domingo, 5 de mayo de 2013

: «La escuela ha ido de mal en peor»/ AVENTUREROS Y ESCRITORES,.

TÍTULO: «La escuela ha ido de mal en peor»

Ha ejercido como maestro desde los 19 años hasta que se jubiló a los 64. De lo que no se jubila es de la escritura, ocupación que ha ...foto,.
Ha ejercido como maestro desde los 19 años hasta que se jubiló a los 64. De lo que no se jubila es de la escritura, ocupación que ha compatibilizado con la enseñanza a lo largo de muchos años y en todos los géneros, desde el periodismo al teatro, pasando por la poesía y los cuentos infantiles. Apuleyo Soto Pajares es el próximo invitado del Aula HOY con una conferencia sobre la importancia del maestro. Cree que gran parte de los males de la enseñanza de este país provienen de la Logse.
-Explíquenos el título de la conferencia 'La educación en España, hoy: Menos mochila y más maestro'.
-Menos mochila, menos textos abrumadores para los niños y más personalidad con autoridad del maestro, que es el que enseña y educa, ahora y antes, desde los griegos. El maestro, antes que nada, debe ser un pedagogo; debe saber enseñar que es lo que hoy casi se ha perdido.
-Por un momento pensé que quería referirse al abrumador peso de las mochilas que llevan los escolares. O sea, que siempre hará falta alguien que enseñe a los niños a digerir esa ingente cantidad de conocimientos.
-Así es, por encima de todo, el maestro. La mochila abruma al niño, le curva la espalda, pero eso son detalles físicos. Importantes también, pero lo más importante es enderezar el espíritu, el alma, porque somos naturaleza pensante y «sentiente». Corazón y cabeza.
-Hemos hablado de mochilas pesadas pero, ¿cómo deben comportarse los maestros en este mundo digital en que los alumnos pueden acceder al conocimiento a través de los más diversos adminículos?
-Primero, sabiendo manejarlos ellos, que es lo que, a veces, no saben. El niño tiene una inclinación innata a entender una tabla digital, a jugar con las tabletas en internet, mientras que al adulto educador le cuesta más y mucho.
-¿Es eso un gran problema hoy para la enseñanza?
-No. O sí. Es un problema, pero es una solución también. Es abrir, extender el campo de la enseñanza. Hoy, ya no es sólo vista y oído o tacto. Es mucho más y sobre todo, tacto. El niño aprende tocando, manejando, jugando y entiende directamente.
-¿Ha sido más maestro que escritor o lo uno ha ido con lo otro?
-Las dos cosas. He ejercido toda mi vida de maestro, desde los 19 años hasta los 64, que me jubilé. Y a la vez lo he compatibilizado con la publicación en prensa y en los libros. He estado en un periódico nacional, en una agencia nacional como Colpisa y ahora mismo sigo yendo por los colegios a dar charlas sobre mis libros para niños.
-¿Qué importancia le daba a la memoria mientras ha sido profesor?
-Toda, toda, toda, toda. El fracaso escolar se ha producido por la dichosa Logse que no la tenía en cuenta.
-El resto de las leyes que han venido detrás...
-Todas igual de malas.
-¿No han permitido superar el bache?
-No. Desde hace cuarenta años largos, desde 1971, la enseñanza ha ido para abajo precisamente por no fortalecer y despreciar a la memoria. Somos memoria, memoria andante y nada más.
-Usted ha escrito muchos poemas. Efectivamente, en una determinada época se memorizaban muchos poemas en la escuela. No hacerlo supongo que ha ido en detrimento de la memoria y del conocimiento de la literarura.
-Ahora, casi ninguno de los alumnos sabe un poema de memoria. No sabe lo que es el Poema del Mío Cid, no sabe los sonetos de Lope de Vega, no sabe las poesías de Bécquer. Es penoso. De ahí ¿qué viene? Que tratan mal a la ortografía y a la caligrafía, porque no han podido ni les han enseñado a imitar. Y aprendemos por imitación de los clásicos, de quienes nos han precedido. Desterrado el ejercicio de la memoria de la enseñanza en los colegios públicos y privados, todo ha ido de mal en peor.
