Soy DJ y productor musical y he vendido
millones de copias de las recopilaciones de Café del Mar. Acabo de
publicar 'Binary sun', en el que colaboro con Kirsty Keatch, una chica
de 21 años con un talento enorme.
XLSemanal. ¿Binary sun es el disco que quería hacer o el camino se lo ha marcado su nueva socia?
José Padilla.
Me impresionó su voz y quise trabajar con ella. Kirsty viene del mundo
indie, así que es inevitable que en el disco haya toques pop-rock.
XL. ¿Cómo es trabajar con alguien a quien casi triplica en edad?
J.P.
Los chavales de su edad son esponjas, y ese entusiasmo se contagia. Le
daba material para que escuchara y al día siguiente venía con los
deberes hechos. A mí me ha venido genial, porque estaba apalancado,
pasando una mala racha.
XL. No es lo que uno espera escuchar de un adalid de la vida ibicenca...
J.P. Tuve problemillas de salud y sentimentales, pero ahora estoy de nuevo en marcha.
XL. ¿Muchos proyectos?
J.P.
He hecho una recopilación para Blue Note, otra para EMI Alemania,
remezclas para Norah Jones y preparo material para un nuevo disco con
colaboradores. Lo que no habrá será más Café del Mar...
XL. Dice que está desengañado del panorama actual de la música dance.
J.P.
Es que casi toda es bastante mala. En tres años no han salido ni cinco
buenas canciones. Es una fórmula agotada, con todo robotizado para
lograr productos sencillos y adrenalínicos para que los chavales estén
arriba todo el rato.
XL. Entonces, ¿qué escucha ahora?
J.P. Música disco. Al menos ahí encuentras algo divertido. Es difícil de mezclar, pero no suena a enlatada.
XL. ¿Dónde le gusta más pinchar hoy?
J.P. En
Japón, Australia e Italia. Los japoneses disfrutan mucho con la música,
Australia es un país fantástico y en Italia nunca me fallan.
XL. ¿No en Ibiza?
J.P. Nadie
es profeta en su tierra. Me gustaría tener plaza como residente en
algún local cerca de casa, pero ni me pagan lo que valgo ni me valoran.
XL. ¿Cómo ha evolucionado la isla?
J.P.
Aún existen muchas Ibizas. Por supuesto, no la de cuando llegué, cuando
quedaba algún hippy y seguían las brujitas y las ancianitas de negro.
El norte aún está un poco mejor; el resto...
XL. ¿Demasiada gente?
J.P.
Demasiada zona vip, demasiada apariencia. Ibiza se ha convertido en
algo que no entiendo. Me parece bien que vayan abogados o ejecutivos,
pero ¿qué hacen poniéndose collares y pulseras? ¿Por qué no los llevan
el resto del año?
XL. ¿Dónde reside hoy aquel espíritu?
J.P. Bali es el último sitio que me gustó en ese plan, pero no es lo mismo.
Su
desayuno: Mediterráneamente. «Un café americano largo, algo de fruta y
una tostada o un cruasán. El mejor sitio que conozco para tomarlo es mi
casa de Ibiza, al aire libre, tranquilamente».
TÍTULO; TIC, TAC, TIC,TAC,.
Tic, tac, tic, tac
Mi madre ha sido una de esas mujeres guapísimas a
las que todo les era perdonado. ¿Se han fijado en que las bellas casi
siempre son terriblemente impuntuales? Mamá, por ejemplo, tenía
por costumbre llegar, como mínimo, una hora tarde a todas partes. Si se
trataba de una fiesta, cuando ya todos habían agotado el tema de
conversación, y los güisquis comenzaban a hacer su agradable efecto,
entraba ella en escena radiante, como una aparición, dejándolos
boquiabiertos. Lo malo es que esa costumbre, que tan buenos réditos
sociales le daba, se extendía a todos los órdenes de su vida y, por
extensión, también de la nuestra. Aún me recuerdo embarcando media hora
tarde en aviones que (milagrosamente) nos esperaban y en los que pocos
eran los que se atrevían a protestar, tal vez porque, como decía
Baudelaire: «La belleza del cuerpo es un sublime don que de toda infamia arranca un perdón». Otro
tanto ocurría cuando íbamos al cine, solo que en la penumbra, y por
tanto sin poder admirar la maravillosa sonrisa capaz de derretir
icebergs de mi madre, nos decían no pocas lindezas. Pero lo peor fue mi
primera comunión. Para una niña tímida como era yo entonces, tener que
hacer el paseíllo sola hasta el altar, sin más asidero que un misal de
nácar, es un momento que reaparece a menudo en mis pesadillas. Otro
tanto me pasó en mi primera boda. Está aceptado que las novias lleguen
con unos minutos de retraso, pero en esa ocasión la novia estaba furiosa
sentada en el coche a la espera de que la madrina hiciera su habitual y
estelar entrada en escena. Después de tanto trauma infantil y juvenil,
me convertí en una persona extremadamente puntual.
Creo sinceramente que la vida es más fácil cuando la gente no malgasta la paciencia y el tiempo ajenos. Sin embargo, como no me gusta ser parcial en mis afirmaciones, diré también que hay
personas que no solo no entienden las ventajas de la puntualidad, sino
que les parece que nosotros los puntuales somos unos palizas, unos seres
torvos y calculadores. Piensan que las cosas buenas de la vida
no deben regirse por la tiranía de los relojes: una cita amorosa, un
rato de disfrute con los niños, la elaboración de una deliciosa receta
de cocina.
¿Qué es mejor, entonces, ordenar la vida para
que haya tiempo para todo o, como en el bolero, hacer que el reloj no
marque las horas? ¿Quién tiene razón, los que veneramos el tiempo o los
que prefieren despilfarrarlo? Para contestar estas preguntas,
he recurrido a una de mis actividades favoritas: consultar un libro de
citas célebres. Ante mi estupor, ganan por goleada los seguidores de mi
querida madre en esto de enfrentarse al tiempo. Golda Meir, que me
habría apostado la cabeza a que era una persona muy puntual, dijo, por
ejemplo, que tiene uno que gobernar al reloj y no dejarse gobernar por
él. Marguerite Duras todavía fue más clara y meridiana; escribió que la
mejor manera de llenar el tiempo es malgastarlo. ¿Y Chesterton, y
Bernard Shaw, dos de mis autores favoritos y personas muy serias? Según
el primero: «El reloj habla demasiado fuerte; me asustó lo que decía y
hace años decidí tirarlo a la basura». El segundo, por su parte,
aseguraba que cualquier cosa puede pasar si se sienta uno a esperar. Únicamente
el refranero y Charles Darwin parecen estar de acuerdo conmigo en
sostener que el tiempo es oro. El autor de El origen de las especies
opinaba que el hombre que malgasta una hora de su tiempo no ha
descubierto aún el valor de la vida.
Y, en cuanto al
refranero, ya se sabe eso de que al que madruga Dios lo ayuda, etcétera.
Empezaba a sentirme como un bicho raro entre tantos partidarios de la
impuntualidad cuando de pronto, en ese mismo libro, me topé con una
frase que adorna muchos relojes medievales.
Es muy salomónica, porque no se decanta ni por uno ni por otro, y dice así: Omnes feriunt, ultima necat, es decir, «todas
las horas hieren, la última mata». A vivir, por tanto, que estamos en
verano y que seamos puntuales o impuntuales no son más que días.
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