William Shakespeare (Stratford-upon-Avon, Warwickshire, Reino Unido c. 26 de abril de 1564jul. – ibídem, 23 de abriljul./ 3 de mayo de 1616greg.)[1] fue un dramaturgo, poeta y actor inglés. Conocido en ocasiones como el Bardo de Avon (o simplemente El Bardo), Shakespeare es considerado el escritor más importante en lengua inglesa y uno de los más célebres de la literatura universal.[2]
La New Encyclopædia Britannica señala que "muchos lo consideran el mayor dramaturgo de todos los tiempos. Sus piezas [...] se representan más veces y en mayor número de naciones que las de cualquier otro escritor".
Las obras de Shakespeare han sido traducidas a las principales lenguas y sus piezas dramáticas continúan representándose por todo el mundo. Además, muchas citas y aforismos de sus obras han pasado a formar parte del uso cotidiano, tanto en el inglés como en otros idiomas. Con el paso del tiempo, se ha especulado mucho sobre su vida, cuestionando su sexualidad, su afiliación religiosa, e incluso, la autoría de sus obras,.
Biografía
Existen muy pocos hechos documentados en la vida de William Shakespeare. Lo que sí se puede afirmar es que fue bautizado en Stratford-upon-Avon, Warwickshire, el 26 de abril de 1564 y que murió el 23 de abril de 1616, según el calendario juliano, poco antes de cumplir los 52 años.Comienzos
Nació cuando su familia vivía en la calle Henley de Stratford; no se conoce el día exacto, puesto que entonces sólo se hacía el acta del bautismo, el 26 de abril en este caso, por lo que es de suponer que nacería algunos días antes y no más de una semana, según era lo corriente; la tradición ha venido fijando como fecha de su natalicio el 23 de abril, festividad de San Jorge, tal vez por analogía con el día de su muerte, otro 23 de abril, en 1616, pero esta datación no se sustenta en ningún documento.
El padre de Shakespeare, que se encontraba en la cumbre de su prosperidad cuando nació William, cayó poco después en desgracia. Acusado de comercio ilegal de lana, perdió su posición destacada en el gobierno del municipio. Se ha apuntado también que tal vez tuvo que ver en su procesamiento una posible afinidad con la fe católica, por ambas partes de la familia.[4]
William Shakespeare probablemente cursó sus primeros estudios en la escuela primaria local, la Stratford Grammar School, en el centro de su ciudad natal, lo que debió haberle aportado una educación intensiva en gramática y literatura latinas. A pesar de que la calidad de las escuelas gramaticales en el período isabelino era bastante irregular, existen indicios en el sentido de que la de Stratford era bastante buena. La asistencia de Shakespeare a esta escuela es mera conjetura, basada en el hecho de que legalmente tenía derecho a educación gratuita por ser el hijo de un alto cargo del gobierno local. No obstante, no existe ningún documento que lo acredite, ya que los archivos parroquiales se han perdido. En esa época estaba dirigida por John Cotton, maestro de amplia formación humanística y supuestamente católico; una Grammar School (equivalente a un estudio de gramática del XVI español o al actual bachillerato) impartía enseñanzas desde los ocho hasta los quince años y la educación se centraba en el aprendizaje del latín; en los niveles superiores el uso del inglés estaba prohibido para fomentar la soltura en la lengua latina; prevalecía el estudio de la obra de Esopo traducida al latín, de Ovidio y de Virgilio, autores estos que Shakespeare conocía.
El 28 de noviembre de 1582, cuando tenía 18 años de edad, Shakespeare contrajo matrimonio con Anne Hathaway, de 26, originaria de Temple Grafton, localidad próxima a Stratford. Dos vecinos de Anne, Fulk Sandalls y John Richardson, atestiguaron que no existían impedimentos para la ceremonia. Parece que había prisa en concertar la boda, tal vez porque Anne estaba embarazada de tres meses. Tras su matrimonio, apenas hay huellas de William Shakespeare en los registros históricos, hasta que hace su aparición en la escena teatral londinense. El 26 de mayo de 1583, la hija primogénita de la pareja, Susanna, fue bautizada en Stratford. Un hijo, Hamnet, y otra hija, Judith, nacidos mellizos, fueron asimismo bautizados poco después, el 2 de febrero de 1585; Hamnet murió a los once años, y solamente llegaron a la edad adulta sus hijas. A juzgar por el testamento del dramaturgo, que se muestra algo desdeñoso con Anne Hathaway, el matrimonio no estaba bien avenido.