-Ahora que se habla mucho de pactos para superar la situación económica en la que estamos, ¿haría falta un gran pacto nacional para una ley de enseñanza?
-Este país desgraciadamente no es de pactos. Y habiendo una mayoría política, lo que debería hacer, porque tiene el don que le han otorgado los ciudadanos mayoritariamente, es no tanto legislar, que sobran leyes, sino hacerlas cumplir. Y mejorarlas en lo que sea.
-Hay un panorama francamente desolador en algunas autonomías. Hemos visto manifestaciones de maestros despedidos. ¿Cree que el sistema educativo puede aguantar esos despidos?
-Yo lo siento, siento mucho que mis colegas pierdan dignidad al perder sueldo. Me siento encarnado con ellos, pero no creo que la dignidad esté sólo en el sueldo. La dignidad, la 'autoritas' se la hace uno mismo y la tiene que demostrar.
-En muchos casos no son bajadas de sueldo, sino despidos, lo que sin duda repercutirá en los alumnos.
-Pues seguro que sí. Vuelvo a lamentarlo. Pero quizá también estábamos en una alegría de bienestar que luego no nos era correspondiente.
-¿Empezó a escribir cuentos para niños porque no encontraba el cuento adecuado?
-Eso nos ocurre siempre a los escritores.
-¿Cómo se inventó al fantasma Pepín?
-Pues dando clase. Estaba un día en Madrid y contemplaba a mis alumnos. Y se me ocurrió esa peripecia de Pepín Pepino que ya no es un libro, sino cuatro. Una tetralogía que voy presentando por los colegios de toda España. No paro. Tengo 70 años pero no paro.
-También es a veces un problema encontrar tiempo para que los niños lean. Donde deben hacerlo, ¿en el colegio o en su casa?
-En todos los lados. El Quijote de don Miguel de Cervantes leía los papeles volanderos tirados por las calles de Toledo. San Francisco de Asís hacía lo mismo recogiendo los papeles del suelo. Ahora, los niños y los padres tenemos las mayores oportunidades del mundo, porque los conocimientos nos entran no sólo por el papel sino por todos los medios audiovisuales. Y, sin embargo, no sé si leemos más o tanto como antes.
-Hoy (por el pasado martes) he leído un teletipo en el que el presidente de Bolivia, Evo Morales, reconocía, en un acto para anunciar la bajada de los precios de los libros, que no le gusta leer. No sé si su actitud es ejemplar, pero hay que agradecerle la sinceridad.
-Esa sinceridad es penosa. Un presidente que dice que no lee no es ningún ejemplo, aunque baje los impuestos a los libros. Querida Mercedes, leer, comprar libros, no es caro. Hoy cuesta más o cuesta tanto una cerveza con tapa que un libro. No hay disculpa para no leer.
-Me ha hecho gracia una cosa que dice en su web y es que usted «se supera escribiendo por encargo».
-Por supuesto. Me anima, me estimula, como el rejón al toro. Pero hay que tratar al público con un gran respeto. Yo siempre llevo escritas mis charlas. Después puedo divagar sobre ellas, pero las llevo escritas como las llevaban García Lorca o Antonio Machado, otro profesor.
-¿Qué importancia tiene para usted la poesía?
-Total, es la más sublime de las artes. Yo no me quiero llamar poeta, ¡ojalá! Yo acaso me conformo con ser versificador. Sé hacer versos con su medida puntual y con su rima y es un lenguaje más bello, más hermoso.
-En su discurso de recepción del Premio Cervantes, José Manuel Caballero Bonald habló de «la potencia consoladora de la poesía» en el mundo atribulado en que vivimos. ¿Comparte esa opinión?
-¡Por supuesto que sí! A Caballero Bonald le entrevisté como periodista varias veces y siempre me encantó su sabiduría. Una sabiduría que adquirió en los muchos libros que ha leído y que en el último de los que ha escrito, 'Oficio de lector', comenta y anima a leer.
 
