Programar es cosa de niños
Santiago
no duda al decir qué quiere ser de mayor: «Informático». Su padre,
Raúl, que sí ejerce la profesión, sonríe: «A estas edades dice ...
Programar es cosa de niños
Incentiva el pensamiento abstracto,
potencia el trabajo en equipo y enseña a los niños a aprender de sus
errores y a plantearse nuevos retos. Incluso crea en ellos la necesidad
de saber más de matemáticas o geometría. Descubra por qué en Finlandia o
Israel los escolares ya estudian programación en sus colegios como una
materia más. Algunos pequeños españoles nos cuentan su experiencia.
Juntos están dando sus primeros pasos con Scratch, un programa gratuito creado en el MIT que permite crear animaciones y videojuegos de forma sencilla. Hay versiones en más de 40 idiomas y ya ha comenzado a usarse en más de 150 países. En la pantalla, los pequeños mueven una serie de bloques con un color diferente según su función. El azul controla el movimiento; el morado, la apariencia: el disfraz del personaje, por ejemplo. Naranja para decidir cómo interactúa con otros objetos... Algo similar a bloques de Lego donde cada pieza da una instrucción distinta. Los propios niños pueden dibujar a mano o con el ordenador el personaje y crear su historia o su videojuego. Así es como Santiago, a sus diez años, ha creado la historia de dos cohetes que se saludan: «¡Viva el espacio!», dice uno. «¡Lo mismo digo!», responde el otro. Y ambos empiezan a moverse por la pantalla. Santiago acaba de apuntarse al Club de Jóvenes Programadores de la Universidad de Valladolid, abierto a niños de más de ocho años. Cada lunes se los ve atravesar el campus armados con sus portátiles o iPads.
Belén Palop, profesora de Informática de la Universidad de Valladolid, puso en marcha el club hace unos meses. Hace ahora tres años empezó a dar clases en un máster de profesores de secundaria y se dio cuenta de que no bastaba con enseñar el Word o el PowerPoint a los pequeños. «Es importante enseñarles herramientas de creación, no solo de uso de la tecnología. Que entiendan lo que hay detrás dice. La programación es lo más evidente, sí, pero no lo más importante. Crear un juego incentiva un pensamiento abstracto, computacional; desarrolla sus capacidades verbales, potencia el trabajo en equipo. Y lo mejor subraya es que surge, de modo espontáneo, la necesidad de aprender algo de geometría o matemáticas que quizá aún no han estudiado...». Necesitarán, por ejemplo, saber que un ángulo recto tiene noventa grados para indicar al programa que el objeto gire. «Con estas herramientas, los alumnos se convierten en gestores de su propio aprendizaje», destaca José Rubiales Olmedo o, como reza su dirección de e-mail, «Pepe Tic».
Pepe es maestro en el colegio Miguel Delibes de Madrid. Con casi 30 años de profesión es un activo defensor de que las nuevas tecnologías se introduzcan en la educación y participa en varios grupos de profesores on-line. «Nos conocemos todos por Twitter», resume. Los chavales del centro llevan meses trabajando con Scratch, programa que él descargó en cinco memorias USB y los propios chavales se encargaron de instalar en los 150 ordenadores del centro. «Un equipo técnico muy barato», bromea. Los chavales crearon entonces sus personajes y sus propias historias. «Es una herramienta que fomenta la creatividad y permite aprender de nuestros errores. Si el niño espera que suceda una cosa y no lo consigue, tiene que buscar qué falla. Y resulta que, cuando lo descubre, quiere más y se plantea otros retos sin que nadie se lo pida». Como David, que a sus 14 años ya es un sénior. Él utiliza Scratch, pero también aprende por su cuenta, buscando tutoriales on-line, lenguajes de programación JAVA o Python, otro método de iniciación.