Los últimos años de la década de 1580 son conocidos como los 'años perdidos' del dramaturgo, ya que no hay evidencias que permitan conocer dónde estuvo, o por qué razón decidió trasladarse de Stratford a Londres. Según una leyenda que actualmente resulta poco creíble, fue sorprendido cazando ciervos en el parque de Sir Thomas Lucy, el juez local, y se vio obligado a huir. Según otra hipótesis, pudo haberse unido a la compañía teatral Lord Chamberlain's Men a su paso por Stratford. Un biógrafo del siglo XVII, John Aubrey, recoge el testimonio del hijo de uno de los compañeros del escritor, según el cual Shakespeare habría pasado algún tiempo como maestro rural.
Londres y su paso por el teatro
Hacia 1592 Shakespeare se encontraba ya en Londres trabajando como dramaturgo, y era lo suficientemente conocido como para merecer una desdeñosa descripción de Robert Greene, quien lo retrata como "un grajo arribista, embellecido con nuestras plumas, que con su corazón de tigre envuelto en piel de comediante se cree capaz de impresionar con un verso blanco como el mejor de vosotros",[5] y dice también que "se tiene por el único sacude-escenas del país" (en el original, Greene usa la palabra shake-scene, aludiendo tanto a la reputación del autor como a su apellido, en un juego de paronomasia).En 1596, con sólo once años de edad, murió Hamnet, único hijo varón del escritor, quien fue enterrado en Stratford el 11 de agosto de ese mismo año. Algunos críticos han sostenido que la muerte de su hijo pudo haber inspirado a Shakespeare la composición de Hamlet (hacia 1601), reescritura de una obra más antigua que, por desgracia, no ha sobrevivido.
Hacia 1598 Shakespeare había trasladado su residencia a la parroquia de St. Helen, en Bishopsgate. Su nombre encabeza la lista de actores en la obra Cada cual según su humor (Every Man in His Humour), de Ben Jonson.
Pronto se convertiría en actor, escritor, y, finalmente, copropietario de la compañía teatral conocida como Lord Chamberlain's Men, que recibía su nombre, al igual que otras de la época, de su aristocrático mecenas, el lord chambelán (Lord Chamberlain). La compañía alcanzaría tal popularidad que, tras la muerte de Isabel I y la subida al trono de Jacobo I, el nuevo monarca la tomaría bajo su protección, pasando a denominarse los King's Men (Hombres del rey).
En 1604, Shakespeare hizo de casamentero para la hija de su casero. Documentación legal de 1612, cuando el caso fue llevado a juicio, muestra que en 1604, Shakespeare había sido arrendatario de Christopher Mountjoy, un artesano hugonote del noroeste de Londres. El aprendiz de Mountjoy, Stephen Belott, tenía intenciones de casarse con la hija de su maestro, por lo que el dramaturgo fue elegido como intermediario para ayudar a negociar los detalles de la dote. Gracias a los servicios de Shakespeare, se llevó a efecto el matrimonio, pero ocho años más tarde Belott demandó a su suegro por no hacer entrega de la totalidad de la suma acordada en concepto de dote. El escritor fue convocado a testificar, mas no recordaba el monto que había propuesto.
Existen varios documentos referentes a asuntos legales y transacciones comerciales que demuestran que en su etapa londinense Shakespeare se enriqueció lo suficiente como para comprar una propiedad en Blackfriars y convertirse en el propietario de la segunda casa más grande de Stratford.
Últimos años
En las últimas semanas de la vida de Shakespeare, el hombre que iba a casarse con su hija Judith — un tabernero de nombre Thomas Quiney — fue acusado de promiscuidad ante el tribunal eclesiástico local. Una mujer llamada Margaret Wheeler había dado a luz a un niño, y afirmó que Quiney era el padre. Tanto la mujer como su hijo murieron al poco tiempo. Esto afectó, no obstante, a la reputación del futuro yerno del escritor, y Shakespeare revisó su testamento para salvaguardar la herencia de su hija de los problemas legales que Quiney pudiese tener.
Shakespeare falleció el 23 de abril de 1616. Estuvo casado con Anne hasta su muerte, y le sobrevivieron dos hijas, Susannah y Judith. La primera se casó con el doctor John Hall. Sin embargo, ni los hijos de Susannah ni los de Judith tuvieron descendencia, por lo que no existe en la actualidad ningún descendiente vivo del escritor. Se rumoreó, sin embargo, que Shakespeare era el verdadero padre de su ahijado, William Davenant.