TÍTULO: AVENTUREROS Y ESCRITORES,.

Aventureros y escritores

No sé cuándo volveré. ¡Tengo tanto trabajo desde hace unos meses! Búsquedas de compañeros perdidos, reparaciones de aviones caídos en ...
 

No sé cuándo volveré. ¡Tengo tanto trabajo desde hace unos meses! Búsquedas de compañeros perdidos, reparaciones de aviones caídos en territorios disidentes y algunos correos a Dakar». Desde luego André Gide no podía poner una pega a la excusa. Hay pretextos peores que aguantar a los amigos. El que Antoine de Saint-Exupéry le ponía finales de los años veinte, y que después el Nobel francés recogió en el prólogo de 'Vuelo nocturno', era irrebatible. Por entonces Saint-Exupéry había aparcado su carrera como piloto militar y trabajaba en el despegue de la aviación civil como jefe de escala del servicio de correo aéreo de la línea francesa Latecoére en la antigua colonia española de Cabo Juby. Aún no había sufrido el accidente que lo dejó tirado en el desierto de Libia y le inspiró 'Tierra de hombres' o el ahora septuagenario 'El principito', pero ya llevaba el cráneo remendado y había rescatado a más de un aviador en apuros saharianos. Estaba forjando su propia leyenda, la que arranca en 1944, cuando, alistado de nuevo, su avión desaparece de los radares americanos sobre las costas de Marsella mientras realiza una misión de reconocimiento para preparar la ofensiva aliada en el sur de Francia.
Hijo de familia aristocrática venida a menos, pionero de aquella aviación sin apenas instrumentos, participante en las primeras pruebas de velocidad en vuelo, medalla de la Legión de Honor y autor de uno de los libros más vendidos de la historia, Saint-Exupéry es uno de esos escritores que más parecen personajes. Aventureros, temerarios, rebeldes, pendencieros, intrépidos. gentes que hacen el petate en cuanto surge la ocasión, que un día se embarcan y el siguiente ocupan trincheras, van de safari o corren encierros.
Desde que Marco Polo entretuviera sus horas de presidio relatando a su compañero de celda Rustichello de Pisa los paisajes y gentes vistos en la ruta de la seda hasta que Robert Louis Stevenson encontró en Samoa su propia isla del tesoro, la literatura universal se llena de personajes como Richard Francis Burton, descubridor (para los europeos) del lago Tanganica y traductor de las primeras adaptaciones al inglés del 'Kama Sutra' y 'Las mil y una noches'; como Arthur Rimbaud, que curó las adicciones de sus temporadas en el infierno traficando con armas en Etiopía; como Herman Melville, tres veces enrolado en barcos balleneros y otras tantas amotinado ante capitanes Ahab; como Joseph Conrad, que se hizo marino para no ser alistado por el Ejército ruso y acabó haciendo más nudos que su Lord Jim y quizá, según algunos, facilitando armas de contrabando a los carlistas desde Marsella.
Eso por mencionar solo a los aventureros en el sentido más clásico, sin meternos con los 'simples' viajeros (Mérimée, Twain, Kipling, Forster, Blixen, Christie, Bowles, Camus, Kapuscinski, Theroux, Martínez Reverte.) o los belicosos. El propio Rimbaud se alistó en el Ejército holandés, aunque sólo buscaba una forma 'low cost' de viajar a Java y desertó enseguida; Miguel de Cervantes combatió a los turcos bajo el mando de Juan de Austria en Lepanto, Corfú o Túnez con el resultado que todos creemos saber, porque no perdió la mano izquierda, sólo su movilidad; dispuesto a luchar por la independencia griega frente a ese mismo Imperio Otomano murió tres siglos después Lord Byron; Stendhal sucumbió a la belleza del Renacimiento italiano entre campaña y campaña napoleónica; a Mijaíl Lérmontov lo mandaron al Cáucaso a sujetar a los rebeldes chechenos por molestar al zar con unos versillos, poca cosa teniendo en cuenta que provocó represalias mayores y acabó muerto en un duelo, como un auténtico héroe de su tiempo; y Gertrude Bell fue, durante la Primera Guerra Mundial, la primera mujer oficial de contraespionaje militar. En esto de sonsacar al enemigo hay más nombres femeninos, como Aphra Behn y Freya Stark, aunque también ejercieron el oficio Christopher Marlowe y Francisco de Quevedo antes que los mismísimos Graham Greene o John le Carré.
Pese a las palabras de Saint-Exupéry, quien, apartado momentáneamente del servicio militar, aseguró que «la guerra no es una aventura, sino una enfermedad como el tifus», los conflictos armados han sido vistos siempre como todo un acontecimiento, una oportunidad para ver mundo, por no pocos espíritus inquietos, muchos de ellos ágiles corresponsales antes que reputados novelistas. En la generación anterior al autor de 'Correo del Sur' se vistieron de uniforme William Faulkner, que conoció el ruido y la furia como piloto de la aviación británica; Robert Graves, que dijo adiós a todo eso tras ser herido de gravedad en el Somme, batalla en la que John Ronald Reuel Tolkien -J. R. R. Tolkien, en lengua élfica- sirvió como oficial de comunicaciones; Erich Maria Remarque, muy atento a las novedades en el frente; el no siempre inocente Gabriele D'Annunzio, considerado un héroe por liderar un escuadrón que viajó de Padua a Viena sólo para arrojar propaganda; Ernst Jünger, voluntario en 1913 en la Legión Extranjera francesa, voluntario en 1914 en el 73 Regimiento de Fusileros y no tan voluntario en el frente ruso en 1942; o, antes de la Gran Guerra, el mismísimo Winston Churchill, el único Nobel de Literatura fugado de un campo de prisioneros bóer.