Los pasos sucesivos, subraya Belén Palop, no tienen tanto que ver con la edad como con el proceso de aprendizaje. Es cuestión de tiempo. Los alumnos de primero de bachillerato del centro Nazaret de San Sebastián están dando ya los primeros pasos para crear, en el aula, aplicaciones para el móvil con App Inventor, otra herramienta desarrollada por el MIT. Mertxe Jimeno, profesora y responsable del proyecto tecnológico en el Nazaret, nos explica cómo surgió la idea. «La clave es coger elementos que ya están en su vida y les interesan, como los videojuegos o las aplicaciones para móvil. Aunque los primeros que hemos tenido que aprenderlo todo hemos sido nosotros, los profesores».
Hay otras dificultades: la inversión, por ejemplo. El software suele ser libre y gratuito. Tal es el caso de Scratch, Python o Alice. Pero no solo de software vive la programación. Los más pequeños pueden hoy también iniciarse en la robótica, sea con piezas de Lego WeDo pequeños sets de construcción que sirven para iniciarse en la robótica o con MoWay, un vehículo motorizado con sensores que responden a las instrucciones definidas por los pequeños: por ejemplo, detenerse ante una barrera construida con piezas de Lego hasta que esta se levante. Pero cada uno de estos kits puede costar 130 euros. Demasiado para generalizarlo en el aula. Ante las pegas, el consejo de Mertxe al profesor: «Busca alianzas en el centro o fuera de él, en comunidades on-line. No trabajes solo».
Hay, efectivamente, muchos recursos en Internet. Dos gigantes del sector, Bill Gates fundador de Microsoft y Mark Zuckerberg la cabeza detrás de Facebook, se han comprometido con la Fundación Code.org, destinada precisamente a introducir la programación en las escuelas de Estados Unidos. Allí se imparte en uno de cada diez colegios, un porcentaje mucho más alto que el de España donde ni siquiera existen cifras oficiales, pero quieren más. Porque, «aunque os llamen frikis en el colegio, el futuro está en los ordenadores», dice Bill Gates en un vídeo promocional de la fundación. La clave, con todo, radica en que no se trata de enseñar programación a quien en un futuro se vaya a dedicar a ello. Se trata de una herramienta transversal que puede hacer trabajar mano a mano a chavales de distintas edades, que puede unir en un proyecto elementos de la asignatura de Lengua, de Física, de Artes Plásticas... Países como Finlandia o Israel han incorporado ya la programación al currículo escolar; en Inglaterra están en proceso de hacerlo.
VÍCTOR y PABLO CANALES, MELLIZOS, 9 AÑOS: «En enero empezamos a aprender Scratch dice Víctor y ya programamos juegos, pequeños cuentos...». «Lo más difícil asegura Pablo sería crear una historia larga. Al principio cuesta un poco. A veces nos líamos, pero cuando aprendes todo es fácil».
SANTIAGO HERNÁNDEZ, 10 años: "Tengo mi propio blog, que se llama Los monstruos de Santi, donde cuelgo las criaturas que yo mismo me invento. También aprendo programación y creo juegos. Algunos monstruos los dibujo a mano; otros, usando programas como el 123D Criature, para tableta"
RAÚL LUNA, 8 años: "Ya sé hacer muchas cosas con el ordenador y ahora estoy aprendiendo Scratcha. Empecé el año parasao en casa con mi padre ya hora me he apuntado a un club. Me invento historias del espacio exterior y creo pequeños programas para contarlas"
JORGE MANUEL HERNÁNDEZ, 9 años: "Empecé en el colegio. Primero, un poco de animación; despue´s a programar juegos; y ahora, robótica. Lo que os muestro es una barrera con un sensor, programada para levantarse cuando se acerca un objeto. Ahora estoy aprendiendo robótica. De mayor quiero ser informático y ganar mucho dinero"
AMANDA BARRIUSO, 11 años: «He aprendido en el colegio. Utilizo Scratch y Moway (un minirrobot programable). Con esto y pequeñas piezas de Lego creamos construcciones. No sé qué seré de mayor, pero me lo paso bien creando mis propios juegos». Me gusta crear en equipo: lo que no sabes o no te sale lo puede resolver otro".
¿Qué herramientas necesitan?
Scratch: Crea historias interactivas, ani-maciones, juegos y música. Más de tres millones de proyectos en su web. En español. Diseñada por el MIT. www.scratch.mit.edu.