Siempre se ha tendido a asociar la muerte de Shakespeare con la bebida, —murió, según los comentarios más difundidos, como resultado de una fuerte fiebre, producto de su estado de embriaguez—. Al parecer, el dramaturgo se habría reunido con Ben Jonson y Michael Drayton para festejar con sus colegas algunas nuevas ideas literarias. Investigaciones recientes llevadas a cabo por científicos alemanes[6] afirman que es muy probable que el escritor inglés padeciera de cáncer.
Los restos de Shakespeare fueron sepultados en el presbiterio de la iglesia de la Santísima Trinidad (Holy Trinity Church) de Stratford. El honor de ser enterrado en el presbiterio, cerca del altar mayor de la iglesia, no se debió a su prestigio como dramaturgo, sino a la compra de un diezmo de la iglesia por 440 libras (una suma considerable en la época). El monumento funerario de Shakespeare, erigido por su familia sobre la pared cercana a su tumba, lo muestra en actitud de escribir, y cada año, en la conmemoración de su nacimiento, se le coloca en la mano una nueva pluma de ave.
-
- Buen amigo, por Jesús, abstente
- de cavar el polvo aquí encerrado.
- Bendito sea el hombre que respete estas piedras,
- y maldito el que remueva mis huesos.[7]
Se desconoce cuál entre todos los retratos que existen de Shakespeare es el más fiel a la imagen del escritor, ya que muchos de ellos son falsos y pintados a posteriori a partir del grabado del First folio. El llamado "retrato Chandos", que data de entre 1600 y 1610, en la National Portrait Gallery (en Londres), se considera el más acertado. En él aparece el autor a los cuarenta años, aproximadamente, con barba y un aro dorado en la oreja izquierda. [8]
El debate sobre Shakespeare
Resulta curioso que todo el conocimiento que ha llegado a la posteridad sobre uno de los autores del canon occidental[9] no sea más que un constructo formado con las más diversas especulaciones. Se ha discutido incluso si Shakespeare es el verdadero autor de sus obras, atribuidas por algunos a Francis Bacon, a Christopher Marlowe (quien, como espía, habría fingido su propia muerte) o a varios ingenios; la realidad es que todas esas imaginaciones derivan del simple hecho de que los datos de que se dispone sobre el autor son muy pocos y contrastan con la desmesura de su obra genial, que fecunda y da pábulo a las más retorcidas interpretaciones.El problema de la autoría
Casi ciento cincuenta años después de la muerte de Shakespeare en 1616, comenzaron a surgir dudas sobre la verdadera autoría de las obras a él atribuidas. Los críticos se dividieron en "stratfordianos" (partidarios de la tesis de que el William Shakespeare nacido y fallecido en Stratford fue el verdadero autor de las obras que se le atribuyen) y "anti-stratfordianos" (defensores de la atribución de estas obras a otro autor). La segunda posición es en la actualidad muy minoritaria.Los documentos históricos demuestran que entre 1590 y 1620 se publicaron varias obras teatrales y poemas atribuidos al autor 'William Shakespeare', y que la compañía que representaba estas piezas teatrales, Lord Chamberlain's Men (luego King's Men), tenía entre sus componentes a un actor con este nombre. Se puede identificar a este actor con el William Shakespeare del que hay constancia que vivió y murió en Stratford, ya que este último hace en su testamento ciertos dones a miembros de la compañía teatral londinense.
Los llamados "stratfordianos" opinan que este actor es también el autor de las obras atribuidas a Shakespeare, apoyándose en el hecho de que tienen el mismo nombre, y en los poemas encomiásticos incluidos en la edición de 1623 del First Folio, en los que hay referencias al "Cisne de Avon" y a su "monumento de Stratford". Esto último hace referencia a su monumento funerario en la iglesia de la Santísima Trinidad, en Stratford, en el que, por cierto, aparece retratado como escritor, y del que existen descripciones hechas por visitantes de la localidad desde, al menos, la década de 1630. Según este punto de vista, las obras de Shakespeare fueron escritas por el mismo William Shakespeare de Stratford, quien dejó su ciudad natal y triunfó como actor y dramaturgo en Londres.
Los llamados "anti-stratfordianos" discrepan de lo anteriormente expresado. Según ellos, el Shakespeare de Stratford no sería más que un hombre de paja que encubriría la verdadera autoría de otro dramaturgo que habría preferido mantener en secreto su identidad. Esta teoría tiene diferentes bases: supuestas ambigüedades y lagunas en la documentación histórica acerca de Shakespeare; el convencimiento de que las obras requerirían un nivel cultural más elevado del que se cree que tenía Shakespeare; supuestos mensajes en clave ocultos en las obras; y paralelos entre personajes de las obras de Shakespeare y la vida de algunos dramaturgos.
