funai decidió en 1987 dar un golpe de timón a su política de contacto con las tribus aisladas. "Llegamos a la conclusión de que buena parte de los indios no contactados evitaban ese contacto y comenzamos a garantizarles el derecho a vivir aislados. Por tanto, nosotros no los aislamos. Ellos quieren vivir así", comenta Bigio.
La decisión de proteger a estas minorías étnicas del contacto externo se apoya en varios argumentos. El primero y más poderoso es que el sistema inmunológico de los indios que siempre han permanecido aislados es muy diferente del de las personas que viven más allá de sus fronteras. "La salud de estos grupos está íntimamente ligada a la protección de su territorio. El contacto con gente extranjera puede desembocar con facilidad en un brote de gripe, hepatitis u otra enfermedad en la comunidad. Si se llega a producir el contagio, el escenario se convierte automáticamente en grave, ya que ellos no tienen defensas para enfrentarse a estas enfermedades y probablemente se produzca la muerte de mucha gente", explica el responsable de la Funai. "De la misma manera, los contactos con estas comunidades también han provocado que nuestros equipos de investigadores hayan contraído enfermedades desconocidas para las que el hombre blanco no ha desarrollado defensas", añade.
Meirelles, de 62 años, ha trabajado 40 años en la Funai y vivió la época en la que las expediciones para entablar contacto con indios aislados eran habituales: "De la misma manera que a los indios les da miedo ver un avión sobrevolando su territorio, a un grupo de cuatro o cinco investigadores también le da miedo verse frente a 50 o 60 hombres de una tribu totalmente aislada con los que no te puedes comunicar verbalmente. Un primer contacto con una comunidad aislada es algo imprevisible, nunca sabes lo que va a suceder", explica. "Raramente es positivo y siempre son ellos los que salen perdiendo", concluye.
Los 245 investigadores de campo que trabajan en la identificación y protección de grupos aislados evitan el contacto físico a toda costa. Los funcionarios se internan en la selva durante semanas recopilando restos de comida, cacería o huellas. Toman coordenadas con aparatos GPS y observan los más mínimos detalles hasta obtener una idea más o menos precisa de la etnia que habita el territorio. Las fotos aéreas de los vuelos de monitoreo terminan de confirmar las hipótesis de los grupos que trabajan en el terreno. ¿Y si la expedición se cruza con indígenas de manera fortuita? "En ese caso ellos salen corriendo para un lado y nosotros para otro", contesta Meirelles.
"El Gobierno brasileño ha tomado decisiones correctas. Pero se puede hacer mucho más para proteger a estos pueblos. La Policía Federal y el Ministerio del Medio Ambiente deberían estar más presentes para evitar los abusos de alcaldes, diputados y senadores, que tienen intereses económicos y políticos en estas áreas y que captan votos de empresarios y terratenientes a base de permitirles la depredación de estos territorios", denuncia Fiona Watson, Directora de Campañas de Survival International.
Las últimas fotografías aéreas realizadas por Funai demuestran que en la zona fronteriza del Estado brasileño de Acre con Perú existen comunidades aisladas de las que se conoce muy poco. Las pinturas corporales realizadas con tinte de semillas de annato, los tocados tradicionales o los arcos y las flechas muestran que mantienen intactas sus tradiciones ancestrales. Según Survival Internacional, las personas que aparecen en las imágenes pertenecen a una comunidad "sana y próspera, con cestos llenos de mandiocas y papayas frescas de sus huertos". La ONG estima que en esta zona puede haber unas 600 personas que viven aisladas. La Funai eleva esta cifra a 1.000 individuos.
La ONG indigenista denuncia lo que está ocurriendo en la frontera entre Perú y Brasil. "En el lado peruano existen grandes explotaciones mineras ilegales, plantaciones de coca y multinacionales petrolíferas que están ocupando los territorios indígenas. En su huida, los indios atraviesan una frontera que no existe para ellos (la que separa Brasil y Perú), pero sin embargo, sí saben perfectamente donde está la frontera que delimita su territorio y cuándo están invadiendo la tierra de otro grupo. Y la historia demuestra lo que sucede cuando un pueblo invade el territorio de otro: normalmente se desencadena una guerra", abunda Meirelles, que lleva 22 años estudiando esta región indígena.
El Ministerio de Asuntos Exteriores de Perú no ha tardado. En un comunicado anuncia que "establecerá contacto con la Funai para preservar a estos pueblos y evitar la incursión de madereros ilegales y la destrucción de la Amazonia". "El presidente Alan García negó hasta hace algunos años la existencia de los pueblos aislados afirmando que era una invención de las ONG para evitar que Perú obtenga concesiones petroleras y madereras", arremete Watson.