Algo más joven que ellos, de la quinta de Saint-Exupéry, el prototipo del escritor -y de corresponsal- inquieto es Ernest Hemingway. En cuanto Estados Unidos anunció su entrada en la Primera Guerra Mundial, y aun sin haber cumplido los 18, le faltó tiempo para tratar de alistarse. No se lo permitieron por un problema ocular y enseguida buscó otro pasaporte para Europa: logró ser conductor de ambulancia de la Cruz Roja en Italia.
Fue herido por el Ejército austriaco y repatriado, aunque antes de volver a casa, el seductor Ernest -después, el mujeriego Ernest- aprovechó la convalecencia para que la enfermera Agnes von Kurowsky le ayudara a documentarse para 'Adiós a las armas'. En Chicago empieza a trabajar como periodista y, claro, le sabe a poco. Petate. A Francia, donde toda una generación perdida que se desentumece tras la guerra ha convertido París en una fiesta.
Fueron sólo cuatro años, pero en ellos viajó por primera vez a España. «Vivíamos con gran economía, gastando sólo lo imprescindible, y ahorrando para poder ir a los Sanfermines y luego a Madrid y a la Feria de Valencia», explicó tiempo después. Antes de volver por aquí como «corresponsal antiguerra» -afortunada expresión que le sirvió para hacer prisionera a la escritora Martha Gellhorn, su tercera esposa y a la que dedicó 'Por quién doblan las campanas'- volvió a casa, vivió en Toronto y contempló las nieves del Kilimanjaro. La Guerra Civil española marca un antes y un después en el periodismo debido precisamente a que la defensa de la República fue vista como una misión romántica por un buen puñado de idealistas que, como él, en muy pocos años, curiosean en la Gran Guerra, despiertan en las trincheras españolas y reaccionan en la Segunda Guerra Mundial (SGM). De hecho, John Dos Passos y Joseph Kessel siguen casi ese mismo recorrido; el estadounidense participa en el primero de los conflictos como conductor de ambulancias militares mientras que el francés lo hace como enfermero, y ambos viajan después a España para apoyar a los republicanos.
De la derrota idealista en la península pasan a la victoria práctica en Europa. Hemingway cubre varios frentes, incluyendo el desembarco en Normandía, es uno de los primeros periodistas que entra en París tras su liberación y forma parte de un regimiento con el que, según algunos historiadores, podría haber participado incluso en la ejecución de soldados alemanes. Kessel se une a la resistencia francesa junto a su sobrino, el también escritor Maurice Druon, con quien firma 'El canto de los partisanos', y vuelve a coincidir con Dos Passos como corresponsal en el proceso de Nuremberg. En 1948 recibe el primer visado del nuevo Israel.
Un poco más jóvenes que ellos, George Orwell y André Malraux se incorporan al clan en el período de entreguerras, en las Brigadas Internacionales durante el ensayo español. Orwell llega a Barcelona decepcionado de su experiencia imperialista en la Policía Imperial India en Birmania, después de haber vivido sin blanca en París y Londres, y tras comprobar la pobreza de la clase obrera en el norte de Inglaterra. Se afilia al Partido Obrero de Unificación Marxista, POUM, aunque después reconoció que hubiese estado más acertado en la CNT. De la derrota española se lleva el desengaño y la tuberculosis que lo acabó matando en 1950 y, casi peor, que no le dejó moverse de Inglaterra en la SGM.
A lo Indiana Jones
A Malraux hay que darle de comer aparte, como a su modelo de intelectual-aventurero; nada menos que Thomas Edward Lawrence, Lawrence de Arabia, autor de 'Los siete pilares de la sabiduría' y de quien escribió una biografía. Tras perder el dinero de la dote de su mujer -hija de unos comerciantes de origen judío- en una inversión minera en México, se interesa por las antiguas culturas de las colonias asiáticas francesas y, en 1923, a lo Indiana Jones, organiza una expedición arqueológica a la selva camboyana para buscar (léase expoliar) restos del imperio jemer.
Y vaya si los encuentra. Lo metieron en la cárcel por intentar llevarse los bajorrelieves de un templo (según él, abandonado), aunque no llegó a cumplir condena. En Francia se dedica a la edición de periódicos que no llegan al año de vida y apoyan la causa anticolonial antes de viajar a China, donde conoce la condición humana al servicio del partido nacionalista durante la guerra con los comunistas. Tras el levantamiento franquista, organizó misiones de apoyo al Gobierno de la República e incluso logró crear la escuadrilla 'España'. Después de la SGM, en la que fue capturado por los alemanes y se unió a la resistencia, formó parte como ministro de Cultura del Gobierno De Gaulle -«su único amor», ironizaba su hija-, hasta que otros jóvenes inquietos le destituyeron. Era mayo del 68.

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