Durante el siglo XIX, el candidato alternativo más popular fue Sir Francis Bacon. Muchos "anti-stratfordianos" del momento, sin embargo, se mostraron escépticos hacia esta hipótesis, aun cuando fueron incapaces de proponer otra alternativa. El poeta estadounidense Walt Whitman dio fe de este escepticismo cuando le dijo a Horace Traubel, "Estoy con vosotros, compañeros, cuando decís “no” a Shaksper (sic): es a lo que puedo llegar. Respecto a Bacon, bueno, veremos, veremos.".[10] Desde los años 80, el candidato más popular ha sido Edward de Vere, decimoséptimo conde de Oxford, propuesto por John Thomas Looney en 1920, y por Charlton Ogburn en 1984. El poeta y dramaturgo Christopher Marlowe se ha barajado también como alternativa, aunque su temprana muerte lo relega a un segundo plano. Otros muchos candidatos han sido propuestos, si bien no han conseguido demasiados seguidores.
La posición más extendida en medios académicos es que el William Shakespeare de Stratford fue el autor de las obras que llevan su nombre.
TÍTULO: VIDAS PRIVADAS, EN DIRECTO, UNIDAS EN EL SILENCIO,.
La historia de Gennet Corcuera y Alessandra Vadori es tan admirable como cualquiera de las que hemos aprendido a querer a través de la literatura y el cine. Sus biografías están entretejidas de paralelismos que quizá no sean azarosos. Ambas son extranjeras y viven en Madrid. La primera es etíope; la segunda, italiana. La existencia de una justifica la vida de la otra, y al revés. Pero lo más llamativo es que las dos se comunican en un idioma que no es ni el amárico (el idioma oficial de Etiopía) ni el italiano, una lengua que no tiene escritores ni premios Nobel. Gennet y Alessandra hablan entre ellas en una lengua de silencio, la lengua de los signos.
Gennet Corcuera, de 31 años, ha nacido dos veces. Sin augurios posibles, un día de 1989 comenzó su “vita nuova”, cuando fue adoptada en su Etiopía natal a los siete años de edad. Por aquel entonces, era una víctima más de la guerra civil que asoló Etiopía y diezmó su población durante casi 20 años.
Alessandra nació hace 26 en un pequeño pueblo alpino de la región italiana del Piamonte, una tierra conocida por sus buenos vinos y por su mejor escritor y suicida, Cesare Pavese. Licenciada en Lenguas y Literaturas Extranjeras Modernas, llegó a Madrid en 2011 para estudiar en la Universidad Complutense el idioma de signos español. Su sueño: ser intérprete de sordos y sordociegos costase lo que costase. Confiesa: “No quería terminar metida en una jaula que yo misma iba a construirme, como les pasa a mis amigos. Por eso vine a Madrid. Aquí, una profesora de la universidad me vio responsable y me preguntó si quería conocer a Gennet”.
Esa misma pregunta, muchos años antes, fue la que formuló Carmen Corcuera a su hija, a quien había ido a visitar a Etiopía. Carmen, viuda, solía viajar al país africano, donde su yerno, Amador Martínez Morcillo, era el embajador español y donde su hija desempeñaba trabajos diplomáticos. De profundas raíces católicas, Corcuera destinaba buena parte del día a ayudar a las monjas del hospicio Madre Teresa de Calcuta en Addis Abeba. Allí vivía Gennet.
Cómo llegó la pequeña a aquel hospicio es algo que jamás acertaría a explicar. “Una mañana, al despertar, mi familia había desaparecido”, recuerda. No tenía ni siquiera dos años. Gennet, incapaz de reconstruir el horror, unas veces sospechará que sus padres fueron asesinados; otras, que la abandonaron en el orfanato, tal vez por tener demasiadas bocas que mantener; en su versión menos espantosa, un desconocido se apiadó de ella y la dejó en el hospicio cuando vagaba por Addis Abeba suplicando comida y tropezando en las calles no con piedras o farolas, sino con cadáveres que la miraban con su mismo espanto.