Los indigenistas están especialmente preocupados con la situación en el valle de Jabari, al suroeste de la triple frontera entre Brasil, Perú y Colombia, donde se sabe que viven unas 4.000 personas repartidas en siete grupos indígenas aislados. Es aquí donde la etnia korubo se ha visto diezmada durante las persecuciones de los madereros hasta quedar reducida a unos 100 miembros. Frente a etnias mayoritarias como la tikuna, que cuenta con unos 30.000 miembros, la yanomami (unos 32.000 entre Brasil y Venezuela) o la makuxi (20.000), corren el riesgo de desaparecer los akuntsu, de los que solo se conoce la existencia de cinco miembros en el Estado de Rondonia. Los kawahiva, que habitan la ribera del río Pardo, en el Mato Grosso, no llegan a los 50 y no paran de huir de los madereros, que permanentemente invaden sus territorios. En el Estado de Rondonia queda un indígena considerado el último superviviente de su tribu.
En el centro del debate sobre la necesidad de establecer contacto con estas comunidades ha estado tradicionalmente la cuestión de la salud. Hay quien opina que las condiciones de vida de las tribus aisladas podrían mejorar considerablemente si tuvieran acceso a la medicina del mundo desarrollado. Es una tesis que rebate el grueso de los indigenistas. "Todos los pueblos indígenas tienen sus propios métodos para cuidar de su salud", explica Bigio. "Cuando se trata de curar enfermedades transmitidas por el hombre blanco, entonces está justificado el uso de nuestras medicinas. Pero hay estudios etnobotánicos que demuestran una sabiduría extraordinaria de los indígenas en ese terreno", concluye Watson.
Brasil anunció el pasado agosto que la deforestación en el Amazonas ha disminuido casi la mitad en el último año. Lamentablemente, el área devastada ocupa más de 1.800 kilómetros cuadrados, algo más del 70% de la superficie de Luxemburgo.
Los indigenistas han llegado a la conclusión de que muchos indios aislados no quieren contacto con el exterior
Brasil ha destinado a las reservas indígenas más de 105 millones de hectáreas, el 12,41% de su territorio
Meirelles también se encontraba a bordo del helicóptero de la Funai desde el que fueron realizadas recientemente las imágenes difundidas por la ONG Survival International y que prueban una vez más la presencia de tribus indias aisladas. Según los indigenistas que conocen el área sobrevolada, es muy posible que los individuos que aparecen en las fotos pertenezcan a la etnia pano. Han llegado a esa conclusión por las pinturas de sus cuerpos, el tipo de maloca (casa comunal), las huertas o los arcos y las flechas empleados. En una de las fotografías también se aprecia un pequeño cazo de metal en el suelo y un niño que sujeta un machete. Ambos objetos podrían llevarnos a sospechar de un eventual contacto de esta comunidad con el mundo exterior, pero Meirelles lo niega tajantemente: "Consiguen estos objetos robándolos de nuestras bases de operaciones, instaladas en los márgenes de sus territorios. También se ha dado el caso de que nosotros mismos los hemos lanzado desde vuelos de inspección".
Los investigadores tienen evidencias de que en Brasil existen 77 grupos aislados repartidos entre los Estados de Rondônia, Roraima, Amazonas, Acre, Mato Grosso, Pará y Maranhão. De este total, siete ya han sido contactados en alguna ocasión. Tras años de estudio, existen pruebas irrefutables de la presencia de otros 30 grupos, aunque nunca se ha establecido contacto con ellos. Según la Funai, hay 40 grupos que se encuentran aún en fase de observación.
Un grupo aislado no es un colectivo indígena sin conocimiento de que existe vida humana más allá de las fronteras de su territorio. De hecho, puede haber tenido algún contacto puntual con el exterior, aunque nunca prolongado. El Coordinador General de Indios Aislados y Recién Contactados de la Funai, Elias Bigio, afirma: "No dependen de nosotros para sobrevivir y viven con sus propios recursos. Tienen pocos conocimientos de nuestros códigos lingüísticos y morales, y están en una situación de vulnerabilidad".
El Gobierno brasileño ha destinado hasta el momento a las reservas indígenas más de 105 millones de hectáreas de su territorio, el 12,41% de la superficie nacional, aunque sus fronteras son sistemáticamente violadas por los madereros furtivos y los terratenientes del agronegocio. Pese a que la Constitución ya reconoce y protege a estos pueblos en varios de sus artículos, la Funai decidió en 1987 dar un golpe de timón a su política de contacto con las tribus aisladas. "Llegamos a la conclusión de que buena parte de los indios no contactados evitaban ese contacto y comenzamos a garantizarles el derecho a vivir aislados. Por tanto, nosotros no los aislamos. Ellos quieren vivir así", comenta Bigio.