App inventor: Similar al Scratch, con la misma estructura por objetos, pero pensado para tabletas y móviles. Para Android y, de momento, solo en inglés. www.appinventor.mit.edu.
Moway: Para dar los primeros pasos en robótica. Un pequeño robot progra-mable orientado a los centros educativos. www.moway-robot.com. En español.
Alice: Creada por la Universidad Carnegie Mellon. Para aprender a programar en entornos tridimensionales. En inglés. www.alice.org.
Code Academy: Academia on-line pensada para los más pequeños, con recursos para aprender Java, HTML, Python... También en español. www.codecademy.com.
Kodu: Para usar en PC o XBox (es de Microsoft). Sencillo y gratuito para dar los primeros pasos. En español. http://fuse.microsoft.com/projects/kodu.
Lego WeDo: Para que niños de más de siete años den sus primeros pasos en robótica con las clásicas piezas de Lego, pero programables por Scratch. www.lego.com. Python: Lleva ya años de andadura. Para dar los primeros pasos en programación. Se utiliza también en los primeros años de la universidad. Es libre y gratuito. www.python.org
Arduino: Exige algunos conocimientos más que los anteriores: se trata de placas personalizables y sencillas de usar. Muchos pequeños juegan con ellas. www.arduino.cc/es,.
TÍTULO: CONOCER ARQUITETURA LE CORBUSIER, EL RENACENTISTA DEL SIGLO XX,.
Le Corbusier, el renacentista del siglo XX
con el arquitecto Fernando García Mercadal, en los jardínes de los Frailes, ... Durante 15 años, Le Corbusier aprende el austero oficio de grabador de .... homenaje a la ciudad al saber que la habían bombardeado durante la ...
Le Corbusier, el renacentista del siglo XX
Autodidacta genial, no pisó la
universidad, lo cual no le impidió ser el máximo revolucionario de la
arquitectura moderna. Era, además, pintor, escritor, urbanista,
diseñador de muebles... El MOMA de Nueva York tributa ahora, con la
mayor retrospectiva jamás organizada sobre él, a este asceta profesor de
dibujo que quería cambiar el mundo desde la arquitectura.
Ser hijo y nieto de relojeros en un pueblo sepultado
por la nieve seis meses al año no le impidió a Charles-Edouard
Jeanneret (así se llamaba Le Corbusier) convertirse en un mito de la
arquitectura moderna.
El más famoso e influyente del grupo que la inventó: Gropius, Mies, Wright. Durante 15 años, Le Corbusier aprende el austero oficio de grabador de cajas de reloj. «Sin esa base, desfasada y ridícula, pero de rigurosa exactitud, no habría llegado a ser lo que soy», escribiría después. Ni sin los paseos con su padre por los bosques del Jura, que despiertan su fascinación por la naturaleza. O sin las discusiones sobre la importancia del ornamento y los nuevos métodos de construcción en la Escuela de Arte local. El joven Jeanneret se va a rebelar contra el desenfreno decorativo del art nouveau, en pleno auge entonces. Detesta la orgía vegetal que cubría objetos y edificios en su época. Él también se va a inspirar en la naturaleza, pero traduciéndola al severo lenguaje de la geometría. La Escuela local de Chaux-de-Fonds que aún hoy forma a relojeros se le queda dramáticamente pequeña. Consigue el diploma de profesor de dibujo, el único título que obtendrá en su vida, y abandona su ciudad. Trabaja con todos los grandes innovadores del momento: con Hoffman, el refinado racionalista vienés; con Perret, introductor del hormigón armado; con Behrens, el pionero alemán del diseño industrial... Por entonces 1910, los arquitectos no están blindados tras multitudinarios equipos de prensa, secretarias y técnicos como las estrellas de hoy. Son más accesibles a los jóvenes con talento e interés por sus ideas. Le Corbusier convence a cada uno de ellos. Ninguna carrera académica le habría dado más experiencia. Cuando en 1916 se instala en París, ya ha realizado el clásico tour por la Europa del sur: Italia, Grecia, Turquía... Libreta en mano, sin parar de escribir y dibujar, como hará siempre en sus innumerables viajes: «Prefiero dibujar a hablar. Es más rápido y deja menos espacio para la mentira».
