Lo había imaginado muchas veces, pero nunca pensé que fuera tan profundo el deleite. Aún hoy evoco con nostalgia mi primera vez. Fue un encuentro breve. Cuando la saqué, en un intento de eternizar aquella grata sensación, clavé mi mirada en su rostro femenino. Sus ojos parpadeaban sin decidirse a cegar definitivamente su mirada. Eran unos ojos implorantes, vidriosos, agonizantes y de su boca entreabierta aún manaban susurrantes sus últimos debilitados jadeos. Pensé en perpetuar mi goce volviendo a metérsela con más fuerza, una y otra vez, hasta desfallecer de placer. No lo hice. Dominé mis instintos voluptuosos y decidí alargar la plácida serenidad de aquel momento. Admirar aquel dulce rostro relajado me trasmitía la quietud de un ángel. Me fijé en mi arma: firme, dura, acerada; estaba aún húmeda y enrojecida; debería limpiarla —pensé—, pero la guardé tal y como estaba.
Ahora, treinta años después, esta navaja, con la que perpetré mi primer crimen, es mi mayor tesoro.
Soy un cobarde. ¿Quién me mandaría a mí ir aquella noche a la aldea? Serán cosas del demonio, siempre nos empuja a hacer lo que no debemos. ¿Por qué me contaría mi abuela aquellas historias? “La Santa Compaña se pasea todas las noches por la aldea de Candelago”. ¡Si yo era sólo un niño! Desde entonces ese temor a la Compaña sigue vivo en mis entrañas.
Y si la temo, ¿por qué fui en su búsqueda aquella noche? Quizás no quería reconocer que soy un cobarde. Quizás quise demostrarme que no había por qué temerla. Que sólo eran invenciones de mi abuela.
Pero fui. Y fui sin hacer caso a los negros presagios: el orvallo, la bruma, el sol mortecino, y aquella vieja en el camino. Su mirada de hielo. Sentada en la encrucijada, al píe del cruceiro. ¿Por qué se santiguó al verme pasar? ¿Por qué no escapé nada mas toparme con aquella aldea muerta, amortajada entre penumbras?
No estaba habitada ninguna de aquellas casas. Me interné —curioso y temblando de miedo—, en algunas de aquellas ruinas. Entré en aquellas viejas piedras que antaño fueron viviendas. Sus tejados, sus puertas y ventanas también habían huido tras la fuga de sus dueños. En su interior ahora sólo moraban plantas silvestres. Y arañas e insectos. Eran casas diminutas que, observadas en el fondo gris con la que las envolvían las brumas, sugerían ser las moradas de las temidas almas errantes, esas ánimas que se pasean por las noches. Almas en pena que buscan a sus víctimas por las estrechas corredoiras de los bosques cercanos.
Y si la temo, ¿por qué fui en su búsqueda aquella noche? Quizás no quería reconocer que soy un cobarde. Quizás quise demostrarme que no había por qué temerla. Que sólo eran invenciones de mi abuela.
Pero fui. Y fui sin hacer caso a los negros presagios: el orvallo, la bruma, el sol mortecino, y aquella vieja en el camino. Su mirada de hielo. Sentada en la encrucijada, al píe del cruceiro. ¿Por qué se santiguó al verme pasar? ¿Por qué no escapé nada mas toparme con aquella aldea muerta, amortajada entre penumbras?
No estaba habitada ninguna de aquellas casas. Me interné —curioso y temblando de miedo—, en algunas de aquellas ruinas. Entré en aquellas viejas piedras que antaño fueron viviendas. Sus tejados, sus puertas y ventanas también habían huido tras la fuga de sus dueños. En su interior ahora sólo moraban plantas silvestres. Y arañas e insectos. Eran casas diminutas que, observadas en el fondo gris con la que las envolvían las brumas, sugerían ser las moradas de las temidas almas errantes, esas ánimas que se pasean por las noches. Almas en pena que buscan a sus víctimas por las estrechas corredoiras de los bosques cercanos.
Mi pobre amor se está yendo...
yo me quedaré llorando...
La lluvia, leve, cayendo;
una nube, allá, glisando...
Mi pobre amor se está yendo.
Lejos, muy lejos!, soñando
la dulce amada, y tejiendo
su ilusión, me va matando...
Mi pobre amor se está yendo...
¿Qué pasa, que nada entiendo?
Qué pena se va a acercando?
La lluvia, leve, cayendo...
Una nube, allá, glisando...
La dulce amada tejiendo
su ilusión, que voy matando!
Mi pobre amor se está yendo...
Yo me quedaré llorando.
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