La decisión de proteger a estas minorías étnicas del contacto externo se apoya en varios argumentos. El primero y más poderoso es que el sistema inmunológico de los indios que siempre han permanecido aislados es muy diferente del de las personas que viven más allá de sus fronteras. "La salud de estos grupos está íntimamente ligada a la protección de su territorio. El contacto con gente extranjera puede desembocar con facilidad en un brote de gripe, hepatitis u otra enfermedad en la comunidad. Si se llega a producir el contagio, el escenario se convierte automáticamente en grave, ya que ellos no tienen defensas para enfrentarse a estas enfermedades y probablemente se produzca la muerte de mucha gente", explica el responsable de la Funai. "De la misma manera, los contactos con estas comunidades también han provocado que nuestros equipos de investigadores hayan contraído enfermedades desconocidas para las que el hombre blanco no ha desarrollado defensas", añade.
Meirelles, de 62 años, ha trabajado 40 años en la Funai y vivió la época en la que las expediciones para entablar contacto con indios aislados eran habituales: "De la misma manera que a los indios les da miedo ver un avión sobrevolando su territorio, a un grupo de cuatro o cinco investigadores también le da miedo verse frente a 50 o 60 hombres de una tribu totalmente aislada con los que no te puedes comunicar verbalmente. Un primer contacto con una comunidad aislada es algo imprevisible, nunca sabes lo que va a suceder", explica. "Raramente es positivo y siempre son ellos los que salen perdiendo", concluye.
Los 245 investigadores de campo que trabajan en la identificación y protección de grupos aislados evitan el contacto físico a toda costa. Los funcionarios se internan en la selva durante semanas recopilando restos de comida, cacería o huellas. Toman coordenadas con aparatos GPS y observan los más mínimos detalles hasta obtener una idea más o menos precisa de la etnia que habita el territorio. Las fotos aéreas de los vuelos de monitoreo terminan de confirmar las hipótesis de los grupos que trabajan en el terreno. ¿Y si la expedición se cruza con indígenas de manera fortuita? "En ese caso ellos salen corriendo para un lado y nosotros para otro", contesta Meirelles.
"El Gobierno brasileño ha tomado decisiones correctas. Pero se puede hacer mucho más para proteger a estos pueblos. La Policía Federal y el Ministerio del Medio Ambiente deberían estar más presentes para evitar los abusos de alcaldes, diputados y senadores, que tienen intereses económicos y políticos en estas áreas y que captan votos de empresarios y terratenientes a base de permitirles la depredación de estos territorios", denuncia Fiona Watson, Directora de Campañas de Survival International.
Las últimas fotografías aéreas realizadas por Funai demuestran que en la zona fronteriza del Estado brasileño de Acre con Perú existen comunidades aisladas de las que se conoce muy poco. Las pinturas corporales realizadas con tinte de semillas de annato, los tocados tradicionales o los arcos y las flechas muestran que mantienen intactas sus tradiciones ancestrales. Según Survival Internacional, las personas que aparecen en las imágenes pertenecen a una comunidad "sana y próspera, con cestos llenos de mandiocas y papayas frescas de sus huertos". La ONG estima que en esta zona puede haber unas 600 personas que viven aisladas. La Funai eleva esta cifra a 1.000 individuos.
La ONG indigenista denuncia lo que está ocurriendo en la frontera entre Perú y Brasil. "En el lado peruano existen grandes explotaciones mineras ilegales, plantaciones de coca y multinacionales petrolíferas que están ocupando los territorios indígenas. En su huida, los indios atraviesan una frontera que no existe para ellos (la que separa Brasil y Perú), pero sin embargo, sí saben perfectamente donde está la frontera que delimita su territorio y cuándo están invadiendo la tierra de otro grupo. Y la historia demuestra lo que sucede cuando un pueblo invade el territorio de otro: normalmente se desencadena una guerra", abunda Meirelles, que lleva 22 años estudiando esta región indígena.
El Ministerio de Asuntos Exteriores de Perú no ha tardado. En un comunicado anuncia que "establecerá contacto con la Funai para preservar a estos pueblos y evitar la incursión de madereros ilegales y la destrucción de la Amazonia". "El presidente Alan García negó hasta hace algunos años la existencia de los pueblos aislados afirmando que era una invención de las ONG para evitar que Perú obtenga concesiones petroleras y madereras", arremete Watson.