El Mediterráneo va a ser desde entonces su patria estética y sentimental. Y París, la ciudad amada que permanecerá sorda a sus ideas. Durante 17 años vivirá modestamente. Pintando en una buhardilla por las mañanas y dedicado a la arquitectura por las tardes. Con el aspecto nada bohemio de un banquero inglés: abrigo negro, paraguas, sombrero de hongo... Y las ideas de un revolucionario que soñaba con casas cubistas fabricadas en serie y diseñadas con objetivos claros; como los de un ingeniero al planear un barco: «Admiro el Partenón. Esa belleza exacta hoy la consigue la máquina, que no es un espanto, como creen algunos, sino un instrumento de perfección». Con su amigo Amédée Ozenfant, pintor cubista, realiza fríos cuadros con pipas, botellas, jarrones. Adopta el seudónimo con el que se hará famoso, jugando con la palabra cuervo, su pájaro preferido. Escandaliza con su Plan Voisin para reformar París. «Las ciudades de hoy son ineficaces. Gastan el cuerpo, se oponen al espíritu. No son dignas de esta época ni de nosotros». Su explosiva propuesta es hacer tabla rasa entre el Sena y Montmartre, salvando el Louvre, el Arco del Triunfo, algunas iglesias... Busca huir de «la ilusión de las pequeñas renovaciones parciales».
Le Corbusier piensa a lo grande: rascacielos con aeropuertos y jardines en las azoteas. División de funciones: tráfico, trabajo, reposo y ocio. Su pensamiento urbanístico es una de las mayores aventuras de la modernidad. Aunque de sus 400 proyectos solo realizó el de Chandigarh, la primera ciudad planificada en la India. Por el camino quedan numerosas decepciones: «Estoy metido en algunos complicados asuntos. Y tan sobrepasado que debo cuidadare de no reventar. Sería un descanso estar contigo un día. ¡Pero no! Esta vida no me tiene reservado el descanso», le escribía a su amigo y discípulo, el arquitecto español José Luis Sert. El gran seductor, capaz de encerrar en un eslogan toda una revolución social y estética, nunca pudo convencer a un jurado o a una administración pública de sus planes: «Espacio, luz, orden. Esas son las cosas que los hombres necesitan como el pan. Y la arquitectura debe dárselas. La arquitectura es el punto de partida para el que quiera llevarlos a un porvenir mejor. La única forma de eliminar la lucha de clases». Paradójicamente fueron los encargos de casas particulares para la alta burguesía los que nunca le dieron problemas. Las tres famosas villas en París La Roche, Stein y Savoye son el ejemplo de un nuevo concepto del lujo, debido solo a la disposición de los espacios. Y de su ideal arquitectónico, a medio camino entre la armonía clásica y la funcionalidad que exigían los tiempos modernos. El famoso Modulor es su puesta al día de las medidas áureas del Renacimiento.
Poeta por encima de todo, Le Corbusier fue incorporando un vocabulario cada vez más orgánico a sus obras. La capilla de Ronchamp despertó tantas críticas por eso como sus bloques de apartamentos en Marsella por todo lo contrario. Pero el calvinista de aspecto ascético y trato hosco que se identificaba con el antipático cuervo siempre albergó un lado sensual, solar, naturalista. En su apartamento amontonó durante años piedras, conchas, moluscos, huesos indefinibles. El desnudo femenino fue un leitmotiv de su pintura. Y la mujer de su vida, Yvonne Gallis, una maniquí con aspecto de gitana y fuerte temperamento que hacía magníficas sopas de pescado y gastaba bromas pesadas a sus invitados ilustres. Aunque su madre fue la confidente ideal. Durante toda su vida le envió una carta semanalmente. En una de ellas le escribió: «Me he construido una mínima barraca cerca de Cap Martin. Vivo como un monje feliz». Un mes de agosto, mientras nadaba en esa playa, muere de un ataque al corazón. Tenía 78 años y muchas ideas aún para mejorar el mundo con su arquitectura. Suerte que no vio lo que hizo el mundo con ellas.
