- Volveremos un día, peregrinos
por sendas medievales, a Santiago,
la calabaza vinatera al hombro,
el bordón en la mano,
y ornada la esclavina de veneras.
La música bucólica de antaño
brotará de rabeles y dulzainas,
y cada pie aligerará su paso.
Cada día tendrá un nuevo horizonte,
cada horizonte un nuevo campanario,
y un viejo hospicio, y un ventero amable,
y un refrigerio simple, y el descanso.
Sobre dos caballetes, cuatro tablas,
sobre las tablas rústico camastro,
y entre mantas austeras
dormiremos desnudos y abrazados.
Los antiguos fantasmas
ya se han desvanecido. Los milagros
suceden cada día en nuestra mente
con cada pensamiento y cada tacto.
Emergerá la luz de la mañana,
mudo clarín en toque de relámpago;
tú y yo, y el grupo, perezosamente,
nos pondremos en marcha. Por el campo
se extenderán los corzos al galope,
temblarán las alondras en los álamos,
y en multitud de idiomas
se poblará el amanecer de cantos.
Dame la mano, amada,
caminemos del alba hasta el ocaso,
bajo las nubes blancas, casi inmóviles
en el cielo azulado,
por el túnel que pinos y abedules,
hayas y robles forman sobre el barro,
al sol que nos sofoca,
que derrite el asfalto,
con la lluvia calándonos el cuerpo,
y siempre la sonrisa a flor de labios.
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