Los indigenistas están especialmente preocupados con la situación en el valle de Jabari, al suroeste de la triple frontera entre Brasil, Perú y Colombia, donde se sabe que viven unas 4.000 personas repartidas en siete grupos indígenas aislados. Es aquí donde la etnia korubo se ha visto diezmada durante las persecuciones de los madereros hasta quedar reducida a unos 100 miembros. Frente a etnias mayoritarias como la tikuna, que cuenta con unos 30.000 miembros, la yanomami (unos 32.000 entre Brasil y Venezuela) o la makuxi (20.000), corren el riesgo de desaparecer los akuntsu, de los que solo se conoce la existencia de cinco miembros en el Estado de Rondonia. Los kawahiva, que habitan la ribera del río Pardo, en el Mato Grosso, no llegan a los 50 y no paran de huir de los madereros, que permanentemente invaden sus territorios. En el Estado de Rondonia queda un indígena considerado el último superviviente de su tribu.
En el centro del debate sobre la necesidad de establecer contacto con estas comunidades ha estado tradicionalmente la cuestión de la salud. Hay quien opina que las condiciones de vida de las tribus aisladas podrían mejorar considerablemente si tuvieran acceso a la medicina del mundo desarrollado. Es una tesis que rebate el grueso de los indigenistas. "Todos los pueblos indígenas tienen sus propios métodos para cuidar de su salud", explica Bigio. "Cuando se trata de curar enfermedades transmitidas por el hombre blanco, entonces está justificado el uso de nuestras medicinas. Pero hay estudios etnobotánicos que demuestran una sabiduría extraordinaria de los indígenas en ese terreno", concluye Watson.
Brasil anunció el pasado agosto que la deforestación en el Amazonas ha disminuido casi la mitad en el último año. Lamentablemente, el área devastada ocupa más de 1.800 kilómetros cuadrados, algo más del 70% de la superficie de Luxemburgo.
TÍTULO: ENTREVISTA: SAMUEL L. JACKSON.
Samuel Leroy Jackson, habitualmente llamado Samuel L. Jackson (nacido el 21 de diciembre de 1948 en Washington D. C., Estados Unidos), es un actor, actor de voz, productor de cine, televisión y teatro estadounidense. Candidato al Óscar, a los Globos de Oro y al Premio del Sindicato de Actores y ganador de un BAFTA al mejor actor de reparto.[1] Es conocido por sus intervenciones en películas como Goodfellas (1990), Jurassic Park (1993), Pulp Fiction (1994), Die Hard: With a Vengeance (1995), A Time to Kill (1996), Unbreakable (2000), Changing Lanes (2002), S.W.A.T. (2003) y la saga Star Wars como el maestro Mace Windu (1999, 2002 y 2005). Jackson también es conocido por interpretar la voz del sargento Frank Tenpenny en el conocido juego de acción-aventura Grand Theft Auto San Andreas (2004).
Samuel L. Jackson nació el 21 de diciembre de 1948 en Washington, D. C., Estados Unidos.[2] Creció junto a su madre, Elizabeth Jackson , y su padrastro en la ciudad de Chattanooga, Tennessee,Su padre vivía en Kansas City, Missouri.[2] Jackson recibió clases en una escuela, donde aprendió a tocar la trompeta en la orquesta del colegio. Posteriormente, acudió a la universidad Morehouse College en Atlanta, Georgia, donde cofundó el grupo de teatro "Just Us Theater". Jackson terminó su Licenciatura en Arte Dramático en 1972.[2]
Mientras estaba en Morehouse, Jackson, junto a varios compañeros, tomó parte en una manifestación que tomó el control del campus. Martin Luther King, Jr. se encontraba en el edificio de administración en aquellos momentos, y no pudo salir de allí a causa de la manifestación.[2] Los manifestantes dejaron salir al señor King cuando empezó a sufrir dolores en el pecho. Contrajo matrimonio con LaTanya Richardson en 1980 y tuvo una hija fruto de la pareja, llamada Zoe Jackson, nacida en 1982. Actualmente reside en Beverly Hills, California, Estados Unidos.[2]
Carrera