Las facetas de un genio
Más allá de la arquitectura, Le Corbusier desarrolló una actividad ingente en otros campos. Muchos no dudan en calificarlo como el Da Vinci del siglo pasado; en muchos sentidos, igual de incomprendido que Leonardo.
Pintor. La pintura fue su vocación primera... y el laboratorio secreto del que surgían sus soluciones arquitectónicas. La evolución de sus cuadros, desde la etapa purista, fría y geométrica hasta la más orgánica y naturalista, tiene una correspondencia exacta en sus edificios.
Urbanista. Su visión urbanística fue revolucionaria; tanto que, de sus 400 proyectos, solo realizó uno: el de Chandigarh, la primera ciudad planificada en la India. Entre sus muchas decepciones, la reforma de París y de Argel. A la derecha, algunos de sus bocetos.
Arquitecto. Soñaba con realizar grandes obras públicas, pero fueron las casas para la alta burguesía las que convirtieron a Le Corbusier en un arquitecto de fama. Aquí, la maqueta original de la Ville Savoye, levantada en París.
Pensador. Vivió como una misión convencer con sus ideas. El libro con sus primeros escritos, Hacia una arquitectura, da cuenta de su talento como teórico; también la revista LEsprit Nouveau, fundada por él y publicada entre 1920 y 1925. Suyo es el más famoso eslogan de la arquitectura moderna: «La casa es una máquina para habitar».
Diseñador. Le Corbusier diseñó a su vez los primeros muebles de tubo de acero sillas, mesas, tumbonas, sofás para producción en serie, que hoy siguen reeditándose.
Su viaje a España
Era un enamorado de nuestro país, en el que, creía, estaban los dioses. Además, firmó en Barcelona el Plan Maciá con José Luis Sert. Le Corbusier vino a España por primera vez en 1928, a dar dos conferencias en la Residencia de Estudiantes de Madrid. Era ya un arquitecto célebre y puso como condición asistir a una corrida de toros. Visitó Toledo, Segovia, el Prado, un tablao flamenco... Y resumió el viaje, según su costumbre, en una contundente frase: «Tuve la impresión de llegar a un país donde están los dioses». Y en sus Carnets de viaje escribió: «Allí, la gente desciende de las savias más admirables: árabe, judía, italiana, griega. Habrá imaginación y esa austeridad apasionada que mantiene a distancia a los imbéciles». Después volvería en tres ocasiones, pero a Barcelona, para colaborar como urbanista en la reforma de la ciudad. En 1934 presenta con José Luis Sert el famoso proyecto que ha pasado a la historia como Plan Maciá. Su admiración por la ciudad se traduce en multitud de dibujos, sobre Gaudí, el barrio chino... Y sobre todo en el cuadro titulado 1939, La caída de Barcelona, su conmovido homenaje a la ciudad al saber que la habían bombardeado durante la Guerra Civil y muchos de sus amigos habían muerto en el ataque.
Para más información: Le Corbusier: An Atlas of Modern Landscapes. Exposición en el MOMA de Nueva York. www.moma.org www.fondationlecorbusier.fr. Web de su fundación, con una muestra de toda su obra.