Supervivencia
Poco después, Gennet se quedó sorda y ciega a consecuencia de una infección. Los dioses debieron de considerar que no era suficiente y la privaron también del sentido del olfato. Misteriosamente, le respetaron el del gusto. Nada de eso le impediría, muchos años después, convertirse en la primera sordociega con una titulación universitaria en nuestro país. En efecto, tras seis años de estudio en el C.E.S. Don Bosco de Madrid (a ella un año académico le costaba el doble), lograría diplomarse en Educación Especial, en septiembre de 2012. Tras superar el último escollo, la asignatura de Lengua, al fin podía llamarse maestra.
“Lo hice por mi madre”, reconoce agradecida. Porque su madre, como los dioses, un día bajó del cielo en aquel avión español para salvarla de una muerte casi segura en Addis Abeba. Se opuso a tirios y a troyanos, incluso a su propia familia, hasta que consiguió adoptar a aquella niña que la miraba con unos ojos azules y vacíos que sonreían a la nada. Ya en España, la llevó a un colegio especial. Después, para la Secundaria, eligió un instituto en Pastrana (Guadalajara), porque allí tenían casa propia y porque estaba menos abarrotado que cualquier centro educativo de Madrid. Por su parte, Gennet aprendió a tocar el piano para su madre, pese a que hoy confiesa con una sonrisa traviesa que no le gustaba. La enseñó a no desafinar un profesor de música del colegio Antonio Vicente Mosquete, de la ONCE. Hoy, el piano permanece mudo, solidarizándose con el silencio perpetuo de Gennet, en su piso del barrio madrileño de Salamanca. Pero, en su infancia, Gennet pulsaba las teclas que no podía ver si sentía que Carmen, su madre, estaba triste. Y esa música que Gennet no oía, para ella solo una vibración en las yemas de los dedos, las consolaba y unía más que los abrazos de los primeros tiempos, cuando no disponían de una lengua común para comunicarse.
Hoy Carmen, con el pelo blanco y ya muy anciana, pero aún con un rastro de finura y distinción en el porte, lidia a solas con los fantasmas del Alzheimer en una residencia. Gennet pasa un mal rato cada sábado, cuando va a visitarla. En ocasiones, su madre no la reconoce. Otras veces, después de saludarla, se le ilumina la cara contándole que va a adoptar en un orfanato a una niña sordociega a la que llaman Gennet: “paraíso” o “edén”, dicen que significa esa palabra en amárico.
Un futuro
En Etiopía, recuerda Gennet, todo era miedo, enfermedades, arroz y silencio. No sabía aún que se salvaría de aquel silencio del hospicio, más cruel que los puñetazos y patadas que los otros niños le propinaban, por diversión o para robarle su vasito de agua y la escudilla de arroz. Tras el primer bocado, se la arrojaban a la cara, al comprobar que casi siempre tenía un asqueroso regusto a sangre y a lágrimas.
“Las monjas me trababan muy bien. Nunca me pegaron. Pero éramos muchos niños en el orfananto y no podían estar en todo. ¿Juguetes? Sí, teníamos algunos juguetes, pero solo el día 31 de diciembre. Al día siguiente, las monjas nos los quitaban otra vez para que no se estropearan y poder entregárnoslos de nuevo al año siguiente”, refiere.
Un día, sin embargo, Gennet sintió que no iba a ser capaz de sobrevivir a su propio horror. No reconocía como familiar aquella mano que apretaba la suya, pequeñita y asustada, mientras caminaban. Ignoraba que aquella mano la estaba sacando del hospicio Madre Teresa de Calcuta, que había sido su casa, a fin de cuentas, desde los dos hasta los siete años. Más tarde, no supo que iba sentada en un avión. Solo comprendió definitivamente que estaba en otro lugar por el extraño tacto de la ropa y porque lo que le daban de comer no sabía a sangre ni a arroz. Durante muchos meses, España, para ella, solo fueron la suavidad de un jersey y el sabor dulce de las natillas. Pero aún seguía sintiendo miedo, y eso era algo del presente que continuaba uniéndola a su pasado en África.
Ya en Madrid, Carmen Corcuera la llevó a oftalmólogos de variable prestigio milagrero, con la esperanza de que algún tratamiento pudiera devolverle la vista, total o parcialmente. Pero, más allá de insistir en que la niña era propensa a las infecciones oculares, y en que debería usar gafas a fin de protegerle los ojos del viento y el polvo, poco pudieron hacer. Con todo, Carmen todavía no se había enfrentado al mayor problema: lograr que aquella niña menudita, desconfiada aún, nerviosa, perdiese el miedo y la quisiera como a una madre. Lo lograba por las noches, cuando Gennet, gesticulando y suplicando con gruñidos, le pedía que la abrazara hasta que le llegase el sueño. Una de aquellas noches, Carmen tomó una decisión: las dos acudirían a las escuelas de la ONCE para aprender juntas la lengua de signos.
