Una definición de patio podría ser: un espacio libre, con sentido arquitectónico y habitacional, que aporta luz y agua y que da una respuesta a las necesidades colectivas o individuales, pero que es, ante todo, una aportación cultural, que a lo largo del tiempo ha demostrado, por sí mismo, unas grandes ventajas para sus usuarios, que encuentran en él intimidad y paz, en un medio urbano muy agresivo, con falta de plazas públicas. En Toledo se puede decir que el patio es un “oasis urbano”, en una ciudad tan extrema de frío y calor, de calles estrechas y con fuertes pendientes, en ellos, nunca falta la presencia del agua en los pozos, aljibes, estanques y fuentes, lo mismo que las plantas, reminiscencias islámicas del jardín, como idea del paraíso que se predica en el Corán.
El patio no es un invento toledano, sino una herencia, un patrimonio recibido de las antiguas civilizaciones que se asentaron en Toledo, como los romanos y los árabes. Los romanos debieron copiarlo de los griegos que los utilizaron desde la época arcaica, sobre parcelas regulares. La casa-patio romana, con el atrio y el “impluvium” para recoger el agua de lluvia, que fue común en todo el Imperio, es el más estudiado en la Historia del Arte y de Arquitectura y sin duda debió existir en el urbanismo romano, del aterrazado y ortogonal Peñón toledano.
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