El más famoso e influyente del grupo que la inventó: Gropius, Mies, Wright. Durante 15 años, Le Corbusier aprende el austero oficio de grabador de cajas de reloj. «Sin esa base, desfasada y ridícula, pero de rigurosa exactitud, no habría llegado a ser lo que soy», escribiría después. Ni sin los paseos con su padre por los bosques del Jura, que despiertan su fascinación por la naturaleza. O sin las discusiones sobre la importancia del ornamento y los nuevos métodos de construcción en la Escuela de Arte local. El joven Jeanneret se va a rebelar contra el desenfreno decorativo del art nouveau, en pleno auge entonces. Detesta la orgía vegetal que cubría objetos y edificios en su época. Él también se va a inspirar en la naturaleza, pero traduciéndola al severo lenguaje de la geometría. La Escuela local de Chaux-de-Fonds que aún hoy forma a relojeros se le queda dramáticamente pequeña. Consigue el diploma de profesor de dibujo, el único título que obtendrá en su vida, y abandona su ciudad. Trabaja con todos los grandes innovadores del momento: con Hoffman, el refinado racionalista vienés; con Perret, introductor del hormigón armado; con Behrens, el pionero alemán del diseño industrial... Por entonces 1910, los arquitectos no están blindados tras multitudinarios equipos de prensa, secretarias y técnicos como las estrellas de hoy. Son más accesibles a los jóvenes con talento e interés por sus ideas. Le Corbusier convence a cada uno de ellos. Ninguna carrera académica le habría dado más experiencia. Cuando en 1916 se instala en París, ya ha realizado el clásico tour por la Europa del sur: Italia, Grecia, Turquía... Libreta en mano, sin parar de escribir y dibujar, como hará siempre en sus innumerables viajes: «Prefiero dibujar a hablar. Es más rápido y deja menos espacio para la mentira».
El Mediterráneo va a ser desde entonces su patria estética y sentimental. Y París, la ciudad amada que permanecerá sorda a sus ideas. Durante 17 años vivirá modestamente. Pintando en una buhardilla por las mañanas y dedicado a la arquitectura por las tardes. Con el aspecto nada bohemio de un banquero inglés: abrigo negro, paraguas, sombrero de hongo... Y las ideas de un revolucionario que soñaba con casas cubistas fabricadas en serie y diseñadas con objetivos claros; como los de un ingeniero al planear un barco: «Admiro el Partenón. Esa belleza exacta hoy la consigue la máquina, que no es un espanto, como creen algunos, sino un instrumento de perfección». Con su amigo Amédée Ozenfant, pintor cubista, realiza fríos cuadros con pipas, botellas, jarrones. Adopta el seudónimo con el que se hará famoso, jugando con la palabra cuervo, su pájaro preferido. Escandaliza con su Plan Voisin para reformar París. «Las ciudades de hoy son ineficaces. Gastan el cuerpo, se oponen al espíritu. No son dignas de esta época ni de nosotros». Su explosiva propuesta es hacer tabla rasa entre el Sena y Montmartre, salvando el Louvre, el Arco del Triunfo, algunas iglesias... Busca huir de «la ilusión de las pequeñas renovaciones parciales».
Le Corbusier piensa a lo grande: rascacielos con aeropuertos y jardines en las azoteas. División de funciones: tráfico, trabajo, reposo y ocio. Su pensamiento urbanístico es una de las mayores aventuras de la modernidad. Aunque de sus 400 proyectos solo realizó el de Chandigarh, la primera ciudad planificada en la India. Por el camino quedan numerosas decepciones: «Estoy metido en algunos complicados asuntos. Y tan sobrepasado que debo cuidadare de no reventar. Sería un descanso estar contigo un día. ¡Pero no! Esta vida no me tiene reservado el descanso», le escribía a su amigo y discípulo, el arquitecto español José Luis Sert. El gran seductor, capaz de encerrar en un eslogan toda una revolución social y estética, nunca pudo convencer a un jurado o a una administración pública de sus planes: «Espacio, luz, orden. Esas son las cosas que los hombres necesitan como el pan. Y la arquitectura debe dárselas. La arquitectura es el punto de partida para el que quiera llevarlos a un porvenir mejor. La única forma de eliminar la lucha de clases». Paradójicamente fueron los encargos de casas particulares para la alta burguesía los que nunca le dieron problemas. Las tres famosas villas en París La Roche, Stein y Savoye son el ejemplo de un nuevo concepto del lujo, debido solo a la disposición de los espacios. Y de su ideal arquitectónico, a medio camino entre la armonía clásica y la funcionalidad que exigían los tiempos modernos. El famoso Modulor es su puesta al día de las medidas áureas del Renacimiento.