Simbiosis
Alessandra está ahora perfeccionando esa misma lengua de signos en la Universidad Complutense de Madrid. A diferencia de Gennet, tiene indemnes los cinco sentidos convencionales y alguno que otro más, sin nombre posible de momento; porque sabe que no basta ni con mil sentidos para comprender eficazmente a su acompañante sordociega y poder ayudarla. Gennet, a palo seco y sin requilorios, con su característica expresividad espartana, dice de Alessandra que es su asistente personal. Suficiente. El título incluye funciones de guía, mediadora, intérprete y algún otro tecnicismo más.
Dicho con menos esoterismos, Alessandra es el nombre que Gennet le ha puesto a sus propios ojos que no ven, a su propia voz que no habla, a su propio olfato muerto. Las manos de Alessandra son el demiurgo que crea una y otra vez, incansable y cariñoso, el mundo a cada instante para Gennet. Tanto es así que reconoce que, cuando su mediadora deja por un instante de tocarle la mano, siente miedo.
Alessandra acude por las mañanas a recoger a Gennet a su casa, donde esta vive sola. La acompaña a hacer la compra, a visitar la biblioteca del museo tiflológico, a asistir a misa en la iglesia para sordos de Nuestra Señora del Silencio, donde a Gennet le gusta hablar o confesarse con el padre Jesús, o a ver a sus amigos en la Asociación de Sordociegos de España (ASOCIDE). Con frecuencia puntean la conversación con risas (inolvidable la de Gennet, saltarina y parda), que menudean cuando alguna vez van a casa de Alessandra para tomar un té con bizcocho, o para ver una película en el ordenador.
Guía y amiga
Protegidas por una extraordinaria seguridad en sí mismas, caminan por las calles cogidas del brazo o con las manos apoyadas, como en un ceremonial de torneo medieval. Alessandra esconde tras de sí a Gennet cuando hay un desnivel o un escalón, para advertirle del peligro. Si, durante la caminata, Alessandra juzga que hay algo de interés, se detienen. Y algo de interés puede ser esa ménsula fingidamente modernista que sujeta un balcón, o un brillo en un escaparate, o una persona que se cruza. El paseo se hace interminable y asombroso, porque es como asistir a las primeras páginas del Génesis en directo, cuando Dios iba recitando los nombres de las cosas que poblarían por primera vez el mundo.
De hecho, estar con Gennet es un frotarse los ojos constantemente. Excelente y muy aplaudida fue, por ejemplo, la conferencia que a finales de 2012 ofreció en la Escuela Diplomática de Madrid sobre la promoción de los derechos y el trabajo de las personas con discapacidad.
En defensa propia
Allí, delante de un auditorio abarrotado, recordó que no se sabía con certeza cuántos sordociegos vivían en España. Pero que, según Daniel Álvarez Reyes, presidente de Asocide, se calculaba que había alrededor de 15 sordociegos por cada 100.000 habitantes, de modo que cerca de 6.000 personas vivían en nuestro país sin ver ni oír. Para acabar con la marginación en que vivían, se necesitaban más ayudas, más implicación y más sensibilidad por parte no solo de los políticos y las instituciones, sino de toda la sociedad.
Porque ser sordociego es más que no poder ver y oír. ¿Sabías que más de un 33% de los sordociegos recibe asistencia profesional, que la depresión y la ansiedad son las patologías más frecuentes entre ellos? ¿Quién les acompaña al médico, quién los saca de casa? ¿Quién se hará cargo de sus problemas si los recortes del Gobierno reducen, inevitablemente, el número de guías intérpretes para las personas sordociegas?
Gennet recordó que la ONCE le encargó al artista sordociego José María Prieto Lago una obra que ayudara a explicar a todo el mundo este casi desconocido universo. Él creó una escultura que representaba dos manos entrelazadas –la de un sordociego y la de su guía intérprete−, de las que surgía una paloma. Tituló la obra “Esperanza”. ¿Había realmente esperanza para ellos? Cuando terminó la conferencia, me dirigí a Alessandra para que le pidiera a Gennet que extrajera de su mochila la tablilla de comunicación que siempre lleva consigo. Quería decirles algo a ambas. Tomé el dedo índice de la mano de Gennet y, para expresar lo que quería decirles, fui apoyándolo en el relieve de cada letra: “Gracias a las dos por no rendiros”.
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