Tras interpretar a una serie de personajes en películas sin demasiada repercusión, Samuel L. Jackson obtuvo su primer papel importante en Goodfellas (1990), con Ray Liotta. Poco después participaría en Juego de patriotas (1992), junto a Harrison Ford. Al año siguiente interpretó a un personaje secundario en Jurassic Park (1993), dirigida por Steven Spielberg y junto a actores como Sam Neill, Laura Dern o Richard Attenborough.Trabajó con Quentin Tarantino en numerosas ocasiones, la primera de ellas en el thriller Pulp Fiction (1994), en la que compartió cartel con John Travolta y Uma Thurman. Por su interpretación de Jules Winnfield recibió candidaturas al premio Óscar, al Globo de Oro[3] y al premio del Sindicato de Actores, todas ellas como «Mejor actor de reparto» y ganando el BAFTA en la misma categoría.[1] Encadenó este papel con la cinta de acción Die Hard: With a Vengeance (1995), protagonizada por Bruce Willis. Posteriormenete interpretó a Carl Lee Hailey en la adaptación de la novela de John Grisham A Time to Kill (1996), dirigida por Joel Schumacher y con Sandra Bullock, Kevin Spacey y Matthew McConaughey como compañeros de reparto. Jackson volvió a obtener una candidatura al Globo de Oro en la categoría de «Mejor actor de reparto».[4]
En los años siguientes intervendría en numerosas producciones tales como Jackie Brown (1997) en la que fue su segunda colaboración con Quentin Tarantino y en la que intervenía con Pam Grier, Robert De Niro y Michael Keaton y por la que volvió a ser candidato al Globo de Oro;[1] y el thriller Sphere (1997) con Sharon Stone y Dustin Hoffman, que fue mayoritariamente vapuleada por los críticos y que recaudó apenas 37 millones de dólares con un presupuesto de 80.[5] [6] Más tarde llegarían pequeños papeles en films como Out of Sight (1998), que estaba protagonizada por George Clooney y Jennifer Lopez y el thriller The Negotiator (1998), junto a Kevin Spacey, contando de nuevo con el aplauso de la prensa cinematográfica.[7] En 1999 participó en un personaje de reparto en Star Wars: Episode I - The Phantom Menace (1999), dirigida por George Lucas, protagonizada por Liam Neeson y Ewan McGregor. La cinta recaudó más de 920 millones en las taquillas del planeta.[8] Ese mismo año también protagonizó Deep Blue Sea (1999) dirigida por Renny Harlin, acumulando 160 millones internacionalmente.[9]
Después llegarían Shaft (2000), que también fue bien recibida por gran parte de la prensa cinematográfica, y Unbreakable (2000), de M. Night Shyamalan, en la que volvió a coincidir con Bruce Willis. El film sumó más de 245 millones.[10] [11] En 2002 protagonizó XXX (2002), que fue un gran éxito de taquilla con más de 142 millones sólo en Estados Unidos y el drama Changing Lanes (2002) junto a Ben Affleck; además de volver a participar en la saga Star Wars en Star Wars: Episode II - Attack of the Clones (2002), de nuevo dirigida por George Lucas.[12]
Posteriormente encadenaría títulos como S.W.A.T. (película) (2003), con Colin Farrell, Twisted (2004), junto a Ashley Judd y Andy Garcia y que fue destrozada por los críticos, obteniendo sólo un 2% de comentarios positivos;[13] además de prestar su voz a la cinta de animación The Incredibles (2004) también dio su voz para el Oficial Tenpenny en Grand Theft Auto: San Andreas y protagonizar el drama deportivo Coach Carter (2005).[14] Nuevamente fue dirigido por Quentin Tarantino en Kill Bill: Vol 2 (2004) y volvió a interpretar a Augustos Eugene Gibbons en XXX: Estate of the Union (2005), que no funcionó en taquilla.[15] Después vendría Snakes on a Plane (2006), que fue bien recibida por la prensa pero finalmente sólo sumó 34 millones en Estados Unidos, pese a la gran promoción en Internet meses antes del estreno.[16] [17] [18]
En los últimos años encadenaría títulos como la cinta de terror 1408 (2007) con John Cusack, o la película de acción cuyo reparto era encabezado por Hayden Christensen Jumper (2008) o Lakeview Terrace (2008), en la que daba vida a un policía que atormentaba a sus vecinos. También cabe destacar su participación en películas como The Spirit (2008), en la que compartía cartel con Scarlett Johansson, Paz Vega o Eva Mendes, que no recibió el apoyo de gran parte de la crítica y cuya respuesta comercial no fue la esperada;[19] en Iron Man 2 (2010), en la que interpreta a Nick Fury, protagonizada por Robert Downey Jr. y Mickey Rourke, y que acumuló más de 620 millones en las taquillas mundiales;[20] asicomo en la comedia The Other Guys (2010), con Mark Wahlberg y Will Ferrell.
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