Poeta por encima de todo, Le Corbusier fue incorporando un vocabulario cada vez más orgánico a sus obras. La capilla de Ronchamp despertó tantas críticas por eso como sus bloques de apartamentos en Marsella por todo lo contrario. Pero el calvinista de aspecto ascético y trato hosco que se identificaba con el antipático cuervo siempre albergó un lado sensual, solar, naturalista. En su apartamento amontonó durante años piedras, conchas, moluscos, huesos indefinibles. El desnudo femenino fue un leitmotiv de su pintura. Y la mujer de su vida, Yvonne Gallis, una maniquí con aspecto de gitana y fuerte temperamento que hacía magníficas sopas de pescado y gastaba bromas pesadas a sus invitados ilustres. Aunque su madre fue la confidente ideal. Durante toda su vida le envió una carta semanalmente. En una de ellas le escribió: «Me he construido una mínima barraca cerca de Cap Martin. Vivo como un monje feliz». Un mes de agosto, mientras nadaba en esa playa, muere de un ataque al corazón. Tenía 78 años y muchas ideas aún para mejorar el mundo con su arquitectura. Suerte que no vio lo que hizo el mundo con ellas.
Las facetas de un genio
Más allá de la arquitectura, Le Corbusier desarrolló una actividad ingente en otros campos. Muchos no dudan en calificarlo como el Da Vinci del siglo pasado; en muchos sentidos, igual de incomprendido que Leonardo.
Pintor. La pintura fue su vocación primera... y el laboratorio secreto del que surgían sus soluciones arquitectónicas. La evolución de sus cuadros, desde la etapa purista, fría y geométrica hasta la más orgánica y naturalista, tiene una correspondencia exacta en sus edificios.
Urbanista. Su visión urbanística fue revolucionaria; tanto que, de sus 400 proyectos, solo realizó uno: el de Chandigarh, la primera ciudad planificada en la India. Entre sus muchas decepciones, la reforma de París y de Argel. A la derecha, algunos de sus bocetos.
Arquitecto. Soñaba con realizar grandes obras públicas, pero fueron las casas para la alta burguesía las que convirtieron a Le Corbusier en un arquitecto de fama. Aquí, la maqueta original de la Ville Savoye, levantada en París.
Pensador. Vivió como una misión convencer con sus ideas. El libro con sus primeros escritos, Hacia una arquitectura, da cuenta de su talento como teórico; también la revista LEsprit Nouveau, fundada por él y publicada entre 1920 y 1925. Suyo es el más famoso eslogan de la arquitectura moderna: «La casa es una máquina para habitar».
Diseñador. Le Corbusier diseñó a su vez los primeros muebles de tubo de acero sillas, mesas, tumbonas, sofás para producción en serie, que hoy siguen reeditándose.
Su viaje a España
Era un enamorado de nuestro país, en el que, creía, estaban los dioses. Además, firmó en Barcelona el Plan Maciá con José Luis Sert. Le Corbusier vino a España por primera vez en 1928, a dar dos conferencias en la Residencia de Estudiantes de Madrid. Era ya un arquitecto célebre y puso como condición asistir a una corrida de toros. Visitó Toledo, Segovia, el Prado, un tablao flamenco... Y resumió el viaje, según su costumbre, en una contundente frase: «Tuve la impresión de llegar a un país donde están los dioses». Y en sus Carnets de viaje escribió: «Allí, la gente desciende de las savias más admirables: árabe, judía, italiana, griega. Habrá imaginación y esa austeridad apasionada que mantiene a distancia a los imbéciles». Después volvería en tres ocasiones, pero a Barcelona, para colaborar como urbanista en la reforma de la ciudad. En 1934 presenta con José Luis Sert el famoso proyecto que ha pasado a la historia como Plan Maciá. Su admiración por la ciudad se traduce en multitud de dibujos, sobre Gaudí, el barrio chino... Y sobre todo en el cuadro titulado 1939, La caída de Barcelona, su conmovido homenaje a la ciudad al saber que la habían bombardeado durante la Guerra Civil y muchos de sus amigos habían muerto en el ataque.
Para más información: Le Corbusier: An Atlas of Modern Landscapes. Exposición en el MOMA de Nueva York. www.moma.org www.fondationlecorbusier.fr. Web de su fundación, con una muestra de toda su obra.
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